jueves, 10 de febrero de 2011
LA CRUZ EQUIVOCADA
TERCER CAMINO
Lavinia del Villar
El camino de la vida está poblado de lindas flores y dolorosas cruces.
Caminar por él, es un saltar escollos y alcanzar estrellas, es un recorrer senderos llenos de luces y sombras, que al final nos proporcionan madurez y cordura a unos, y tropiezos y más tropiezos a otros.
Las cruces tienen mucho que ver con dos sentimientos que nos abruman y nos hacen olvidar las flores: Culpabilidad y vergüenza.
La culpa es con nosotros mismos, la vergüenza es con los demás. Nos sentimos culpables cuando sabemos que hicimos mal, y nos da vergüenza cuando pensamos que otros se enteran de que hicimos mal.
Pasamos una gran parte de nuestra vida dando explicaciones y excusas, porque queremos quedar bien ante los demás, y nos gusta que juzguen favorablemente nuestro recorrido. Justificándonos, nos liberamos un poco de la ansiedad que nos producen la culpabilidad y la vergüenza generadas por un comportamiento equivocado. Hasta ahí la cosa tiene sentido.
Sin embargo, a menudo cargamos cruces que no nos corresponden, por ejemplo, a veces queremos asumir la conducta de nuestros padres o antepasados, y nos avergonzamos si no actuaron bien, o si fueron personas indignas de confianza ciudadana. También insistimos en cargar con las cruces que les corresponden a nuestros hijos, presumiendo que de por vida debemos ser responsables de su conducta, y que nuestro trabajo es eternamente fungir de Cirineo. De manera que si uno de ellos actúa mal nos sentimos culpables: ¿En qué fallé como madre, o como padre? O nos avergonzamos: ¿Qué dirá la gente de nosotros?
Olvidemos las cosas que no salieron bien en el pasado, permitamos que cada quien sea responsable de sus actos, y aunque nos duela, dejemos de cargar la cruz equivocada, porque definitivamente resulta muy pesado cargar la nuestra… y la ajena.
Lavinia del Villar
El camino de la vida está poblado de lindas flores y dolorosas cruces.
Caminar por él, es un saltar escollos y alcanzar estrellas, es un recorrer senderos llenos de luces y sombras, que al final nos proporcionan madurez y cordura a unos, y tropiezos y más tropiezos a otros.
Las cruces tienen mucho que ver con dos sentimientos que nos abruman y nos hacen olvidar las flores: Culpabilidad y vergüenza.
La culpa es con nosotros mismos, la vergüenza es con los demás. Nos sentimos culpables cuando sabemos que hicimos mal, y nos da vergüenza cuando pensamos que otros se enteran de que hicimos mal.
Pasamos una gran parte de nuestra vida dando explicaciones y excusas, porque queremos quedar bien ante los demás, y nos gusta que juzguen favorablemente nuestro recorrido. Justificándonos, nos liberamos un poco de la ansiedad que nos producen la culpabilidad y la vergüenza generadas por un comportamiento equivocado. Hasta ahí la cosa tiene sentido.
Sin embargo, a menudo cargamos cruces que no nos corresponden, por ejemplo, a veces queremos asumir la conducta de nuestros padres o antepasados, y nos avergonzamos si no actuaron bien, o si fueron personas indignas de confianza ciudadana. También insistimos en cargar con las cruces que les corresponden a nuestros hijos, presumiendo que de por vida debemos ser responsables de su conducta, y que nuestro trabajo es eternamente fungir de Cirineo. De manera que si uno de ellos actúa mal nos sentimos culpables: ¿En qué fallé como madre, o como padre? O nos avergonzamos: ¿Qué dirá la gente de nosotros?
Olvidemos las cosas que no salieron bien en el pasado, permitamos que cada quien sea responsable de sus actos, y aunque nos duela, dejemos de cargar la cruz equivocada, porque definitivamente resulta muy pesado cargar la nuestra… y la ajena.
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Excelente reflexión mi querida Profe y prima. Gracias por sus sabias y acertadas orientaciones y más gracias por poner a disposición de nosotros, los lectores de MEEC, esa virtud y sapiencia con que El Altísimo la premio. Papa Dios me la bendiga a Usted y Familia por siempre.
ResponderBorrarCarino y aprecio a raudales,
Diomedes Rodriguez.
Usted no se me queda atrás primo querido. Sus orientaciones nos caen como anillo al dedo.
ResponderBorrarUn abrazo de Lavinia.