jueves, 21 de octubre de 2010

LA VERDAD SOBRE EL ASESINATO DEL GOBERNADOR DE VALVERDE EN 1965 - III

El 22 de octubre de 1965, siendo gobernador de la provincia Valverde, caía cobarde y vilmente asesinado Manuel de Jesús Haddad Pichardo, a quien apodaban Milet. Acompañando a Milet en ese viaje iban Tito Cabrera, Evelio Martínez, Sergio Peña y Juan Antonio Muñoz (Pango), quienes heridos, algunos de ellos como Evelio y Sergio, de gravedad, salvaron la vida milagrosamente. Al cumplirse este mes 45 años de tan salvaje acontecimiento, vamos a reproducir una serie de artículos publicados por el desaparecido periódico El Sol en octubre de 1983, bajo la autoría de Alex Jiménez, de Esperanza, Valverde. El Sr. Jiménez, a quien damos las gracias encarecidas, es el director del periódico Primicias, de circulación nacional.

HABLAN DOS SOBREVIVIENTES
Por Alex Jiménez

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Casi llegando al lugar donde fueron asesinadas las hermanas Mirabal la guagua se apagó, justamente frente a una casita habitada por campesinos.

El carro Hilman se devolvió y los campesinos salieron, los asesinos les requirieron ayuda para empujar la guagua, actitud que fue aprovechada por el dirigente perredeista Ramón Emilio Cabrera (Tito) para gritarle de una forma nerviosa: “No los ayuden, esta gente nos quieren matar”. Al oír los campesinos esta advertencia salieron huyendo. Entonces el (chofer) sargento dijo: Este hombre es peligroso montado detrás de mí, procedieron a trasladar a Pango a la parte trasera y a Tito al asiento delantero, lo que contribuyó a que Tito pudiera abrir la puerta y lanzarse al precipicio y salvarse.

En ese momento se comprobó que se había agotado la gasolina y la guagua corrió como 500 metros en bajadas. Otras veces fue empujada por el carro Hilman.

Parece que el destino les tenía asegurado el mismo lugar que el de las hermanas Mirabal. La guagua se negó a seguir y los asesinos al mando del tal Miguel Revolución se prepararon a realizar su servicio.

Cuando el jefe dio la orden, el gobernador Haddad le pidió al que dijo ser sargento que le dejara salir a orinar, instante que fue utilizado por el secuestrador para desenfundar su pistola 45 y descargarla sobre su cabeza y la de sus otros compañeros, comenzando a disparar en posición de paredón, pero los demás dirigentes del partido blanco estaban sentados en la guagua.

Tito Cabrera al oír el primer disparo abrió la puerta y se lanzó por el precipicio salvando así su vida.

“Alguno pudimos bajarnos, unos más que otros, tal fue el caso de Pango Muñoz, que se tiró al piso y solo recibió una herida de bala”, se recuerda.

¿Qué tiempo duraron disparando? Los secuestrados no lo saben ya que las heridas recibidas les hicieron perder el conocimiento, el que recobraron al rociarles gasolina.

El jefe de los secuestradores grito: “rápido, empujemos la guagua al precipicio y fuego con ellos”, luego pusieron la guagua al borde del precipicio, le prendieron fuego a su interior y por ende a los secuestrados y la empujaron por el precipicio.

Aparentaba un accidente y todo parece indicar que solo se roció gasolina en las extremidades y por ahí comienza a arder.

La guagua dio varias vueltas y de repente se paró sacando por la puerta delantera a Sergio y a Pango Muñoz, quedando Evelio a medio caer al suelo.

No habían tocado suelo cuando se iluminó todo el sector, sonaron las explosiones y Martínez sentía que le introducían partículas por su cuerpo.

Habían lanzado dos granadas para con eso terminar aquel crimen horrendo que perseguía quitarles la vida a cinco hombres que luchaban por la libertar del pueblo dominicano.

Evelio Martínez se resguardó detrás de un tronco y en ese mismo instante escuchó una voz que gritaba ¡Ay, mi madre! Pensó que algunos de sus compañeros deliraban y se acercó a su compañero Sergio, quien se quejaba de esa forma, pues recibió cinco balazos y se abrazaron para rodar precipicio abajo, advirtiéndole antes que debía callarse y señalarle sus cuatro heridas tres de ellas en el brazo y costado derecho.

“Nos preguntamos qué suerte habían corrido los demás, excepto Tito Cabrera, que sabíamos estaba tirado por el precipicio”, añaden.

Evelio había dicho que Milet Haddad había muerto, pues le cayó encima y no lo sintió moverse más, y a Pango Muñoz lo creían escondido o muerto por las granadas ya que estas fueron lanzadas en la dirección que cayó.

Narran que se dejaron deslizar cuesta abajo después de “creernos apagados” de las piernas y en busca de agua.

Creían que al fondo del precipicio había un arroyo mientras aumentaba su sed y justamente llegando al cruce de donde creían había un rio Sergio empeoró y pidió que se marchara porque él iba a morir.

Evelio quiso darle ánimo a Sergio y éste le pidió que le rezara y llevara a su mamá la cadena que pendía en su cuello. Le rezó un Padre Nuestro, le quitó la cadena, le tomó el pulso y no se lo sintió, le dio un beso en la frente y juró vengar su muerte.

Martínez se revistió de fuerza al pararse por primera vez después de haber sido arrojado por la guagua y se propuso salvar su vida para denunciar o vengar este horrendo crimen.

En el trayecto, caminando una vez y arrastrándose otra, sentía lastimarse las piernas.

El secuestrado subió, rogando al altísimo, justamente al sitio donde los malvados habían descargado sus armas asesinas.

Arrastrándose en el lugar encontró los casquillos de los revólveres, pistolas, fusiles y las dos espoletas de las granadas, las que se entró al bolsillo de sus pantalones que ahora eran cortos pues el fuego había destruido la mitad, pensando que este era el cuerpo del delito, era la prueba.

Evelio caminó rumbo a Puerto Plata y en el trayecto se revolcó como un barraco en una manantial que bajaba de las lomas para mitigar el dolor de las quemaduras recibidas. Alcanzó a ver unas luces que se aproximaban y pensó que podrían ser los asesinos y decidió entonces esconderse detrás de unos matorrales.

Luego que pasó el vehículo, continuó su caminata en busca de alguien que lo ayudara, de algunos lugareños que le tendieran sus manos.

Todo sigue siendo una historia larga que el pueblo conocerá con su mínimo detalle. Continuará.

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