Por Saiasi Anidem Baloyán
I
La suerte del hombre que siempre soñó con encontrarse una fortuna y le cayó encima un maletín atiborrado de papeletas que dejaron caer de un helicóptero que pasaba y lo mató.
II
Soñaba que era una fruta que al caer al suelo explotaba en mil pedacitos que a la vez explotaban en mil pedacitos más que también seguían explotando en mil pedacitos y así en cadena hasta hacer añicos su casa que la aviación estadounidense bombardeó esa noche mientras dormía.
III
Ante las miradas asombradas de los curiosos, la cuadrilla de bomberos se resignó a observar desde la acera cómo a su cuartel con todo y camión-cisterna adentro lo consumían las voraces llamas del incendio…
Siga leyendo...
miércoles, 20 de julio de 2011
TRES MICRO RELATOS CRUELES
martes, 28 de diciembre de 2010
EL ASESINO DE LAS ROSAS
La frustración escribía con inquietud a pulso sobre la mano temblorosa del detective. Quince víctimas descuartizadas, todas con el mismo perfil y la borrosa imagen de un asesino cuyas huellas se desvanecían en el aroma del ramillete de rosas que dejaba sobre la horrenda escena embadurnada de sangre y dolor.
Tres años de búsqueda siguiendo pistas inauditas, las que solo balbuceaban falsas sospechas, engavetadas en el quinto cajón. El café perdía su sabor. La obsesión por descubrir el homicida robó las razones de Lucas. La carrera brillante del detective se apagaba. Vivía seducido por los detalles que ocultaban a una mujer tras cada muerte.
Sentía lo que no podía entender. Cada nuevo asesinato era su alimento. Una composición enfermiza de odio y redención. Estaba envuelto por el mundo esotérico de una asesina en serie.
Una llamada anónima rompió el silencio y la espera. Alguien relató detalladamente la actitud extraña de una mujer de unos 35 años en su edificio, quien coleccionaba corazones sumergidos en frascos de formol colocados como adornos por todo el departamento. Mas conmovido que apresurado llegó en minutos al lugar. Después de 36 meses era la primera vez que su intuición hablaba. Desembolsó su pistola abriendo la puerta de un tirón. El apartamento estaba vacío sin evidencias de que alguien lo hubiese habitado en años. Las arañas tejieron con sus hilos el tiempo en las profundas sombras.
Con la voluntad atrofiada se sintió burlado. El oscuro cuarto taladraba su conciencia, dejaría el caso para recuperar su vida. De repente unas manos apretaron con fuerza un paño sobre su rostro hasta dejarlo aturdido.
Al abrir los ojos estaba encadenado a un viejo sofá en un lugar húmedo que parecía ser un sótano. Frente a él una pared cubierta de recortes de fotos de las víctimas y publicaciones de la prensa sobre su trabajo en el caso del “Asesino de las rosas”, como había sido bautizado. Por unos segundos no comprendía que sucedía hasta que una figura de incomparable belleza cubrió el espacio.
Su mirada de versos provocaba delirios agonizantes en Lucas. Un híbrido entre la pueril fantasía de quien había ocupado sus años, el temor y el repudio le hicieron gritar. “No grite detective Lucas, nadie podrá escucharlo. ¿Quiere saber por qué lo hago? He descubierto el secreto de la eterna juventud. Me alimento del corazón de las mujeres más bellas. Usted ha querido mostrarle al mundo el asesino, y yo lo haré”.
Tres días después los principales diarios del país publicaban en primera plana el suicidio del Detective Lucas Borbón, presunto “Asesino de las rosas”, encontrado muerto junto a una atemorizada joven que sería su próxima víctima. Siga leyendo...
domingo, 29 de agosto de 2010
EL PRIMER CICLÓN
... observamos con estupor que las arroceras estaban inundadas y apenas se podía distinguir una que otra espiga del preciado cereal; las plantaciones de guineo totalmente aplanadas y una enorme e infinita laguna cubría todo, hasta donde la vista se perdía; el viento no amainaba y aún escuchábamos el suave y fantasmal ruido que producían las matas de guineo al caer... Las aguas bajaron a los tres días y luego de asegurarnos que la calma había llegado, nos decidimos a inspeccionar los daños, era más fácil contar las matas en pie y los arrozales que respiraban con el agua hasta sus espigas, que ponerse a inventariar las fincas de posible recuperación. El mal olor era insoportable y las aguas estancadas se calentaban de tal manera que se podían escuchar las burbujas causadas por la enorme temperatura de aquella natural reacción química, alimentada por las vacas, burros, caballos y peces muertos.
Por Pablo Mustonen
Esa mañana septembrina, como casi todos los bellos amaneceres de nuestro querido Mao, el astro rey alumbraba con sus rayos anaranjados y despertaba más temprano que nunca a todos los gallos mañaneros. Andrés hizo un comentario al respecto y nos dijo que era la primera vez que escuchaba el canto de los gallos tan de mañana y que esto era una mala señal. No le prestamos atención, ya que él tanto como Ramoncito eran "cabaleros". Por la radio habían anunciado que se acercaba una tormenta. No nos preocupamos, siempre decíamos que Mao nunca sería tocado por unos de esos fenómenos.
Salimos a la hora acostumbrada para la finca de Guayacanes; después de inspeccionar la siembra de arroz y alguno que otro detalle y muy entrada la tarde, al cruzar el puente Mao empezó a llover a borbotones. Comentamos que era necesario ya que hacía mucho tiempo no llovía; pasamos por Hatico, debíamos llegar a la farmacia Bogaert a buscar cierta medicina, al regreso y un poco antes de llegar al manguito, escuchamos un continuo golpeteo sobre el techo y los cristales del Land Rover; eran granizos que como gotas, caían al suelo y la carretera se cubría en un solo manto helado.
Al llegar a la casa y luego de despachar a Andrés, nuestro noble chofer, salgo a recoger unos cuantos, eran tan fríos que debí buscar una cubeta para uno a uno irlos colocando en su interior. Me preparé un "morir soñando" y luego de la cena nos acostamos tranquilos y bien cansados, el sueño nos venció de inmediato.
Como a media noche, una ráfaga de viento y agua helada, entra por la ventana de mi habitación, me levanto presuroso y cierro la puerta, no habían transcurrido dos horas y ya el viento era avasallador y aquel ruido enorme nos molestaba los oídos. Ya sin poder dormir, todos en la cocina esperando por un café recién colado, escuchamos el quebrar de una rama, salimos a la escalera y descubrimos que el enorme y anciano roble que los abuelos habían plantado en el patio y cercano a la cocina, se estaba cayendo a pedazos. Caían al suelo una rama tras la otra, sus verdes y pequeñas hojas salían disparadas hacia lo alto, parecía que buscaban a Dios, en aquella abrumadora y aterradora oscuridad. Las ventiscas aullaban como si fuesen una gran manada de lobos y entre una y otra, el silencio era de cementerios. En ese momento, pensé para mí: "¡cuán sorprendente es la madre naturaleza!”. Entre la mezcla de lluvia y viento, escuchamos el taconeo de unas botas; era Andrés que todo empapado encendía el Rover y como pude entendí que esperaba por nosotros. Con una "thermo" de café caliente, bajamos y salimos sin rumbo definido.
Entre las indecisiones de qué dirección tomaríamos, Andrés sugirió que debíamos inspeccionar la parte más baja y cercana al Yaque, entonces, cambiando de dirección marchamos con destino a los caños, ¡oh sorpresa!, ya en las fincas que colindaban con el río Yaque, que eran de diversos cultivos, observamos con estupor que las arroceras estaban inundadas y apenas se podía distinguir una que otra espiga del preciado cereal; las plantaciones de guineo totalmente aplanadas y una enorme e infinita laguna cubría todo, hasta donde la vista se perdía; el viento no amainaba y aún escuchábamos el suave y fantasmal ruido que producían las matas de guineo al caer. Agazapados y cubiertos por la lona de la robusta y noble maquinaria inglesa, esperamos por el amanecer. La devastación no pudo ser mayor, podíamos ver todo el inmenso valle, desde el principio hasta el fin, desde el Yaque hasta el Mao y desde el Mao hasta el Ámina; el Yaque, que recibía la descarga de los otros dos, había roto los diques artificiales -que para proteger las plantaciones habían sido construidos en años anteriores-, seguía arrojando su enorme caudal de agua lodosa y los animales muertos flotaban sobre las aguas, como botes impulsados por un destino incierto, como sería el nuestro a partir de ese instante. Una vez saciado nuestro morbo y con más cansancio que impotencia, ante aquel fenómeno natural, optamos por regresar a la casa; tratamos de entrar al garaje, pero el roble centenario, gravemente herido, yacía tumbado en el suelo y obstruía la entrada, conformándonos aparcamos como pudimos, debajo de las rígidas y fuertes matas de coco, que sin una sola de sus frutas gallardamente permanecían en pie.
Las aguas bajaron a los tres días y luego de asegurarnos que la calma había llegado, nos decidimos a inspeccionar los daños, era más fácil contar las matas en pie y los arrozales que respiraban con el agua hasta sus espigas, que ponerse a inventariar las fincas de posible recuperación. El mal olor era insoportable y las aguas estancadas se calentaban de tal manera que se podían escuchar las burbujas causadas por la enorme temperatura de aquella natural reacción química, alimentada por las vacas, burros, caballos y peces muertos. Todo estaba perdido, el trabajo de años, desapareció en unas cuantas largas horas.
No había tiempo para lamentaciones, la "compañía" y el Banco Agrícola, respondieron rápidamente y los nuevos "niños" empezaron a nacer, nos consolábamos en el Samoa Bar; allí nos reuníamos los tomateros -que perdieron todo-, los plantadores de guineo y los arroceros; pedíamos de la bebida más cara y la cuenta era siempre cubierta por uno de los que menos había perdido y que normalmente invitaba. Recuerdo que entre estos estaban: Don Antonio Guzmán, el Sr. Núñez -el padre de Anays, que luego casó con Roberto Pimentel- y Juanito el Búcaro, que tan solo había perdido unas cuantas reses. La solidaridad del pueblo maeño se hizo notoria, los enemigos se conciliaron, las viejas rencillas familiares fueron olvidadas y las fiestas eran tantas, que debíamos elegir a cuál iríamos y cuál día, ya que el ron era diariamente regalado por don Silvino -que representaba la casa Bermúdez- o por don Ángel Tejada y doña Pura que eran dueños del cine y algunas veces se hacían uno que otro "serrucho": eran mis preferidas. Aquel año pasó con una rapidez espantosa, entre ver crecer los frutos y las farras. El duro trabajo diurno y las excesivas libaciones nocturnas, no dejaban campo para ver hacia atrás, era como si el pasado se hubiese hecho invisible e ido de vacacionar a otra parte.
Nuestros pensamientos, estropeados por aquel cotidiano trajinar, no tenía espacio para más nada que el duro trabajo y las lamentaciones no eran escuchadas, se brindaba por el éxito y la abundante cosecha; el pueblo era una eterna e interminable alegría.
Mao siempre ha respondido con solidaridad en los peores momentos. Esto es lo bueno de nuestro pueblo. Adelante.
ESO ERA VIVIR Siga leyendo...
domingo, 30 de mayo de 2010
SEIS HORAS ANTES DE VERTE
2:00 de la mañana, no logro reconciliarme con el sueño. Las sábanas bailan a media luz, encadenadas al sudor pegajoso que moja mi cuerpo en agonía. Los pensamientos me someten a una tortura dolorosa. En unas horas amanecerá, tendré que verla. Ella espera con ansias abrazarme de nuevo. Mis bolsillos no me alcanzan ni para regalarle una sonrisa. Soy un fraude, confieso. No debí pagar la renta con esta quincena, ahora tendría dinero suficiente para comprarle algo.
¿Y si le escribo una carta para excusarme? Quizás no sea buena idea. Javier la leerá en frente de todos, seré la burla de mis hermanos y sobrinos. Cualquier obsequio que lleve a sus pies será pequeño si lo compara con los demás. Mi hermana Gabriela le compró un moderno refrigerador, Javier y su esposa la llevarán de viaje, mientras yo sigo aquí con las manos vacías en compañía del reloj que marca las 4:00.
¿Quién habrá inventado este día? Seguro alguien a quien no le cortan la luz, ni debe al colmadero hasta la vida. Un baño me aliviará la rabia; pero el agua en este vecindario solo llega cuatro horas al día.
Pienso en ti, en tus ojos cálidos, transparentes que todo lo remedian. Si pudiese, nacería en otro vientre. No te merezco, soy un vago.
5:30 de la mañana, ya no pienso. Escucho los murmullos de las mujeres que van a la iglesia cargadas de flores para llevarlas a las tumbas de sus madres muertas. Llorarán sobre aquel pedazo frío de cemento en el campo santo; luego al llegar a casa toman un trago de olvido. Las flores se marchitarán hasta el próximo año. El tiempo va pintando las canas, las arrugas y la indiferencia. Otros llevarán las flores, esta vez para ellas.
Un aire de congoja oprime mis pulmones. Sé que las palabras no lograrán fluir. Ella es todo lo que tengo, y no tengo nada para ella.
Son las 7:00 en punto, una caja decorada con papeles estampados de flores reposa junto a mi puerta. ¿Qué extraño? ¿Quién me la habrá dejado allí? Una nota responde mi pregunta: “Hijo amado, te conozco y sé bien que no has dormido pensando en que no tienes un presente para mí. Te envío esta caja con el regalo ideal para que vengas a traérmelo. Si este es el costo para tener tus abrazos, lo pago por tí”. Mi reloj grita que corra, que vuele a su regazo. Son las 8:00, en la puerta mi madre ansiosa me espera, mientras todos se sorprenden al ver mi obsequio. En aquella caja enmarcado mi primer dibujo con letras difusas que dicen: TE AMO MAMÁ. Siga leyendo...
martes, 18 de mayo de 2010
Diario de mis tacones
Por Handry Santana
El vendedor de quinielas y sus cantos borrachos con promesas dudosas es el despertador de la mañana. “¡Quinielero me voy!!Quinielero llegó!”; pero nunca termina de irse hasta que algún vecino le compra el “palé” de turno. Lo pienso dos veces antes de levantarme. El día tiene cara de ser duro. La ropa sin arrugas colgada frente a mí es un aviso: “no tendré mucho tiempo”. Me estiro un poco hasta que mis brazos rozan con el espaldar. “Debo comprarme una cama más grande. No he crecido, la cama se ha vuelto más pequeña”.
Voy corriendo al baño con las ansias de salir en dos segundos de mi rutina de higiene. Mi cepillo de dientes me recuerda hacer cita con el dentista. Le hago caso omiso permitiendo que el golpe de agua fría me despierte. Olvido los murmullos de la conciencia que se esconden en toda la habitación.
La cartera es un castigo para mi hombro. Lleva el peso de lo innecesario. No puedo deshacerme de tan compleja carga. Los pies se quejan del encierro en aquellos zapatos estrechos de tacón fino; sin embrago los consuelo con la elegancia del paso. La oficina se invade con la fragancia de mi nuevo perfume. Disimulo analizando el usar algo más discreto.
Me dejo envolver en los papeles, sus brazos largos y pálidos llegan hasta mi cuello. La rutina se burla cruelmente de mis intentos, mientras el tema político llena los pasillos. Almuerzo con el estrés como amigo inseparable. Hemos convivido tanto que lo extraño en los días tranquilos. ¡Qué ironía!
El maratón del tiempo con las urgencias pinta de gris la realidad. El teléfono construye su propia música con el ring ring incesante. Se deforma el recogido en mi cabello al tocarlo como desahogo a mi anemia de ideas. Hasta que sin avisarlo todo fluye.
Una nota recordatoria me alarma sobre pendientes que no alcanzaré a cumplir. Me pregunto ¿podré con todo? “Creo que sí”. Humedezco mis labios con un lipstick rosa recuperando la frescura en el rostro después de una tarde marchita.
Y llega “él” con su sonrisa florecida a buscarme. Reclamo la ausencia de sus llamadas y “él” las mías. Conspiramos juntos con las horas que se hacen cortas. Nos despedimos con ansias de que llegue mañana para vernos otra vez.
Duermo en compañía de las “cartas a sus amigos” de Marguerite Yourcenar, valorando los detalles espléndidos de sus maravillosas letras. Escribo en mi mente la próxima historia, esperando encontrar el personaje perfecto para mi aventura.
Nace un nuevo día. El vendedor de quinielas y sus cantos borrachos con promesas dudosas es el despertador de la mañana. “¡Quinielero me voy!!Quinielero llegó!”…
Siga leyendo...