jueves, 14 de octubre de 2010
TRAVESURAS DE MUCHACHOS
A PROPÓSITO...
Por Fernando Ferreira Azcona
En uno de mis artículos anteriores (“Nuestra Inserción en Sociedad Maeña”), expresé que los cuatro hermanos mayores siempre andábamos juntos, y en “Mi Otro Líder”, confesé mi admiración por Norman desde que tengo uso de razón.
De tal manera, que cuando competíamos entre nosotros o teníamos que desarrollar un trabajo en equipo nos reagrupábamos, Estanislao y Fausto versus Norman y yo. Cuando se trataba de pedir permisos, la misión se me encomendaba a mí, que soy el menor de los cuatro.
En una ocasión (todavía vivíamos en Sibila) pedimos permiso para ir a comer frutas, a una finca que tenía Tío Félix Ferreira, en Yerba de Guinea. Después de que nos hartamos de mangos, cajuiles, limoncillos y cuantas frutas aparecieron, nos surgió la “brillante idea” de “guerrearnos a limoncillazos puros”. Está de más decir, que esta fruta produce una mancha feísima, de color marrón y que cada vez que un limoncillo se estrellaba en la anatomía de uno de nosotros, su cáscara se abría y parte de su maza se impregnaba en nuestras ropas.
Cuando ya no le cabía más maza de limoncillo a nuestras camisas, nos quitamos las mismas y las “lavamos” en un caño que aun existe en Yerba de Guinea, donde se bifurca la carretera hacia Palo Amarillo y Hato Nuevo. Llegamos a casa, nos quitamos la ropa y la echamos en el canasto de la ropa sucia.
A la hora de lavar dicha ropa, Mamá descubrió que a ésta no le cabía una mancha más de limoncillo. Dejó la misma cual estaba y esperó a que Papá llegara a almorzar para mostrársela. Resultado… aun me acuerdo perfectamente de la pela que nos dio el Viejo.
En otra oportunidad, el cuarteto antes citado iba de regreso a casa, después de llevarle la cena a Papá en la pulpería ubicada en la Duarte esquina Mella (frente a la Farmacia Mao). A la altura del parque Amado Franco Bidó, un joven apodado Neo, cuyo nombre no recuerdo, más viejo que cualquiera de nosotros empezó a molestarnos, y nos “emburujamos” con él. Éste no aguantó la embestida y salió corriendo. Entonces, le caímos a pedradas.
Sucedió la infausta coincidencia de que al momento de Fausto tirarle una piedra a Neo, Estanislao que estaba agachado, se incorporó e interpuso su cabeza en la trayectoria que llevaba la piedra. De tal manera, que la misma hizo diana en la testa de nuestro hermano, y… la sangre comenzó a fluir de la misma. Asustados, nos devolvimos para la pulpería, le explicamos a Papá lo sucedido, y éste llevó a Estanislao al hospital Luis L. Bogaert, que quedaba al lado del negocio, donde le dieron 2 – 3 puntos de sutura.
Otro día, pedimos permiso para ir a jugar a la casa de uno de nuestros amigos en el barrio (Sibila). Pero, realmente, nos fuimos para el play, hoy conocido muy merecidamente como Estadio de Béisbol Pucho Marrero, pues había un juego de pelota interbarrial. Llegamos allí y nos colocamos en el área de foul por tercera base, pero bastante cerca del “home plate”.
Si mal no recuerdo, estaba bateando Chiquitía Gil, hijo de Don Sosó y hermano de Ojito, quien hizo un suing violento, y en el mismo se le zafó el bate. Éste salió volando por los aires, y en su trayecto encontró la anatomía de quien embarra estas cuartillas. Caí privado al suelo, presa de un inmenso dolor.
Una vez recuperado del golpe, yo no paraba de llorar, no porque éste me doliera, sino asustado por las posibles consecuencias, si Papá se enteraba del incidente y de que estamos en el play sin el debido permiso. Cuando los presentes nos prometieron que no comentarían el suceso, salimos raudos hacia nuestra casa.
Viviendo ya en la Duarte # 40, una tarde fuimos a realizar nuestras tareas agrícolas a la parcela que Tío Félix le había prestado a Papá, ubicada detrás de la estación de gasolina de Domingo Rodríguez, hoy propiedad de su hija Rafaelina y su esposo Tenei Minier.
Era costumbre, que cuando terminábamos nuestras labores, nos fuéramos a bañar a un “flumen” que Tío Félix había construido y que tenía una caída de agua en cascada, muy refrescante. En esta ocasión, Estanislao y Fausto fueron los primeros en llegar a este lugar, encontrando allí a dos de las hijas de Tía Juanita, que lavaban la ropa de su familia.
“A las que no quieran ver güe… y otras cosas de hombres, les conviene que se vayan”, espetó Estanislao, antes de que Norman y yo llegásemos. Nuestras primas, que tendrían 13 – 15 años de edad, salieron corriendo despavoridas, con sus bateas de ropa mojada en sus cabezas, y le contaron lo sucedido a su Mamá, Tía Juanita.
A pesar de que en esa época no había teléfono en Mao, cuando nosotros llegamos a casa, ya Papá había sido enterado de lo sucedido por su hermana Juanita. Así que tan pronto nos vio, nos dijo: “espérenme de rodillas ante el Corazón de Jesús, que ahorita hay justicia”. Sabedor de lo que esta frase significaba y ajeno a lo que había sucedido, yo empecé a llorar.
Al rato llegó Papá “a impartir justicia”, y el primer interpelado fui yo. Inmediatamente, muy responsablemente, Fausto dijo: “Papá, Fernan no sabe qué fue lo que pasó”. “Entonces, dígame usted, que fue lo que pasó”, le respondió nuestro Padre. Fausto lo llevó aparte y le contó en secreto lo que había pasado.
Confiado de que esta vez me libraría de la pela, yo había dejado de llorar. Pero, ¡¿Cuál no sería mi sorpresa?! Cuando Papá y Fausto se reintegraron al grupo, dirigiéndose a mí, Papá expresó: “Usted que es el más chiquito tiene cuatro fuetazos y uno de ñapa”. A Fausto: “Usted tiene cinco fuetazos y uno de ñapa”. A Norman: “A usted le tocan seis fuetazos y uno de ñapa”, y por último, a Estanislao le dijo: “Y a usted le tocan ocho fuetazos y dos de ñapa”. Inmediatamente, empezó el cumplimiento de las sentencias…
Como colofón a esta última anécdota, transcurrieron muchos años y yo nunca supe el porqué de esta pela. Ya siendo hombres casados, con hijos, estábamos en “la vieja casona de madera” recordando nuestras travesuras de muchachos, y entre risas y carcajadas, a mí se me ocurrió preguntar qué era lo que en realidad había sucedido en esa ocasión. Fue entonces cuando me enteré de las razones de dicho castigo.
Cuando una de las nueras le dijo a Papá: “Diache Viejo, ¡Que arbitrario!”. Papá le respondió, agitando su brazo derecho, con el puño cerrado: “Si yo no hubiese sido una macana, en vez de una docena de profesionales, tuviera la misma cantidad de tigueres y delincuentes”.
Por Fernando Ferreira Azcona
En uno de mis artículos anteriores (“Nuestra Inserción en Sociedad Maeña”), expresé que los cuatro hermanos mayores siempre andábamos juntos, y en “Mi Otro Líder”, confesé mi admiración por Norman desde que tengo uso de razón.
De tal manera, que cuando competíamos entre nosotros o teníamos que desarrollar un trabajo en equipo nos reagrupábamos, Estanislao y Fausto versus Norman y yo. Cuando se trataba de pedir permisos, la misión se me encomendaba a mí, que soy el menor de los cuatro.
En una ocasión (todavía vivíamos en Sibila) pedimos permiso para ir a comer frutas, a una finca que tenía Tío Félix Ferreira, en Yerba de Guinea. Después de que nos hartamos de mangos, cajuiles, limoncillos y cuantas frutas aparecieron, nos surgió la “brillante idea” de “guerrearnos a limoncillazos puros”. Está de más decir, que esta fruta produce una mancha feísima, de color marrón y que cada vez que un limoncillo se estrellaba en la anatomía de uno de nosotros, su cáscara se abría y parte de su maza se impregnaba en nuestras ropas.
Cuando ya no le cabía más maza de limoncillo a nuestras camisas, nos quitamos las mismas y las “lavamos” en un caño que aun existe en Yerba de Guinea, donde se bifurca la carretera hacia Palo Amarillo y Hato Nuevo. Llegamos a casa, nos quitamos la ropa y la echamos en el canasto de la ropa sucia.
A la hora de lavar dicha ropa, Mamá descubrió que a ésta no le cabía una mancha más de limoncillo. Dejó la misma cual estaba y esperó a que Papá llegara a almorzar para mostrársela. Resultado… aun me acuerdo perfectamente de la pela que nos dio el Viejo.
En otra oportunidad, el cuarteto antes citado iba de regreso a casa, después de llevarle la cena a Papá en la pulpería ubicada en la Duarte esquina Mella (frente a la Farmacia Mao). A la altura del parque Amado Franco Bidó, un joven apodado Neo, cuyo nombre no recuerdo, más viejo que cualquiera de nosotros empezó a molestarnos, y nos “emburujamos” con él. Éste no aguantó la embestida y salió corriendo. Entonces, le caímos a pedradas.
Sucedió la infausta coincidencia de que al momento de Fausto tirarle una piedra a Neo, Estanislao que estaba agachado, se incorporó e interpuso su cabeza en la trayectoria que llevaba la piedra. De tal manera, que la misma hizo diana en la testa de nuestro hermano, y… la sangre comenzó a fluir de la misma. Asustados, nos devolvimos para la pulpería, le explicamos a Papá lo sucedido, y éste llevó a Estanislao al hospital Luis L. Bogaert, que quedaba al lado del negocio, donde le dieron 2 – 3 puntos de sutura.
Otro día, pedimos permiso para ir a jugar a la casa de uno de nuestros amigos en el barrio (Sibila). Pero, realmente, nos fuimos para el play, hoy conocido muy merecidamente como Estadio de Béisbol Pucho Marrero, pues había un juego de pelota interbarrial. Llegamos allí y nos colocamos en el área de foul por tercera base, pero bastante cerca del “home plate”.
Si mal no recuerdo, estaba bateando Chiquitía Gil, hijo de Don Sosó y hermano de Ojito, quien hizo un suing violento, y en el mismo se le zafó el bate. Éste salió volando por los aires, y en su trayecto encontró la anatomía de quien embarra estas cuartillas. Caí privado al suelo, presa de un inmenso dolor.
Una vez recuperado del golpe, yo no paraba de llorar, no porque éste me doliera, sino asustado por las posibles consecuencias, si Papá se enteraba del incidente y de que estamos en el play sin el debido permiso. Cuando los presentes nos prometieron que no comentarían el suceso, salimos raudos hacia nuestra casa.
Viviendo ya en la Duarte # 40, una tarde fuimos a realizar nuestras tareas agrícolas a la parcela que Tío Félix le había prestado a Papá, ubicada detrás de la estación de gasolina de Domingo Rodríguez, hoy propiedad de su hija Rafaelina y su esposo Tenei Minier.
Era costumbre, que cuando terminábamos nuestras labores, nos fuéramos a bañar a un “flumen” que Tío Félix había construido y que tenía una caída de agua en cascada, muy refrescante. En esta ocasión, Estanislao y Fausto fueron los primeros en llegar a este lugar, encontrando allí a dos de las hijas de Tía Juanita, que lavaban la ropa de su familia.
“A las que no quieran ver güe… y otras cosas de hombres, les conviene que se vayan”, espetó Estanislao, antes de que Norman y yo llegásemos. Nuestras primas, que tendrían 13 – 15 años de edad, salieron corriendo despavoridas, con sus bateas de ropa mojada en sus cabezas, y le contaron lo sucedido a su Mamá, Tía Juanita.
A pesar de que en esa época no había teléfono en Mao, cuando nosotros llegamos a casa, ya Papá había sido enterado de lo sucedido por su hermana Juanita. Así que tan pronto nos vio, nos dijo: “espérenme de rodillas ante el Corazón de Jesús, que ahorita hay justicia”. Sabedor de lo que esta frase significaba y ajeno a lo que había sucedido, yo empecé a llorar.
Al rato llegó Papá “a impartir justicia”, y el primer interpelado fui yo. Inmediatamente, muy responsablemente, Fausto dijo: “Papá, Fernan no sabe qué fue lo que pasó”. “Entonces, dígame usted, que fue lo que pasó”, le respondió nuestro Padre. Fausto lo llevó aparte y le contó en secreto lo que había pasado.
Confiado de que esta vez me libraría de la pela, yo había dejado de llorar. Pero, ¡¿Cuál no sería mi sorpresa?! Cuando Papá y Fausto se reintegraron al grupo, dirigiéndose a mí, Papá expresó: “Usted que es el más chiquito tiene cuatro fuetazos y uno de ñapa”. A Fausto: “Usted tiene cinco fuetazos y uno de ñapa”. A Norman: “A usted le tocan seis fuetazos y uno de ñapa”, y por último, a Estanislao le dijo: “Y a usted le tocan ocho fuetazos y dos de ñapa”. Inmediatamente, empezó el cumplimiento de las sentencias…
Como colofón a esta última anécdota, transcurrieron muchos años y yo nunca supe el porqué de esta pela. Ya siendo hombres casados, con hijos, estábamos en “la vieja casona de madera” recordando nuestras travesuras de muchachos, y entre risas y carcajadas, a mí se me ocurrió preguntar qué era lo que en realidad había sucedido en esa ocasión. Fue entonces cuando me enteré de las razones de dicho castigo.
Cuando una de las nueras le dijo a Papá: “Diache Viejo, ¡Que arbitrario!”. Papá le respondió, agitando su brazo derecho, con el puño cerrado: “Si yo no hubiese sido una macana, en vez de una docena de profesionales, tuviera la misma cantidad de tigueres y delincuentes”.
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Lo que voy a decir es un complemento a lo que dice mi hermano Fernan. Él ha mencionado dos o tres veces en sus artículos la palabra "pela". Para que no se vaya a malinterpretar, yo quiero enfatizar que si bien en casa había mucha disciplina y la pela era la forma que se usaba para mantener a uno por la línea del medio en esos tiempos, el nuestro no era un hogar violento como tampoco lo era, ni lo es, Vitalino. Y no, tampoco éramos miedosos que anduviéramos escondiéndonos, pues si bien el viejo "era el jefe", también tenía y tiene un gran sentido del humor y que fuimos un clan totalmente feliz que agradecemos cada una de esas "pelas" porque en los tiempos difíciles del crecimiento, nos recordaba lo que era importante y que todo acto tiene consecuenccias.
ResponderBorrarIsaías Ferreira
Gracias, Mano por el "aclarando".
ResponderBorrarEs tal como señalas. Nuestro Viejo tenía y aun tiene un gran sentido del humor. Asimismo, fue un Padre amoroso. Pero, estas cualidades son compatibles con la disciplina, el respeto y el civismo.
Obviamente, en estos tiempos no se conoce la palabra pela, pero hace 50 - 60 años, esta era la manera más corriente de corregir a un muchacho.
Gracias de nuevo. Un abrazo,
Fernan.
Me estoy riendo solo, por lo IDENTICO de Tio Vitalino con mi padre Jose fco ,soy Roberto Ferreira, tenian la misma "tecnica"de criarnos ,Gracias a ellos.Admiro a mi queridisimo primo Norman ,y a ese Maeño empedernido Evelio Martinez.Roberto Ferreira.
ResponderBorrarPrimo Roberto:
ResponderBorrarUn saludo y gracias por su visita a MEEC, la cual nos honra.
Norman es querido por todos quienes lo conocemos a fondo.
Si quiere leer lo que escribió Fernan acerca del Dr., vaya al índice de autores en la parte derecha del blog y haga clic en Fernan Ferreira, Busque por el artículo: Mi otro líder.
Un abrazo.
Isaías