viernes, 12 de agosto de 2011
AÑORANZAS MAEÑAS
El Club Quisqueya de Mao visto desde el parque Amado Franco Bidó. Todas las fotos pueden agrandarse haciendo clic en ellas.
Aquel villorrio de callejuelas angostas y polvorientas donde nací, hoy es una floreciente urbe, donde lo moderno desplaza lo caduco.
Recuerdo con nostalgia su vida otrora aldeana, que en cuestión de unas décadas ha adquirido un toque muy provincial. Sus noches de luna llena y cielo cuajado de estrellas, debo confesar sin jactancia, que el cielo mas hermoso es el maeño, pues como llueve poco, casi nunca hay nubes que obstruyan su visión. Sus costumbres provincianas le invisten de ese sabor a pueblo que encarna la maeñidad, con exclusividades que definen su autoctonía. Evocando los albores del siglo XX, en el primer reinado de 1917 eligieron a la Srta. Dolores Brea Gómez (Loló) como reina y la segunda reina en 1920, Honoria Reyes Reyes.
Recuerdo el repique de campanas de la iglesia, hoy Catedral de la Santa Cruz todas las madrugadas, la repartición del pan bendito y las estampitas por la memoria de los difuntos, la impecable indumentaria de los presbíteros, sacristanes y monaguillos para el rito sagrado de la santa misa. La presencia protagónica del oficiante Monseñor Fernando Arturo Franco Benoit, con su incuestionable magnetismo místico; los días de las confirmaciones a las que asistía el obispo de Santiago y los niños recibían una cachetada declaratoria y una cruz en la frente, de manos del obispo.
Son dignos de citar los vía crucis a pie hacia Pueblo Nuevo, dirigidos por el reverendo Evangelista Disla; las procesiones del Viernes Santo o Santo Entierro, encabezados por Juan Taveras, Otoniel Acevedo, Rafael Reynoso, Chichito Rodríguez, Antonio Reyes Lozano. Los rosarios y peregrinaciones en tiempo de sequía, implorando a Dios por la lluvia; el lanzamiento de globos que iban a parar a Jaibón, la Caída y hasta Cana Chapetón para las patronales de la Santa Cruz el 14 de septiembre; la corrida de sortijas, sacos y el palo encebao. Los aguinaldos o mañanitas con la figura del Mano como Santa Claus, y amenizados por músicos y cantantes como Cachila, Cuco Sarit, Bolívar Ventura, Teodoro Rodríguez (Coplé), y sus respectivos jengibres en cada esquina de la ruta, en las navidades.
Los caballitos o tiovivo de Monclús, las sillas voladoras, la estrella giratoria, y la Gran Betina, trapecista que luego nos enteramos murió en su oficio, en otro país.
Su primer Gobernador Provincial fue en 1959, Don Manuel Evertz, culto y erudito.
En sus bares y cabarets se escuchaban los boleristas de moda en los años 50-60 como Bienvenido Granda, Toña la Negra, Fernando Valadez, Panchito Riset, Laserie, Nicolás Casimiro, Lope Balaguer, Elenita Santos, María Luisa Landín, Javier Solís y Fernando Álvarez, entre otros.
El principal era el Samoa, propiedad de Rigoberto y luego Quinín Santana; donde se presentó una buena parte de esos artistas, auspiciados por distintas casas licoreras, como Los Compadres, que fueron patrocinados por el Ron Jacas Especial, de Barceló C x A, década de 1950.
En dicho bar era costumbre presenciar a Minguito “La desgracia”, y su pareja para verlos bailar “La Bella Cubana” (Danzón) y en los fines de semana, eran fijos los Cachilas tocando sus clásicos, como “La llave” y “La Chiva ética”, pelética, peluda, pelitancuda.
Otros bares eran el Sidra de Nanito Sánchez, el Palmera, el Jimenoa, el Bombillo Rojo, el bar de Bourdier, Yoya, María marquesina, la Cuyaya, etc.
Eran famosas las películas del Teatro Jaragua anunciadas con altoparlante por Mariachi, un personaje maeño. “Indios y vaqueros, Quo Vadis, La pasión de Cristo, Lo que el viento se llevó, Zorba el griego, Doctor Zhivago”, etc. Este era propiedad de Ángel Tejada y luego administrado por Mario Evertz.
Un establecimiento muy concurrido era la botica de Don Ismael Reyes, de altos conocimientos farmacéuticos, que preparaba pócimas muy eficaces. También había zapaterías famosas, como: el Timbre (propiedad de el Chino), la de Rafaelito, en la Calle Santa Ana, la de Blas Ventura, el músico y otras.
Monumento a los héroes de la Restauración, en el parque Amado Franco Bidó
Recuerdo las retretas por las noches en el parque Amado Franco Bidó, donde cantidad de niños dábamos vueltas a la glorieta al compás del rítmico y pimentoso merengue que iba después del receso. Era magistral la dirección musical de parte de Antonia Arté (Tontón), Daniel Colón (Lucero) y Acides Bonilla, aunque en tiempos más remotos, las dirigieron Emilio Arté, Rubén Darío Portalatín, Luis Alberti, Lorenzo Bustamante y Carlos José Ostenwalder, entre los cantantes estaba Sergio García.
Mao fue uno de los primeros pueblos del país en el que hubo un hipódromo, cuyo ideólogo fue el español adoptado como maeño, Valentín García Viana, hombre de acrisolado amor al trabajo, un progresista, aunque Don Rafael Madera (Feso) también contribuyó en el mismo.
También en el Play de allá se escenificó una lidia o tauromaquia, aunque con uno toros famélicos que hicieron más que una competencia, una sátira taurina.
Un hecho trágico en la historia de Mao fue la volcadura de Mamey en 1943 en la que fallecieron 8 personas muy conocidas del pueblo, entre ellos la viuda de Salomón Hadad, lugarteniente del General Desiderio Arias, doña Estaurofina Pichardo de Hadad y los hijos de Eleodoro Tineo y Doña Delia Ureña.
Famosas eran las fiestas del Club Quisqueya, algunas de las que contaron con la presencia del Generalísimo Trujillo, quien bailó con algunas damiselas nativas.
Desde el punto de vista militar recordamos con pavor el bombardeo de la fortaleza General Benito Monción en noviembre de 1961 por la no rendición de su guarnición a la caída del régimen.
Otro suceso trágico más reciente fue el asesinato múltiple que cometió un guardia del Ejército Nacional, despechado por una hija de Eufrasio Cueto llamada Reina, matando unas 7 personas que no tenían que ver con el caso. (Años 1965-1970).
Especial mención merecen las ocurrencias y bailes de máscaras organizadas por Thelma Aquino Reyes viuda Brea; Las velas de Nina Tobías; el colmado de Filomena Espaillat; el fuego de la casa de Juan Taveras; los desfiles de modas de Ligia Amaro y Omar Jaen, el venezolano; los rezos y 9 días de Rafael Rodríguez Ramos (Niño); El mal de ojo de Bobita; las barberías de Andrés el mocho de Efigenia, Balao, Daniel, Punso, Caonabo, Homero; los salones de belleza de Ligia Amaro y Carmencita Reyes, la compra venta de Luis Deschamps, el sordo y la proeza de Mechita, quien cruzaba sumergido en el canal mayor por debajo de tres puentes consecutivos.
Un entretenimiento de Mao vigente desde hace mucho son las giras al río: El Balneario, la Compuerta, los Palitos, Mao Adentro, El Charco de los Indios, la Piragua, Los Mangos de Cuta Vargas, Martínez o Sabana Grande, y el chorro de Guayacanes, etc.
Nuestro pueblo ha producido prestigiosos médicos, abogados, escritores, periodistas, deportistas, ingenieros, agrónomos, artistas, maestros, diplomáticos y otros profesionales de gran valía y unas 10 reinas de belleza nacionales, además de habernos dado grandes héroes y mártires como los de la Batalla de la Barranquita, el 3 de Julio de 1916; los asesinados en la Era de Trujillo: don Francisco L. Madera Rodríguez (Panchito), Amado Colón, Victoriano Almánzar, Santiago Espaillat Ulloa, Gerardo Rodríguez Bonilla, Chicho Rodríguez, Pericles Disla y Salomón Haddad, entre otros; los que murieron en Manaclas junto a Manolo Tavárez Justo (Papito Ramírez; Manuel de Jesús Fondeur o Piculín y José de los Santos Reyes o Reyito) y los sobrevivientes Joseíto Crespo Minaya, Rafael Crespo Minaya (Rafita), Rafael Reyes Gómez (Pitifia), Arnulfo Reyes Gómez y otros. En la Revolución Constitucionalista de Abril del 1965, el coronel Rafael Fernández Domínguez (de Jicomé, Esperanza), Juan Miguel Román, Ledesma Colón y Euclides Morillo (también de Esperanza) y Manuel de Jesús Hadad (Milet), ex gobernador vilmente asesinado en las cercanías de Santiago y los sobrevivientes: Juan Antonio Muñoz (Pango), Tito Cabrera, Evelio Martínez, Sergio Peña y otros. Los sobrevivientes del 14 de junio fueron: Fulvio Felipe, Pedro Felipe, Yoryi Morel, Monchy Valerio, Carlos Bogaert (Charles), Dr. Luis Rafael Gómez Pérez y otros.
Mao tiene una cantera de personajes pintorescos que alegraron con sus ocurrencias a los habitantes como son: Don Poro, Tororé, Eloisa, Mandufe, Ramón Bonilla, Dominguito Reyes, Turrú, Valetoño, Júa, el Bizco (de Cocín), Pariro, Melliza, Vitoi, Miracielo, Corombo, Segueta, el Mayor de la C.D.E, cuyo apodo es impublicable, Pedro Mao, Felí Moquillo, el Eléctrico, Ñenga, Moronta, Marrañao, Catarey, Ojo verde, Cuero gordo, Pisón, Fello Totín con sus 104 hijos, Corina y Sabita Rodríguez, Biencito Gómez, Cónfiro Valito, Joselito Bonilla Marrero (Campanero), René Crespo Minaya, etc.
Designado por su “Homero” más fecundo Don Juan de Js. Reyes como la “Villa de los Crepúsculos del Rojo de las Tunas” en Mao se compusieron y musicalizaron piezas que son clásicos del cancionero nacional como “Aquel 19” de Marina Tió Brea y Radhamés Reyes Alfau; La india Soberbia de Juan Lockward para Julita Tió; Valverde de Luis Alberti y Menéame los Mangos de Piro Valerio y María Reyes Cabral Vda. Madera.
Nuestro pueblo produjo una de las mejores voces del país, el Barítono Guarionex Aquino, dos veces gobernador provincial, y saxofonistas de la talla de Juan Colón y Humberto Reyes (El Chivo) ambos músicos de la Orquesta de Rafael Solano y Coreógrafos como Leo Crespo y Chiqui Hadad.
Y para cerrar con broche de oro, Mao fue cuna de uno de los políticos más destacados del siglo XX, el Dr. José Fco. Peña Gómez, tan nuestro como las cristalinas aguas del caudaloso río Mao y en la primera mitad de dicho siglo, del Gral. Desiderio Arias, quien tuvo hegemonía en la zona y traicionado por un pacto que Trujillo nunca cumplió.
Debe destacarse que en Guayacanes de Mao, pernoctó el Apóstol de la libertad de Cuba José Martí, en el descanso que requería su viaje junto al Gral. Máximo Gómez, desde Montecristi hacia Santiago, el cual se realizaba a caballo, esto fue en la residencia eglógica de la distinguida familia Chávez Calderón en los años de 1892 a 1895; Doña Ceferina Calderón de Chávez, dama de fina estirpe, fue quien también salvó la vida al Brigadier español Buceta en las guerras de la Restauración, gesto de samaritana y no de traición a la patria, pues habían perdido la guerra. Su hijo Pedrito Chávez y Nonino Pons, más tarde salvaron la vida en la Era de Trujillo a los esposos Dr. Leovigilio Cuello y Doña Carolina Mainardi (Conina).
Epilogando, Mao es un pueblo encantador, sus atardecidas y su gente le dan un toque especial; la polícroma flora nativa tiene contrastes que van desde los verdes arrozales llaneros a las hirsutas masetas y oteros que engalanan ambas cordilleras, pues como es una mesopotamia, tiene una vertiente septentrional poblada de amapolas que enrojecen el panorama entre Guayacanes y los Hidalgos (Mamey) con ribetes paradisíacos y en las estribaciones de la cordillera central, sus faldas pobladas de cactáceas (tunales, magueyales y guasabarales) donde cantan ruiseñores y tórtolas y en sus cúspides, pinos y casuarinas se enseñorean compitiendo a quien alcance primero el firmamento, entre el melodioso canto de la calandria y el pitirre. En la picardía del maeño se entona un estribillo que reza así: “El cura de Mao se ha degaritao, y la gente dice que no vuelve a Mao”.
EXQUISITECES MAEÑAS
El puerco asao de Tinita, El arroz Toño Brea, la boruga de Pepe, la longaniza de Tina Bonilla, el pan de Ismaelito Reyes, el dulce de Anita su esposa, los Kipes de Ninín Santana, los mantecados de Tatá Santana, el mabí y suavecitos de Pasito García, el mondongo de la parada, el melao de Mayía, la fonda de Mateo; los chicharrones de Niño el hijo de Dominguito el sordo; el chocolate de Julio Campeón; arroz con pollo del Chino en el Samoa Bar; Panecicos de la Sierra; carbón de aroma, casabe de Monción, vinagre Patrón Santiago de Chichito Rodríguez, velones y velas; el bizcocho de King; frío – frío de Sebastián; hielo de Yuyú; dulce de leche de Doña Nía Madera, leche de Doña Sixia Peña, dulce de Carpín Crespo; los comedores de: Celeste, Pelagio y Nepo Núñez, la carne frita del Bacano, gofio, melcocha y canquiña de Fife Corcino; Fonda de Beatriz y Patria la de Alexis, la leche batida de la barra Central; los caramelos de Consuelo Colón, los mangos bullitas del ventorrillo de Lula, el café de Potó, la leche de Alberto Disla y los plátanos de Milito.
TRADICIONES MAEÑAS: Procesiones del Viernes Santo
Reverendo Fernando A. Franco Benoit
Una de las estampas religiosas de nuestro pueblo que más añora mi mente adulta, son esos desfiles o procesiones sacras que se celebraban, y aun celebran en mi pueblo, cargadas de regocijo y fervor místicos, propio de las mas prístinas cofradías romanas y judeo cristianas, conmemorando la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, luego de pasar las clásicas penurias y humillaciones abyectas, que ser humano alguno resistiera a través de los evos.
Se realizaba el Viacrucis dentro de la procesión misma que constaba de catorce estaciones caracterizadas cada una por diferentes estados anímicos de sufrimiento, postración, y flagelación, entre los que hemos de recordar tres caídas con la cruz a cuestas, corona de espinas, rostro demacrado, debido a los estigmas impresos en las sienes y el costado traspasado por el filo de una lanza; labios sedientos y deshidratados a los que mitigaron la sed con vinagre, empapado en una especie de gasa impregnada por dicha acerba sustancia. Escarnio y burla por un lado; el Cirineo y la Verónica ayudando con la cruz y enjugando el rostro mustio y macilento de Nuestro Señor; con rostro triste y doloroso pero rodeado de una paz que vence el rictus de sufrimiento que se irradia a toda la humanidad, a través de su luz.
Las mujeres de Jerusalem representadas por devotas de distintas hermandades (cofradías) de la Parroquia Santa Cruz de Mao. Todo con un toque maeño teatralizado por gente del pueblo sin estudios de dramaturgia ni actorales, sino aprendidos a fuerza de escudriñar las Sagradas Escrituras, sin estereotipos ni estridencias y de escuchar las homilías y prédicas del presbítero Monseñor Fernando Arturo Franco Benoit, un pastor reverente y digno vicario de Cristo en el terruño maeño.
No faltaban los cargadores o costaleros de las imágenes, que sostenían el sarcófago del Santo Entierro y la Dolorosa, hermosa imagen de la Virgen María, que aunque llorosa y triste, pañuelo blanco en mano y toda vestida de negro, presidía la aparición del féretro con los restos del Hijo Amado.
En Mao siempre jugaron ese rol por varias décadas, un grupo de caballeros altagracianos entre los que destacan: Otoniel Acevedo, Juan Taveras, Neney Peralta, Antonio Reyes Lozano, Rafael Reynoso, Chichito Rodríguez y Luis Peña y otros, quienes cantaban himnos como “Pequé pequé, Dios mío” “Piedad, Señor piedad”, Si grandes son mis culpas, mayor es tu bondad”, Bis, entonados también por el resto de la concurrencia.
Es digno de señalar el ministerio de evangelización centrado en el anuncio o kerigma de “Cristo Vive”, seguido de “Ego Sum Principium Et finis, Primus et novissimus. Alfa et Omega”. Yo soy el Principio y el Fin. El primero y el Último. El Alfa y la Omega, leído por Monseñor Fernando Arturo Franco Benoit, vestido de púrpura, como exige la liturgia católica.
Todo este desfile o procesión del Santo Entierro iba precedido por una eucaristía o misa, oficiada por el Reverendo Franco ya citado, el cual cumplía con un ritual en latín cantado y luego venia el Sermón de las 7 Palabras, encabezado por “Eli, Eli, Lamma Sabactani”, lo que quiere decir “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”; frase que consagra la pascua de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Nunca faltaba un cirio encendido en el altar mayor, con rosas a sus pies, el cual es una alegoría del Sol Invictus, que no se extingue, con la omnipresencia de Jesús a pesar de su muerte en la cruz. Las rosas alegóricas de la primavera boreal, que despunta a partir del 21 de marzo, fecha muy cercana y a veces coincidente con la Semana Mayor, luego venía el Sábado de Gloria, con todo el duelo, recogimiento y silencio citadino propios de dicha conmemoración eclesiástica, para oficiar la misa concelebrada de 10:00 a 12:00 de la noche, en la que se conmemora el día más grande de la religión católica, judeo-cristiana “la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo”, con repique de campanas y develizamiento de las imágenes que eran cubiertas con tela, como parte de los ritos sacramentales.
Como epílogo, exhorto a todos mis compueblanos y demás, seguir respetando nuestras tradiciones, aún se incursione en otros credos, pues quienes abjuran a sus valores culturales y su legado ancestral, pierden su esencia misma, renuncian a sus orígenes primigenios, esa escala de valores inalienables que nos conforman como pueblo, como nación.
“Yo no creo en imágenes ni ídolos, pero los respeto, crecí con ellos y son parte de mi”.
El autor es médico, historiador y escritor.
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miércoles, 20 de julio de 2011
MAO EN MI RECUERDO
Por Dr. Guarionex Flores Liranzo
Don Otoniel fue nuestro vecino en la calle Agustín Cabral de Mao en la década del 1950. También fue el primer dentista que conocí. Tenía ese cierto aire maligno que para un niño significaba lucir una bata blanca con algunas manchas de sangre de los (para mi) desdichados que acudían a abrir sus bocas ante el enérgico don Otoniel. Yo tenía otro temor hacia mi vecino, derivado de la manía que tenía, junto a Rafael Salomón (Mone), el hijo mayor de Milet Haddad, de subirnos en la verja de la casa del dentista, para meter la mano en una especie de copones de cemento, y sacar el agua puerca que dejaba la lluvia. Cuando don Otoniel nos pescaba en esa acción nos corría, a la par que emitía la amenaza más terrible para un niño: ¡Los voy a guindar por la bolsa! Esto bastaba para que por la siguiente media hora desistiéramos de repetir el acto que enojaba a don Otoniel.
A veces los niños de la cuadra atisbábamos desde la acera la labor de don Otoniel en su consultorio ubicado en el extremo izquierdo delantero de la casa familiar que compartía con su adorable esposa, doña Velisa y dos de sus hijos, Sixto y Catalina. Además estaban criando una niña llamada Ivelisse. Para activar el mecanismo de su taladro, don Otoniel tenía que accionar continuamente un pedal con una correa en el surco de una rueda, similar al de las máquinas de coser. La energía cinética de la volanta se transmitía por un ingenioso juego de cuerdas y poleas hasta el instrumento de tortura. Las tenazas de don Otoniel también me infundían un respeto reverente.
Doña Velisa enseñó a mi madre muchos trucos de costura, cocina, remedios caseros para los niños y hacía las veces de madre con ella cuando algo la apesadumbraba. En el interior de su casa había un columpio de madera con dos asientos enfrentados, que constituía para mi un asombro de la ingeniería y un lujo que envidiaba.
En el callejón que separaba nuestras casas, mi hermano Miguel y yo hurgábamos furtivamente en el zafacón del consultorio, en busca de una especie de reglitas de plástico rojo, que en una excavación contenía una especie de cera del mismo color. Desconozco el uso que daba don Otoniel a esos artefactos, pero cuando en mi casa nos sorprendían con esos tesoros podíamos cosechar algunos correazos, pues transgredíamos la prohibición de meter las manos donde iban a parar las muelas de los pacientes. El uso que mi hermano y yo dábamos a aquella cera sorprenderá por lo diabólico: alguien nos enseñó a hacer una bolita asegurada al extremo de un cordoncito, para dejarla caer en las cuevas que las numerosas arañas ´´cacatas´´excavaban en nuestro patio. El objetivo era provocar el ataque defensivo del insecto, que si era lo suficientemente agresivo, halábamos (aferrado a la pelotita) fuera de su morada, para matarlo.
Don Otoniel era un hombre de carácter, pero además era un munícipe destacado, y participaba en las actividades culturales del pueblo tocando su violín. Recuerdo que al menos uno de los hijos mayores era también músico, y cuando visitaba sus padres, traía un bandoneón.
Don Otoniel Acevedo salió de mi vida cuando el destino alejó mi familia del pueblo que nos vio nacer, pero sé que permanece en el recuerdo de todos los que le conocieron. Siga leyendo...
AÑORANZAS
Por Víctor Rafael Ventura Tejada
Con mucha modestia quiero hacer participes a todos los lectores de esta importante página de cosas que hacen recordar los tiempos pasados que lógicamente son de la extrema infancia; aunque más bien sean flash de nuestra infancia, como son las que siguen : Recuerdo bien cuando el señor Faustino Rodríguez, dueño a la sazón del otrora Bar Casino, o Casino Mao, bar decente donde asistían las grandes personalidades de la sociedad maeña; me acuerdo que el entonces síndico de Mao, ido a destiempo Milet Haddad, era un asiduo visitante de este establecimiento, muy amigo de la Familia Tejada , quienes vivían contiguamente al bar. En este espacio aprendimos a bailar todos los muchachos del barrio el Rincón, a excepción de algunos como mi primo Mimico que sin embargo hoy día goza de la popularidad en su oficio de tablajero en el referido barrio. En este lugar de diversión bailábamos las famosas guarachas, sones, cha-cha- chá, danzones y los más afamados boleros de los años 50 y décadas de los 60. Pero lo que más recuerdos me trae es el famoso Moro con carne guisada, las albóndigas, las butifarras y longaniza que con manos diestra producía doña Nena, esposa de Faustino que con sus sazones nos dejaba con la boca abierta y a veces el deseo incompleto de saciar una ilusión.
En otro orden recuerdo a un gran personaje del barrio el rincón que hoy por la gracias de Dios contamos con su presencia , aunque ya agotadas sus fuerzas por los implacables años; donde muchos maeños se dieron cita a tomar el suculento guayao que con un gusto inigualable preparaba con el agua hervida (costumbre que todavía hoy mantiene) ; quien desde pequeño me enseñó a ganarme mi sustento ya que quien suscribe era jefe de zona en la venta del famoso biembesabe y el llamativo villané, cuando hablo de zona de venta , me refiero a la zona de los Cambrones donde recuerdo muy bien al señor Banano comerciante muy famoso ; también repartíamos la venta en la zona de Sibila, barrios estos que en ese entonces eran los más activos. Este personaje al que refiero se trata de: Don Camilo Lombert y su esposa Doña Francisca en el Rincón. En otra ocasión seguiremos con más añoranzas.
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jueves, 11 de noviembre de 2010
MAMACÍA Y YO
¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar!
Por Fernando Ferreira Azcona
En mi artículo anterior, “Nuestras Vacaciones en El Rubio”, comenté acerca de cuánto anhelábamos nosotros la llegada del 30 de Junio, para irnos por tres meses a El Rubio, donde nuestros abuelos maternos, y lo mucho que disfrutábamos esas vacaciones. Por razones de espacio, omití algunos estribillos de las rancheras que escuchábamos en nuestro trayecto a lomo de caballo, hace ya más de medio siglo, como: “ay, ay, ay canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”, “y la ingrata calandria, después que la soltó, tan pronto se vio libre, voló, voló y voló”, entre otros.
Pero, más importante, omití la tierna relación abuela – nieto, que viví junto a mi adorada Mamacía (Lucía Azcona de Azcona). De inicio, se hace necesaria una acotación, como diría mi hermano Evelio Martínez.
Para aquellos lectores de MEEC que no lo han notado, de todos los hermanos, yo soy quien tiene la tez más oscura, y cuando yo llegué a este mundo, ya Estanislao, Norman, Lourdes, Fausto y Ana Delsa (QEPD), todos “blancos” y de ojos claros, correteaban a sus anchas.
De tal manera, que cuando yo nací, la comadrona que atendió a Mamá, al verme, exclamó: “Ay, éste es Azcona puro”, ya que a decir de Mamacía, nací “prieto y sin un pelo en la cabeza”. Y la verdad es que la única foto que tengo de bebé, no sé si por lo atrasado de la fotografía en esa época o porque la cámara captó la realidad, salí “prieto de verdad”.
La expresión de la comadrona, que hasta hace unos días recordaba su nombre, citada en el párrafo anterior, fue la herramienta que creó un puente invisible de afecto y amor filial entre Mamacia y yo, quien según ella expresaba, era su nieto preferido.
Sus manifestaciones de preferencia llegaban a tal punto, que Tía Celeste, su hija más pequeña llegó a sentirse “desplazada” durante nuestra estancia vacacional en El Rubio. Esto así, porque algunos “cariñitos” de los cuales ella disfrutaba, en su calidad de “nidal”, como el último traguito de café de su jarrito esmaltado y hornear pequeñas tortas de casabe rellenas de maní, entre otras, pasaban a ser míos.
Al caer la tarde, yo me sentaba “horas muertas” en las piernas de mi querida Vieja, quien era regordeta, y durante todo ese tiempo, ella pasaba sus manos por mi negra y lacia cabellera, y no se cansaba de decirme lo bello que yo era y lo mucho que ella me quería. Si llegaba alguna vecina o familiar no muy cercano, y notaba el color de mis ojos, la primera que rechazaba que fueran verdes, era Mamacía. Pues según ella, estos son “color del tiempo”, e insistía con autoridad, “No dejes que nadie diga que tus ojos son verdes. Son color del tiempo”, aludiendo que estos cambian de color “según el tiempo”.
Y es verdad. Estos cambian de color, pero yo creo que responden más a mi estado anímico, que al tiempo, porque cuando estoy de mal humor, se tornan amarillentos, y cuando estoy en paz, rodeado del amor familiar, de Nana, mis hijos y mis nietos, se tornan completamente verdes. Como colofón, en el trabajo, lo han notado y cuando me ven llegar con los ojos amarillentos, “andan pianitos”. Hasta he llegado a escuchar comentarios: “El hombre está hoy intransitable. Hay que esperar que se le baje la marea”.
De mi relación maternal con Mamacía recuerdo, entre muchas otras cosas, que cada vez que nuestras vacaciones en El Rubio estaban por terminar, ella me decía: “Ay mi hijo, esta es la última vez que tú me ves con vida. Ya esta pobre vieja no aguanta más y se muere cualquier día de estos”. Ahí mismo empezaba la lloradera, pues no concebía que ella pudiese morir, si yo la quería tanto.
Esta escena se repetía año con año, tanto al finalizar las vacaciones de verano, como las navideñas. Pero, como dice la canción de Alberto Cortés, “vinieron tiempos de estudios”, y nuestras vacaciones en El Rubio se fueron espaciando. Sin embargo, cada vez que volvíamos de visita, aunque fuera para regresar el mismo día, la despedida de la Vieja era la misma, y las lágrimas volvían a correr a raudales. Ya al final, nos acostumbramos y mejor nos mofábamos de “su letanía”.
En el ínterin, como nosotros no podíamos ir a El Rubio con la frecuencia acostumbrada, ni permanecer todo el tiempo que a ella le gustaría, Mamacía viajaba a Mao y se hospedaba indistintamente “en la vieja casona de madera” o donde Talla, “hasta que se cansaba de molestar” como ella decía. Entonces, teníamos que llevarla a su casa, y volver a buscarla cuando ella ordenara.
Pasaron tres o cuatro lustros, y el 4 de Agosto de 1972, cuando Nana y yo regresamos de Cornell University, Mamacía que estaba en Mao, me recibió con este saludo: “Mi hijo, sólo estaba esperando a que tú llegaras para irme a morir para mi rancho”. Como ya habíamos creado una coraza, la abracé, la besé y rechacé su premonición, de manera jocosa y cariñosa. Pero, ella insistió que esta vez sí era verdad, y que estaba esperando a que Nana y yo llegáramos, porque “no podía irse sin vernos y sin darnos su bendición”.
Unos días más tarde, me pidió que la llevara a El Rubio, a lo cual accedí. Nana no hizo el viaje porque “se sentía rara”. Dos días después, me dijo que creía que estaba embarazada. Llamé a Norman y a Lucía y salimos para el laboratorio a hacerle el Gravindex (prueba de embarazo) en sangre.
Mientras esperaba los resultados de la prueba de embarazo, llegó Domingo Rodríguez y me preguntó: ¿Compadre, usted me puede acompañar a allí? Por unos segundos me quedé mirando fijamente a mi compadre Domingo y le respondí con la siguiente pregunta: ¿Se murió Mamacía? Domingo, que no esperaba esa pregunta, se turbó, pero me lo negó rotundamente. Sin embargo, yo insistí y le dije: “Compadre, no me lo niegue. Yo sé que el allí a que usted se refiere es El Rubio, y que Mamacía acaba de fallecer…”
¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar! Siga leyendo...
domingo, 31 de octubre de 2010
NUESTRAS VACACIONES EN EL RUBIO
A nosotros los muchachos nos tocaba alternativamente, ir al Río Ámina, por El Corozo, a buscar el agua que íbamos a tomar ese día [...] Teníamos que meternos, a las 6:00 de la mañana, en esa agua helada, hasta las tetillas, en charcos en que el agua fluyera libremente, para evitar coger el agua con asientos, basura o pajas. Si no lo hacíamos así, el control de calidad nos hacía volver al Río Ámina y cumplir con dichos estándares.
Por Fernando Ferreira Azcona
El Rubio, es una pequeña comarca que pertenece al Municipio de San José de las Matas, pero igual podría pertenecer al Municipio de Monción, ya que se encuentra equidistante de ambos municipios. Allí nacieron, se criaron y contrajeron nupcias, nuestros abuelos maternos Ceferino Azcona (Papánino) y Lucía Azcona (Mamacía). De tal manera, que allí nacieron y se criaron todos sus hijos, incluyendo, obviamente, a nuestra adorada Madre, Ana Rosa (Nena) Azcona Azcona.
Papánino era la dulzura, la sapiencia y la paciencia convertidas en hombre. Nunca te decía que no y siempre tenía un consejo, basado en la sabiduría que da la vida y el arte de observar que caracteriza a nuestros campesinos, “en la punta de la lengua”. Mamacía era tierna y amorosa. Melosa, diría yo. Pero, era la batuta de la casa, y a ella, nos refería sabiamente Papánino, cuando la respuesta era no.
Sus doce hijos les dieron un montón de nietos. Creo que pasamos de 75 en total, y todos “éramos locos” con nuestros queridos abuelos. Así que los nietos Ferreira Azcona “éramos fijos” en El Rubio, durante nuestras vacaciones de verano y navideñas.
El 30 de Junio, Día del Maestro, fecha que esperábamos con entusiasmo, “sin mancar”, llegaba Papánino a nuestra casa, con una recua de caballos, mulos, y hasta burros, acompañado de algunos de los primos más viejos, quienes le asistían en la tarea de transportarnos el día siguiente a El Rubio. De allí, regresábamos a Mao, en día antes de que se abriesen las escuelas para el próximo año escolar.
Salíamos hacia El Rubio de madrugada, 3:00 – 3:30 AM, con el propósito de evitar el sol candente alrededor del mediodía. Cruzábamos el Río Mao, ya fuese por el Paso de Jiménez o por el Paso del Mamón, mucho antes del amanecer. En muchas ocasiones, por desconocimiento, cometimos la imprudencia de lanzarnos al Río Mao crecido, y sólo nos enterábamos de la osadía cuando llegábamos a El Rubio, y los lugareños se asombraban de que habíamos cruzado dicho Río, con la “creciente” que llevaba.
En nuestro trayecto, nos deteníamos en La Leonor a desayunarnos con la alforja que Mamá nos preparaba para el camino, porque Talla, por no dejar “a sus hijos solos”, se iba con nosotros para El Rubio y se pasaba los tres meses allá.
Recuerdo perfectamente el recorrido a lomo de caballo y los programas de música mexicana que escuchaban al amanecer, los pocos campesinos que tenían radios de batería. Era la época de Pedro Infante, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía y otros ases de la música ranchera. Los clásicos de hoy, eran los hits del momento, en aquellos años. "Cuidado Juan que por ahí te andan buscando, son muchos hombres no te vayan a matar...", viene a la mente.
Asimismo, recuerdo que cuando veíamos algún valle intramontano, con un precioso conuco sembrado de maíz, yuca, batata u otro rubro que sembraban los campesinos para autoabastecerse alimentariamente, nosotros, niños de corta edad, expresábamos: “Que desperdicio. Tú sabes el play que se puede hacer ahí”.
También viene a mi mente el recuerdo de cuando los más grandes atosigaban mucho los caballos en que iban montados, Papánino, a quien nada lo sacaba de su paso, les voceaba, implorándoles: “Mis hijos, conduélanse de esos pobres animales y sáquenle el cluche” (debió ser el acelerador, pero él decía así).
Ya en El Rubio, teníamos que incorporarnos a las labores cotidianas, igual que todo el mundo. Nada de trato preferencial a los vacacionistas, ni de privilegios para los pueblerinos. Papánino y Mamacía se levantaban todos los días antes del amanecer, y esa hora marcaba el inicio de la jornada.
Primero las oraciones al Altísimo: “El Ángel del Señor anunció a María…”, decía Papánino, a lo cual Mamacía le respondía: “Hágase en mí según tu palabra”, y por ahí seguían las oraciones. Luego, el aseo matinal, seguido de un sabroso café retinto, acabado de colar (colado en colador de tela), en jarritos esmaltados. Posteriormente, el ordeño de las dos o tres vaquitas, que daban más pena que leche, y… para el conuco, en ayunas.
A nosotros los muchachos nos tocaba alternativamente, ir al Río Ámina, por El Corozo, a buscar el agua que íbamos a tomar ese día, pues el agua del Río Güanajuma, que quedaba a unos minutos de El Rubio, tenía sabor a pomos, un árbol que crece a orillas de los ríos y arroyos. Teníamos que meternos, a las 6:00 de la mañana, en esa agua helada, hasta las tetillas, en charcos en que el agua fluyera libremente, para evitar coger el agua con asientos, basura o pajas. Si no lo hacíamos así, el control de calidad nos hacía volver al Río Ámina y cumplir con dichos estándares.
Otros nietos iban a llevarles el desayuno al conuco, al abuelo y a los tíos. Eran años de abundancia. Llovía con frecuencia y abundantemente, razón por la cual la tierra era pródiga en producir los alimentos que necesitaba el campesino para comer bien. Asimismo, las pequeñas piaras porcinas, uno que otro becerro y la crianza doméstica de gallinas garantizaban la disponibilidad de carnes y huevos.
Añoro aquellos desayunos de bollos de harina de maíz acabada de moler, con huevos fritos en manteca de cerdo (quien no ha probado alimentos cocinados con este ingrediente, no sabe el sabor que se está perdiendo) y un sabroso aguacate per cápita. Se me hace la boca agua, cuando recuerdo aquel sazón campesino completamente natural, sin caldos de gallina, ni químico alguno de los que hoy usamos. ¡Y las habichuelas guisadas! ¡Y aquellos sancochos y sopas “made in Tía Margot”!
Y no nos olvidemos de la abundancia de frutas tropicales: mangos, cajuiles, guanábana, anónes, etc. Entre las variedades de mango preferidas, recuerdo los mameyitos, bullita, vizcaínos (largos) y los mariposa, que nadie lo quería, porque “le caían muchos gusanos”.
Cuando terminaban nuestras vacaciones, regresábamos a Mao, quemados por el sol y con varias libras más de peso. ¡Qué tiempos aquellos, y qué manera de disfrutar en una sociedad sin malicias y con una vocación de servir sin límites! ¡Allí nos sentíamos como príncipes!
Gracias a Papánino, a Mamacía y a todos mis tíos por las vivencias y los gratos recuerdos. A todos, los llevo constantemente en mi mente y en mi corazón. Siga leyendo...