domingo, 21 de abril de 2013

ESTAMPAS DE MAO

ESTRENANDO BARRIO NUEVO Y OTRAS DELICIAS
Por Dileccio Guzmán


A mediados del año 1959 se inicia el éxodo.

La mudanza fue breve. No había tanto que trasladar. La poca ropa de toda la familia cabía en un par de maletas, y lo mismo se puede decir de los ajuares de la casa; bastó una tarde para realizar la mudanza completa. Fue un adiós definitivo a ese barrio que nos acogió durante tantos años. Trescientas familias marchaban hacia el encuentro con una nueva vida.

Claro que para los muchachos era una gran aventura. No hay nada que el muchacho disfrute tanto como el encuentro con lo desconocido, tiene algo de fascinante y fuimos seducidos en el acto.

"Las trescientas" daba la impresión de ser un desierto en sus inicios. Parecía no haber compatibilidad entre las casas y los árboles. Los constructores en aquel tiempo, igual que ahora, no tenían conciencia de la necesaria convivencia entre el hombre y la naturaleza.

Muchas cosas iban a cambiar en todos nosotros. No teníamos forma de saber si el cambio sería beneficioso o no para los emigrantes.

Teníamos nuevos vecinos. Nuevos amigos. Nuevas rutas en las que se desarrollaba nuestra cotidianidad. Ahora íbamos al puente de Lula en busca de agua, y en lugar de la caída, ahora las mujeres iban al río Mao a lavar la ropa. Los muchachos éramos los encargados de cargar una lata vacía de aceite el manisero que era usada para hervir la ropa, después de ser golpeada repetidamente en una piedra de gran tamaño.

Ya habíamos comenzado la escuela primaria, que desde primero a cuarto la tanda iniciaba a las 2 de la tarde, para darnos aviso de que era hora de salir hacia la escuela teníamos a los bomberos que tocaban una bocina quince minutos antes de la hora de inicio, que se escuchaba en gran parte de la ciudad.

Los pequeños nos creímos siempre que en la escuela había un cuarto con una calavera donde doña Camelia encerraba a los muchachos que se portaban mal, por lo menos eso se nos dijo, y, puedo afirmar con justeza, más de cincuenta años después que lo que sí había en la escuela Juan Isidro Pérez, era un espíritu de dedicación y entrega de parte de cada profesor o maestro como prefiero llamarle, porque fueron verdaderos maestros de y por vocación. Esos héroes de siempre marcaron decisivamente el trayecto de nuestras vidas. Doña Camelia en una demostración de apego a su vocación todavía continúa haciendo lo que ha hecho toda su vida… formar buenos ciudadanos.

Cada viernes a la hora final nos congregábamos en el salón de actos; era viernes social. Los más atrevidos mostraban sus dotes artísticas. Doña Camelia en persona nos enseñaba canciones como aquella que comienza con… le fui a dar una serenata a mi adorada. Recuerdo en esa época a un joven cantante llamado Lolo entre otros artistas. Yo me aventuraba a cantar las rancheras mexicanas muy populares en esa época, me ayudaba el que en ese tiempo de pre-adolescente tenía una voz aflautada como de falsete, que comenzó a cambiar al alcanzar la adolescencia.

¿Quién no sentía atracción por la poesía? ¿Quién no recitó el duelo del mayoral, o aquellos poemas popularizados por el indio Duarte? Solo puedo decir hoy con un dejo de nostalgia... ¡qué tiempos aquellos!

Rosa Gilma, doña Flérida, Lavinia, Moraima, Danilo, Quirina, Dolores Díaz, mejor conocida como doña Leca, y tantos otros maestros, fueron parte de ese equipo a quien nuestra generación nunca podrá compensar todo lo que hicieron por nosotros. Se vivía la educación hostosiana, que enfatizaba el desarrollo de los valores morales y la disciplina en el individuo.

En 1962, los que cursamos el sexto B tuvimos como profesor a un refuerzo en el de por si brillante staff magisterial, me refiero a un profesor de complexión menuda, que a primera vista daba la impresión de ser uno de esos jinetes que montan los caballos en los hipódromos, pero que como en aquella muy popular película al maestro con cariño de Sidney Poitier, terminó ganándose el corazón y aprecio de todos los que fuimos sus discípulos, su nombre era Frank Coronado Franco que confío haya continuado formando jóvenes como lo hizo en la Juan Isidro Pérez en aquellos años dorados.

Con la profesora Lavinia que impartía el quinto grado nos aprendimos al dedillo la tabla de multiplicar, del uno al doce, y las capitales de todos, absolutamente todos los países existentes en ese entonces en el planeta. Todavía hoy recuerdo la mayoría de esos países con sus capitales respectivas. A los estudiantes de hoy este ejercicio se les ha dificultado porque el mundo ha sufrido enormes divisiones. Tengo que confesar que es totalmente cierto que cada 30 de junio el día de la entrega de notas, eran frecuentes los regalos consistentes en jabones envueltos en papel celofán de colores brillantes, y no era raro ver piñas y regalos parecidos, imagínese una piña con su moña envuelta en una envoltura de este tipo, claro, lo importante más el regalo era la intención. Hoy me sonrío al recordar estas cosas.

Algo que a mi particularmente me gustaba era el desayuno que se servía cada mañana a los muchachos de escasos recursos. En ese renglón era parte de la lista. Como olvidar el famoso trópico, un chocolate cuyo sabor se nos quedó grabado como referente de lo exquisito. Es verdad que en ocasiones la necesidad se constituye en el mejor condimento y este pudo haber sido el caso.

Llevábamos uno o dos centavos para merendar en el recreo. Una empanada rellena de carne costaba dos centavos, y por un centavo nos daban la mitad, un helado en palito costaba un chele, o un caramelo con una especie de melcocha, que era una canquiña latigosa la que usábamos como relleno.

Algunos días excepcionales conseguíamos un adicional en la merienda y podíamos darnos el lujo de comprar una barquilla, un cono con helado que venía en una barrica de roble, con hielo y sal alrededor, para evitar que el helado perdiera su estado sólido, si la barquilla era de tres centavos o más, teníamos el derecho a tirar un tiro, así se le llamaba al acto de hacer girar una pequeña ruleta con una línea de pequeños clavos en el borde superior con una pluma en un pivote fijo, al hacerla girar, si teníamos suerte, podíamos ganarnos una barquilla, generalmente de un centavo.

Como nota al margen recuerdo a un compañero de aulas, Peché Amaro, que me compensaba con aquellos populares chocolaticos krafts a cambio de una ayuda en una tarea pendiente.

No pasaba una semana sin que hubiera una pelea al final de la tanda escolar. Nunca he podido explicarme aquella tendencia colectiva a pelearnos a la salida de la escuela. Bastaba con que a uno le dijeran, te echo a fulano, si el otro respondía échamelo, el pleito era inevitable a la salida de clases; la dignidad estaba por encima de todo, ninguno quería ser calificado de pendejo. Tengo que admitir que fui protagonista de un sinnúmero de esos combates sin sentido. Cosas de muchacho.

Teníamos clases de educación física en las que el profesor Manuel Rodríguez nos ponía a marchar como a auténticos cadetes. Todavía hoy cuando observo los guardias alineados en posición de marchar, me parece ver al profesor Manuel con su vozarrón que llenaba todo el patio de la escuela ordenando: maaaarqueeelpasoooo… mmmarch… iniciábamos una marcha que hoy sería la envidia de tantos reclutas malformados que abundan en nuestros cuerpos castrenses. Estábamos condicionados a los mandatos de derechaaa dreee, izquierdaaaa izquierrrr, era necesario llevar el paso correcto so pena de pisar al que iba delante nuestro, a más de oír al profe, cuando le advertía al susodicho –fulano, tienes el paso malo- y con un brinquito muy particular, el problema quedaba corregido.

Ansiábamos entrar a la normal, como se le llamaba a la escuela secundaria. Localizada en esa época en las proximidades del parque, una casona donde posteriormente se construiría el cine Elda. Luego el liceo pasó a ocupar el local del hasta hacía poco, partido único en nuestro país, el Partido Dominicano.

Esta etapa, la de la secundaria, produce una metamorfosis en todos nosotros. Esa época de juventud nos dio con filosofar. Nos reuníamos en el parque y hacíamos exposiciones dignas de figurar en los mejores tratados de filosofía. Éramos atrevidos, una característica distintiva de la juventud de todos los tiempos. Los movimientos revolucionarios estaban en sus buenas, un gran pensador, como forma de explicar la conducta de la juventud de ese tiempo acuñó la expresión: el que a los 18 no es comunista, no tiene corazón, y el que a los 50 es comunista, no tiene cerebro.

Noche tras noche visitábamos la biblioteca que estaba en la calle Duarte en la cual el señor García cuidaba con esmero, como si fuera una reliquia, la limitada colección de libros que nos sirvieron de fuente primigenia de conocimiento. Allí entré en contacto por primera vez con Hemingway en su genial estampa de la cruenta guerra civil española del 1936. Por quién doblan las campanas, que nos fascinó con su sola cita de inicio... no preguntes por quien… están doblando por ti. Después conoceríamos a Emile Zola con su Germinal que constituyó el grito de triunfo de la clase trabajadora de Francia, y a otros como Jean Paul Sartre, Albert Camus, Eric Fromm y el resto de la legión existencialista que nos hicieron dirigir la mirada hacia lugares jamás imaginados. El muchacho grande que fue Julio Cortázar con su Rayuela, con la maga, rocamadour, sus Cronopios y tantos otros personajes, nos hicieron sentir cautivados desde entonces, por aquella literatura de vanguardia que marcó significativamente a nuestra generación.

La revolución cubana con Fidel y Ernesto, el movimiento hippie, la nueva ola , The Beatles con let it be, fueron hitos que determinaron una juventud que, si tuviéramos que describirla y enmarcarla con una sola palabra, sería sin ninguna duda rebelde.

Estábamos en el vórtice de un mundo en transformación permanente y nosotros estábamos siendo protagonistas de esos cambios.

Desarmábamos y volvíamos a armar el mundo como si fuera un gran rompecabezas. Por supuesto que siempre terminaban sobrándonos piezas, que no encajaban en ningún sitio, porque siempre quisimos crear un mundo a nuestro criterio, a nuestra imagen y semejanza. Con el tiempo, al peinar canas, llegaríamos al convencimiento de que el mundo es y seguirá siendo como es, y a nosotros solo nos queda acomodarnos como podamos. Por supuesto que respeto las diferencias de criterio.

Ahora que escribo de estas cosas. Ahora que comienzo a rebuscar en aquellos tiempos, siento como un regreso a los orígenes. Como si realizara una regresión hacia aquellos tiempos en que, otra vez a lo garciamarquez éramos felices e indocumentados.

Siento una especial satisfacción cuando al abrir las páginas del Listín Diario el de mayor circulación en nuestro país encuentro aquellos escritos de doña Lavinia del Villar, a ella y con ella a todo aquel equipo de maestros de la Juan Isidro Pérez, nuestro agradecimiento eterno.

PD. Gracias a todos por sus comentarios.

6 comentarios:

  1. Mi amigo Dileccio es un maestro de la narración, que logra hacernos regresar a una época, que ha quedado grabada de por siempre en nuestras vidas de adultos; en mi caso, le agradezco volver a vivir esos eventos que marcaron nuestras vidas.

    Rolando Espinal

    ResponderBorrar
  2. ¡Barbaro! Isaías...¿Quién es este monstruo?. No lo ubico en mi destartalada memoria. Si recuerdo otros Dileccio. Con esa prosa debería estar escribiendo todos los días y en todos los periódicos. La lluvia de este domingo me ha obligado a pasármela leyendo y esto ha sido lo mejor que he encontrado. Ahí hay un parrafo de antología..."Desarmábamos y volvíamos a armar el mundo como si fuera un rompecabeza...". Sentí esa lectura como un paseo por tantas cosas amadas: las trecientas, el puente de la vieja Lula, la bocina de los bomberos, la biblioteca de la Duarte, los nombres de la maestras de la vieja escuela primaria, etc. Hay que felicitar a quien tiene talento y a este Dileccio parece que le sobra.

    César Brea

    ResponderBorrar
  3. Tremenda contribución. Gracias, Dileccio.

    De los tiempos de las veladas, hay dos números que me empalagaron tanto que hasta el día de hoy los detesto: el poema "El beso" y la canción "Casita de campo". ¡Qué pela nos dieron con esas dos! Y en cada velada había un presentao que se antojaba de cantar la casita de campo...

    Isaías

    ResponderBorrar
  4. No me explico porque este talentoso narrador no estuvo en el merecido homenaje que le hicimos a la maestra Lavinia.Hubiese sido el mejor momento para conocerle,los que no tenemos el honor .De todas las maneras,"quedan más días que longanizas".Seguiremos disfrutando de sus narrativas.Enhorabuena! "Un beso",para "La Casita de Campo ",que tanto le gustaba al Director Isaías. Evelio Martínez.

    ResponderBorrar
  5. Mis felicitaciones para ti Dileccio! Tremenda narracion!! Lograste que me transportara a esos tiempos maravillosos y en los cuales fuimos tan felices. Quiero que me saques de una duda que tengo: Eres tu Dileccio Guzman,mi amigo de la infancia? Aquel amigo que siempre me visitaba en la Beller #69,Mao? Mi querido y recordado Dandy? Estoy ansiosa de saber si eres tu? Esperando tu pronta respuesta.Rosa M. Rodriguez (Memela). Aqui te envio mi email: rsrodriguez02@aol.com

    ResponderBorrar
  6. ¡¡¡Guaaaaaao, barbarazo!!! que forma de narrar más brillante. Que talento tienes Dileccio. Me hiciste transportar a aquellos felices y maravillosos tiempos, de vida sencilla.... simple pero cargada de principios morales y ejemplos dignos. Orgulloso de tenerte entre los colaboradores de MEEC.

    Afecto de Diómedes Rodríguez.

    ResponderBorrar

Haga su comentario bajo la etiqueta de Anónimo, pero ponga su nombre y su dirección de email al final del mismo: NO SE PUBLICARÁN COMENTARIOS SIN NOMBRE Y SIN DIRECCIÓN DE EMAIL. Los comentarios ofensivos y que se consideren inapropiados, tampoco serán publicados.
El administrador