martes, 7 de diciembre de 2010
LA PUERTA DE LA HUMILDAD
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar
Con asombro leí en un pequeño libro de oración, que la entrada a la Iglesia de la Natividad en Belén, ha sido reducida de tamaño dos veces a través de estos siglos. Cuenta la historia que el motivo de esas reducciones fue impedir que las personas que merodeaban por los alrededores, entraran en la Basílica a caballo. Actualmente se le llama a esta entrada la “Puerta de la Humildad”, porque los visitantes necesitan doblarse para poder entrar.
Esto me mueve a reflexionar acerca de la dificultad que tenemos en doblarnos ante Dios, y ante los que por circunstancias tienen una estatura social, moral, cultural o económica, más baja que la nuestra.
La frase de que “Todos somos iguales”, siempre ha traído muchos debates, porque los seres humanos nos aferramos a la diferencia.
En estos tiempos difíciles que vivimos, nos aprovechamos de la delincuencia que existe en las calles, para marcar con más gusto esa separación. Cogemos de excusa que debemos cuidarnos, para con más ímpetu condenar las puertas, no sólo de nuestras casas y nuestros vehículos, sino también de nuestras vidas, y así impedir el acceso a seres menos afortunados que nosotros: “No le abras la puerta al vendedor de aguacates, porque puede ser un ladrón”.
Generalizamos con todos los que andan por ahí buscando un pedazo de pan y de esa forma, además de cuidarnos, nos libramos de la responsabilidad de compartir, y de la culpabilidad que nos debiera producir no hacerlo.
“Todos somos iguales ante Dios”, rezan las religiones, pero la cara hasta del mismo sacerdote o pastor, es diferente cuando la persona que tiene delante está bien vestida, o en harapos.
Yo diría, “Todos somos iguales, la diferencia es que unos hemos tenido circunstancias, oportunidades, y por ende conductas distintas”.Ahora que se acerca la Navidad, es tiempo de construir nuestra “Puerta de la Humildad”, por donde tengamos que doblarnos para entrar y compartir con Jesús, que nació, vivió y murió pobre.
Por Lavinia del Villar
Con asombro leí en un pequeño libro de oración, que la entrada a la Iglesia de la Natividad en Belén, ha sido reducida de tamaño dos veces a través de estos siglos. Cuenta la historia que el motivo de esas reducciones fue impedir que las personas que merodeaban por los alrededores, entraran en la Basílica a caballo. Actualmente se le llama a esta entrada la “Puerta de la Humildad”, porque los visitantes necesitan doblarse para poder entrar.
Esto me mueve a reflexionar acerca de la dificultad que tenemos en doblarnos ante Dios, y ante los que por circunstancias tienen una estatura social, moral, cultural o económica, más baja que la nuestra.
La frase de que “Todos somos iguales”, siempre ha traído muchos debates, porque los seres humanos nos aferramos a la diferencia.
En estos tiempos difíciles que vivimos, nos aprovechamos de la delincuencia que existe en las calles, para marcar con más gusto esa separación. Cogemos de excusa que debemos cuidarnos, para con más ímpetu condenar las puertas, no sólo de nuestras casas y nuestros vehículos, sino también de nuestras vidas, y así impedir el acceso a seres menos afortunados que nosotros: “No le abras la puerta al vendedor de aguacates, porque puede ser un ladrón”.
Generalizamos con todos los que andan por ahí buscando un pedazo de pan y de esa forma, además de cuidarnos, nos libramos de la responsabilidad de compartir, y de la culpabilidad que nos debiera producir no hacerlo.
“Todos somos iguales ante Dios”, rezan las religiones, pero la cara hasta del mismo sacerdote o pastor, es diferente cuando la persona que tiene delante está bien vestida, o en harapos.
Yo diría, “Todos somos iguales, la diferencia es que unos hemos tenido circunstancias, oportunidades, y por ende conductas distintas”.Ahora que se acerca la Navidad, es tiempo de construir nuestra “Puerta de la Humildad”, por donde tengamos que doblarnos para entrar y compartir con Jesús, que nació, vivió y murió pobre.
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