domingo, 23 de junio de 2013

LECCIONES DE HUMILDAD DESDE EL PODER

Por Manuel Mora Serrano

Hay dos personajes que copan titulares en el cono sur de América. No lo hacen por su elegancia o su apostura, que de eso nada. Lo hacen, parece mentira, a pesar de que uno venga de Buenos Aires y el otro del vecindario del río de la Plata.

Y ocupan actualmente posiciones de alto prestigio, uno mundial y el otro nacional de su país. Frente a ellos podríamos resucitar a Federico Bermúdez para que les dijera: "vosotros, los humildes, los del montón salidos" o lo que otro nacido a las veras del Higuamo dijera unos cincuenta años después: "además son muchos los humildes" y me refiero a Freddy Gatón Arce.

Uno, Jorge Mario Bergoglio el actual papa Francisco, cuyo apodo pudiera ser Paco, y el otro, José Alberto Mujica, mejor conocido como Pepe, antiguo tupamaro. El primero un Papa sin mitra, sin anillo de oro, sin cruz dorada en el pecho, viviendo fuera del palacio del Vaticano en una modesta pensión, y el otro en su chacra fuera del radio urbano de Montevideo, en la misma vivienda donde regresaba luego de sus estadías en la cárcel por sus ideas a favor de los humildes, junto a su esposa que es senadora, con una huerta donde cosechan verduras frescas, mientras cocinan y hacen todas las labores domésticas, porque no tienen servidumbre.

Pepe dijo que no iba a Roma cuando la ceremonia de 'habemus papam' porque era ateo pero envió a su mujer que es creyente. Pero ateo y todo, fue a Roma y se abrazaron y se llamaron vecinos. Pero más que vecinos debieron llamarse hermanos, porque al fin y al cabo, Pepe es como es, sin ceremonias ni corbatas por ser socialista y odiar las ceremonias y el boato, de seguro admirador de Jesús como persona, porque al fin y al cabo era un socialista que amaba a los humildes y odiaba todo lo que él detesta.

Y qué decir de ese Cardenal que andaba en colectivos y en trenes por las calles de Buenos Aires, a quien también le gusta cocinar.

De pronto como vivimos y uno acepta las cosas que ocurren en el tiempo que vive sin asombrarse ni pensar en las proyecciones históricas de ciertos personajes, ese hecho del ateo confeso que es recibido y abrazado como un igual por un hombre que profesa profundamente la fe cristiana, no es un acontecimiento baladí, es toda una lección moral, política, ética y diría que estética, porque ambos son jefes de Estado, pero también muy humildes y sinceros, sin poses, sin alaracos ceremoniales, que al final rompieron como dos compadres el protocolo y hablaron de las cosas que deben hablar los seres humanos: de la gente y de sus pueblos.

Hoy lo vemos con tanta naturalidad que nos parece que siempre hubiera sido así. Que un Papa fuera un hombre de carne y hueso que se juntara con todos en el entorno y que dijera misa cada día con las gentes que le sirven; gentes que se asombran, como el soldado suizo cuando le preguntó si tenía hambre y si estaba cansado, que fue y le buscó un sándwich hecho por él y le dijo que se sentara y como eso era romper el protocolo, tuvo que caracterizarse y decirle que el jefe era que se lo ordenaba, la única vez quizás que lo haya dicho.

En cuanto a Pepe Mujica airosamente sin la corbata, aditamento que debe odiar como odiará todo aparataje burgués o aristocrático, también se abrazó en el Palacio Real con el Rey de España que salió a recibirlo y rompieron el protocolo, y luego disfrutando en las tierras de sus antepasados vascos, en Muxica, donde fue detrás de sus raíces porque su abuelo nunca habló de la familia. O cuando llegó a Galicia y agradeció lo que la numerosa colonia gallega ha hecho en Uruguay.

Durante estos últimos tiempos he seguido en la prensa uruguaya, española, y argentina, gracias a la Web, las ocurrencias de este par de ejemplares del museo de la humildad humana que asumen el poder con el solo objetivo de unir y no de destruir. Ajenos al qué dirán, siendo ellos, auténticos, humanos, pero sobre todo, humildes.

Cuántos Franciscos y cuántos Pepes se necesitarán en la historia de la humanidad para revertir los malos ejemplos de boato y corrupción, recordando que si bien uno es el mayor creyente y el otro quizás el mayor ateo, en el medio está aquel socialista hijo del carpintero de Nazaret, que de un modo o de otro, los une en esos rasgos de humildad con los que enseñan nuevos caminos para los que se creen poderosos y olvidan que tanto al templo como al poder temporal político, se va a servir y no a ser servidos. Amén.

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