lunes, 28 de febrero de 2011
CARTAS DE AMOR
RELATO
Por Handry Santana
Se quedó perdida, con la mirada hundida en su destino. La agonía vistió sus noches con el canto de la tristeza. Todo terminó para Virginia, los años no perdonan. No se asomará a su rostro la sonrisa, la conformidad es su morada. El tiempo perdió la batalla, no logra olvidar aquella risa transparente, atormentante, que la conquistó en unas patronales del pueblo.
Sigue inmóvil, como si los años no hubiesen bailado con el reloj y las arrugas.
Lee las últimas cartas que recibió, las que movieron el residuo de su alma cansada.
Casi ilegibles por el maltrato de los años, los días y las noches tiñeron de amarillo sus marcas sobre el papel.
Las letras han perdido su aroma, carcomidas las orillas, gastadas por los besos que les prodigaba, coronando los recuerdos del único hombre que amó.
Su mente vacila mientras recuerda su primer amor, el profesor Justino.
Cada día lo esperaba en el árbol grande de la escuela.
Su pelo engomado, porte de señor con zapatos viejos de lustre perfecto la hacían desvelarse cada noche y esperar el encuentro.
Paseaban por las calles como si no les importara nada, mientras la gente murmuraba su osadía.
Estaban embriagados por un sentimiento hijo de nadie.
Callada la noche se acuesta con sus interminables suspiros de estrellas.
Callada la noche habla de ternura con los amantes, mientras una silueta enflaquecida por el dolor y más envejecida que anciana mira el cielo profundamente buscando respuestas en el pasado, sentada en un balcón de quebradiza estructura que respira estilos que murieron con Trujillo.
Recuerda las tardes azules del parque entre miradas y recados de un amor prohibido a cielo abierto al que renunció, del que solo quedan cartas.
Sabe que el miedo a perder el favor de sus padres domó su espada abandonando los sentimientos.
Escogieron un rico hacendado para ella, era su destino. No luchó lo suficiente doblando sus rodillas, traicionando aquel juramento de amor eterno para favorecer besos ajenos. Cierra los ojos creyendo estar allí con el sentimiento roto diciéndole adiós para siempre. Solo un cartero quedaría entre los dos.
Cientos de cartas sin respuestas, esperanzada de que la vida fuera cómplice de un reencuentro que no sucedió.
El espejo no miente, Virginia es otra. La interrumpe el llanto de su nieto, regresa del viaje a su historia; vuelve a la realidad.
Llora una vez más, sus lágrimas se sientan en su pecho.
Esconde aquella caja donde descansan sus recuerdos, las cartas, los sueños, las tardes.
Los pone bajo su cama antes de que su esposo Felipe las encuentre. El cartero no volverá a su puerta. Nadie le escribirá cartas de amor.
Por Handry Santana
Se quedó perdida, con la mirada hundida en su destino. La agonía vistió sus noches con el canto de la tristeza. Todo terminó para Virginia, los años no perdonan. No se asomará a su rostro la sonrisa, la conformidad es su morada. El tiempo perdió la batalla, no logra olvidar aquella risa transparente, atormentante, que la conquistó en unas patronales del pueblo.
Sigue inmóvil, como si los años no hubiesen bailado con el reloj y las arrugas.
Lee las últimas cartas que recibió, las que movieron el residuo de su alma cansada.
Casi ilegibles por el maltrato de los años, los días y las noches tiñeron de amarillo sus marcas sobre el papel.
Las letras han perdido su aroma, carcomidas las orillas, gastadas por los besos que les prodigaba, coronando los recuerdos del único hombre que amó.
Su mente vacila mientras recuerda su primer amor, el profesor Justino.
Cada día lo esperaba en el árbol grande de la escuela.
Su pelo engomado, porte de señor con zapatos viejos de lustre perfecto la hacían desvelarse cada noche y esperar el encuentro.
Paseaban por las calles como si no les importara nada, mientras la gente murmuraba su osadía.
Estaban embriagados por un sentimiento hijo de nadie.
Callada la noche se acuesta con sus interminables suspiros de estrellas.
Callada la noche habla de ternura con los amantes, mientras una silueta enflaquecida por el dolor y más envejecida que anciana mira el cielo profundamente buscando respuestas en el pasado, sentada en un balcón de quebradiza estructura que respira estilos que murieron con Trujillo.
Recuerda las tardes azules del parque entre miradas y recados de un amor prohibido a cielo abierto al que renunció, del que solo quedan cartas.
Sabe que el miedo a perder el favor de sus padres domó su espada abandonando los sentimientos.
Escogieron un rico hacendado para ella, era su destino. No luchó lo suficiente doblando sus rodillas, traicionando aquel juramento de amor eterno para favorecer besos ajenos. Cierra los ojos creyendo estar allí con el sentimiento roto diciéndole adiós para siempre. Solo un cartero quedaría entre los dos.
Cientos de cartas sin respuestas, esperanzada de que la vida fuera cómplice de un reencuentro que no sucedió.
El espejo no miente, Virginia es otra. La interrumpe el llanto de su nieto, regresa del viaje a su historia; vuelve a la realidad.
Llora una vez más, sus lágrimas se sientan en su pecho.
Esconde aquella caja donde descansan sus recuerdos, las cartas, los sueños, las tardes.
Los pone bajo su cama antes de que su esposo Felipe las encuentre. El cartero no volverá a su puerta. Nadie le escribirá cartas de amor.
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cuanta sencibilidad tiene esta bella joven al componer sus relatos de corazon te felicito, aunque no conoci a virginia, mucho menos a felipe
ResponderBorrareres una gran poeta.
Saludos de Danny Santos