martes, 27 de mayo de 2014
EL RINCÓN DE PAPITO - 2
Por Dionel Capellán (Papito Rincón)
Comenzaré diciendo que los años escolares fueron tiempos felices y aunque nunca fui sobresaliente en los estudios, disfrutaba como el que más y siempre ponía la mejor cara aun la situación fuera difícil. El octavo curso fue particularmente "interesante" por la cantidad de estudiantes que se acumulaban en un pequeño salón. Allí se juntaron los tres octavos: el de Lavinia, el de Leca Díaz y el de Eduardo Pou. Pero sobrevivimos.
Ahora empieza el esfuerzo mayor para tratar de acordarme de mis compañeros de aula en el Liceo. Les pido disculpas a los que no mencione y que a mí no me culpen, sino que culpen al alemán afrentoso, Don Alz.
En el primer teórico nos encontrábamos Pablito Peña, Santiago el de Pancholo, Monchy Valerio, Rolando Cuchara, Próspero, Napoleón Mejía, Nelson Tió, los dos gordos de Gilma Franco, Bogaert, Chichí Morel, Abigail, Leonel Sosa, Ninito Colón, Juan Colón, Ramón Colón, Pedro Andrés Reyes, Ernestico Castellanos, Fonso Ferreira, Doni Reyes, Rafael Gómez y Papito Rincón, un servidor.
Recuerdo que cuando me paraba por las puertas del 2do teórico alcanzaba a ver a Fernan Ferreira, Monchy Colón, Diogenito Castellanos, Arismendy Herrera, Rubén Rodríguez, César Brea, Persio Rodríguez, Ningue Taveras, Chelo Díaz, Isidro Ventura, Juan Eladio Castellanos, Enriquillo Valerio, Güinche Cercet, Athos Reyes, José "Calereta", Cheo Minier y Manuelito Ferreira.
En tercero recuerdo a Carlitos Vargas, Lilito Rodríguez, Manueíto Colón, Ambriorix, de Guayacanes; Luis Magen, de Hatico; Pacheco, de Hatico; Quiquito Bonilla, Josefina Disla, Fernanda Quiñones, Meco Almánzar, Adolfina Torres, Miguelina González y Semíramis Olivo.
Luego me fui a la Normal Católica y cuando regresé al Liceo Público, fue a tercero. Entonces tuve de compañeros de clases a Sixto Crespo, Milito Reyes, Mingo Díaz, "Guicha" Vargas, Raúl Feliciano, Rafael Valdez, Papuro, Leo Marrero; Serrata y Peralta, dos compañeros de Monción; Bony, Ucha y Acevedo, de Mamey; Nicelia Fernández, Dalila, Mercedes Cortés y 3 de Monción; Joselín Rodríguez, Mayra Rodríguez, Danny, la hoy esposa de Manuelito Ferreira, Yolanda, Miguelina Muñoz, Domínica Pilarte, Josefina Acevedo, Élcida, de Hatico; Puro Madera, de Ámina y Juan Ramón, el Búcaro; Maritza, de Laguna Salada.
Como nota final, de los cuartos teóricos no tengo muchos recuerdos. Vienen a la mente, en Filosofía y Letras, Héctor Comas, Arturo Rodríguez, Nenito Lozada y no recuerdo más...
En Matemáticas estaba Rico Minier, pero no recuerdo más. Lo único que sé es que no llegaban a 5.
Y ya en cuarto de Naturales, fuimos los mismos de tercero.
Esos son los gratos recuerdos que atesoro de esos años del Liceo de Mao, en la época que nos tocó pasar por el Partido Dominicano.
¡Buenos tiempos!
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jueves, 11 de noviembre de 2010
MAMACÍA Y YO
¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar!
Por Fernando Ferreira Azcona
En mi artículo anterior, “Nuestras Vacaciones en El Rubio”, comenté acerca de cuánto anhelábamos nosotros la llegada del 30 de Junio, para irnos por tres meses a El Rubio, donde nuestros abuelos maternos, y lo mucho que disfrutábamos esas vacaciones. Por razones de espacio, omití algunos estribillos de las rancheras que escuchábamos en nuestro trayecto a lomo de caballo, hace ya más de medio siglo, como: “ay, ay, ay canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”, “y la ingrata calandria, después que la soltó, tan pronto se vio libre, voló, voló y voló”, entre otros.
Pero, más importante, omití la tierna relación abuela – nieto, que viví junto a mi adorada Mamacía (Lucía Azcona de Azcona). De inicio, se hace necesaria una acotación, como diría mi hermano Evelio Martínez.
Para aquellos lectores de MEEC que no lo han notado, de todos los hermanos, yo soy quien tiene la tez más oscura, y cuando yo llegué a este mundo, ya Estanislao, Norman, Lourdes, Fausto y Ana Delsa (QEPD), todos “blancos” y de ojos claros, correteaban a sus anchas.
De tal manera, que cuando yo nací, la comadrona que atendió a Mamá, al verme, exclamó: “Ay, éste es Azcona puro”, ya que a decir de Mamacía, nací “prieto y sin un pelo en la cabeza”. Y la verdad es que la única foto que tengo de bebé, no sé si por lo atrasado de la fotografía en esa época o porque la cámara captó la realidad, salí “prieto de verdad”.
La expresión de la comadrona, que hasta hace unos días recordaba su nombre, citada en el párrafo anterior, fue la herramienta que creó un puente invisible de afecto y amor filial entre Mamacia y yo, quien según ella expresaba, era su nieto preferido.
Sus manifestaciones de preferencia llegaban a tal punto, que Tía Celeste, su hija más pequeña llegó a sentirse “desplazada” durante nuestra estancia vacacional en El Rubio. Esto así, porque algunos “cariñitos” de los cuales ella disfrutaba, en su calidad de “nidal”, como el último traguito de café de su jarrito esmaltado y hornear pequeñas tortas de casabe rellenas de maní, entre otras, pasaban a ser míos.
Al caer la tarde, yo me sentaba “horas muertas” en las piernas de mi querida Vieja, quien era regordeta, y durante todo ese tiempo, ella pasaba sus manos por mi negra y lacia cabellera, y no se cansaba de decirme lo bello que yo era y lo mucho que ella me quería. Si llegaba alguna vecina o familiar no muy cercano, y notaba el color de mis ojos, la primera que rechazaba que fueran verdes, era Mamacía. Pues según ella, estos son “color del tiempo”, e insistía con autoridad, “No dejes que nadie diga que tus ojos son verdes. Son color del tiempo”, aludiendo que estos cambian de color “según el tiempo”.
Y es verdad. Estos cambian de color, pero yo creo que responden más a mi estado anímico, que al tiempo, porque cuando estoy de mal humor, se tornan amarillentos, y cuando estoy en paz, rodeado del amor familiar, de Nana, mis hijos y mis nietos, se tornan completamente verdes. Como colofón, en el trabajo, lo han notado y cuando me ven llegar con los ojos amarillentos, “andan pianitos”. Hasta he llegado a escuchar comentarios: “El hombre está hoy intransitable. Hay que esperar que se le baje la marea”.
De mi relación maternal con Mamacía recuerdo, entre muchas otras cosas, que cada vez que nuestras vacaciones en El Rubio estaban por terminar, ella me decía: “Ay mi hijo, esta es la última vez que tú me ves con vida. Ya esta pobre vieja no aguanta más y se muere cualquier día de estos”. Ahí mismo empezaba la lloradera, pues no concebía que ella pudiese morir, si yo la quería tanto.
Esta escena se repetía año con año, tanto al finalizar las vacaciones de verano, como las navideñas. Pero, como dice la canción de Alberto Cortés, “vinieron tiempos de estudios”, y nuestras vacaciones en El Rubio se fueron espaciando. Sin embargo, cada vez que volvíamos de visita, aunque fuera para regresar el mismo día, la despedida de la Vieja era la misma, y las lágrimas volvían a correr a raudales. Ya al final, nos acostumbramos y mejor nos mofábamos de “su letanía”.
En el ínterin, como nosotros no podíamos ir a El Rubio con la frecuencia acostumbrada, ni permanecer todo el tiempo que a ella le gustaría, Mamacía viajaba a Mao y se hospedaba indistintamente “en la vieja casona de madera” o donde Talla, “hasta que se cansaba de molestar” como ella decía. Entonces, teníamos que llevarla a su casa, y volver a buscarla cuando ella ordenara.
Pasaron tres o cuatro lustros, y el 4 de Agosto de 1972, cuando Nana y yo regresamos de Cornell University, Mamacía que estaba en Mao, me recibió con este saludo: “Mi hijo, sólo estaba esperando a que tú llegaras para irme a morir para mi rancho”. Como ya habíamos creado una coraza, la abracé, la besé y rechacé su premonición, de manera jocosa y cariñosa. Pero, ella insistió que esta vez sí era verdad, y que estaba esperando a que Nana y yo llegáramos, porque “no podía irse sin vernos y sin darnos su bendición”.
Unos días más tarde, me pidió que la llevara a El Rubio, a lo cual accedí. Nana no hizo el viaje porque “se sentía rara”. Dos días después, me dijo que creía que estaba embarazada. Llamé a Norman y a Lucía y salimos para el laboratorio a hacerle el Gravindex (prueba de embarazo) en sangre.
Mientras esperaba los resultados de la prueba de embarazo, llegó Domingo Rodríguez y me preguntó: ¿Compadre, usted me puede acompañar a allí? Por unos segundos me quedé mirando fijamente a mi compadre Domingo y le respondí con la siguiente pregunta: ¿Se murió Mamacía? Domingo, que no esperaba esa pregunta, se turbó, pero me lo negó rotundamente. Sin embargo, yo insistí y le dije: “Compadre, no me lo niegue. Yo sé que el allí a que usted se refiere es El Rubio, y que Mamacía acaba de fallecer…”
¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar! Siga leyendo...
domingo, 12 de septiembre de 2010
LOS CRUZADOS
Por Fernando Ferreira Azcona
Los maeños que hicieron la Primera Comunión en la década de los años 50, recordarán a las señoritas Emma y Marina, dos religiosas que residían en Mao, en esa época.
La señorita Emma era canadiense, blanca, alta y delgada. Mientras que la señorita Marina era dominicana, oriunda de Sánchez, de color indio, de más baja estatura y de mayor contextura física. No sé si eran monjas alta gracianas o diocesanas, pues no usaban ningún tipo de hábito, o simplemente dos mujeres muy religiosas, que habían dedicado su vida a servir a Dios, a través de la religión católica.
Como dice el refrán, “eran como uña y dedo”. Donde estaba una, se encontraba la otra y ambas caminaban el pueblo de arriba abajo varias veces al día, en diligencias propias de los programas que implementaban.
Estas dos religiosas residían en la casa ubicada en la esquina formada por las calles hoy conocidas como Gregorio Aracena y Mella, donde tenían una escuelita, precursora del Colegio Santa Teresita, fundado por las Hermanas del Perpetuo Socorro, después de la salida de las dos religiosas de Mao.
Una de las áreas en que desarrollaron su trabajo religioso fue en la niñez de esos años. En primer término venía la catequización. Es decir, enseñarles a los niños las lecciones del catecismo católico y prepararlos desde el punto de vista religioso, para recibir la Primera Comunión.
Asimismo, crearon la agrupación católica conocida como “Los Cruzados”. Éramos niños de ambos sexos que ya habíamos hecho la Primera Comunión y cuyas edades fluctuaban entre los diez y los trece o quince años. Aunque no puedo precisar con exactitud el rango de edades de quienes en alguna ocasión pertenecimos a este grupo.
Los miembros de esta agrupación, como signo distintivo, en los actos religiosos llevábamos sobre nuestros hombros y espaldas capas de color azul, las niñas, y de color rojo, los varones.
Recuerdo aquella muchachada, en el casón de madera pintado de verde, frente al parque (por la calle Duarte), donde estaba la iglesia, y estuvo también el Liceo Secundario, asistiendo a las misas cantadas del Padre Franco, quien tenía una voz preciosa y muy potente. Estas misas eran larguísimas, y como teníamos que comulgar, el ayuno tan prolongado hacía que con frecuencia, más de uno se mareara y “goteara”.
Aunque esta palabra no se conocía en esa época, es una de las organizaciones más democráticas que he conocido en toda mi vida. Allí coincidíamos niños de todos los estratos socioeconómicos de esos tiempos y se ascendía en el escalafón, en base al trabajo desarrollado dentro de la institución.
El “rango” de cada miembro de la organización lo indicaba la longitud de la capa. Así, los Cruzados más jóvenes y aquellos que menos se destacaban tenían las capas más cortas, que apenas cubrían una tercera parte de sus espaldas.
Los segundos en el escalafón, llevaban capas más largas, pero estas no llegaban a la altura de la cintura. Su número era limitado a unos diez miembros en cada grupo, hembras y varones.
El tercer nivel en el escalafón era ocupado por los “celadores”, que si mal no recuerdo, éramos tres o cuatro en total, en cada bando, y la longitud de nuestras capas llegaba más abajo de los fondillos.
El mandamás de los Cruzados era el Presidente, cuya capa era del mismo largo que aquellas de los celadores. Sin embargo, la del Presidente se distinguía de las de más, porque ésta era de ceda, en comparación con las de los demás Cruzados, que eran de algodón.
Nuestro Presidente era un joven muy dinámico, de nombre Domingo Medina, pero mejor conocido como Ñovo. Un muchacho de origen muy humilde, a quien siempre recuerdo con muchísimo cariño y cuando nos encontramos, generalmente en el Mao de nuestros amores, lo abrazo calurosamente.
Como nota al margen, el apodo de Ñovo viene del hecho que su querida Madre, Fifín, le llamaba amorosamente, “El Novio”. Pero, los “tígueres” de la “Sabana de los Colones” utilizaron el degenerativo “Ñovo”, y desafortunadamente, el último apodo prendió más que el de su adorada Madre. Siga leyendo...
viernes, 10 de septiembre de 2010
YO ME ACUERDO…
Por Evelio Martínez
Cayó asesinado junto a Manuel Aurelio (Manolo) Tavárez Justo defendiendo los derechos del Pueblo, en Las Manaclas, en Diciembre del año 1963.
De este portento yo puedo escribir sin parar para recordar episodios, anécdotas, casos y cosas.
El Piqui fue precoz en su desarrollo como hombre, pues a los dieciséis años era ya un gran bailador de la música de su tiempo (merengues, valses, guarachas y otros ritmos) y de Santiago y la capital visitaban a Mao jóvenes mujeres para bailar con el Piqui, por supuesto, y otra vez, en el Samoa Bar.
Poco menos de 5’8” de estatura, cuerpo fibroso, andar seguro, rostro angélico, pelo crespo de color amarillo que lo convirtieron en un galán de la región. Fue “un rubirosa” de ese tiempo y su sano proceder libando finas bebidas junto a sus amigos y amigas le hicieron popular en nuestro Mao y zonas aledañas.
Yo le conocí y traté cuando en el país se abrieron las fronteras de la libertad y el pueblo comenzó a balbucear la palabra democracia.
Se enroló en las filas verde y negra de la Agrupación Patriótica (1J4) 14 de Junio y fue uno de sus directivos en la provincia Valverde, hasta el día de su sacrificio en Las Manaclas.
Eran sus padres Patricio Fondeur y Anadina Rodríguez, hermana del famoso médico maeño, Dr. Rafael Rodríguez Colón (Fello), quien fue como el padre de Piculín y le tocó la penosa tarea de buscar su cuerpo inerte enterrado en la loma en una fosa común, junto a sus compañeros también vilmente asesinados después de rendirse ante el enemigo con banderas blancas. Todo esto sucedió bajo la férula del maldito gobierno del Triunvirato que sojuzgaba, maltrataba y corrompía al Pueblo, y al cual combatimos y derrocamos en la Gloriosa Revolución de Abril de 1965.
Tuvo varios hijos, pero a mí me unen lazos consanguíneos con su última hija Magaly Fondeur, quien es hermana de mi esposa Aleida y está casada con Saulio Madera, quien es a su vez hijo de Doña Casilda Taveras.
Imbuido en los ajetreos políticos, los panfletos, los comunicados, la venta del periódico y la conspiración nos encontrábamos cuando nos sorprendió el golpe de estado contra el gobierno constitucional del Profesor Juan Bosch y se produce la desbandada al salir de las casas a esconderse para evitar el apresamiento. Piculín, cuando sucedió el golpe, se refugia en la capital momentáneamente.
Había sido administrador de las Oficinas de Correo y Telecomunicaciones, su último cargo y desde las cuales prestó un valioso servicio al movimiento revolucionario.
Yo le había prestado el arma de reglamento que me correspondía como Juez de Paz de Esperanza, cargo que ejercí a los veinte años. Fue a mi casa a despedirse y a llevarme el revólver. Naturalmente yo no me encontraba por razones obvias, pero ya se iba, allá donde dijo Manolo: “los hombres y mujeres del 14 de Junio sabemos dónde están la escarpadas montañas de Quisqueya”. Piculín estaba lleno de patriotismo, “enamorado de un puro ideal” para como dice este himno “con su sangre prender la llama augusta de la libertad”.
La residencia de José Ramón Haddad, un hombre a quien la Patria le debe su desinteresada lucha, sus aportes metálicos, sus sacrificios, así como su entrega a la causa revolucionaria sirvió de albergue a los muchachos de Mao que se iban a integrar a la guerrilla de Manolo en Las Manaclas, eran ellos: Piculín, Pitifa Reyes, Joseito Crespo, Papito Ramírez y Manuel de los Reyes (Reyito) Díaz. Allí permanecieron por seis días, en Santiago.
Aquel 28 de Noviembre emprendieron la marcha en tres vehículos: una camioneta, un carro Chevrolet y un Peugeot. Eran 27 soldados de la Patria mancillada que subían a las escarpadas montañas de Quisqueya a defender con su sangre la libertad conculcada.
Amanecieron el 29 de Noviembre vestidos de chamaco empuñando un arma, regocijados de ser soldados del Frente Jiménez Moya en Las Manaclas, San José de las Matas y emprendiendo una larga caminata de tres días.
Dejemos que sea Rafael Reyes (Pitifa) quien nos narre el comportamiento heróico, desprendido, siempre servicial y decidido de Piculín, ya que Pitifa es sobreviviente de este hecho histórico: “Cuando llegamos a la montaña, al tercer día fue necesario bajar a un “bota’o” (conuco entre las montañas) para buscar qué comer de lo sembrado, y uno de los primeros que se ofreció para bajar fue Piculín, junto al “Guajiro” Bisonó. Trajimos muchas batatas, las que echamos en un saco y las llamamos “batatas patrióticas”.
“Siempre estuvo presto a participar en todas las misiones que se presentaban y su conducta de guerrillero estuvo acorde con los principios que el Che Guevara escribió en su manual guerrillero. En la segunda oportunidad que fue necesario volver a otro “bota’o” que divisamos, Piculín fue el primero, y yo que casi me había fracturado un tobillo le acompañé y regresamos al día siguiente con más batatas patrióticas”, narra Pitifa.
“El tiempo, las caminatas, el hambre y el bombardeo incesante de los aviones fue diezmando las fuerzas físicas de los guerrilleros y Piculín no fue la excepción. Después de largas caminatas, las decisiones y desmoralización de la guerrilla se planteó la rendición del grueso guerrillero, decisión que no fue acogida por todos los componentes del frente Jiménez Moya”, dice Pitifa.
“Piculín estaba padeciendo de una afección biliar y úlcera estomacal; el color de su piel se tornó amarillo, sus ojos también tomaron un color amarillento con acuse de ictericia. Yo le rogué que no se rindiera, que se fuera con nosotros, pero el hambre lo consumía y la enfermedad lo había diezmado”, continúa diciendo Pitifa.
“Intercambiamos el suéter, nos abrazamos y el destino nos separó, ellos decidieron por la rendición, nosotros nos creíamos en los guardias”, termina diciendo Pitifa.
Mis guerreros preferidos también fueron cantores de coplas populares. Ustedes recordarán que Ledesma Colón, mientras disparaba su Máuser, cantaba aquello de “yo conozco el buey que jala…”, pues Piculín cantaba en los momentos trascendentales de la guerrilla la copla de Mambrú entonando: “Mambrú se fue a la guerra, que dolor que dolor que pena…”, y me cuenta Pitifa, que su sueño era que cuando bajaran de la loma o estuvieran presos quería que le llevaran cigarrillos “Hollywood”, leche condensada y refresco rojo.
Manolo, en quien veía un liderazgo de raza promisorio, fue un destinatario directo de sus consejos, y con él bajó en señal de paz para encontrar la muerte.
Mao lloró su desaparición. ¡Loor a ti, Piculín! Siga leyendo...
sábado, 4 de septiembre de 2010
LOS YANKEES MAEÑOS
Con mucho cariño, a los compañeros de equipo que se nos adelantaron en el viaje eterno.
El título de este artículo corresponde al nombre del equipo de pelota juvenil que teníamos en Mao, en los primeros años de la década de los 60. El mismo estaba formado por un grupo de muchachos con edades que oscilaban entre los 14 - 16 años de edad.
El equipo regular estaba compuesto por: a) Héctor (Barón) Herrera, en la receptoría; b) Pedro Tomás Amaro, pitcher zurdo y primera base; c) Fernando (Fernan) Ferreira, segunda base; d) Rafael (Lilí) Santana, short stop; e) Humberto (Patú) Santana, tercera base; f) Francisco (Panqué) Agramonte, right field; g) Ganeo Bonilla, center field; h) Chichito Agramonte, left field y pitcher derecho, e i) Luis Manuel (Achicha) Ventura, pitcher derecho, left field y primera base.
Los suplentes y lanzadores de relevo eran: a) Rafael Rolando (Ningue) Taveras, pitcher y short stop; b) Miguel (El Ñequito) cuyo apellido no recuerdo, catcher; c) Arnulfo (Bizco) Jerez, lanzador, y d) Rafael (Cogío) Villalona, lanzador.
El dirigente del Los Yankees Maeños era el Dr. Norman Ferreira, quien aún estudiaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y cuando éste se ausentaba por razones de estudios, lo sustituía el Ing. Cirilo Rodríguez, quien también estudiaba en esa época.
La calidad de este equipo era incuestionable. La “casa de poder” estaba formada por Humberto Santana, que bateaba tercero en la alineación y tenía un poder descomunal. El cuarto bate era Héctor Herrera, un fino bateador de líneas, que también la sacaba del parque con frecuencia; el quinto bate era Francisco Agramonte y el sexto, Pedro Tomás Amaro, estos últimos excelentes bateadores de extra bases.
La velocidad la aportaban Lilí Santana y Fernan Ferreira, como primer y segundo bate, y Ganeo Bonilla y Chichito Agramonte, como séptimo y octavo bates. Achicha Ventura era el noveno en el orden cuando lanzaba, pero era un buen bateador, así que cuando Pedro Tomás estaba en la lomita, él jugaba en primera base o en el jardín izquierdo. En estos casos bateaba de sexto o séptimo, porque 3°, 4° y 5° eran inamovibles.
El equipo de Los Yankees Maeños realizaba intercambios con equipos similares de Mao y todos los pueblos aledaños: Esperanza, Laguna Salada, Pueblo Nuevo, Monción, Santiago Rodríguez, etc.
Cuando íbamos a algunos pueblos pequeños, con frecuencia nos ocurría que empezábamos jugando con muchachos de nuestra edad, pero como nuestro equipo era superior, los anfitriones iban sustituyendo poco a poco sus jugadores, por hombres mucho más viejos que nosotros. Peor nos ocurría cuando el intercambio empezaba en Mao. Allí, les ganábamos ampliamente. Pero, cuando nos reciprocaban la invitación, nos esperaban con el equipo amateur del pueblo, con el cual nos emburujábamos a jugar de tú a tú.
Un caso digno de mención es una vez que fuimos a Pueblo Nuevo. El señor Síndico de Mao, que creo era Don Antonio Reyes o Don Andrés Rodríguez, nos prestó un “camión de volteo” para que nos llevara, y supuestamente, volvería a buscarnos. Allá jugamos dos juegos con hombres que podían ser nuestros padres y dividimos honores. A la hora de regresar, el camión no apareció. De tal manera, que tuvimos que caminar de regreso a casa los 12 – 15 kilómetros que separan a Pueblo Nuevo, Jaibón de Mao.
Como nota jocosa, en esa ocasión nos brindaron de almuerzo, moro de habichuelas rojas con carne de cerdo guisada. Lilí, que era sumamente travieso, cogió un pedazo de carne que tenía mucha grasa (gordo) y se la tiró de strike a uno de los compañeros de equipo, llenándole un ojo de la salsa en que la habían guisado.
En honor a la verdad, debo decir que en Mao había otro equipo juvenil, del Barrio de las 300, que era el equipo que más trabajo nos daba ganarle. A pesar de que Los Yankees Maeños siempre tuvieron record positivo contra el mismo, eran nuestros más encarnizados rivales. De este grupo, recuerdo con afecto, a Leoncio, su catcher, a Puntilla, primera base, al Querido, su pitcher estelar, a Miguelito, en las paradas cortas y a Picho, en segunda base.
Una vez, jugando contra este equipo, lanzando el Querido, Lilí y yo que éramos primer y segundo bate, le dijimos: “Pitcha y brinca, porque te vamos a dar una línea entre los pies”. Y así fue. Lilí bateó una línea que rebotó de las canillas de Querido y fue directo a donde estaba Puntilla, quien hizo el out sin asistencia. Acto seguido, yo di un batazo contundente que también hizo diana en las extremidades inferiores del lanzador y fui retirado por la vía 1-4-3. Obviamente, la peor parte la llevó el Querido, quien tuvo que abandonar el juego por lesión.
En otra ocasión, creo que eran unas prácticas de bateo, estaba lanzando Chichito, que tiraba durísimo, y bateando su hermano Francisco, quien siempre jugaba con una paleta de dulce en la boca. El primero realizó un lanzamiento alto y adentro, que golpeó al segundo en la cabeza. Francisco quedó tendido en el suelo y sólo decía: “la paleta, la paleta, la paleta… ¿quién cogió mi paleta?”.
Otra anécdota memorable fue una vez que recibimos un equipo de Santiago Rodríguez. Como le habíamos ganado ampliamente en su terreno, trajeron un equipo de hombres. Y Norman, previendo que iba a ser un juego de pocas carreras, buscó a nuestro hermano Estanislao, quien era pitcher, y a pesar de ser más viejo que nuestro manager, siempre ha tenido “baby face”. Nos enfrascamos en un duelo de lanzadores y los visitantes nada más decían: “¡diablo, que muchachito que tira duro ese!”. El juego se extendió como a doce innings y les ganamos con anotación de 1 x 0.
Como colofón, debo señalar que debido a las precariedades de la época, a pesar de toda la calidad que tenía nuestro equipo, jugábamos con pelotas que ya habían sido desechadas por los amateurs, les quitábamos el forro de cuero y las forrábamos con esparadrapo. Nuestros bates, en su mayoría eran bates astillados que reparábamos con clavos, tornillos y a veces con alambre dulce. ¿Bates de aluminio? ¿Casco protector? ¡No relajes, esas cosas no se conocían! Siga leyendo...
miércoles, 1 de septiembre de 2010
YO ME ACUERDO…
Antes de convertirse en adolescente, su ingenio lo llevó a crear un triciclo con asiento amplio, una cadena que contrario a las de las bicicletas movía la rueda delantera, accionada por los pedales que había adaptado a la altura del pecho, para pedalear con sus brazos; este ejercicio le produjo un desarrollo voluminoso de sus extremidades superiores, biceps, triceps y muñecas.
Por Evelio Martínez
Al hijo de Doña Patria Deschamps (mi maestra ilustre) y Don Mario Guzmán, padres de Mario Elvis, Hugo Lino, El Chino, José Leandro y Élido Armando, la vida le privó de la movilidad de sus extremidades inferiores, producto de una enfermedad que para la época la ciencia no había descubierto la cura, ni vacuna: la poliomielitis.
Esto no doblegó su temple de acero para realizar lo que un ser humano normal hace.
Betty Guzmán Deschamps desde niño y ya impedido físicamente se inclinó por el béisbol. Ustedes queridos lectores se preguntarán ¿Cómo puede un impedido (tullido como le llamaban antiguamente) tener movilidad, correr, batear, lanzar, etc.? Pues mire que en la década de los años 50, Betty jugaba pelota con nosotros en la sabana donde hoy está el templo evangélico y la clínica Dr. Rodríguez Colón, en la calle Beller, frente a lo que era la casa de Don Arsenio Franco, famoso Juez de Paz de Mao y de quien prometemos escribir sus anécdotas.
Betty se sostenía sobre sus impedidas piernas, se levantaba con la mano enguantada y tomaba impulso para lanzar la pelota, y era tremendo pitcher. Para batear la zona de strike se cantaba de acuerdo a su tamaño. Cuando Betty bateaba, uno de nosotros se ponía a su lado y corría cuando él hacía contacto con la pelota, ya que era un buen bateador (no como sus hermanos Mario Elvis y Hugo Lino, que fueron dos portentos) no obstante ser impedido físico. Le vi. conectar grandes batazos en esa sabana play. Observen amables lectores, que en Mao inventamos el “corredor designado” varias décadas antes de que en las Grandes Ligas se instaurara el “bateador designado”. Nuestro invento tenía la ventaja de que el “corredor designado” no siempre era el mismo jugador durante un juego, sino aquel que más le conviniera al equipo en un momento dado.
La vida me vinculó a Betty desde muy temprana edad, pues estudiábamos en el mismo curso en la Escuela Primaria Presidente Trujillo (hoy Juan Isidro Pérez), y la muchachada de esos tiempos en el barrio éramos los Franco Cercet, sus vecinos los Guzmán Deschamps y alguno que otros muchachos de la misma generación.
Antes de convertirse en adolescente, su ingenio lo llevó a crear un triciclo con asiento amplio, una cadena que contrario a las de las bicicletas movía la rueda delantera, accionada por los pedales que había adaptado a la altura del pecho, para pedalear con sus brazos; este ejercicio le produjo un desarrollo voluminoso de sus extremidades superiores, biceps, triceps y muñecas. No sé dónde Betty vio esta máquina de locomoción. Ahí no queda su ingenio o inventiva, por primera vez se vio pasear por Mao a un impedido físico en un cuasi motor, esto es el triciclo mencionado anteriormente con la adaptación de un motor de alguna pasola o motocicleta. Desconozco si en eso tuvimos la supremacía de crear este invento producto del ingenio de Betty, pero si no fuimos los primeros estamos entre los cinco dedos y de la mano derecha.
Así veía usted en Mao por sus calles pasearse como “jonda” que lleva el diablo a Betty en su invento.
Cuentan que en cierta ocasión Betty y un amigo acordaron “echar una apuesta” de velocidad, en la avenida Hermanas Mirabal, arrancando desde el Cementerio Municipal hacia la Fortaleza Benito Monción. Cuando iban a toda velocidad, el amigo vio el “policía acostado” y empezó a frenar, por lo que Betty creyó que estaba ganando la apuesta y continuó acelerando. Cuando Betty vino a darse cuenta del “policía acostado” ya no había nada que hacer, pasó sobre el mismo a toda velocidad, volcándose aparatosamente y yendo a parar a los pies del centinela.
Años más tarde, Betty compró un motor Honda nuevo y le hizo las adaptaciones de lugar para transportarse más cómodamente.
Ha sido en su silla de ruedas tipo motocicleta una persona útil a la sociedad maeña, es técnico en regfrigeración, músico de la banda municipal, y tocaba con el conjunto de los Cachila Brass.
Betty casó con Adalgisa Guzmán y tiene varios hijos. ¡Salud Betty! Siga leyendo...
lunes, 30 de agosto de 2010
DICCIONARIO DE MIS DUDAS
Estimado Amigo, veo que el corazón de Mao sigue latiendo fuertemente en su página... felicitaciones por los avances y el valor de su medio. Aquí le envío un escrito dedicado a mi hermana, un ser especial y fuera de este mundo con quien tengo honor de compartir la vida y la familia. Abrazos, Handry.
Por Handry Santana
Nacimos sin mundo, en la lista de espera de los bautizados con la mezquindad y la pobreza. Amarradas a un lazo del mismo vientre en pausada compañía; pero juntas y a veces solas.
Escarbando en las cajas olvidadas recogí el pasado.
Vi tu cara escondida en las fotos, con los hombros encogidos bajo tierra, delatada por la sutil picardía de tus ojos saltones.
Prefería tus juguetes, poseían una magia distinta a los míos. Ordenados y limpios, los colocabas celosamente en el viejo estante de la abuela. De puntitas, penetraba al territorio prohibido: tu cuarto. Me probaba tu ropa esculcando los tesoros que guardabas bajo la desconchabada cama. Al regresar, iniciabas una batalla que terminaba con algunos correazos y castigos.
¿Recuerdas cuando me peinabas? Largas sesiones de belleza acompañadas de tirones y empujones.
Después de varias horas, el cepillo se convertía en mi enemigo, enredado entre los mechones que no lograbas doblegar. Has sido mi preferida amiga; conoces el fin de todas mis historias, el secreto de mi edad, mis fiebres y delirios. Eres el diccionario de mis dudas, las mil y una respuestas.
Fuiste mi Sancho sin escudo cubriendo mi espalda.
Siempre detrás de mí para llevarme a casa, para ponerme a salvo. Tú, al rescate de los campamentos de lodo, los pasteles de hormigas y mis viajes a luna desde el patio.
Te asustaban mis tardes de cocina con las abejas correteando por toda la casa persiguiendo el aroma de mi fábrica de caramelos de miel.
Sé que recuerdas al detalle los apuros. Inolvidable enero cuando borré mis cejas con una navaja queriendo ser grande. Las pintaste con un marcador negro permanente, pretendiendo que nadie se percatara.
¿Y mi paloma “Cusa”? ¿La olvidaste? La llevaba al colegio en la mochila. En cada momento escondías sus huellas, y compartías las correcciones de la directora.
Evitaste mi viaje de rescate a los Reyes Magos y disolviste mi club de extraterrestres.
Me enseñaste a ser valiente desde tu timidez; que abandonar no es bueno y la verdad siempre es una puerta.
Me enseñaste a valorar las opiniones, a morder mis razones y no ser esclava de los errores, y que los conocimientos son para compartir.
En la rebeldía de tus temores encontré importantes lecciones de vida. Construí a tu lado mi alma de artista.
Te leí mil veces mi primer cuento y fingiste siempre estar sorprendida. Aún te leo cada letra, en espera de la más sincera respuesta.
Las barreras de la vida nos distancian. Los secretos ya no están en la mata de mango.
Te confieso, querida hermana, en la parte más valiosa que poseo, nunca te olvido.
Siempre te tengo, Maika. Siga leyendo...
domingo, 29 de agosto de 2010
EL PRIMER CICLÓN
... observamos con estupor que las arroceras estaban inundadas y apenas se podía distinguir una que otra espiga del preciado cereal; las plantaciones de guineo totalmente aplanadas y una enorme e infinita laguna cubría todo, hasta donde la vista se perdía; el viento no amainaba y aún escuchábamos el suave y fantasmal ruido que producían las matas de guineo al caer... Las aguas bajaron a los tres días y luego de asegurarnos que la calma había llegado, nos decidimos a inspeccionar los daños, era más fácil contar las matas en pie y los arrozales que respiraban con el agua hasta sus espigas, que ponerse a inventariar las fincas de posible recuperación. El mal olor era insoportable y las aguas estancadas se calentaban de tal manera que se podían escuchar las burbujas causadas por la enorme temperatura de aquella natural reacción química, alimentada por las vacas, burros, caballos y peces muertos.
Por Pablo Mustonen
Esa mañana septembrina, como casi todos los bellos amaneceres de nuestro querido Mao, el astro rey alumbraba con sus rayos anaranjados y despertaba más temprano que nunca a todos los gallos mañaneros. Andrés hizo un comentario al respecto y nos dijo que era la primera vez que escuchaba el canto de los gallos tan de mañana y que esto era una mala señal. No le prestamos atención, ya que él tanto como Ramoncito eran "cabaleros". Por la radio habían anunciado que se acercaba una tormenta. No nos preocupamos, siempre decíamos que Mao nunca sería tocado por unos de esos fenómenos.
Salimos a la hora acostumbrada para la finca de Guayacanes; después de inspeccionar la siembra de arroz y alguno que otro detalle y muy entrada la tarde, al cruzar el puente Mao empezó a llover a borbotones. Comentamos que era necesario ya que hacía mucho tiempo no llovía; pasamos por Hatico, debíamos llegar a la farmacia Bogaert a buscar cierta medicina, al regreso y un poco antes de llegar al manguito, escuchamos un continuo golpeteo sobre el techo y los cristales del Land Rover; eran granizos que como gotas, caían al suelo y la carretera se cubría en un solo manto helado.
Al llegar a la casa y luego de despachar a Andrés, nuestro noble chofer, salgo a recoger unos cuantos, eran tan fríos que debí buscar una cubeta para uno a uno irlos colocando en su interior. Me preparé un "morir soñando" y luego de la cena nos acostamos tranquilos y bien cansados, el sueño nos venció de inmediato.
Como a media noche, una ráfaga de viento y agua helada, entra por la ventana de mi habitación, me levanto presuroso y cierro la puerta, no habían transcurrido dos horas y ya el viento era avasallador y aquel ruido enorme nos molestaba los oídos. Ya sin poder dormir, todos en la cocina esperando por un café recién colado, escuchamos el quebrar de una rama, salimos a la escalera y descubrimos que el enorme y anciano roble que los abuelos habían plantado en el patio y cercano a la cocina, se estaba cayendo a pedazos. Caían al suelo una rama tras la otra, sus verdes y pequeñas hojas salían disparadas hacia lo alto, parecía que buscaban a Dios, en aquella abrumadora y aterradora oscuridad. Las ventiscas aullaban como si fuesen una gran manada de lobos y entre una y otra, el silencio era de cementerios. En ese momento, pensé para mí: "¡cuán sorprendente es la madre naturaleza!”. Entre la mezcla de lluvia y viento, escuchamos el taconeo de unas botas; era Andrés que todo empapado encendía el Rover y como pude entendí que esperaba por nosotros. Con una "thermo" de café caliente, bajamos y salimos sin rumbo definido.
Entre las indecisiones de qué dirección tomaríamos, Andrés sugirió que debíamos inspeccionar la parte más baja y cercana al Yaque, entonces, cambiando de dirección marchamos con destino a los caños, ¡oh sorpresa!, ya en las fincas que colindaban con el río Yaque, que eran de diversos cultivos, observamos con estupor que las arroceras estaban inundadas y apenas se podía distinguir una que otra espiga del preciado cereal; las plantaciones de guineo totalmente aplanadas y una enorme e infinita laguna cubría todo, hasta donde la vista se perdía; el viento no amainaba y aún escuchábamos el suave y fantasmal ruido que producían las matas de guineo al caer. Agazapados y cubiertos por la lona de la robusta y noble maquinaria inglesa, esperamos por el amanecer. La devastación no pudo ser mayor, podíamos ver todo el inmenso valle, desde el principio hasta el fin, desde el Yaque hasta el Mao y desde el Mao hasta el Ámina; el Yaque, que recibía la descarga de los otros dos, había roto los diques artificiales -que para proteger las plantaciones habían sido construidos en años anteriores-, seguía arrojando su enorme caudal de agua lodosa y los animales muertos flotaban sobre las aguas, como botes impulsados por un destino incierto, como sería el nuestro a partir de ese instante. Una vez saciado nuestro morbo y con más cansancio que impotencia, ante aquel fenómeno natural, optamos por regresar a la casa; tratamos de entrar al garaje, pero el roble centenario, gravemente herido, yacía tumbado en el suelo y obstruía la entrada, conformándonos aparcamos como pudimos, debajo de las rígidas y fuertes matas de coco, que sin una sola de sus frutas gallardamente permanecían en pie.
Las aguas bajaron a los tres días y luego de asegurarnos que la calma había llegado, nos decidimos a inspeccionar los daños, era más fácil contar las matas en pie y los arrozales que respiraban con el agua hasta sus espigas, que ponerse a inventariar las fincas de posible recuperación. El mal olor era insoportable y las aguas estancadas se calentaban de tal manera que se podían escuchar las burbujas causadas por la enorme temperatura de aquella natural reacción química, alimentada por las vacas, burros, caballos y peces muertos. Todo estaba perdido, el trabajo de años, desapareció en unas cuantas largas horas.
No había tiempo para lamentaciones, la "compañía" y el Banco Agrícola, respondieron rápidamente y los nuevos "niños" empezaron a nacer, nos consolábamos en el Samoa Bar; allí nos reuníamos los tomateros -que perdieron todo-, los plantadores de guineo y los arroceros; pedíamos de la bebida más cara y la cuenta era siempre cubierta por uno de los que menos había perdido y que normalmente invitaba. Recuerdo que entre estos estaban: Don Antonio Guzmán, el Sr. Núñez -el padre de Anays, que luego casó con Roberto Pimentel- y Juanito el Búcaro, que tan solo había perdido unas cuantas reses. La solidaridad del pueblo maeño se hizo notoria, los enemigos se conciliaron, las viejas rencillas familiares fueron olvidadas y las fiestas eran tantas, que debíamos elegir a cuál iríamos y cuál día, ya que el ron era diariamente regalado por don Silvino -que representaba la casa Bermúdez- o por don Ángel Tejada y doña Pura que eran dueños del cine y algunas veces se hacían uno que otro "serrucho": eran mis preferidas. Aquel año pasó con una rapidez espantosa, entre ver crecer los frutos y las farras. El duro trabajo diurno y las excesivas libaciones nocturnas, no dejaban campo para ver hacia atrás, era como si el pasado se hubiese hecho invisible e ido de vacacionar a otra parte.
Nuestros pensamientos, estropeados por aquel cotidiano trajinar, no tenía espacio para más nada que el duro trabajo y las lamentaciones no eran escuchadas, se brindaba por el éxito y la abundante cosecha; el pueblo era una eterna e interminable alegría.
Mao siempre ha respondido con solidaridad en los peores momentos. Esto es lo bueno de nuestro pueblo. Adelante.
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domingo, 22 de agosto de 2010
NIÑA
¿Qué te pasó mi niña? Te vi partir, no me aferro. He conocido el miedo. Ahora me queda solo una única compañía, la del universo...
Por Handry Santana
Son las diez y cuarto, media vida me da cuenta de lo que he vivido. Sin las llaves de mis puertas ocupando los espacios, 30 largos ya pesan en mis años.
Son las diez y cuarto, en un papel escribí los sueños que se gastaron. Se adormecen las caricias de las citas que no fueron. Estoy consciente he perdido.
Gravitando en mi calvario, soy víctima del tiempo. En el baúl que cargo mis desconsuelos ya no hay muchas cosas por perder. Subiré a nuestro árbol para escuchar las pláticas de los mortales, experimentando el vértigo de este sentimiento.
Las lágrimas se mudaron. Sin manos para suplicar, la voz se mezcla con la omisión, sin nada, sin nadie, tan solo.
Apagaste mi luna con un soplido. Un viernes sin fecha para tragar las punzadas. Te marchas de mi vida dejándome sentado con los ojos abiertos y las manos sucias de necesidad. Descanso mi pena invocando los lunares de una piel que ahora es ajena.
Te vi llorar. La angustia besó tu frente. Tus brazos, ahora tentáculos fueron el refugio de mis horas. Esos, con los que asfixias mi adoración. Se escapa la música y regresa el miedo. Me abandonas.
Niña hermosa, ¿En qué te has convertido? Cortaste el hilo de las tardes en el cielo.
Duermes enredada en las espinas del rosal. Aún conservas el aroma; pero hieren tus punzadas haciendo sangrar perfume de mis labios.
Recogiste tus cosas, entre los azules del fin de mis palabras. Te llevas mi mundo. Se asomó a tus ojos desquebrajada la realidad. No puedo darte nada, eres dueña de todo lo que tengo. ¿Con que me quedo si te vas?
¿Qué te pasó mi niña? Te vi partir, no me aferro. He conocido el miedo. Ahora me queda solo una única compañía, la del universo.
Quédate con el halago de la fascinación, con la danza del sudor de mi malicia. Olvidaré las horas que volaron sin pliegues a tu lado. Se secarán las rosas de este rosal.
Estuve dentro de tu cáliz, abrazado a tus sépalos, embriagado en tus pistilos. Me exiliaste entre tus pétalos hasta que la lluvia ahogó mis deseos de vivir en ti para siempre.
La “niña eterna” abrió su capullo. Suplico se detengan los trámites. Es espantoso saber que te pierdo. Los ojos se cansaron de hablar de llanto.
Hacedor del tiempo, has que cada viernes termine en mil años, que cada agosto comience cuando caiga la última hoja que debe caer. Termina Agosto. No precisa de mí. Comienza mi otoño.
“Son las diez y cuarto. ¿Qué te pasó mi niña? ¿En qué te has convertido niña de las rosas?” Siga leyendo...