jueves, 7 de octubre de 2010
POESÍAS POPULARES EN EL MAO DE ANTAÑO
DESTELLOS DE NOSTALGIA
Por César Brea
Hubo una vez un pueblo donde la vida transcurría de una manera bucólica, rutinaria y simple. Las diversiones eran pocas, contadas no llegaban a diez. A saber: el parque, el Teatro Jaragua, el Samoa, los bares de la periferia, la gallera, el play, el Club Quisqueya y la iglesia. Los jóvenes alternábamos otros entretenimientos menos institucionales como el volibol, las esquinas a las muchachas, la biblioteca de la calle Duarte, el Club Juvenil, el balneario y las zanjas. Eran tiempos de poesías populares como no volverán a repetirse, poemas en la escuela, en las veladas, en las serenatas, en la radio.
En las escuelas, las últimas horas de los viernes eran dedicadas al arte. Recordamos a Encarnación Reyes, con aquel Garrick del mexicano Juan de Dios Peza que a todos nos dejaba pensativos por aquello de reír-llorando… “El carnaval del mundo engaña tanto, /que las vidas son breves mascaradas; /aquí aprendemos a reír con llanto /y también a llorar con carcajadas”.
Otras veces, la misma Encarnación nos arrancaba las infantiles lágrimas con aquel “Violín de Yanko”, donde la selva cantaba y cantaba el bosque y cantaba la llanura y terminaba la declamación con la tragedia de Yanko, aquel chicuelo más rubio y sonrosado que la aurora asesinado por los peones de su propia casa al confundirlo con un ladrón musical de medianoche.
Eran los tiempos en que las palabras bien expresadas nos conmovían hasta el estremecimiento.
¿Quién no recuerda la radio y aquellos poemas en LP del grande de Puerto Plata Juan Llibre, la voz más hermosa de las ondas hertzianas y su clásico Calle de la Veracruz?: “Calle que fuiste mi calle… aunque nunca vuelva a verte, ¿quién podrá nunca olvidarte?” ¿Y aquel Frasquito Sánchez que no conoció el ultraje?
Para el día de las madres en las veladas eran infaltables el Indio Duarte y su trilogía maternal de poemas gauchos: “Para mi todas son madres”, “Mi madre sí que era guapa” o “El Beso”… ese beso que pregunta el mundo, que preguntan todos y a seguida respondía “que no hay un beso que más el alma taladre ni cause más ardor que el que se da con dolor al cadáver de una madre”.
Bellos tiempos aquellos cuando los adolescentes andábamos con los libros de poemas escondiéndolos vergonzosos para no delatar cursilería pero buscando aquellas rimas que con timidez susurrábamos a las enamoradas. Tiempos del despertar erótico con los versos del poeta cubano José Ángel Buesa, ese mismo Buesa del Poema de la Despedida, del Poema del Renunciamiento y del Poema de las Cosas o de aquel provocador poema “La obra de Jehová” donde se enaltecían esos “senos que ostentan terciopelos rubios como la piel de los melocotones y que fingen minúsculos Vesubios creciendo horizontales sobre los corazones”. O el irreverente “Gólgota Rosa”, de nuestro poeta nacional Fabio Fiallo, oda a los senos femeninos que en uno de sus párrafos aludía: “Oh, pequeño Jesús crucificado, déjame a mi morir en tu lugar sobre la tentación de ese Calvario hecho en las dos colinas de un rosal”. Recordamos el Poema 20 de Neruda que asomó a tantas ventanas en las madrugadas de serenatas junto al “Guitarra suena más bajo”, de Nicola Di Bari o al “Despierta dulce amor de mi vida”, que cantaba el Maestro Bienvenido.
Poemas de otros calibres intelectuales tocaban los espíritus juveniles de entonces. Recuerdo los “Poemas Humanos”, de César Vallejo, el “Canto General”, de Pablo Neruda, las “Prosas Profanas”, de Rubén Darío y “La amada inmóvil”, de Amado Nervo, entre otros.
Otros poemas populares de entonces. El “Seminarista de los Ojos negros”, que tanto gustaba a las muchachas. El “Brindis del Bohemio”, fijo en Radio Mao la última noche de cada año. Los hermosísimos versos del bardo azuano, Héctor J. Díaz (Que nadie me conozca y que nadie me quiera). O aquellos poemas enlatados que junto a las novelas nos llegaran desde México en la voz muy masculina de Jorge Lavat (Desiderata, Anónimo Veneciano y Yo quiero dibujarte). Todos versos exquisitos y sentidos, pero el más popular y más conocido por todos los maeños eran aquellas estrofas que escuchamos en la voz aguardentosa del artista maeño de la madera, Don Ramón Bonilla: “En la bajada de un cerro y en la subida de otro, nadie que beba romo le diga borracho a otro”. Tiempos idos de aquel Mao de los 60 y 70, que como las oscuras golondrinas de Bécquer… ya nunca volverán.
Por César Brea
Hubo una vez un pueblo donde la vida transcurría de una manera bucólica, rutinaria y simple. Las diversiones eran pocas, contadas no llegaban a diez. A saber: el parque, el Teatro Jaragua, el Samoa, los bares de la periferia, la gallera, el play, el Club Quisqueya y la iglesia. Los jóvenes alternábamos otros entretenimientos menos institucionales como el volibol, las esquinas a las muchachas, la biblioteca de la calle Duarte, el Club Juvenil, el balneario y las zanjas. Eran tiempos de poesías populares como no volverán a repetirse, poemas en la escuela, en las veladas, en las serenatas, en la radio.
En las escuelas, las últimas horas de los viernes eran dedicadas al arte. Recordamos a Encarnación Reyes, con aquel Garrick del mexicano Juan de Dios Peza que a todos nos dejaba pensativos por aquello de reír-llorando… “El carnaval del mundo engaña tanto, /que las vidas son breves mascaradas; /aquí aprendemos a reír con llanto /y también a llorar con carcajadas”.
Otras veces, la misma Encarnación nos arrancaba las infantiles lágrimas con aquel “Violín de Yanko”, donde la selva cantaba y cantaba el bosque y cantaba la llanura y terminaba la declamación con la tragedia de Yanko, aquel chicuelo más rubio y sonrosado que la aurora asesinado por los peones de su propia casa al confundirlo con un ladrón musical de medianoche.
Eran los tiempos en que las palabras bien expresadas nos conmovían hasta el estremecimiento.
¿Quién no recuerda la radio y aquellos poemas en LP del grande de Puerto Plata Juan Llibre, la voz más hermosa de las ondas hertzianas y su clásico Calle de la Veracruz?: “Calle que fuiste mi calle… aunque nunca vuelva a verte, ¿quién podrá nunca olvidarte?” ¿Y aquel Frasquito Sánchez que no conoció el ultraje?
Para el día de las madres en las veladas eran infaltables el Indio Duarte y su trilogía maternal de poemas gauchos: “Para mi todas son madres”, “Mi madre sí que era guapa” o “El Beso”… ese beso que pregunta el mundo, que preguntan todos y a seguida respondía “que no hay un beso que más el alma taladre ni cause más ardor que el que se da con dolor al cadáver de una madre”.
Bellos tiempos aquellos cuando los adolescentes andábamos con los libros de poemas escondiéndolos vergonzosos para no delatar cursilería pero buscando aquellas rimas que con timidez susurrábamos a las enamoradas. Tiempos del despertar erótico con los versos del poeta cubano José Ángel Buesa, ese mismo Buesa del Poema de la Despedida, del Poema del Renunciamiento y del Poema de las Cosas o de aquel provocador poema “La obra de Jehová” donde se enaltecían esos “senos que ostentan terciopelos rubios como la piel de los melocotones y que fingen minúsculos Vesubios creciendo horizontales sobre los corazones”. O el irreverente “Gólgota Rosa”, de nuestro poeta nacional Fabio Fiallo, oda a los senos femeninos que en uno de sus párrafos aludía: “Oh, pequeño Jesús crucificado, déjame a mi morir en tu lugar sobre la tentación de ese Calvario hecho en las dos colinas de un rosal”. Recordamos el Poema 20 de Neruda que asomó a tantas ventanas en las madrugadas de serenatas junto al “Guitarra suena más bajo”, de Nicola Di Bari o al “Despierta dulce amor de mi vida”, que cantaba el Maestro Bienvenido.
Poemas de otros calibres intelectuales tocaban los espíritus juveniles de entonces. Recuerdo los “Poemas Humanos”, de César Vallejo, el “Canto General”, de Pablo Neruda, las “Prosas Profanas”, de Rubén Darío y “La amada inmóvil”, de Amado Nervo, entre otros.
Otros poemas populares de entonces. El “Seminarista de los Ojos negros”, que tanto gustaba a las muchachas. El “Brindis del Bohemio”, fijo en Radio Mao la última noche de cada año. Los hermosísimos versos del bardo azuano, Héctor J. Díaz (Que nadie me conozca y que nadie me quiera). O aquellos poemas enlatados que junto a las novelas nos llegaran desde México en la voz muy masculina de Jorge Lavat (Desiderata, Anónimo Veneciano y Yo quiero dibujarte). Todos versos exquisitos y sentidos, pero el más popular y más conocido por todos los maeños eran aquellas estrofas que escuchamos en la voz aguardentosa del artista maeño de la madera, Don Ramón Bonilla: “En la bajada de un cerro y en la subida de otro, nadie que beba romo le diga borracho a otro”. Tiempos idos de aquel Mao de los 60 y 70, que como las oscuras golondrinas de Bécquer… ya nunca volverán.
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Mi hermano Cesar : Ese remontamiento hácia aquellos tiempos es un eterno pensar al compararlo con el hoy que vivimos,pena y tristeza siento al ver esta juventud tan moderna carente de ingenuidad,porque ya aquella niña de 12 años que usaba medias hoy las cambiaron por zapatacones.
ResponderBorrarEse viernes escolar que había que desarrollar el arte. Arte que desarrollé con la rima de "Yo soy Rafelito,muchacho valiente,por eso me pongo el flú de teniente,para hacerle el saludo al señor presidente. Y el otro que decía " La rosa cayó entre el agua, pero no se deshojó,mi madre me quiere mucho,pero mas la quiero yo. La paciencia de esos Maestros para tolerar durante un año esas dos estrofas merecen un premio.
Suerte que ellos eran compensados al entregar las notas,ya que el cargamento de malta Morena y leche condensada que recibian le cubrían unos 6 meses. No había para mas.
Se te olvidó entre las canciones a " Esclavo soy,negro nací,negro es mi color y negra es mi suerte"Eduardo Brito,. Recuerda la revista de Charles Atlas y el "alfeñique".
Que tiempos aquellos.
Abrazos
Manito
Apreciado César:
ResponderBorrarGracias por recrear aquellos años preciosos de nuestra adolescencia en nuestra querida Escuela Primaria Presidente Trujillo, hoy Juan Isidro Pérez.
Lástima que esos espacios, igual que la Educación Cívica, hayan desaparecido de nuestras escuelas.
Te felicito y ¡bienvenido al staff de MEEC!
Un abrazo,
Fernan Ferreira
arapf@codetel.net..do
Don cesar muy bueno y nostalgico
ResponderBorrarsu tema..Que tiempos aquellos!!!
Aunque dicen que cada cosa tiene
su tiempo, pero como esos ninguno
Felicidades en hora buena!!
Jaime Bonilla
Esa prosa elegante y coqueta con sabor a versos de la que haces gala debe regalarnosla periódicamente a los lectores de MEEC, hábidos de nostalgias y recuerdos que se nos descuelgan del alma.
ResponderBorrarComo a Ley Simé te digo, César Brea, desembucha de esa mente prodigiosa todo ese arsenal de magia de imágenes, anécdotas y sueños que te adornan. No seas "pijotero".
Lo esperamos.
Evelio Martínez.
Querido César: !Qué hermoso artículo! Te felicito. Mejor no pudo ser. La nostalgia me invadió, porque precisamente hoy escribí que "añoro los tiempos en que los vecinos sabían nuestros nombres", y "los maestros que cantaban los himnos escolares". No dejes de seguir nutriéndonos con ese romanticismo que nos hace tanta falta. Un abrazo. Lavinia.
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