miércoles, 21 de julio de 2010

El dictado de la conciencia

¿Qué ser, que se llame humano, no quiere justicia en el crimen de la joven madre Yasmín Valdez, asesinada con la crueldad del más vil criminal? ¿Habrá semejante monstruo que se atreva a procurar impunidad ante un hecho tan horrendo, cometido delante de la hija de la víctima, de apenas nueve meses de edad?

Por Ignacio Márquez
Editorial de El Universal, de Mao

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“Mi conciencia tiene para mí, más peso que la opinión de todo el mundo”, habría dicho el jurista, político, filósofo, escritor y orador romano, Marco Tulio Cicerón.

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Lo que una persona piensa y dice debe sebe ser producto de lo que siente, y debe saber que no todo el mundo estará de acuerdo con sus ideas, pero ese derecho a disentir es tan sagrado como el derecho mismo de expresión y difusión del pensamiento.

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Cuando una expresión sale del alma y quien la emite lo hace con responsabilidad y apego a la verdad y la ética; libre de todo prejuicio social, económico, político, racial o religioso, es como lanzar una semilla en tierra fértil, es como un vaso de agua fría en el desierto.

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Si por el contrario, esa expresión no tiene más sustento que rumores, suposiciones, conjeturas sin bases sustentables, y si encima de eso, son palabras que salen envueltas en el veneno de los prejuicios, entonces como pueden ser verdades demostrables a futuro, también pueden ser desabridas adivinanzas con respuestas sugeridas.

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¿Qué ser, que se llame humano, no quiere justicia en el crimen de la joven madre Yasmín Valdez, asesinada con la crueldad del más vil criminal?

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¿Habrá semejante monstruo que se atreva a procurar impunidad ante un hecho tan horrendo, cometido delante de la hija de la víctima, de apenas nueve meses de edad?

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Honestamente, si existe alguien a quien siquiera le pase por la mente buscar que se exonere de culpa al o los que cometieron ese crimen, simplemente debe revisar su cabeza y su corazón, no en los aspectos físico y cardiológico, sino psiquiátrico y emocional.

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Ahora bien, de ese ferviente reclamo de justicia, que no debe cesar hasta las últimas consecuencias, a pretender que una persona sin culpabilidad demostrada sea condenada a una pena privativa de libertad, hay una gran diferencia, que puede ser de todo, menos justicia.

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Si todos los sospechosos de hechos delictivos y todas las personas señaladas como supuestos culpables de hacer daño fueran apresadas, juzgadas y condenadas sin más pruebas que rumores, suposiciones, creencias o pareceres; entonces no alcanzarían los serios y honestos para llevar a prisión a los tantos delincuentes que surgirían.

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La pregunta que todo el mundo se hace es ¿quién o quienes mataron a Yasmín Valdez?

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Mucha gente ha respondido a esa pregunta y algunos hasta jurarían por sus vidas que saben quien la mató. Sin embargo, nadie puede justificar su respuesta y colaborar con la investigación.
Otros también han jurado hasta por sus vidas que, a quienes se sindica como sospechosos, son inocentes.

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Ante todo el dolor que se ha causado, quien tenga conocimiento preciso de un crimen tan horrendo como el de Yasmín Valdez y no lo diga a la autoridad competente, con la responsabilidad que amerita el caso y al menos con algunos indicios de pruebas, es tan criminal como la persona que empuñó el arma homicida.

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La culpabilidad o inocencia de un sospechoso, independientemente de la gravead del hecho, es un misterio que sólo puede ser develado en base a pruebas fehacientes, aquí en Mao, en Santo Domingo, en Estados Unidos, en Europa y en cualquier lugar del mundo.

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Quien pueda señalar con seguridad a la persona que le quitó la vida a esa joven madre, debe hacer un gesto de conciencia, de honor y de responsabilidad, y presentarse ante la autoridad competente y poner fin a esta larga espera de justicia.
Su familia, los hijos y demás familiares de Yasmín, la sociedad y hasta Dios se lo recompensaría con muchas bendiciones.

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Pero al hacerlo, llévese del consejo de Marco Tulio Cicerón y hágalo con apego al dictado de su conciencia, para que su contribución a la justicia le permita un grado de satisfacción, muy superior a la opinión que en su contra pueda emitir todo el que no comparta su iniciativa de decir la verdad.

¡Y haréis justicia!

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