domingo, 27 de febrero de 2011
MIS EXPERIENCIAS EN EL BAPTIST HOSPITAL
A PROPÓSITO DE...
Por Fernando Ferreira Azcona
Recibí un mensaje del Departamento Internacional del Baptist Hospital, vía correo electrónico, que decía: a) Sus análisis preoperatorios serán el viernes, 14 de Enero a las 9:00 AM; b) Su cita con el Dr. Quesada para los estudios cardiovasculares es el lunes 17; a las 9:30 AM, y c) Su cirugía está programada para el miércoles 19; a las 12:30 PM. Cada cita tenía indicaciones precisas del lugar donde debía presentarme.
Nana, mi esposa, y yo decidimos salir el jueves 13, en el vuelo de American Airlines de las 2:50 PM. Llegaríamos a Miami a las 4:30 de la tarde, con suficiente tiempo para acomodarnos sin mucha prisa y al día siguiente, acudir a nuestra primera cita. Abordamos el vuelo puntualmente, pero después de 35 minutos dentro del avión, el Capitán nos informó que había un ligero percance y que lo solucionarían en 30 minutos. Una hora más tarde, el Capitán se dirigió a nosotros, expresando que habían subestimado el problema y bajaron a todos los pasajeros, sin hora de salida. Dijeron que nos mantendrían informados.
En la sala de espera se armó el molote, pues había un escritorio con dos empleadas para atender a cerca de 150 pasajeros, y ninguna de las dos sabía qué decir. Nadie sabía si el vuelo despegaría ese jueves 13, ni a qué hora. Nana y yo indagamos a través de unos contactos, y para remate, nos informaron que el próximo vuelo estaba cancelado por un motivo similar al que confrontaba el avión que nos llevaría a Miami.
Es decir, allí estábamos Nana y yo, con una cita importantísima a las 9:00 de la mañana del día siguiente en Miami, de la cual dependía mi cirugía el miércoles 19, varados en el Aeropuerto Las Américas. Entre nuestros hijos y nosotros hicimos “cuchumil” llamadas telefónicas y nada de progresar. Sometido a este estrés, mi dermatitis rosácea, que estaba totalmente bajo control, explosionó y los cachetes se me pusieron al rojo vivo. ¡Hasta me salieron nuevas lesiones! Finalmente, el vuelo salió a “las tantas de la noche” y llegamos a Miami a la 1:30 de la madrugada.
Como era de esperarse, llegamos a tiempo a nuestra cita para los análisis preoperatorios. Pensé: “nada, me sacarán tres o cuatro tubitos de sangre y en media hora me estoy desayunando”. Totalmente equivocado. Me sometieron a unos largos cuestionarios para mi identificación personal e historial de salud. Me pesaron. Midieron mi estatura. Tomaron mi temperatura, la presión sanguínea, los latidos del corazón por minuto. Tomaron las muestras de sangre y orina. Me sacaron placas de rayos X. Llamaron al cardiólogo para asegurar mi cita y cuáles estudios realizaría dicho médico. Nos dieron las instrucciones de qué hacer el día y la mañana antes de la cirugía. ¡Salimos del Baptist Hospital a las 2:00 de la tarde!
El lunes 17 fuimos a la cita con el Dr. Quesada y debimos volver martes 18 para someterme a eco cardiograma, prueba de esfuerzo y estrés eco cardiograma, completamente en ayunas. De hecho, debí pasarme todo el martes a dieta de líquidos de color claro. No podía ingerir nada sólido.
A partir del mediodía del martes 18, empecé a tomarme un purgante cuyo volumen era de cuatro litros. ¡Más de un galón de purgante! Una “bendita” solución salina que sabe a rayos. Y tenía que ingerir dicho purgante en un lapso de cuatro horas. A la 1:15 de la tarde empezó mi corre-corre y por suerte, paró como a las seis de la tarde. Para entonces, estaba “más jala’ o que un timbre de güagüa”. Un solo parámetro basta: cuando me pesaron el día antes, pesé 165 libras. ¡El día de la cirugía pesé 161 libras…!
Me internaron el miércoles 19 alrededor de las 11:00 AM. Cada médico que participó en la cirugía se identificó y me explicó cuál sería su rol. Mi familia y amigos estuvieron conmigo hasta que me llevaron para el quirófano. La cirugía duró alrededor de tres horas y pasé dos más en la sala de recuperación. Cuando desperté, estaba rodeado de mis familiares y amigos. No sentía ningún dolor. Sólo estaba un poco disfónico y la garganta me molestaba. Supongo que a consecuencia de la intubación.
Me llevaron para la habitación como a las 8:00 de la noche. Esta era como un “semi cuidado intensivo”. Es lo que los americanos llaman “step down room”. Durante toda la noche, las atenciones fueron tantas, que no pude dormir. A cada rato venía una enfermera, me tomaba la temperatura, medía la presión arterial (a pesar de que estaba conectado a una máquina que monitoreaba la misma permanentemente), chequeaba la sonda, si las medias para evitar la formación de coágulos estaban funcionando, etc. A las 4:00 AM vino una enfermera de otro departamento, me tomó la temperatura, midió mi presión arterial y tomó muestras de mi sangre. No sé con qué propósito.
La mañana siguiente, cuando me sentaron en una silla, padecí de ligeros mareos. Pero, la enfermera me dijo: “tiene que caminar. Es la única manera de expulsar esos gases”. Al rato vino y me llevó a caminar. Para empezar, sólo hicimos la mitad del trayecto. Una hora más tarde, me paré y junto a mis hijos Fernando y Raúl, le di seis vueltas al circuito. La enfermera se asombró y me dijo que ya estaba bueno. Por la tarde volví a caminar otras seis vueltas. Cuando el médico vino a pasar visita, la enfermera le dijo: “este caballero ha establecido record caminando. Tuve que mandarlo a parar.”
Cuando regresó la enfermera de la noche, nos quejamos por el exceso de atenciones de la noche anterior y prometió que me dejaría dormir. “De lo único que no lo salva nadie es del pinchazo de las 4:00 AM, para sacarle sangre”, y así fue. Parece que el Hospital o alguien está realizando una investigación al respecto (he escuchado que la mayoría de los infartos al miocardio ocurren alrededor de esa hora).
Como nota jocosa, toda enfermera o médico que llegaba a mi habitación, lo primero que preguntaba era: “ya se tiró el primer peíto”, lo cual no ocurrió hasta la segunda noche. Pues efectivamente, las extensas caminatas durante el día, surtieron el efecto de expulsar los gases, como me había advertido la enfermera diurna. Al tercer día, continué mis extensas caminatas, ¡terminé de expulsar todos los gases! Y me dieron de alta.
Una experiencia final: aprendí que cuando se citan nombres, como en mi artículo anterior, involuntariamente muchos son omitidos. Mis excusas a Jochi Reyes, quien me llamó varias veces desde Nueva York, Barbarita Colón, quien no sólo me llamó sino que me visitó y me llevó un bello arreglo de frutas al apartamento. Altagracita González, quien tuvo que subir a un cerro, en el campo donde trabaja, en busca de señal para su celular y así comunicarse conmigo. A mi cuñada Olguita Núñez y a Doña Elizabeth Tió de Molina, quienes también me llamaron para dar seguimiento a mi proceso de recuperación. A todos ellos, GRACIAS desde lo más profundo de mi alma.
Por Fernando Ferreira Azcona
Recibí un mensaje del Departamento Internacional del Baptist Hospital, vía correo electrónico, que decía: a) Sus análisis preoperatorios serán el viernes, 14 de Enero a las 9:00 AM; b) Su cita con el Dr. Quesada para los estudios cardiovasculares es el lunes 17; a las 9:30 AM, y c) Su cirugía está programada para el miércoles 19; a las 12:30 PM. Cada cita tenía indicaciones precisas del lugar donde debía presentarme.
Nana, mi esposa, y yo decidimos salir el jueves 13, en el vuelo de American Airlines de las 2:50 PM. Llegaríamos a Miami a las 4:30 de la tarde, con suficiente tiempo para acomodarnos sin mucha prisa y al día siguiente, acudir a nuestra primera cita. Abordamos el vuelo puntualmente, pero después de 35 minutos dentro del avión, el Capitán nos informó que había un ligero percance y que lo solucionarían en 30 minutos. Una hora más tarde, el Capitán se dirigió a nosotros, expresando que habían subestimado el problema y bajaron a todos los pasajeros, sin hora de salida. Dijeron que nos mantendrían informados.
En la sala de espera se armó el molote, pues había un escritorio con dos empleadas para atender a cerca de 150 pasajeros, y ninguna de las dos sabía qué decir. Nadie sabía si el vuelo despegaría ese jueves 13, ni a qué hora. Nana y yo indagamos a través de unos contactos, y para remate, nos informaron que el próximo vuelo estaba cancelado por un motivo similar al que confrontaba el avión que nos llevaría a Miami.
Es decir, allí estábamos Nana y yo, con una cita importantísima a las 9:00 de la mañana del día siguiente en Miami, de la cual dependía mi cirugía el miércoles 19, varados en el Aeropuerto Las Américas. Entre nuestros hijos y nosotros hicimos “cuchumil” llamadas telefónicas y nada de progresar. Sometido a este estrés, mi dermatitis rosácea, que estaba totalmente bajo control, explosionó y los cachetes se me pusieron al rojo vivo. ¡Hasta me salieron nuevas lesiones! Finalmente, el vuelo salió a “las tantas de la noche” y llegamos a Miami a la 1:30 de la madrugada.
Como era de esperarse, llegamos a tiempo a nuestra cita para los análisis preoperatorios. Pensé: “nada, me sacarán tres o cuatro tubitos de sangre y en media hora me estoy desayunando”. Totalmente equivocado. Me sometieron a unos largos cuestionarios para mi identificación personal e historial de salud. Me pesaron. Midieron mi estatura. Tomaron mi temperatura, la presión sanguínea, los latidos del corazón por minuto. Tomaron las muestras de sangre y orina. Me sacaron placas de rayos X. Llamaron al cardiólogo para asegurar mi cita y cuáles estudios realizaría dicho médico. Nos dieron las instrucciones de qué hacer el día y la mañana antes de la cirugía. ¡Salimos del Baptist Hospital a las 2:00 de la tarde!
El lunes 17 fuimos a la cita con el Dr. Quesada y debimos volver martes 18 para someterme a eco cardiograma, prueba de esfuerzo y estrés eco cardiograma, completamente en ayunas. De hecho, debí pasarme todo el martes a dieta de líquidos de color claro. No podía ingerir nada sólido.
A partir del mediodía del martes 18, empecé a tomarme un purgante cuyo volumen era de cuatro litros. ¡Más de un galón de purgante! Una “bendita” solución salina que sabe a rayos. Y tenía que ingerir dicho purgante en un lapso de cuatro horas. A la 1:15 de la tarde empezó mi corre-corre y por suerte, paró como a las seis de la tarde. Para entonces, estaba “más jala’ o que un timbre de güagüa”. Un solo parámetro basta: cuando me pesaron el día antes, pesé 165 libras. ¡El día de la cirugía pesé 161 libras…!
Me internaron el miércoles 19 alrededor de las 11:00 AM. Cada médico que participó en la cirugía se identificó y me explicó cuál sería su rol. Mi familia y amigos estuvieron conmigo hasta que me llevaron para el quirófano. La cirugía duró alrededor de tres horas y pasé dos más en la sala de recuperación. Cuando desperté, estaba rodeado de mis familiares y amigos. No sentía ningún dolor. Sólo estaba un poco disfónico y la garganta me molestaba. Supongo que a consecuencia de la intubación.
Me llevaron para la habitación como a las 8:00 de la noche. Esta era como un “semi cuidado intensivo”. Es lo que los americanos llaman “step down room”. Durante toda la noche, las atenciones fueron tantas, que no pude dormir. A cada rato venía una enfermera, me tomaba la temperatura, medía la presión arterial (a pesar de que estaba conectado a una máquina que monitoreaba la misma permanentemente), chequeaba la sonda, si las medias para evitar la formación de coágulos estaban funcionando, etc. A las 4:00 AM vino una enfermera de otro departamento, me tomó la temperatura, midió mi presión arterial y tomó muestras de mi sangre. No sé con qué propósito.
La mañana siguiente, cuando me sentaron en una silla, padecí de ligeros mareos. Pero, la enfermera me dijo: “tiene que caminar. Es la única manera de expulsar esos gases”. Al rato vino y me llevó a caminar. Para empezar, sólo hicimos la mitad del trayecto. Una hora más tarde, me paré y junto a mis hijos Fernando y Raúl, le di seis vueltas al circuito. La enfermera se asombró y me dijo que ya estaba bueno. Por la tarde volví a caminar otras seis vueltas. Cuando el médico vino a pasar visita, la enfermera le dijo: “este caballero ha establecido record caminando. Tuve que mandarlo a parar.”
Cuando regresó la enfermera de la noche, nos quejamos por el exceso de atenciones de la noche anterior y prometió que me dejaría dormir. “De lo único que no lo salva nadie es del pinchazo de las 4:00 AM, para sacarle sangre”, y así fue. Parece que el Hospital o alguien está realizando una investigación al respecto (he escuchado que la mayoría de los infartos al miocardio ocurren alrededor de esa hora).
Como nota jocosa, toda enfermera o médico que llegaba a mi habitación, lo primero que preguntaba era: “ya se tiró el primer peíto”, lo cual no ocurrió hasta la segunda noche. Pues efectivamente, las extensas caminatas durante el día, surtieron el efecto de expulsar los gases, como me había advertido la enfermera diurna. Al tercer día, continué mis extensas caminatas, ¡terminé de expulsar todos los gases! Y me dieron de alta.
Una experiencia final: aprendí que cuando se citan nombres, como en mi artículo anterior, involuntariamente muchos son omitidos. Mis excusas a Jochi Reyes, quien me llamó varias veces desde Nueva York, Barbarita Colón, quien no sólo me llamó sino que me visitó y me llevó un bello arreglo de frutas al apartamento. Altagracita González, quien tuvo que subir a un cerro, en el campo donde trabaja, en busca de señal para su celular y así comunicarse conmigo. A mi cuñada Olguita Núñez y a Doña Elizabeth Tió de Molina, quienes también me llamaron para dar seguimiento a mi proceso de recuperación. A todos ellos, GRACIAS desde lo más profundo de mi alma.
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Que bueno que todo haya salido con el éxito esperado. Conocemos el comportamiento de la familia y nos aferramos al Suno Creador para que tenga una pronta recuperación y vuelva a la normalidad.
ResponderBorrarCon el cariño de siempre, Ley S.