viernes, 5 de abril de 2013
ESTAMPAS DE MAO
EL CRUCE COPEYITO
Por Dileccio Guzmán
(Haga clic en la foto para agrandarla)
La conmemoración del aniversario de nuestro municipio nos obliga, de alguna manera a los que venimos de por lo menos la medianía del pasado siglo, a desempolvar recuerdos y tiempos vividos en aquel Mao bucólico donde el tiempo parecía transcurrir con extrema lentitud.
Por alguna razón que personalmente no puedo explicar, no he escrito nunca para ser leído. Debe ser alguna fobia oculta. Posiblemente algún tipo de fobia que vaya usted a saber con qué nombre la habrán bautizado. Pero admito sin ningún rubor, y sí con cierta resignación, formar parte de ese grupo fóbico.
Y no hubiera escrito estas líneas a no ser por la aparición fortuita de una mujer que me convenció de la necesidad de escribir para contar vivencias de una zona que posiblemente no ha tenido muchos relatores en los más de 130 años de historia de nuestro municipio.
Esa mujer tan extraña, parecía surgida de un relato de Kafka, de cierta forma me obliga sin que yo pueda explicármelo, a vencer el miedo y relatar aunque fuera a grandes rasgos, una síntesis de un barrio que como en el caso de aquel coronel garciamarquesiano, no ha tenido quien le escriba.
Confieso pues, como nota previa, que no tengo ningún mérito, si es que podría haberlo, en cumplir con el deber de decir lo que se debe y mas, como en este caso, es dictado por alguien que fue parte de su historia y que parece conocer a fondo lo que dice. No sé si de este barrio haya surgido un personaje de tanta prestancia social que merezca una mención especial, eso es lo de menos, pero la entrega al trabajo y el tipo de vida que en su conjunto vivieron los habitantes de este sector, donde nunca hubo escándalo ni acto alguno reñido a las buenas costumbres, merecen una mención colectiva y la buena honra de todos los maeños que vivieron en el cruce Copeyito en aquellos años tempranos y mediando ya el pasado siglo.
Recuerdo como si fueran procesiones el gran número de hombres, mujeres y hasta niños que de madrugada se dirigían hacia los predios agrícolas, especialmente los grandes campos arroceros de la zona, a trabajar de sol a sol, para procurar el salario de supervivencia. Al estrechar las manos de estos hombres y mujeres se sentían los surcos y callosidades, o como lo describiera Neruda, en sus manos tenían dibujados el mapa de la patria porque con su trabajo contribuyeron a construirnos una nación que fue orgullo de todos los que les sucedimos.
El cruce Copeyito, me relataba la señora, era un villorrio en la periferia de la ciudad. Lo de Copeyito fue por aquel árbol de copey, me dijo señalando un frondoso árbol lleno de nidos que presumí, eran de ciguas o de las llamadas rolitas, que por la dimensión de su tronco, parecía haber vivido ya por varios siglos.
Ese canal que ves allá es la zanja. Así le conocimos siempre los habitantes de este pueblo y va íntimamente ligado a nuestra historia. Ese puente que ves al fondo, me dijo señalando a su izquierda, nos separaba de los cambrones, otro barrio emblemático de nuestro municipio. A este canal veníamos a diario a buscar el agua que consumíamos en la casa. No teníamos agua potable. El agua que usábamos para tomar la almacenábamos en unas vasijas de barro que llamamos tinajas en las que el agua se conservaba siempre fresca. Nuestras familias venían a lavar sus ropas una vez por semana a esa zona que ves allá donde el canal se abre formando una pequeña riada, esa es la caída, llamada así porque el agua cae un par de metros aguas abajo, y se producía un gran remolino que era deleite de grandes y pequeños. Era algo así como lo que ustedes hoy le llaman jacuzzy. Todos los muchachos de Mao aprendimos a nadar en la zanja y no hubo trayecto de ella que fuera desconocido para nosotros. La conocimos palmo a palmo. Ella fue parte de nuestras correrías y travesuras de muchachos.
Pasábamos de un extremo a otro de la caída por un puente de escasamente cuarenta centímetros de ancho, lo que muchas personas, especialmente las entradas en edad, consideraban riesgoso, y nunca se atrevieron a cruzarlo. Nunca supe de nadie que se cayera cruzando la misma.
Ese canal fue siempre como el corazón de nuestra ciudad. Gracias a él mantuvimos una primacía en la agricultura de la zona, principalmente el cultivo de arroz y frutos como el plátano y el guineo que todavía hoy son emblemas de la región.
La zanja y el Samoa fueron íconos distintivos del Mao de nuestra juventud.
Las casas de nuestro barrio eran todas de madera, mayoritariamente de tablas de palma, y pisos de tierra. Pero eso sí, lo manteníamos siempre limpio, y las casas las manteníamos siempre pintaditas con colores vistosos y llamativos. La cocina estaba separada del resto de la casa y cocinábamos en fogones que estaban formados por una meseta con hornallas o sea unas especies de pequeños hornitos de tierra con forma de herraduras, que alimentábamos con leña para cocer los alimentos. La vida era todo lo sencilla que se podía ser. No teníamos mayores complicaciones. Me atrevo a decir que éramos felices.
En aquel tiempo no teníamos energía eléctrica ni en las calles ni en las casas, nos alumbrábamos con unas lámparas de gas y unas lamparitas que les llamaban jumeadoras. Por supuesto que no teníamos radio ni mucho menos aparato de televisión. Nos entreteníamos con aquellos juegos propios de la muchachada de la época, juegos que a los muchachos de hoy les parecerían tontos y muy aburridos.
Otro de los divertimentos eran los juegos de pelota en la calle. Para eso improvisábamos 3 bases en la calle, hacíamos una pelota con las medias que ya no se usaban. Las medias en esos tiempos parecía como si las hicieran con ese uso posterior. Bastaba tirar de un ovillo y la media se iba descociendo y le íbamos dando forma de pelota. En el núcleo de la pelota colocábamos un epolin (dispositivo de goma) lo que la hacía llegar a mayor distancia con el impacto del bate. La dichosa bola tenía una vida muy efímera terminando perdida en algún patio producto de un batazo dislocado. Mucho tiempo después supe que el epolin no era sino una pelotica de golf fabricado por la spalding una reconocida marca de artículos deportivos.
La aspiración de la juventud era terminar el octavo curso y graduarse en el instituto de Damico como secretario, mecanógrafo y archivista. Ese sueño era alcanzado por muy pocos debido a que la mensualidad en el instituto era sumamente elevada… 6 pesos mensuales.
Los días para nosotros concluían poco después de la puesta del sol. De hecho los muchachos le teníamos cierto temor a la oscuridad. Habíamos oído tantas historias acerca de apariciones de muertos, y hechos fantásticos originados por las apariciones de personas muertas, que ese miedo fue parte ancestral de nosotros. Era tanto así que al regreso de misa o de cualquier otra actividad nocturna, evitábamos siempre regresar por un camino que corría a lo largo de la verja del cementerio aunque ello significaba acortar considerablemente el recorrido.
Bueno, había una época de excepción en la rutina diaria y era el inicio de la temporada de pelota. Entonces nuestras noches se transformaban completamente. De octubre a enero vivíamos una especie de transformación colectiva.
Pero usted me dijo que no tenían energía eléctrica, ni radio ni televisión,- me atreví a aclararle pensando que había cometido un desliz propio del paso de tantos años.
Así es, me respondió, teníamos un radio en todo el barrio. Estaba en el colmado de Tango, situado allá en la esquina, al subir la cuesta me dijo, señalando en dirección opuesta al canal. Era un radio de fabricación alemana marca Grundig, lo recuerdo como si fuera hoy. Tenía una lucecita azul celeste, le decían ojo mágico que en cierto nivel de brillantez indicaba el máximo nivel de sintonía de la emisora. Se alimentaba con una enorme batería seca, y poco antes de iniciar la narración todos nos acomodábamos de manera que pudiéramos escuchar el desarrollo del juego sin ningún inconveniente.
Esta actividad constituía nuestra fuente de diversión entre octubre y enero de cada año. Como dominicanos al fin todos nacimos como expertos en beisbol, y las discusiones entre los fanáticos eran usuales y recurrentes. Los liceístas tuvimos a Guayubín Olivo y nos preciábamos de tener un refuerzo de la talla de Alonzo Perry, mientras los aguiluchos sentían orgullo de un Julián Javier, y refuerzos de la calidad de Dick Stuart, los escogidistas sacaban a Marichal y los Alou como fuerza de choque y aunque escaseaban los estrellistas recuerdo a Pedro Gonzales y a Carty entre otras estrellas de ese equipo. Las discusiones eran interminables y por supuesto cada quien defendía las habilidades de sus héroes que eran por supuesto, los jugadores del equipo de su simpatía.
El colmado de tango fue por mucho tiempo el centro de diversión del sector, y al mirar hacia atrás vemos con nostalgia con lo poco que todos nosotros llenábamos nuestra existencia de momentos felices. La verdad es que éramos felices, con muchas carencias y pocas complicaciones. La existencia era todo lo simple que pudiera ser. Para nosotros el mundo exterior no llegaba más allá de Santiago, una ciudad a la que íbamos de tiempo en tiempo. No puedo precisar si había otro medio de transporte para ir a Santiago, pero recuerdo para esa época la guagua de Diógenes que cobraba 25 centavos por el viaje. Para nosotros era una especie de fantasía ese viaje a Santiago, y lo disfrutábamos a lo largo de los 52 kilómetros de travesía. Era un espectáculo ver cómo los árboles se desplazaban y corrían en el sentido contrario a nosotros, era como si estuviéramos en un parque de diversiones. El sueño de todos nosotros era ir a ver un juego de pelota en el nuevo estadio de Santiago construido en el año 56.
Bueno, otra diversión para los más chicos era el matinée de los domingos. Íbamos al viejo cine Jaragua, situado en la calle que ahora se llama don Emilio Arté y cuyo propietario, administrador y portero era don Mario Evertz, lo recuerdo con su gruesa anatomía sentado en una silla a la puerta del cine para controlar la entrada. El costo del matinée era de 10 centavos y se podía ver generalmente dos películas casi siempre en muy malas condiciones que se cortaban varias veces durante su exhibición provocando los griteríos e improperios de la chiquillada en contra de Adolfo quien era el encargado de la proyección.
Desde cualquier lugar del teatro podía oírse el ruido que producían los carretes al ser colocados en el viejo aparato proyector.
Recuerdo como si fuera hoy a Adolfo pintando los letreros que anunciaban la película a exhibirse en el teatro, en unos cartelones de madera y cartón que se colocaban por toda la ciudad.
Mario no permitía que ya iniciada la película nadie se quedara fuera por poco dinero que tuviera. A los 5 minutos de iniciada la tanda comenzaban las ofertas bajaban a 5 centavos y posteriormente a 3 aunque por estos precios se subía a una mezanine situada en un segundo piso de la parte posterior del viejo cine y que le llamaban “gallina”. A esta parte iban los que no tenían los 10 centavos para pagar su entrada antes de iniciar la tanda. El jaragua fue una parte de nuestra historia de nostalgia y recuerdos.
A fines de los años cincuenta llegaron a nuestras casas unos inspectores a censarnos e informarnos que en breve tiempo se nos mudaría a otro sector de la ciudad debido a que en nuestro barrio se construirían casas para los militares. Esta disposición provenía del Jefe, expresión usada para referirse al presidente de la época, que mas que presidente parecía ser el propietario del país, por lo que nadie se atrevía a protestar, por lo menos de manera pública, una disposición que bastaba con decir que provenía de él.
El barrio en el que habíamos vivido por tanto tiempo iba a ser destruido, y nosotros teníamos que aceptarlo con satisfacción.
A principio del 1959 todo estaba listo para la odisea. El éxodo iniciaba en pocos días.
Habíamos empacado nuestras escasas pertenencias y nos preparábamos como los judíos de otra época a vivir un episodio desconocido para todos. No sabíamos lo que nos esperaba.
Habían construido 300 casas todas exactamente iguales solo diferían por el color exterior, para acoger a los desalojados. Nacía el barrio las 300 y hacia allá nos dirigíamos a enfrentarnos a un nuevo episodio de nuestra, hasta el momento, tranquila existencia.
Dileccio Guzmán y una narradora desconocida.
Por Dileccio Guzmán
(Haga clic en la foto para agrandarla)
La conmemoración del aniversario de nuestro municipio nos obliga, de alguna manera a los que venimos de por lo menos la medianía del pasado siglo, a desempolvar recuerdos y tiempos vividos en aquel Mao bucólico donde el tiempo parecía transcurrir con extrema lentitud.
Por alguna razón que personalmente no puedo explicar, no he escrito nunca para ser leído. Debe ser alguna fobia oculta. Posiblemente algún tipo de fobia que vaya usted a saber con qué nombre la habrán bautizado. Pero admito sin ningún rubor, y sí con cierta resignación, formar parte de ese grupo fóbico.
Y no hubiera escrito estas líneas a no ser por la aparición fortuita de una mujer que me convenció de la necesidad de escribir para contar vivencias de una zona que posiblemente no ha tenido muchos relatores en los más de 130 años de historia de nuestro municipio.
Esa mujer tan extraña, parecía surgida de un relato de Kafka, de cierta forma me obliga sin que yo pueda explicármelo, a vencer el miedo y relatar aunque fuera a grandes rasgos, una síntesis de un barrio que como en el caso de aquel coronel garciamarquesiano, no ha tenido quien le escriba.
Confieso pues, como nota previa, que no tengo ningún mérito, si es que podría haberlo, en cumplir con el deber de decir lo que se debe y mas, como en este caso, es dictado por alguien que fue parte de su historia y que parece conocer a fondo lo que dice. No sé si de este barrio haya surgido un personaje de tanta prestancia social que merezca una mención especial, eso es lo de menos, pero la entrega al trabajo y el tipo de vida que en su conjunto vivieron los habitantes de este sector, donde nunca hubo escándalo ni acto alguno reñido a las buenas costumbres, merecen una mención colectiva y la buena honra de todos los maeños que vivieron en el cruce Copeyito en aquellos años tempranos y mediando ya el pasado siglo.
Recuerdo como si fueran procesiones el gran número de hombres, mujeres y hasta niños que de madrugada se dirigían hacia los predios agrícolas, especialmente los grandes campos arroceros de la zona, a trabajar de sol a sol, para procurar el salario de supervivencia. Al estrechar las manos de estos hombres y mujeres se sentían los surcos y callosidades, o como lo describiera Neruda, en sus manos tenían dibujados el mapa de la patria porque con su trabajo contribuyeron a construirnos una nación que fue orgullo de todos los que les sucedimos.
El cruce Copeyito, me relataba la señora, era un villorrio en la periferia de la ciudad. Lo de Copeyito fue por aquel árbol de copey, me dijo señalando un frondoso árbol lleno de nidos que presumí, eran de ciguas o de las llamadas rolitas, que por la dimensión de su tronco, parecía haber vivido ya por varios siglos.
Ese canal que ves allá es la zanja. Así le conocimos siempre los habitantes de este pueblo y va íntimamente ligado a nuestra historia. Ese puente que ves al fondo, me dijo señalando a su izquierda, nos separaba de los cambrones, otro barrio emblemático de nuestro municipio. A este canal veníamos a diario a buscar el agua que consumíamos en la casa. No teníamos agua potable. El agua que usábamos para tomar la almacenábamos en unas vasijas de barro que llamamos tinajas en las que el agua se conservaba siempre fresca. Nuestras familias venían a lavar sus ropas una vez por semana a esa zona que ves allá donde el canal se abre formando una pequeña riada, esa es la caída, llamada así porque el agua cae un par de metros aguas abajo, y se producía un gran remolino que era deleite de grandes y pequeños. Era algo así como lo que ustedes hoy le llaman jacuzzy. Todos los muchachos de Mao aprendimos a nadar en la zanja y no hubo trayecto de ella que fuera desconocido para nosotros. La conocimos palmo a palmo. Ella fue parte de nuestras correrías y travesuras de muchachos.
Pasábamos de un extremo a otro de la caída por un puente de escasamente cuarenta centímetros de ancho, lo que muchas personas, especialmente las entradas en edad, consideraban riesgoso, y nunca se atrevieron a cruzarlo. Nunca supe de nadie que se cayera cruzando la misma.
Ese canal fue siempre como el corazón de nuestra ciudad. Gracias a él mantuvimos una primacía en la agricultura de la zona, principalmente el cultivo de arroz y frutos como el plátano y el guineo que todavía hoy son emblemas de la región.
La zanja y el Samoa fueron íconos distintivos del Mao de nuestra juventud.
Las casas de nuestro barrio eran todas de madera, mayoritariamente de tablas de palma, y pisos de tierra. Pero eso sí, lo manteníamos siempre limpio, y las casas las manteníamos siempre pintaditas con colores vistosos y llamativos. La cocina estaba separada del resto de la casa y cocinábamos en fogones que estaban formados por una meseta con hornallas o sea unas especies de pequeños hornitos de tierra con forma de herraduras, que alimentábamos con leña para cocer los alimentos. La vida era todo lo sencilla que se podía ser. No teníamos mayores complicaciones. Me atrevo a decir que éramos felices.
En aquel tiempo no teníamos energía eléctrica ni en las calles ni en las casas, nos alumbrábamos con unas lámparas de gas y unas lamparitas que les llamaban jumeadoras. Por supuesto que no teníamos radio ni mucho menos aparato de televisión. Nos entreteníamos con aquellos juegos propios de la muchachada de la época, juegos que a los muchachos de hoy les parecerían tontos y muy aburridos.
Otro de los divertimentos eran los juegos de pelota en la calle. Para eso improvisábamos 3 bases en la calle, hacíamos una pelota con las medias que ya no se usaban. Las medias en esos tiempos parecía como si las hicieran con ese uso posterior. Bastaba tirar de un ovillo y la media se iba descociendo y le íbamos dando forma de pelota. En el núcleo de la pelota colocábamos un epolin (dispositivo de goma) lo que la hacía llegar a mayor distancia con el impacto del bate. La dichosa bola tenía una vida muy efímera terminando perdida en algún patio producto de un batazo dislocado. Mucho tiempo después supe que el epolin no era sino una pelotica de golf fabricado por la spalding una reconocida marca de artículos deportivos.
La aspiración de la juventud era terminar el octavo curso y graduarse en el instituto de Damico como secretario, mecanógrafo y archivista. Ese sueño era alcanzado por muy pocos debido a que la mensualidad en el instituto era sumamente elevada… 6 pesos mensuales.
Los días para nosotros concluían poco después de la puesta del sol. De hecho los muchachos le teníamos cierto temor a la oscuridad. Habíamos oído tantas historias acerca de apariciones de muertos, y hechos fantásticos originados por las apariciones de personas muertas, que ese miedo fue parte ancestral de nosotros. Era tanto así que al regreso de misa o de cualquier otra actividad nocturna, evitábamos siempre regresar por un camino que corría a lo largo de la verja del cementerio aunque ello significaba acortar considerablemente el recorrido.
Bueno, había una época de excepción en la rutina diaria y era el inicio de la temporada de pelota. Entonces nuestras noches se transformaban completamente. De octubre a enero vivíamos una especie de transformación colectiva.
Pero usted me dijo que no tenían energía eléctrica, ni radio ni televisión,- me atreví a aclararle pensando que había cometido un desliz propio del paso de tantos años.
Así es, me respondió, teníamos un radio en todo el barrio. Estaba en el colmado de Tango, situado allá en la esquina, al subir la cuesta me dijo, señalando en dirección opuesta al canal. Era un radio de fabricación alemana marca Grundig, lo recuerdo como si fuera hoy. Tenía una lucecita azul celeste, le decían ojo mágico que en cierto nivel de brillantez indicaba el máximo nivel de sintonía de la emisora. Se alimentaba con una enorme batería seca, y poco antes de iniciar la narración todos nos acomodábamos de manera que pudiéramos escuchar el desarrollo del juego sin ningún inconveniente.
Esta actividad constituía nuestra fuente de diversión entre octubre y enero de cada año. Como dominicanos al fin todos nacimos como expertos en beisbol, y las discusiones entre los fanáticos eran usuales y recurrentes. Los liceístas tuvimos a Guayubín Olivo y nos preciábamos de tener un refuerzo de la talla de Alonzo Perry, mientras los aguiluchos sentían orgullo de un Julián Javier, y refuerzos de la calidad de Dick Stuart, los escogidistas sacaban a Marichal y los Alou como fuerza de choque y aunque escaseaban los estrellistas recuerdo a Pedro Gonzales y a Carty entre otras estrellas de ese equipo. Las discusiones eran interminables y por supuesto cada quien defendía las habilidades de sus héroes que eran por supuesto, los jugadores del equipo de su simpatía.
El colmado de tango fue por mucho tiempo el centro de diversión del sector, y al mirar hacia atrás vemos con nostalgia con lo poco que todos nosotros llenábamos nuestra existencia de momentos felices. La verdad es que éramos felices, con muchas carencias y pocas complicaciones. La existencia era todo lo simple que pudiera ser. Para nosotros el mundo exterior no llegaba más allá de Santiago, una ciudad a la que íbamos de tiempo en tiempo. No puedo precisar si había otro medio de transporte para ir a Santiago, pero recuerdo para esa época la guagua de Diógenes que cobraba 25 centavos por el viaje. Para nosotros era una especie de fantasía ese viaje a Santiago, y lo disfrutábamos a lo largo de los 52 kilómetros de travesía. Era un espectáculo ver cómo los árboles se desplazaban y corrían en el sentido contrario a nosotros, era como si estuviéramos en un parque de diversiones. El sueño de todos nosotros era ir a ver un juego de pelota en el nuevo estadio de Santiago construido en el año 56.
Bueno, otra diversión para los más chicos era el matinée de los domingos. Íbamos al viejo cine Jaragua, situado en la calle que ahora se llama don Emilio Arté y cuyo propietario, administrador y portero era don Mario Evertz, lo recuerdo con su gruesa anatomía sentado en una silla a la puerta del cine para controlar la entrada. El costo del matinée era de 10 centavos y se podía ver generalmente dos películas casi siempre en muy malas condiciones que se cortaban varias veces durante su exhibición provocando los griteríos e improperios de la chiquillada en contra de Adolfo quien era el encargado de la proyección.
Desde cualquier lugar del teatro podía oírse el ruido que producían los carretes al ser colocados en el viejo aparato proyector.
Recuerdo como si fuera hoy a Adolfo pintando los letreros que anunciaban la película a exhibirse en el teatro, en unos cartelones de madera y cartón que se colocaban por toda la ciudad.
Mario no permitía que ya iniciada la película nadie se quedara fuera por poco dinero que tuviera. A los 5 minutos de iniciada la tanda comenzaban las ofertas bajaban a 5 centavos y posteriormente a 3 aunque por estos precios se subía a una mezanine situada en un segundo piso de la parte posterior del viejo cine y que le llamaban “gallina”. A esta parte iban los que no tenían los 10 centavos para pagar su entrada antes de iniciar la tanda. El jaragua fue una parte de nuestra historia de nostalgia y recuerdos.
A fines de los años cincuenta llegaron a nuestras casas unos inspectores a censarnos e informarnos que en breve tiempo se nos mudaría a otro sector de la ciudad debido a que en nuestro barrio se construirían casas para los militares. Esta disposición provenía del Jefe, expresión usada para referirse al presidente de la época, que mas que presidente parecía ser el propietario del país, por lo que nadie se atrevía a protestar, por lo menos de manera pública, una disposición que bastaba con decir que provenía de él.
El barrio en el que habíamos vivido por tanto tiempo iba a ser destruido, y nosotros teníamos que aceptarlo con satisfacción.
A principio del 1959 todo estaba listo para la odisea. El éxodo iniciaba en pocos días.
Habíamos empacado nuestras escasas pertenencias y nos preparábamos como los judíos de otra época a vivir un episodio desconocido para todos. No sabíamos lo que nos esperaba.
Habían construido 300 casas todas exactamente iguales solo diferían por el color exterior, para acoger a los desalojados. Nacía el barrio las 300 y hacia allá nos dirigíamos a enfrentarnos a un nuevo episodio de nuestra, hasta el momento, tranquila existencia.
Dileccio Guzmán y una narradora desconocida.
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Comentarios de la entrada (Atom)
Magnífica narración, me causo mucha nostalgia. Felicidades por también hilvanado artículo..
ResponderBorrarSaludos .
Pablo
Felicidades a Dileccio por ese gran estreno en MEEC. Talento le sobra (y no es un cumplido). Que deje atrás la fobia y siga escribiendo, ¡está excelente!. Si ese es el primero ya imaginamos como serán de buenos los próximos escritos. Enhorabuena.
ResponderBorrarCésar Brea
cesarbrea@hotmail.com
Dileccio,cuanta nostalgia nos trae de ese pasado añejo macondiano de nuestro Mao querido,aunque tengo que aclararte que,muchas de las cosas que narras,como las lamparas jumiadoras y las pelotas cosidas con hilos de medias etc,no las vivi por mi edad,pero si me las contaron amigos mayores como Rolando Espinal,Fernan Ferreira,y mi cuñado Evelio Martinez los cuales yo los veía y respetaba como si fueran mi padre. Felicidades por esta bella narración,y bienvenido a MEEC. Jochy Reyes.
ResponderBorrarDileccio aunque no tengo el honor de conocerte ya con la narrativa Garciamarquiana que nos ha Hecho degustar te retratas de Cuerpo entero.Es el Mao de Los iconos,Samoa,Canales y otros.Sigue ahi que va bien sin caerte en "la caida"y alumbrandote con la jumiadora que Jochy usaba para pescar en el canal Bogaert junto a Quindor "la Burra y Juliquin,por alla por el 30 .Salud y bienvenido a MEEC,verdad Isaias ? Evelio Martinez.
ResponderBorrarDistinguido compueblano, con tu singular estreno en este dinámico medio, los MEECianos te damos la más cordial bienvenida por este rico y remembrante aporte, que a muchos nos retrotrajo refrescantes vivencias de los lugares y aconteceres costumbristas acaecidos en aquellos tiempos idos de grata recordación.
ResponderBorrarTe felicito por tu surtida prosa y la fluida contribución narrativa con tu peculiar debut y, a su vez, propicio para incentivar tu esperada participación futura,... !!Bienvenido!!.
Nelson Rodríguez Martínez(Cuqui).
nelsonrguez@hotmail.com
Excelente tu narrativa Dileccio aunque, no lo niego, me produjo nostalgia ya que viví gran parte de lo narrado. Te has ganado un A+ y esperamos te animes a seguir escribiendo.
ResponderBorrar⁄⁄ ¡¡¡BIENVENIDO A MEEC!!!
Diómedes Rodríguez
Dileccio;su fobia a escribir se parece a la no mostrar foto suya.Sabrá Dios los jumos que nos dimos en aquellos tiempos. Conozco dos Dilercio,(no con cc ) en Mao y creo que a ellos le falta ese material que tiene usted para este recuento histórico. Sobre esa foto de la Caída ,época en que las aguas del canal mayor era navegada por unos botes a motor de la familia Valerio;segun me contó Jochy ,quien era de ese tiempo.
ResponderBorrarMilito Arté Síndico de aquel tiempo ,fue quien inicia el desmonte para construir el Barrio de las 300.
Adelante Dileccio, buen inicio.
Manito
Deleccio, buen logrado trabajo, nos remonta a esos años de juventud donde disfrutabamos caminando nuestro pueblo sin temor visitando a nuestros amigos y compañeros de estudio, cuantas nostalgias envuelven tu narración, bienvenido a este club de Maeños que usamos este medio para narrar nuestros recuerdos.
ResponderBorrarPapito Mármol
A pesar de las tantas estrellas que escriben en MEEC, ese medio ha dado un palo por los 400, con la llegada de dos estrellas más que vienen hacer más grande la constelación que lo conforma; son importantes, tanto por su retórica, como por su experiencia vivida, aprendida o inventada , como es el caso del amigo Jochy Reyes. En cuanto a Dileccio, quiero exhortarlo, a que publique el próximo lo más pronto posible, no importa de qué se trate, porque de lo que sea, sé que vamos aprender mucho, porque tiene estirpe de profesor...... Bienvenidos los dos.
ResponderBorrarRolando Espinal
jajajajajajajajajajajajajajajaj el amigo Jochy, aún siendo tan jóven, acaba de traerme a la memoria, una ocasión en que yo siendo un carajito, estaba en el patio de mi casa, tumbando limoncillos, cuando escuché un camión que andaba en el barrio doblando en dos ruedas, en unas calles tan estrechas como eran esas en aquel tiempo....... al yo escuchar ese camionzote pasar tantas veces por mi calle, intenté salir para ver ese espectáculo que estaba montando ese chofer tan veterano. Cuando mi madre vio que yo iba para la calle a ver eso, solo me dijo: muchacho, no salga pa’llá, que ahí anda un chofer loco corriendo a mucha velocidad y to el mundo ta asutao en el barrio; entonces, como no pude salir a ver aquello en vivo, mi casa era de madera, y me asomé por una rendija, para ver cuando pasara el camión gigante para la época......... para no cansarlos, les diré que ese chofer, que andaba a millón por esas callesitas, era uno que según él, no conoció las pelotas de spolin, las lámparas jumiadoras, ni las pelotas cocidas con hilo, y que eso se lo contaron a él Rolando Espinal, Ferrnan Ferreira, y su cuñado Evelio Martínez........ ¿Saben el nombre de ese chofer que ya cuando eso tenía licencia de conducir? "JOCHY REYES"
ResponderBorrarNOTA: en esa época, todavía a mi no me dejaban salir a cruzar la calle. Y recuerdo que era un camión rojo que andaba con las barandillas preparadas para cargar guineos de la Grenada Company, porque ya Jochy, iba a manzanillo a buscar la carga. Y también recuerdo, que me dijo mi hermano mayor, que ese día el señor Jochy le andaba haciendo yuca a una vecina hija de Chavelo, que se llama Maritza, y que está viva para contarlo, si alguien quiere saber.
Rolando Espinal
Excelente!!! Gracias, Dileccio.
ResponderBorrarTu artículo, además de muchas remembranzas, excepto para Jochy Reyes, que no había nacido en la época de tu narración, trae a la palestra aquella famosa frase de que "rico, no es quien más tiene, sino el que menos necesita" o como decía San Francisco "no necesito mucho y lo poco que tengo, lo necesito muy poco". Quizás por eso, éramos tan felices, en medio de las precariedades con que nos criamos...
Bienvenido a MEEC. Espero que este auspicioso estreno te haya ayudado a desterrar esa fobia que mencionas, para siempre.
Un abrazo,
Fernan Ferreira.
Bueeeno Jochy te cayo gas..ja ja ja ja Jaime Bonilla
ResponderBorrarMi caro amigo Dileccio: Antes de felicitarte como lo mereces por ese derroche de narrativa de primera "Garcíamarqueciana" con c y no s, pues si el apellido termina en z, su derivado sería con c., pero esta no es una necedad mía, ese soy yo, así. Déjame decirle a mis compueblanos egregios. desde el más humilde al mas ínclito, que de los pocos maeños que te he visitado junto a tu hermosa familia,yo creo ser uno de esos privilegiados, pero no por tu actual estado económicop feraz, sino por tus virtudes de ser humano que no olvida sus orígenes humildes. Ya sabes las razones principales después de amistad, que motivaron esas visItas, nuestro común afecto para con las mascotas o perros abandonados y callejeros, que casi nadie les hace caso , ni les echa un mendrugo de pan, sinembargo tu esposa, tú y yo cuidamos a cambio de nada, solo nuestro respeto por esos seres indefensos que la mayoría de veces, son más fieles que nosotros los" civilizados" seres humanos. Ya lo dijo W. Churchil, "Mientras más conozco al hombre, más amo a mi perro". Ahora entro en el terreno de tu fecunda narrativa, los lujo de detalles con que describes el terruño maeño, sus costumbres, creencias, laboriosidad, sus gentes, ese contexto que en mucho ha cambiado, para nuestra desdicha. El canal se ha" cloacalizado", pues en él proliferan la mugre, apestosas fundas de basura , hasta animales muertos y quizás lo más evidente, el cauce del mismo lo han reducido a una cuneta , en la que prolifera la maleza y la insalubridad, de modo que el mismo está arrabalizando un pueblo que lo equiparaba, desde luego guardando las distancias, a la" Venecia", de Italia, en Sto.Dgo...No vuelvas a decir que una mujer te dijo estas cosas ,deja tu fobia un tanto acomodaticia y ponte a escribir , pues tienes talento , desde luego no tanto como Proust, Kafka, Tolstoi , García Márquez (El Gabo), Víctor Hugo ,o Balzac entre otros tantos, o nuestro Manuel de Js. Galván. Un fuerte abrazo de tu amigo. HÉCTOR BREA TIÓ (Ricardo). ENHORABUENA.
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