miércoles, 2 de febrero de 2011
A MONCHY COLÓN… IN MEMORIAM
Por Fernando Ferreira Azcona
Hace muchos años, tantos, que no me atrevo a cuantificarlos, allá, en la Villa de Mao, donde afirma el poeta, que los atardeceres son del color del rojo de las tunas, de nácares y perlas, a veces, y otras veces, todos tintes violetas, o todos palideces”, conocí a un niño regordete, de color “indio” (moreno, dirían mis amigos centroamericanos), de mirada transparente que invitaba a la amistad y de comportamiento inocente, sin malicias, que reiteraban esta invitación.
No recuerdo si nuestro primer encuentro se produjo mientras correteábamos por los pasillos de la vetusta Escuela Primaria Juan Isidro Pérez, que en ese entonces llevaba un nombre del “cual no quiero acordarme”, o si ocurrió en las polvorientas calles de nuestro barrio, en el Mao aldeano de entonces…
Nos convertimos en grandes amigos, a una edad tan temprana, que quizás ni comprendíamos el significado de la palabra AMISTAD. Pero, esto no nos importaba. Por intuición dedujimos que el tiempo se encargaría de explicarnos lo que significa la palabra AMIGO, cuando se es sincero, abierto, transparente. Cuando esta relación se maneja con mentalidad abierta para realizar y aceptar las críticas constructivas cuando no nos comportamos a la altura requerida, con la empatía necesaria para perdonar nuestros errores, con amor y compasión para llorar abrazados nuestros momentos difíciles y con la alegría de un niño para celebrar nuestros triunfos.
Sobre estas bases, por alrededor de sesenta años, se desarrolló nuestra relación de amistad, la cual sobrepasó el nivel de amigos, para convertirse en HERMANDAD. Porque a pesar de no venir del mismo vientre, ni tener un padre en común, RAMÓN ANTONIO COLÓN RAMÍREZ (MONCHY) y yo fuimos HERMANOS POR ESCOGENCIA, y nuestras respectivas madres, TITA y NENA, así lo entendieron, y como tal, siempre nos trataron.
Cuando MONCHY no estaba en mi casa, yo estaba en la suya. Almorzábamos o cenábamos donde nos cogiera la hora. La invitación salía sobrando. Y como si fuera poco, ¡nos quedábamos a dormir la siesta!
En el área académica, compartíamos los libros y estudiábamos en grupo, junto a Ningue Taveras, Isidro Ventura, César Brea y Diogenito Castellanos. Éramos estudiantes excelentes, los primeros de la clase, especialmente en el área de las matemáticas y las ciencias. Con mucha responsabilidad social, dábamos lo mejor de nosotros, pero exigíamos de los profesores, con respeto, lo mejor de sí.
Pero, en excelencia académica, NADIE como MONCHY. Mi hermano es la persona más inteligente que he conocido en mi vida, y sin jactancias, me permito decirles que mi trayecto académico incluye colegios y universidades de mucho renombre mundial, como El Zamorano, crema y nata de la juventud latinoamericana y Cornell University, miembro sobresaliente de la Ivy League, junto a Harvard, Yale, Princeton y otras prestigiosas universidades de los Estados Unidos de América.
Como muestra de esa inteligencia de Monchy, un botón: cuando yo volví de El Zamorano, trabajé durante un año en Santiago. Monchy aún estudiaba Ingeniería Electromecánica en la hoy Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. De vez en cuando, por las noches, yo iba a la pensión donde él e Isidro Ventura vivían, junto a otros estudiantes de la misma carrera. Le preguntaba “Colón, ¿en qué tú estás?” Y quien me respondía alarmado era Isidro: “Mira Fernan, no jodas. Vete solo y deja a Monchy tranquilo, que mañana tenemos un peñón de examen y tenemos que amanecer estudiando”. En el ínterin, ya Monchy había cerrado su libro, y les decía a los demás compañeros de carrera: “resuelvan los problemas que ustedes puedan. Los que no puedan resolver, me los dejan señalados, que yo los resuelvo cuando regrese, y se los dejo sobre la mesa. No se olviden de despertarme a la hora del examen”. Al día siguiente, con todo y resaca, la mejor nota era la de Monchy, quien de hecho, se graduó con el índice académico más alto de estudiante alguno, durante los cinco años que cursó en la PUCAMAIMA.
Fue Monchy quien me presentó a la mujer que ha caminado a mi lado durante cuatro décadas. Entre mi querida esposa Nana y Monchy, ya existía una relación de hermanos, antes de que ella y yo nos conociéramos. ¿Coincidencia? Llámelo como usted quiera, pero lo cierto es que esa relación de amistad se estrechó aún más, con el transcurrir del tiempo. Nuestras familias se criaron bien de cerca. Nuestros hijos siempre le llamaron Tío Monchy, y lo trataron como tal. Los suyos, me llaman Tío Fernan.
Además de que compartíamos con frecuencia, en las fiestas de una familia, no faltaba la otra. Nunca se me va a olvidar, que una noche fuimos a visitarle a su casa. Cuando llegamos, Lucy, su primera esposa, me dijo que Monchy quería decirme algo, lo cual me extrañó, pero fui hasta su habitación, asumiendo que se trataba de algo confidencial. ¡Cuál no sería mi sorpresa! ¡Monchy no encontraba la forma de decirme que quería que yo fuera el padrino de su hija Lisa! Y cuál no sería su felicidad, cuando le respondí que para mí sería un gran honor tenerlo como mi compadre. ¡En esa ocasión tuvimos una excelente razón para empinar el codo hasta bien entrada la madrugada!
Monchy siempre escuchó mis opiniones con mucho respeto. Pero en un aspecto que no pude convencerlo, fue para que dejara de fumar. En su época de “buen fumador” andaba con una cajetilla de Casino y otra de Edén, ambas de tabaco negro, en cada bolsillo de la camisa. Me di por vencido, y el continuó fumando… Muchos años después estaban en El Cacique, Monción, Monchy, Arismendy Bonilla y nuestro hijo Fernandito, quien le dijo: “Tío Monchy, según mi padre, a quien considero con una inteligencia por encima del promedio, tú eres el hombre más inteligente que él ha conocido en su vida. ¿Cómo es posible que tú te estés matando a ti mismo, envenenándote con toda esa nicotina? Por favor, deja de fumar.” Acto seguido, Monchy cogió la cajetilla de cigarrillos que tenía en sus bolsillos, los rompió todos y los tiró a la basura. Asimismo, procedió a regalar el encendedor marca Rohnson que poseía y jamás volvió a fumar. ¡Lo que yo no pude lograr en toda mi vida, nuestro hijo lo obtuvo en un instante!
Con el transcurrir del tiempo a Monchy se le descubrió que era diabético. Siempre le dije a mi familia que eso me inquietaba más que mi propia salud, pues él no era exactamente el paciente ideal, mientras que yo, en lo que a disciplina respecta, soy un guardia. Con frecuencia le llamaba para darle seguimiento a esta enfermedad. En honor a la verdad, nunca me mintió al respecto: “la tengo controlada” o “el fin de semana hice un desarreglo y hoy, el azúcar está por las nubes”, etc.
De todos nuestros diálogos sobre salud, solo tengo dudas acerca de su veracidad sobre el que sostuvimos el sábado, 22 de Enero, en horas de la noche. Fue él quien me llamó a mí, para indagar sobre mi salud. Pero como ya dije, a mi me inquietaba más su estado de salud que el mío. Le pregunté por su diabetes y me dijo que estaba completamente controlada. Le supliqué que se cuidara. “La diabetes no te mata, pero te hace la vida miserable”, siempre le decía. Además, no tenía razón para no creerle. Solo los hechos posteriores arrojan nubarrones de duda sobre su veracidad… ¿Presentía que su final estaba cerca? ¿Se estaba despidiendo de mí? Solo Dios sabrá las respuestas a esas preguntas…
El domingo 23 no podía conciliar el sueño, así que me levanté antes de que amaneciera y me metí en MEEC, ajeno a lo que estaba sucediendo. Disfrutaba de la lucha encarnizada entre Manito Santana y Cuchara Espinal por el galardón de “menos feo”, como diría el propio Monchy.
Transcurridas un par de horas, vinieron Nana y nuestra hija Paula, quienes de manera dosificada me dieron la más triste y devastadora noticia que he recibido desde que falleciera nuestra querida Madre, hace ya casi una década: “Ya nuestro hermano Monchy no está con nosotros”, me dijeron. Me desplomé. Los tres no abrazamos y lloramos larga y desconsoladamente…
Cuando pude recomponerme, llamé a nuestro hermano común, Diogenito Castellanos y a nuestro hijo Fernandito, a quienes les pedí que hicieran todo lo que estuviese a su alcance, sin escatimar el gasto, para que los funerales de Monchy estuvieran a su altura y de acuerdo a lo que él significaba para nosotros. La información que me ha llegado por diferentes vías, no dejan duda de que esta meta fue alcanzada.
Descansa en Paz, Hermano del Alma. Tú siempre vivirás en nuestras mentes y en nuestros corazones. Ni la muerte, ni el tiempo lograrán arrancarte de nuestro interior. Por el contrario, ellos contribuirán a eternizarte en el seno de nuestra familia… Te amamos profundamente.
Hace muchos años, tantos, que no me atrevo a cuantificarlos, allá, en la Villa de Mao, donde afirma el poeta, que los atardeceres son del color del rojo de las tunas, de nácares y perlas, a veces, y otras veces, todos tintes violetas, o todos palideces”, conocí a un niño regordete, de color “indio” (moreno, dirían mis amigos centroamericanos), de mirada transparente que invitaba a la amistad y de comportamiento inocente, sin malicias, que reiteraban esta invitación.
No recuerdo si nuestro primer encuentro se produjo mientras correteábamos por los pasillos de la vetusta Escuela Primaria Juan Isidro Pérez, que en ese entonces llevaba un nombre del “cual no quiero acordarme”, o si ocurrió en las polvorientas calles de nuestro barrio, en el Mao aldeano de entonces…
Nos convertimos en grandes amigos, a una edad tan temprana, que quizás ni comprendíamos el significado de la palabra AMISTAD. Pero, esto no nos importaba. Por intuición dedujimos que el tiempo se encargaría de explicarnos lo que significa la palabra AMIGO, cuando se es sincero, abierto, transparente. Cuando esta relación se maneja con mentalidad abierta para realizar y aceptar las críticas constructivas cuando no nos comportamos a la altura requerida, con la empatía necesaria para perdonar nuestros errores, con amor y compasión para llorar abrazados nuestros momentos difíciles y con la alegría de un niño para celebrar nuestros triunfos.
Sobre estas bases, por alrededor de sesenta años, se desarrolló nuestra relación de amistad, la cual sobrepasó el nivel de amigos, para convertirse en HERMANDAD. Porque a pesar de no venir del mismo vientre, ni tener un padre en común, RAMÓN ANTONIO COLÓN RAMÍREZ (MONCHY) y yo fuimos HERMANOS POR ESCOGENCIA, y nuestras respectivas madres, TITA y NENA, así lo entendieron, y como tal, siempre nos trataron.
Cuando MONCHY no estaba en mi casa, yo estaba en la suya. Almorzábamos o cenábamos donde nos cogiera la hora. La invitación salía sobrando. Y como si fuera poco, ¡nos quedábamos a dormir la siesta!
En el área académica, compartíamos los libros y estudiábamos en grupo, junto a Ningue Taveras, Isidro Ventura, César Brea y Diogenito Castellanos. Éramos estudiantes excelentes, los primeros de la clase, especialmente en el área de las matemáticas y las ciencias. Con mucha responsabilidad social, dábamos lo mejor de nosotros, pero exigíamos de los profesores, con respeto, lo mejor de sí.
Pero, en excelencia académica, NADIE como MONCHY. Mi hermano es la persona más inteligente que he conocido en mi vida, y sin jactancias, me permito decirles que mi trayecto académico incluye colegios y universidades de mucho renombre mundial, como El Zamorano, crema y nata de la juventud latinoamericana y Cornell University, miembro sobresaliente de la Ivy League, junto a Harvard, Yale, Princeton y otras prestigiosas universidades de los Estados Unidos de América.
Como muestra de esa inteligencia de Monchy, un botón: cuando yo volví de El Zamorano, trabajé durante un año en Santiago. Monchy aún estudiaba Ingeniería Electromecánica en la hoy Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. De vez en cuando, por las noches, yo iba a la pensión donde él e Isidro Ventura vivían, junto a otros estudiantes de la misma carrera. Le preguntaba “Colón, ¿en qué tú estás?” Y quien me respondía alarmado era Isidro: “Mira Fernan, no jodas. Vete solo y deja a Monchy tranquilo, que mañana tenemos un peñón de examen y tenemos que amanecer estudiando”. En el ínterin, ya Monchy había cerrado su libro, y les decía a los demás compañeros de carrera: “resuelvan los problemas que ustedes puedan. Los que no puedan resolver, me los dejan señalados, que yo los resuelvo cuando regrese, y se los dejo sobre la mesa. No se olviden de despertarme a la hora del examen”. Al día siguiente, con todo y resaca, la mejor nota era la de Monchy, quien de hecho, se graduó con el índice académico más alto de estudiante alguno, durante los cinco años que cursó en la PUCAMAIMA.
Fue Monchy quien me presentó a la mujer que ha caminado a mi lado durante cuatro décadas. Entre mi querida esposa Nana y Monchy, ya existía una relación de hermanos, antes de que ella y yo nos conociéramos. ¿Coincidencia? Llámelo como usted quiera, pero lo cierto es que esa relación de amistad se estrechó aún más, con el transcurrir del tiempo. Nuestras familias se criaron bien de cerca. Nuestros hijos siempre le llamaron Tío Monchy, y lo trataron como tal. Los suyos, me llaman Tío Fernan.
Además de que compartíamos con frecuencia, en las fiestas de una familia, no faltaba la otra. Nunca se me va a olvidar, que una noche fuimos a visitarle a su casa. Cuando llegamos, Lucy, su primera esposa, me dijo que Monchy quería decirme algo, lo cual me extrañó, pero fui hasta su habitación, asumiendo que se trataba de algo confidencial. ¡Cuál no sería mi sorpresa! ¡Monchy no encontraba la forma de decirme que quería que yo fuera el padrino de su hija Lisa! Y cuál no sería su felicidad, cuando le respondí que para mí sería un gran honor tenerlo como mi compadre. ¡En esa ocasión tuvimos una excelente razón para empinar el codo hasta bien entrada la madrugada!
Monchy siempre escuchó mis opiniones con mucho respeto. Pero en un aspecto que no pude convencerlo, fue para que dejara de fumar. En su época de “buen fumador” andaba con una cajetilla de Casino y otra de Edén, ambas de tabaco negro, en cada bolsillo de la camisa. Me di por vencido, y el continuó fumando… Muchos años después estaban en El Cacique, Monción, Monchy, Arismendy Bonilla y nuestro hijo Fernandito, quien le dijo: “Tío Monchy, según mi padre, a quien considero con una inteligencia por encima del promedio, tú eres el hombre más inteligente que él ha conocido en su vida. ¿Cómo es posible que tú te estés matando a ti mismo, envenenándote con toda esa nicotina? Por favor, deja de fumar.” Acto seguido, Monchy cogió la cajetilla de cigarrillos que tenía en sus bolsillos, los rompió todos y los tiró a la basura. Asimismo, procedió a regalar el encendedor marca Rohnson que poseía y jamás volvió a fumar. ¡Lo que yo no pude lograr en toda mi vida, nuestro hijo lo obtuvo en un instante!
Con el transcurrir del tiempo a Monchy se le descubrió que era diabético. Siempre le dije a mi familia que eso me inquietaba más que mi propia salud, pues él no era exactamente el paciente ideal, mientras que yo, en lo que a disciplina respecta, soy un guardia. Con frecuencia le llamaba para darle seguimiento a esta enfermedad. En honor a la verdad, nunca me mintió al respecto: “la tengo controlada” o “el fin de semana hice un desarreglo y hoy, el azúcar está por las nubes”, etc.
De todos nuestros diálogos sobre salud, solo tengo dudas acerca de su veracidad sobre el que sostuvimos el sábado, 22 de Enero, en horas de la noche. Fue él quien me llamó a mí, para indagar sobre mi salud. Pero como ya dije, a mi me inquietaba más su estado de salud que el mío. Le pregunté por su diabetes y me dijo que estaba completamente controlada. Le supliqué que se cuidara. “La diabetes no te mata, pero te hace la vida miserable”, siempre le decía. Además, no tenía razón para no creerle. Solo los hechos posteriores arrojan nubarrones de duda sobre su veracidad… ¿Presentía que su final estaba cerca? ¿Se estaba despidiendo de mí? Solo Dios sabrá las respuestas a esas preguntas…
El domingo 23 no podía conciliar el sueño, así que me levanté antes de que amaneciera y me metí en MEEC, ajeno a lo que estaba sucediendo. Disfrutaba de la lucha encarnizada entre Manito Santana y Cuchara Espinal por el galardón de “menos feo”, como diría el propio Monchy.
Transcurridas un par de horas, vinieron Nana y nuestra hija Paula, quienes de manera dosificada me dieron la más triste y devastadora noticia que he recibido desde que falleciera nuestra querida Madre, hace ya casi una década: “Ya nuestro hermano Monchy no está con nosotros”, me dijeron. Me desplomé. Los tres no abrazamos y lloramos larga y desconsoladamente…
Cuando pude recomponerme, llamé a nuestro hermano común, Diogenito Castellanos y a nuestro hijo Fernandito, a quienes les pedí que hicieran todo lo que estuviese a su alcance, sin escatimar el gasto, para que los funerales de Monchy estuvieran a su altura y de acuerdo a lo que él significaba para nosotros. La información que me ha llegado por diferentes vías, no dejan duda de que esta meta fue alcanzada.
Descansa en Paz, Hermano del Alma. Tú siempre vivirás en nuestras mentes y en nuestros corazones. Ni la muerte, ni el tiempo lograrán arrancarte de nuestro interior. Por el contrario, ellos contribuirán a eternizarte en el seno de nuestra familia… Te amamos profundamente.
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Amigo Fernan, la verdad, es que me ha hecho brotar lagrimas con tu testimonio de un ser que plasmo en los , que como yo, le tuvimos un alto sentimiento de aprecio. Son muy sinceras tus palabras y nos dan una grata idea de tu amistad y hermandad de un amigo, que me quiso desde que le limpiaba sus zapatos cuando niño y que luego compartimos juntos nuestros chistes y placeres. Tu recuerdas cuando nos visitaron aquí en Puerto Plata, nunca me separe de el y cuando llegamos al restaurant a comer, Rabian bachatas , me llamo y me dijo: Ley y que esto? porque era enamorado de la música romántica. Ya no Puedo. Te aprecio, Fernan, y solo digo amen por lo dicho por ti.
ResponderBorrarLey S.
Cabezón:He conocido dos seres humanos gemelos con distintos Padre y Madre, dos hombres muchachos,porque todo era una sonrisa,aceptaban ofensas y respondían con risas,aceptaban engaños y no guardaban rencores,para ellos la vida era un chiste porque nunca los ví plegar sus caras en momentos dificiles;es más, decirle a alguien la famosa frase que el 90% o más usamos en momento de enojos ( "hijo e'p...." ) nunca oí decirla por ninguno de esos dos muchachos-hombres que siempre se estaban riendo.
ResponderBorrarSon dos amigos mios.
Hoy,he perdido el segundo;el primero lo perdí hace 8 años que fue mi hijo Ramoncito.
Hoy me voy a revestir de valor con lagrimas en mis ojos y le voy a decir a Monchy lo que le dije a mi hijo sobre su tumba "Monchy,sabemos que estás sonriendo allá arriba,sigue sonriendo mientras nosotros aquí seguimos llorando.
Cuando era un niño vivía muy próximo a la casa de Monchy, para ser exacto en la calle 27 de Febrero frente a la casa donde otrora viviera Otilio-Tilán-Rodríguez. Luego, trabajé en la compraventa de Luis Deschamps, más próximo aún a la casa de don Genarito y Doña Patria. De manera, que siempre estuve en contacto con Monchy y familia. Nunca lo vi discutir con nadie ni alzar la voz, ni aún cuando se entregaba a los que haceres baconianos. Recuerdo perfectamente cuando política y religiosamente se enfrentaron Ningue y él. Monchy dirigía la JEC (Juventud Estudiantil Católica) y Ningue, la UER (Unión Estudiantil Revolucionaria), pero los debates ideológicos los conducían con mucha altura. Luego, Monchy se traslada a Santiago y se gradúa Magna Cum Laude en IE en la UCMM, proeza que en ese tiempo la lograban escasos estudiantes en el país, dado el rigor académico de esa universidad. Fernan realiza un retrato perfecto de su amigo de siempre, con ese estilo depurado que le es propio. Monchy siempre vivirá en nuestros corazones. Me sieto orgulloso de haber sido su amigo y me uno al dolor de su familia. Niño Almonte. franal56@hotmail.com
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