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lunes, 5 de enero de 2015
MONCHY COLÓN, ROLANDO ESPINAL Y UN CUENTO DE NAVIDAD
Por César Brea
Esta historia fue publicada originalmente el 19 de diciembre de 2010. Repetimos su publicación con el propósito de sacar una sonrisa a nuestro querido Cuchara quien sigue batallando con coraje sus quebrantos y a quien estamos animando a fin de que salga victorioso de esta batalla como en tantas otras. Esperamos que con Cuchara se desternillen de la risa... ah, y que los Reyes les dejen muchas cosas buenas; sobre todo, salud.
La ocasión es propicia para contar un cuento de navidad. Si alguien quiere leer cuentos de navidad magistrales que se busquen los clásicos escritos por el inglés Charles Dickens y el dominicano Juan Bosch. Aquí les va un cuentecito sin ningún brillo, casi como uno de los de “Juan Bobo y Pedro Animal” tan comunes en otros tiempos en nuestros campos y ciudades. Como cuento al fin, cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia y los nombres de los personajes son ficticios totalmente. De tal manera que si alguien se siente identificado con la trama y los personajes no pueda alegar daños y perjuicios ni quiera entablarnos demanda ni a un servidor ni a Isaías Medina. Aquí les va:
“En un pequeño pueblo en el noroeste de un país lejano existía un canal de riego que formaba parte de la vida existencial de todos los habitantes. Este canal, al que todos llamaban “la zanja” mojaba fincas arroceras, plantaciones bananeras, parcelas tabacaleras y conucos de frutos menores. Medio pueblo tomaba de sus aguas sin enfermar ni lamentar, decenas de mujeres lavaban la ropa y tendían en sus alrededores. Cientos de muchachos se bañaban a todo lo largo de su lecho y hasta se hacían clavados desde las barandillas de los puentes. En fin, la zanja formaba parte del espíritu y corazón de todos. Un niño llamado Rolando Espinal pidió a los Santos Reyes un camión para jugar. Y los Reyes Magos como eran tan buenos (estos reyes me acuerdan a una noble mujer llamada Isabel) dejaron al niño un precioso y grande camión de madera con rueditas, tan grande y tan fuerte que servía a la vez al doble propósito de jugar y cargar agua de la zanja. Estos camiones eran fabricados en el Barrio de Los Cambrones por un tal Lilís y tenían espacio para transportar dos grandes latas de agua de las del aceite “Fundador” de la Manicera. Arrastrar un camioncito de esos de la zanja a la casa era todo un esfuerzo físico a la altura de los mejores discípulos de Sansón, Hércules o Charles Atlas.
El pequeño Rolando al despertar encontró no el camioncito que pidió a Melchor sino el volteo de las dos latas de agua. Después del primer asombro o primera pena, el niño se sonrió y dijo voy de una vez donde mi amiguito Monchy Colón a enseñarle mi juguetito (¿O juguetote?). Llegó corriendo a la casa de su camarada y al atravesar la amplia galería de madera encontró a Monchy rodeado de múltiples juguetes “Made in Japan” que le habían dejado los afamados conductores de camellos. Patria y Genarito Colón eran conocidos por su proverbial generosidad para con sus descendientes. Allí Rolando vio carros, pistolas, bates, guantes, patines, bicicletas y un montón de juguetes regados por sala, comedor, cocina y galería. Su sorpresa fue tan grande que dio marcha atrás y solo atinó vocearle a Monchy: ”No te voy a enseñar na’…degraciao”.
PD. Cuchara: no cojas cuerda que tu sabes que después de Niris, el que más te quiere soy yo. Siga leyendo...
Esta historia fue publicada originalmente el 19 de diciembre de 2010. Repetimos su publicación con el propósito de sacar una sonrisa a nuestro querido Cuchara quien sigue batallando con coraje sus quebrantos y a quien estamos animando a fin de que salga victorioso de esta batalla como en tantas otras. Esperamos que con Cuchara se desternillen de la risa... ah, y que los Reyes les dejen muchas cosas buenas; sobre todo, salud.
La ocasión es propicia para contar un cuento de navidad. Si alguien quiere leer cuentos de navidad magistrales que se busquen los clásicos escritos por el inglés Charles Dickens y el dominicano Juan Bosch. Aquí les va un cuentecito sin ningún brillo, casi como uno de los de “Juan Bobo y Pedro Animal” tan comunes en otros tiempos en nuestros campos y ciudades. Como cuento al fin, cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia y los nombres de los personajes son ficticios totalmente. De tal manera que si alguien se siente identificado con la trama y los personajes no pueda alegar daños y perjuicios ni quiera entablarnos demanda ni a un servidor ni a Isaías Medina. Aquí les va:
“En un pequeño pueblo en el noroeste de un país lejano existía un canal de riego que formaba parte de la vida existencial de todos los habitantes. Este canal, al que todos llamaban “la zanja” mojaba fincas arroceras, plantaciones bananeras, parcelas tabacaleras y conucos de frutos menores. Medio pueblo tomaba de sus aguas sin enfermar ni lamentar, decenas de mujeres lavaban la ropa y tendían en sus alrededores. Cientos de muchachos se bañaban a todo lo largo de su lecho y hasta se hacían clavados desde las barandillas de los puentes. En fin, la zanja formaba parte del espíritu y corazón de todos. Un niño llamado Rolando Espinal pidió a los Santos Reyes un camión para jugar. Y los Reyes Magos como eran tan buenos (estos reyes me acuerdan a una noble mujer llamada Isabel) dejaron al niño un precioso y grande camión de madera con rueditas, tan grande y tan fuerte que servía a la vez al doble propósito de jugar y cargar agua de la zanja. Estos camiones eran fabricados en el Barrio de Los Cambrones por un tal Lilís y tenían espacio para transportar dos grandes latas de agua de las del aceite “Fundador” de la Manicera. Arrastrar un camioncito de esos de la zanja a la casa era todo un esfuerzo físico a la altura de los mejores discípulos de Sansón, Hércules o Charles Atlas.
El pequeño Rolando al despertar encontró no el camioncito que pidió a Melchor sino el volteo de las dos latas de agua. Después del primer asombro o primera pena, el niño se sonrió y dijo voy de una vez donde mi amiguito Monchy Colón a enseñarle mi juguetito (¿O juguetote?). Llegó corriendo a la casa de su camarada y al atravesar la amplia galería de madera encontró a Monchy rodeado de múltiples juguetes “Made in Japan” que le habían dejado los afamados conductores de camellos. Patria y Genarito Colón eran conocidos por su proverbial generosidad para con sus descendientes. Allí Rolando vio carros, pistolas, bates, guantes, patines, bicicletas y un montón de juguetes regados por sala, comedor, cocina y galería. Su sorpresa fue tan grande que dio marcha atrás y solo atinó vocearle a Monchy: ”No te voy a enseñar na’…degraciao”.
PD. Cuchara: no cojas cuerda que tu sabes que después de Niris, el que más te quiere soy yo. Siga leyendo...
martes, 15 de febrero de 2011
UNA ANÉCDOTA DE OCTAVIO PAZ
Por Rafael Darío Herrera
El autor es historiador y educador. Miembro correspondiente Academia Dominicana de la Historia.
Para Rolando –Cuchara- Espinal
A propósito del apodo de Cuchara del profesor de educación física Rolando Espinal quiero relatar para los lectores de Mao en el Corazón lo sucedido al extraordinario escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998), referido en su libro Itinerario (Barcelona, Seix Barral, 1993) y que tiene que ver con la ignorancia del idioma, situación que a lo mejor le sucedió a muchos de los primeros migrantes.
Refiere Paz que por motivo de la guerra civil mejicana su padre, su familia, se mudó a los Estados Unidos, específicamente en Los Ángeles donde residía un grupo de exiliados políticos. Y allí, con apenas seis años, Paz fue inscrito en el kindergarten del barrio. Refiere que recordaba el primer día de clase: “la escuela con la bandera de los Estados Unidos, el salón desnudo, los pupitres, las bancas duras y mi azoro ante la ruidosa curiosidad de mis compañeros y la sonrisa afable de la joven profesora que procuraba aplacarlos”.
Se trataba de una escuela angloamericana de la cual solo dos alumnos eran de origen mexicano, aunque nacidos en Los Ángeles. Ante su incapacidad para comprender lo que se decía en clase, Paz optó por el silencio. Y ahora viene lo interesante de este relato, a la hora del recreo y del lunch, pues al sentarse a la mesa se percató lleno de pánico que le faltaba la cuchara y prefirió no decir nada y quedarse sin comer. Sin embargo, una de las profesoras al ver el plato íntegro, le preguntó por señas que le sucedía y Paz susurró entre dientes: CUCHARA señalando la de su compañero más cercano.
Dice Paz que alguien repitió en voz alta “¡cuchara”! y de ahí se derivó un aluvión de “carcajadas y algarabía”: “¡cuchara!”, “¡cuchara!” Comenzaron también las deformaciones verbales y las risotadas de la muchachada. En el área del comedor el bedel impuso el silencio pero a la salida de la escuela Paz se vio rodeado del griterío. Algunos de los estudiantes se le acercaban y le echaban en la cara, como un escupitajo la infame palabra: “¡cuchara!”
Uno de los estudiantes le dio un empujón a Paz y al intentar responderle se vio en el centro de un círculo frente a él, con los puños cerrados y en actitud de boxeo; su agresor lo retaba vociferándole “¡cuchara!” Se liaron a golpes hasta que intervino el bedel y los separó. Resultado: Paz y su contrincante fueron regañados pero no entendió ni una palabra del mismo, además quedó con la ropa destrozada, un ojo entrecerrado y varios rasguños.
Durante quince días Paz no volvió a la escuela, al cabo de los cuales sus compañeros olvidaron la palabra cuchara y él aprendió a decir spoon. Siga leyendo...
El autor es historiador y educador. Miembro correspondiente Academia Dominicana de la Historia.
Para Rolando –Cuchara- Espinal
A propósito del apodo de Cuchara del profesor de educación física Rolando Espinal quiero relatar para los lectores de Mao en el Corazón lo sucedido al extraordinario escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998), referido en su libro Itinerario (Barcelona, Seix Barral, 1993) y que tiene que ver con la ignorancia del idioma, situación que a lo mejor le sucedió a muchos de los primeros migrantes.
Refiere Paz que por motivo de la guerra civil mejicana su padre, su familia, se mudó a los Estados Unidos, específicamente en Los Ángeles donde residía un grupo de exiliados políticos. Y allí, con apenas seis años, Paz fue inscrito en el kindergarten del barrio. Refiere que recordaba el primer día de clase: “la escuela con la bandera de los Estados Unidos, el salón desnudo, los pupitres, las bancas duras y mi azoro ante la ruidosa curiosidad de mis compañeros y la sonrisa afable de la joven profesora que procuraba aplacarlos”.
Se trataba de una escuela angloamericana de la cual solo dos alumnos eran de origen mexicano, aunque nacidos en Los Ángeles. Ante su incapacidad para comprender lo que se decía en clase, Paz optó por el silencio. Y ahora viene lo interesante de este relato, a la hora del recreo y del lunch, pues al sentarse a la mesa se percató lleno de pánico que le faltaba la cuchara y prefirió no decir nada y quedarse sin comer. Sin embargo, una de las profesoras al ver el plato íntegro, le preguntó por señas que le sucedía y Paz susurró entre dientes: CUCHARA señalando la de su compañero más cercano.
Dice Paz que alguien repitió en voz alta “¡cuchara”! y de ahí se derivó un aluvión de “carcajadas y algarabía”: “¡cuchara!”, “¡cuchara!” Comenzaron también las deformaciones verbales y las risotadas de la muchachada. En el área del comedor el bedel impuso el silencio pero a la salida de la escuela Paz se vio rodeado del griterío. Algunos de los estudiantes se le acercaban y le echaban en la cara, como un escupitajo la infame palabra: “¡cuchara!”
Uno de los estudiantes le dio un empujón a Paz y al intentar responderle se vio en el centro de un círculo frente a él, con los puños cerrados y en actitud de boxeo; su agresor lo retaba vociferándole “¡cuchara!” Se liaron a golpes hasta que intervino el bedel y los separó. Resultado: Paz y su contrincante fueron regañados pero no entendió ni una palabra del mismo, además quedó con la ropa destrozada, un ojo entrecerrado y varios rasguños.
Durante quince días Paz no volvió a la escuela, al cabo de los cuales sus compañeros olvidaron la palabra cuchara y él aprendió a decir spoon. Siga leyendo...
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Anécdotas,
Rafael Darío Herrera
viernes, 19 de noviembre de 2010
HISTORIA DE UN SANTANA EN PRIMERA
LOS SANTANUSES: AGUSTIN PAULINO SANTANA (BALAO): SU PAÑUELO Y LAS QUINIELAS PREMIADAS
Por Manito Santana
En el trajinar de la vida, como humanos al fin nos suceden casos y cosas difíciles de que vuelvan a repetirse y aunque causen tristezas al momento, al pasar el tiempo, superada la crisis nos sentamos a recordarlas con una sonrisa reflejada mientras narramos la historia.
Agustín Paulino Santana, a quien todos conocemos por el apodo de Balao, con clasificación de Santana en primera dentro de los Santanuses. Famoso barbero, profesión ésta descontinuada, luego de que la moda de pelo largo y Afro disminuyera la frecuencia de las peladas, convirtiéndose así la barbería en barra-restaurante.
Balao, hombre popular en la comunidad maeña a todos los niveles, de conducta intachable, en el barrio de los Santanuses (que abarca desde la parte sur del Parque Amado Franco Bidó, la calle Sánchez paralela a las calles Santa Ana, Constitución y General Luperón, hasta las calles Beller y Máximo Cabral al Este y Oeste, respectivamente) goza de especial consideración por su trato afable y agradable compañía.
Por los años 80, cuando una quiniela sacaba relativamente una buena cantidad, o mejor dicho un peso tenía gran rendimiento, donde con $10 realizaba uno una parranda de amanecida con desayuno en la Parada, Balao siempre acostumbraba a jugar sus quinielitas con fines de agarrar juntos una buena cantidad de $$$$. Asiduo jugador del #34, por suerte se pega un domingo con 20 pedazos o quinielas. Se sacó un dineral. Se riega la noticia y Balao invita gran parte del vecindario a compartir en un pasadía en el Samoa Bar próximo a iniciarse con Johnny Ventura. Para tales fines, manda a reservar unas 5 mesas que fueron ocupadas por unos 20 familiares y amigos del barrio.
Ya en el pasadía, con la mesa repleta de bebidas y lleno de emoción autoriza a todos que si sentían hambre podían pedir comidas en el Restaurant del Samoa, (caracterizado en aquel tiempo como la mejor del noroeste) y dijo "no acepto que coman cosas baratas, deben comer como mínimo Filete, no acepto que coman arroz con pollo, eso es muy barato" decía Balao a sus invitados, garantizado por sus 20 pedazos de quinielas premiadas.
Seguían las emociones, las bebidas y los gastos; en esos tiempos Johnny Ventura tenía pegado un merengue que en el intermedio le decía al público hacer lo que le pedía "señores, hagan una bulla, con las manos arriba," el público le respondía con lo solicitado levantando sus manos. "Con los pañuelos, con los pañuelos” el público sacaba sus pañuelos y los sacudía y continuaba el baile emocionado.
Pero, Oh! sorpresa, Balao por desgracia, tenía sus 20 pedazos de quinielas envueltas en el pañuelo buscando seguridad y llevado por la emoción del baile olvida sus quinielas, que volaron por los aires al sacudirlo guiado por el pedido del merengue de Johnny.
Balao, terminada la fiesta, pide la cuenta al sirviente y confiado en que tiene sus quinielas en los bolsillos, saca su pañuelo para dárselas a Osiris, famoso sirviente, y no las encontró. Todos en la mesa nos quedamos callados al notar la situación del pobre Balao quien se vio obligado hacer un laaaarrrgoooo conversao con Quinin y mientras ese conversao se realizaba, gran parte de los invitados se fueron desapareciendo sin esperar el resultado del apriete que tuvo Balao, luego de haberle brindado ron, cigarrillos, cervezas y comidas apoyado en sus 20 quinielas premiadas.
Al otro día, en horas de la mañana, Balao y quien le escribe fuimos a buscar las quinielas antes que llegara la encargada de limpieza para estar seguros (7:00 a.m.) y por fin encontramos las benditas quinielas, hechas pedacitos, fruto del pisoteadero del baile y para mayor desgracia detrás de cada quiniela que logramos pegar decía" No son válidas quinielas ajadas o rotas "
Eso hizo recordar a Balao la frase del difunto comediante Luisito Martí haciendo el papel de Casimiro cuando decía "Yo soy un hombre que tiene mala suerte".
Balao, hoy reside en USA junto a su esposa. A pesar de sus años (sobre 70 largos), Balao mantiene siempre su gran sentido del humor.
Dios te bendiga Balao, Santana en Primera. Siga leyendo...
Por Manito Santana
En el trajinar de la vida, como humanos al fin nos suceden casos y cosas difíciles de que vuelvan a repetirse y aunque causen tristezas al momento, al pasar el tiempo, superada la crisis nos sentamos a recordarlas con una sonrisa reflejada mientras narramos la historia.
Agustín Paulino Santana, a quien todos conocemos por el apodo de Balao, con clasificación de Santana en primera dentro de los Santanuses. Famoso barbero, profesión ésta descontinuada, luego de que la moda de pelo largo y Afro disminuyera la frecuencia de las peladas, convirtiéndose así la barbería en barra-restaurante.
Balao, hombre popular en la comunidad maeña a todos los niveles, de conducta intachable, en el barrio de los Santanuses (que abarca desde la parte sur del Parque Amado Franco Bidó, la calle Sánchez paralela a las calles Santa Ana, Constitución y General Luperón, hasta las calles Beller y Máximo Cabral al Este y Oeste, respectivamente) goza de especial consideración por su trato afable y agradable compañía.
Por los años 80, cuando una quiniela sacaba relativamente una buena cantidad, o mejor dicho un peso tenía gran rendimiento, donde con $10 realizaba uno una parranda de amanecida con desayuno en la Parada, Balao siempre acostumbraba a jugar sus quinielitas con fines de agarrar juntos una buena cantidad de $$$$. Asiduo jugador del #34, por suerte se pega un domingo con 20 pedazos o quinielas. Se sacó un dineral. Se riega la noticia y Balao invita gran parte del vecindario a compartir en un pasadía en el Samoa Bar próximo a iniciarse con Johnny Ventura. Para tales fines, manda a reservar unas 5 mesas que fueron ocupadas por unos 20 familiares y amigos del barrio.
Ya en el pasadía, con la mesa repleta de bebidas y lleno de emoción autoriza a todos que si sentían hambre podían pedir comidas en el Restaurant del Samoa, (caracterizado en aquel tiempo como la mejor del noroeste) y dijo "no acepto que coman cosas baratas, deben comer como mínimo Filete, no acepto que coman arroz con pollo, eso es muy barato" decía Balao a sus invitados, garantizado por sus 20 pedazos de quinielas premiadas.
Seguían las emociones, las bebidas y los gastos; en esos tiempos Johnny Ventura tenía pegado un merengue que en el intermedio le decía al público hacer lo que le pedía "señores, hagan una bulla, con las manos arriba," el público le respondía con lo solicitado levantando sus manos. "Con los pañuelos, con los pañuelos” el público sacaba sus pañuelos y los sacudía y continuaba el baile emocionado.
Pero, Oh! sorpresa, Balao por desgracia, tenía sus 20 pedazos de quinielas envueltas en el pañuelo buscando seguridad y llevado por la emoción del baile olvida sus quinielas, que volaron por los aires al sacudirlo guiado por el pedido del merengue de Johnny.
Balao, terminada la fiesta, pide la cuenta al sirviente y confiado en que tiene sus quinielas en los bolsillos, saca su pañuelo para dárselas a Osiris, famoso sirviente, y no las encontró. Todos en la mesa nos quedamos callados al notar la situación del pobre Balao quien se vio obligado hacer un laaaarrrgoooo conversao con Quinin y mientras ese conversao se realizaba, gran parte de los invitados se fueron desapareciendo sin esperar el resultado del apriete que tuvo Balao, luego de haberle brindado ron, cigarrillos, cervezas y comidas apoyado en sus 20 quinielas premiadas.
Al otro día, en horas de la mañana, Balao y quien le escribe fuimos a buscar las quinielas antes que llegara la encargada de limpieza para estar seguros (7:00 a.m.) y por fin encontramos las benditas quinielas, hechas pedacitos, fruto del pisoteadero del baile y para mayor desgracia detrás de cada quiniela que logramos pegar decía" No son válidas quinielas ajadas o rotas "
Eso hizo recordar a Balao la frase del difunto comediante Luisito Martí haciendo el papel de Casimiro cuando decía "Yo soy un hombre que tiene mala suerte".
Balao, hoy reside en USA junto a su esposa. A pesar de sus años (sobre 70 largos), Balao mantiene siempre su gran sentido del humor.
Dios te bendiga Balao, Santana en Primera. Siga leyendo...
lunes, 11 de octubre de 2010
LEYSIMELOCUENTA
CUANDO ERA PEQUEÑO
Por Ley Simé
Para el que no lo sabía. No es una biografía, sino una reseña de mi origen y evolución, para que nuestros jóvenes tengan una idea de que sí se puede, desde cualquier posición social o económica, levantarse y rascar el cielo con sus propias uñas. Y también para aquellos, que con el paso del tiempo, no nos recuerdan o nos han olvidado.
Hijo de Luis Antonio Simé Bueno, alias Belete, hijo de don José Cristino Simé, mi abuelo, señor muy conocido en épocas más anteriores por su honestidad y el respeto que le guardaban todos sus contemporáneos. Vivió en Sibila, justo donde terminaba la calle Máximo Cabral y era dueño de todos los terrenos del entorno y los regaló a sus amigos o conocidos más necesitados. Hoy esos lugares están densamente poblados.
Soy el sexto de una familia de doce hijos, es decir, seis mayores y cinco menores. Teniendo apenas dos años de edad, mi familia se mudó para Santiago Rodríguez. Allí unos años después, conocí a los hijos de don José Peña, maeño, que administraba el Hotel Marién. Y rápidamente hicimos amistad con los más pequeños: Carlos, José Alejandro, Oché y el Chino Peña. Y los demás hermanos: José Miguel, Papucho, Bautista, Guillermo, Memo y también con Doña Ana la madre del clan.
De regreso a Mao, a finales de los cincuenta. Cursé el cuarto de la primaria en la escuela de Los Cajuiles donde conocí a Arístides Gómez, quien también era mi vecino y no nos separamos más, compartiendo siempre la misma aula hasta que terminamos el octavo curso y luego el bachillerato. Fuimos juntos a la universidad y terminamos juntos. También fuimos compañeros de labores, como profesores en el Liceo Secundario Juan de Jesús Reyes.
Cuando apenas tenía nueve o diez años, Como era natural en esa época, me fui al parque con mi caja de limpiar zapatos y allí conocí esta "Pléyade" de jóvenes provenientes de la sociedad Maeña que se reunían en el parque, muchas veces impecablemente vestidos. En poco tiempo, me hicieron sus preferidos para lustrar bien sus zapatos, porque para entonces era un niño activo, comunicativo y alegre. Y ellos se ganaron mi aprecio y admiración por la integridad, humildad y sencillez, que a mi corta edad pude observar en ellos, sobre todo su integración y la ausencia de malicias. Eran amigos de verdad. En su mayoría estudiantes de secundaria, pero de aquellos tiempos. Sus ideas revolucionarias me llamaron mucho la atención. Un revolucionario comparte con todos en igualdad de condiciones. Y cualquiera que venga con el alma en la mano, es bienvenido y aceptado.
Imagínense que podría describir muy bien la procedencia familiar de cada uno de ellos, porque para ya, habíamos hecho amistad con todos. También con los pilares del 1J4, de los que rápidamente nos ganamos el cariño y la confianza. Joseíto Crespo, que antes de decir algo, lo escribía en el aire con su pulgar derecho, también Reyito, Felichín, Monchi, Rafita, Pitifa y Piculín, que era un coloso de la bonanza; siempre que nos veíamos me decía que pasara por el correo a buscar uno que otros regalos.
Una noche clara de plenilunio, me llevó a la parte de atrás del correo y me enseñó una enredadera de ahuyama y me dijo, ven a buscarla que es tuya, cuando crezca. Y entonces no lo volví a ver más, porque se marcharon esa misma noche, hacia destino revolucionario que no pudieron alcanzar. Después lloré de rabia, porque no me lo dijeron, ni me invitaron. Luego tuve noches de insomnios, pensando en ese flaco bonachón y en Reyito, y me dije en mi idea de niño: esos no los conocían, porque se me hacía difícil comprender, que gentes tan buenas pudieran ser eliminadas, así por así. Malditos asesinos.
Aún recuerdo la composición familiar de los Jóvenes de esa época: Comenzando por la calle Duarte, los hijos de Polín Amaro: Cucho, Peché, el Chino y el otro más joven, Santiaguito. Eran jóvenes sencillos, amigables y sociables.
Más adelante, los de Don Vitalino Ferreira: Norman, Alfonso, Fernando, Freddy, Isaías y Miguelito. Aunque estos dos últimos eran menores, igualmente eran y son ejemplos de sencillez y compenetración y amigos de todos.
Miguelín Marrero, los hijos del Dr. Reyes, Yuyú QEPD: Miguel, Billo e Irvin, napoleón, como siempre le llamé. Antes de Yuyú, estaban los hijos de otro Dr. Reyes, Juan e Iván y sus dos lindas hermanas. Y casi llegando al puente de la Duarte, dos adorables, y "refregaos" en Mao: Manito y Lilí. Por lo que es hoy el cerro e’ Marino, el Niño Almonte (Niñazo), junto a los Ferreira y Mone, el de Milet, compañero de pelotas.
Por el oeste, Los Cambrones, hoy Enriquillo, había un buen sector que le llamaban el barrio de los Colones, con los hermanos Siricio, Manueito, Ballet, que no le digo QEPD porque aún lo tengo vivo en mi corazón. Tomás Colón, Masín. "A teizera" decía, cuando terminábamos de rodar la bola por el cuadro, antes de iniciarse el inning. También estaban por ahí cerca: Toño, Miguelito y Juan Agustín Colón, de los cuales les tengo sus comentarios y plato aparte en los subsiguientes reportajes. Deben pagar porque eran muy " bellacos".
Por el lado Este, en el Rincón, Evelio y Papito. Figúrense que a Evelio le hubiesen puesto Evelio Rincón; no afinaba, porque tenía su nombre propio. Esos son cosas de los Papito. Por ese sector había otros jóvenes tertuliaros vistos en el parque. Por la calle Emilio Arté, estaban los hermanos Taveras: Cocolo, que emigró muy joven hacia EU. Juancito y Ningue, cuánto valor humano, cuánta finura y delicadeza en el trato y la compenetración social, es indescriptible. Ningue, te fuiste sin haberme dado un abrazo, como el que lo hiciste, cuando era niño. Paz en el cielo. Los hombres alcanzan la gloria, después de muertos. Tú tuviste cerca de ella en vida.
Por la calle Máximo Cabral, estaban Pipí y su sastrería; los Crespo (Sixto y Frank) y los Tió, con Pedro Jaime y también los Brea con César y Eduardo. Más arriba, Arismendi Bonilla y todas sus bellaquerías. Más un sin número de jóvenes de todos los estratos sociales que daban calor y convergían en el parque Amado Franco Bidó de nuestro querido e inolvidable Mao.
Recuerdo el local del 1J4 que estaba en el desaparecido Cine Jardín, frente al hogar del Dr. Reyes, Yuyú, donde Manolo Tavárez Justo me tomó entre sus brazos y me cargó y sentía la energía de su discurso que vibraba en mi flaquito cuerpo de niño.
Recuerdo también los cuentos de Rico Minier y su romance con la hija del Portugués. Monchi Colón, que después de muchos años, nos contó lo de Diógenes Castellanos, padre de Diogenito, quien viajaba diariamente a Santiago y era la confianza de todos el que tenía que hacer un encargo o compra de telas u otra cosa. Normalmente, a Diógenes le llegaban dos, tres o cinco señoras y le llevaban una muestra de la tela que querían, llevándole una cintica de referencia. Diógenes las ponía en un lugar visible, para no olvidarlas en la mañana siguiente. Un día, como es natural, se les olvidaron las muestras. Cuando ya había pasado de Villa González, se dio cuenta del olvido de las muestras, e iba pensando en la forma de no quedarles mal a sus clientes. Concibió una buena idea. Cuando llegó a Santiago y dejó sus pasajeros en su lugar, se dispuso a buscar las telas encargadas, pero sin muestras. Con su intuición de que esta y aquella se parecían, pedía, dame dos yardas de esa y córtale una "tirita" y me la amarra. Y así les llevó todos los encargos. Unas decían, pero Diógenes esta no era la tela que quería, y él gallardamente decía, pero mira la muestra que me diste. ¡Ah, Mao de mi vida! Siga leyendo...
Por Ley Simé
Para el que no lo sabía. No es una biografía, sino una reseña de mi origen y evolución, para que nuestros jóvenes tengan una idea de que sí se puede, desde cualquier posición social o económica, levantarse y rascar el cielo con sus propias uñas. Y también para aquellos, que con el paso del tiempo, no nos recuerdan o nos han olvidado.
Hijo de Luis Antonio Simé Bueno, alias Belete, hijo de don José Cristino Simé, mi abuelo, señor muy conocido en épocas más anteriores por su honestidad y el respeto que le guardaban todos sus contemporáneos. Vivió en Sibila, justo donde terminaba la calle Máximo Cabral y era dueño de todos los terrenos del entorno y los regaló a sus amigos o conocidos más necesitados. Hoy esos lugares están densamente poblados.
Soy el sexto de una familia de doce hijos, es decir, seis mayores y cinco menores. Teniendo apenas dos años de edad, mi familia se mudó para Santiago Rodríguez. Allí unos años después, conocí a los hijos de don José Peña, maeño, que administraba el Hotel Marién. Y rápidamente hicimos amistad con los más pequeños: Carlos, José Alejandro, Oché y el Chino Peña. Y los demás hermanos: José Miguel, Papucho, Bautista, Guillermo, Memo y también con Doña Ana la madre del clan.
De regreso a Mao, a finales de los cincuenta. Cursé el cuarto de la primaria en la escuela de Los Cajuiles donde conocí a Arístides Gómez, quien también era mi vecino y no nos separamos más, compartiendo siempre la misma aula hasta que terminamos el octavo curso y luego el bachillerato. Fuimos juntos a la universidad y terminamos juntos. También fuimos compañeros de labores, como profesores en el Liceo Secundario Juan de Jesús Reyes.
Cuando apenas tenía nueve o diez años, Como era natural en esa época, me fui al parque con mi caja de limpiar zapatos y allí conocí esta "Pléyade" de jóvenes provenientes de la sociedad Maeña que se reunían en el parque, muchas veces impecablemente vestidos. En poco tiempo, me hicieron sus preferidos para lustrar bien sus zapatos, porque para entonces era un niño activo, comunicativo y alegre. Y ellos se ganaron mi aprecio y admiración por la integridad, humildad y sencillez, que a mi corta edad pude observar en ellos, sobre todo su integración y la ausencia de malicias. Eran amigos de verdad. En su mayoría estudiantes de secundaria, pero de aquellos tiempos. Sus ideas revolucionarias me llamaron mucho la atención. Un revolucionario comparte con todos en igualdad de condiciones. Y cualquiera que venga con el alma en la mano, es bienvenido y aceptado.
Imagínense que podría describir muy bien la procedencia familiar de cada uno de ellos, porque para ya, habíamos hecho amistad con todos. También con los pilares del 1J4, de los que rápidamente nos ganamos el cariño y la confianza. Joseíto Crespo, que antes de decir algo, lo escribía en el aire con su pulgar derecho, también Reyito, Felichín, Monchi, Rafita, Pitifa y Piculín, que era un coloso de la bonanza; siempre que nos veíamos me decía que pasara por el correo a buscar uno que otros regalos.
Una noche clara de plenilunio, me llevó a la parte de atrás del correo y me enseñó una enredadera de ahuyama y me dijo, ven a buscarla que es tuya, cuando crezca. Y entonces no lo volví a ver más, porque se marcharon esa misma noche, hacia destino revolucionario que no pudieron alcanzar. Después lloré de rabia, porque no me lo dijeron, ni me invitaron. Luego tuve noches de insomnios, pensando en ese flaco bonachón y en Reyito, y me dije en mi idea de niño: esos no los conocían, porque se me hacía difícil comprender, que gentes tan buenas pudieran ser eliminadas, así por así. Malditos asesinos.
Aún recuerdo la composición familiar de los Jóvenes de esa época: Comenzando por la calle Duarte, los hijos de Polín Amaro: Cucho, Peché, el Chino y el otro más joven, Santiaguito. Eran jóvenes sencillos, amigables y sociables.
Más adelante, los de Don Vitalino Ferreira: Norman, Alfonso, Fernando, Freddy, Isaías y Miguelito. Aunque estos dos últimos eran menores, igualmente eran y son ejemplos de sencillez y compenetración y amigos de todos.
Miguelín Marrero, los hijos del Dr. Reyes, Yuyú QEPD: Miguel, Billo e Irvin, napoleón, como siempre le llamé. Antes de Yuyú, estaban los hijos de otro Dr. Reyes, Juan e Iván y sus dos lindas hermanas. Y casi llegando al puente de la Duarte, dos adorables, y "refregaos" en Mao: Manito y Lilí. Por lo que es hoy el cerro e’ Marino, el Niño Almonte (Niñazo), junto a los Ferreira y Mone, el de Milet, compañero de pelotas.
Por el oeste, Los Cambrones, hoy Enriquillo, había un buen sector que le llamaban el barrio de los Colones, con los hermanos Siricio, Manueito, Ballet, que no le digo QEPD porque aún lo tengo vivo en mi corazón. Tomás Colón, Masín. "A teizera" decía, cuando terminábamos de rodar la bola por el cuadro, antes de iniciarse el inning. También estaban por ahí cerca: Toño, Miguelito y Juan Agustín Colón, de los cuales les tengo sus comentarios y plato aparte en los subsiguientes reportajes. Deben pagar porque eran muy " bellacos".
Por el lado Este, en el Rincón, Evelio y Papito. Figúrense que a Evelio le hubiesen puesto Evelio Rincón; no afinaba, porque tenía su nombre propio. Esos son cosas de los Papito. Por ese sector había otros jóvenes tertuliaros vistos en el parque. Por la calle Emilio Arté, estaban los hermanos Taveras: Cocolo, que emigró muy joven hacia EU. Juancito y Ningue, cuánto valor humano, cuánta finura y delicadeza en el trato y la compenetración social, es indescriptible. Ningue, te fuiste sin haberme dado un abrazo, como el que lo hiciste, cuando era niño. Paz en el cielo. Los hombres alcanzan la gloria, después de muertos. Tú tuviste cerca de ella en vida.
Por la calle Máximo Cabral, estaban Pipí y su sastrería; los Crespo (Sixto y Frank) y los Tió, con Pedro Jaime y también los Brea con César y Eduardo. Más arriba, Arismendi Bonilla y todas sus bellaquerías. Más un sin número de jóvenes de todos los estratos sociales que daban calor y convergían en el parque Amado Franco Bidó de nuestro querido e inolvidable Mao.
Recuerdo el local del 1J4 que estaba en el desaparecido Cine Jardín, frente al hogar del Dr. Reyes, Yuyú, donde Manolo Tavárez Justo me tomó entre sus brazos y me cargó y sentía la energía de su discurso que vibraba en mi flaquito cuerpo de niño.
Recuerdo también los cuentos de Rico Minier y su romance con la hija del Portugués. Monchi Colón, que después de muchos años, nos contó lo de Diógenes Castellanos, padre de Diogenito, quien viajaba diariamente a Santiago y era la confianza de todos el que tenía que hacer un encargo o compra de telas u otra cosa. Normalmente, a Diógenes le llegaban dos, tres o cinco señoras y le llevaban una muestra de la tela que querían, llevándole una cintica de referencia. Diógenes las ponía en un lugar visible, para no olvidarlas en la mañana siguiente. Un día, como es natural, se les olvidaron las muestras. Cuando ya había pasado de Villa González, se dio cuenta del olvido de las muestras, e iba pensando en la forma de no quedarles mal a sus clientes. Concibió una buena idea. Cuando llegó a Santiago y dejó sus pasajeros en su lugar, se dispuso a buscar las telas encargadas, pero sin muestras. Con su intuición de que esta y aquella se parecían, pedía, dame dos yardas de esa y córtale una "tirita" y me la amarra. Y así les llevó todos los encargos. Unas decían, pero Diógenes esta no era la tela que quería, y él gallardamente decía, pero mira la muestra que me diste. ¡Ah, Mao de mi vida! Siga leyendo...
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