lunes, 7 de marzo de 2011
CEFERINA CALDERÓN DE CHÁVEZ
Tres facetas en la vida de una inigualable mujer noroestana
Por Sergio Reyes II.
-I-
La guerra restauradora había dado inicio con el izamiento de la bandera tricolor en el punto más alto del Cerro Capotillo y sus efectos multiplicadores se diseminaban como reguero de pólvora por los encrespados cerros y las llanuras pobladas de cayucos y guasábaras de la Línea Noroeste. El arrogante Brigadier español Manuel Buceta, quien con sus perversas acciones en territorio dominicano aportó un superlativo al concepto de maldad, se batía desesperadamente en retirada, procurando llegar hasta Santiago, en donde las fuerzas hispanas mantenían, aún, el control de la situación. En una sucesión de escaramuzas, esporádicos combates y abruptas retiradas, en las que los triunfos y derrotas corrían parejos en ambos bandos, el malazo de Buceta pudo llegar a duras penas, alicaído, con menguadas energías y con penoso semblante, hasta la zona de Guayacanes, a los predios conocidos como la Sabana de Los Chávez, regenteados por una insigne familia que ostentaba ese apellido y que, a la postre, gozaba de mucho respeto y estima en la región.
Entre los enconados perseguidores se contaban Benito Monción –quien había sido malamente herido en la trifulca-, Pedro A. Pimentel y Gaspar Polanco, quien acababa de abrazar la causa liberadora de los dominicanos y con su bravura de leyenda mostraba, tempranamente, su energía y don de mando, en desmedro de las huestes españolas, en cuyo ejército había militado hasta entonces.
Casi arrastrándose y a hurtadillas, el otrora abusivo e inhumano brigadier de las huestes anexionistas hispanas penetró en los linderos territoriales de Los Chávez, en procura de reposo, cambio de montura, saciar la sed y el hambre y, también, agenciarse algún sombrero para cubrirse del inclemente sol liniero, porque el suyo, en la aparatosa huída, había volado sabe Dios dónde.
El uno delante y los otros detrás, penetraron intempestivamente a la finca de Pedro Chávez y Ceferina Calderón y todo indicaba que el desenlace estaba cifrado a favor de los insignes guerreros de la causa restauradora de la Republica Dominicana, para quienes la captura del petulante brigadier constituía un valioso trofeo de guerra, que podría inclinar la balanza a su favor, dada la preeminencia de éste en el seno del gobierno anexionista que dirigía los destinos del país.
A pesar de constituir la causa de la redención de la Patria un asunto de interés nacional, que competía a todos los ciudadanos, en el momento a que nos referimos (22 de Agosto de 1863) muchas personas aún no habían fijado postura frente a la lucha resuelta en procura de la recuperación de la independencia política; Mas aún, puede decirse que algunos hasta desconocían que en Capotillo, Dajabón, Guayubín, Sabaneta y gran parte del resto de la Línea Noroeste ya se peleaba a brazo partido, enfrentando machetes y rústicas lanzas contra el bien apertrechado ejército hispano, en procura de borrar la mancha infame de la anexión.
El caso es que, sin necesariamente asumir una actitud indigna que pudiese calificarse de traición a su patria, la figura enérgica de Ceferina se irguió en medio de la refriega e impidió la casi segura captura o muerte del militar español. Colocada de frente a la historia y contrariando los ímpetus belicosos de Gaspar Polanco, Pedro A. Pimentel y demás patriotas que ansiaban doblegar al altanero y malsano personero anexionista, aquella altiva mujer impuso su voluntad, apelando el sagrado derecho de que en sus predios no habría de cometerse un desacato o un crimen, por encima de su autoridad.
Y para ello, además de invocar cuestiones de jurisdicción o humanidad, exhibía, ostensiblemente, la fuerza que le daba el pequeño ejército de familiares, jornaleros y empleados a su cargo, fuertemente armados, quienes obedecían ciegamente sus órdenes.
Así las cosas, con el descanso logrado gracias a la oportuna intervención de Doña Ceferina, Buceta pudo escabullirse del escenario del conflicto y con ánimos renovados y sin más percances, pudo llegar, casi a rastros, hasta Santiago, en donde habría de unirse a sus connacionales para continuar dirigiendo una cruenta guerra en la que, poco tiempo después, en 1865, el ejército español habría de salir totalmente derrotado y los dominicanos habrían de ver brillar, nueva vez, la luz de la libertad.
-II-
Andaba, el Apóstol José Martí, en labores proselitistas, en procura de apoyo y solidaridad para encaminar la ‘guerra necesaria’, la de la redención del pueblo de Cuba. Andaba, Martí, en Febrero de 1895, bajo el inclemente sol, por los polvosos campos y veredas de la Línea Noroeste, en busca de Máximo Gómez, para que éste encabezara el ejército que tendría la encomienda de luchar por “… la creación de un archipiélago libre, donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo “ -Manifiesto de Monte Cristi-.
Y en esa enjundiosa faena recala en Guayacanes, donde es recibido por Doña Ceferina y su familia, quienes le brindan calurosa hospitalidad y sobradas muestras de solidaridad para con la causa revolucionaria cubana.
Dentro de su agitada encomienda, Martí no pudo resistir la tentación de plasmar en el papel las muestras de aprecio prodigádales por Ceferina y sus hijas, la correcta educación familiar y escolar de éstas y su finura y cortesía al hablar. Y junto a otros detalles resaltados por alguien con la fina agudeza que da la conciencia social, en Apuntes de un viaje –mi visita a Santo Domingo-, el apóstol cubano retrata de cuerpo entero la calidad humana, el coraje y la templanza de Ceferina Calderón de Chávez y otras tantas mujeres de la línea con quienes pudo compartir en esa gloriosa cruzada de la libertad en tierras dominicanas, que fue, a la vez, la última etapa de su vida.
-III-
La tiranía de Ulises Heureaux –Lilís- había sucumbido ante los ímpetus revolucionarios de un grupo de jóvenes mocanos y de otros puntos del país, que con su ejemplo sintetizaban las urgentes aspiraciones de cambios reclamados por toda la Nación. Una sucesión interminable de guerras y conflictos intestinos sobrevino a continuación del tiranicidio y en varios puntos del Cibao y la Línea Noroeste se alzaban voces disidentes que hacían peligrar la estabilidad de los diferentes gobiernos que tuvo la República a lo largo de los primeros quince años del siglo XX. En una atroz medida de corte genocida e inhumano, el gobierno de Ramón Cáceres dispuso una forzosa desocupación de toda la zona rural de la región noroeste, el incendio de las plantaciones agrícolas y viviendas y la concentración de la población civil, el ganado y otras crianzas en el perímetro de los principales poblados de entonces.
Con ello, se buscaba aislar a los guerrilleros que hostilizaban a las fuerzas gobiernistas e impedir que estos mantuviesen comunicación con la población y recibiesen suministro de alimentos y pertrechos, contrariando así la tradicional simpatía y hospitalidad ofrecida por el campesinado a las causas revolucionarias y a sus propiciadores.
La pobreza y desolación que sobrevino en toda la región fue de catastróficas consecuencias. La agricultura colapsó casi en su totalidad y solo con el paso de los años y el beneficio del trabajo concienzudo y científico ha podido lograrse la recuperación en la calidad de las tierras y el aumento en su productividad. Este hecho, además, acrecentó la actitud levantisca y beligerante de la Línea Noroeste y sus pobladores, hacia los gobiernos de corte represivo y dictatorial, lo que mantuvo en jaque los gobiernos de Mon Cáceres, Eladio Victoria y otros de parecida estampa que les continuaron.
Una gran cantidad de los cabecillas de los grupos insurrectos fueron encarcelados, fusilados o expulsados del país. Algunos tomaron el camino del exilo voluntario a fin de preservar sus vidas y mantenerse a la expectativa del momento oportuno para entrar en acción. Otros, se refugiaron en la manigua, en la espesura de las serranías y desde allí se mantuvieron dando golpes sorpresivos -esporádicos, pero contundentes-, al enemigo representado en la odiada ‘guardia de Mon’ u otros nombres con los que se denominó después el cuerpo militar.
Y en todos esos años, la mujer liniera, valiente y abnegada tuvo que asumir la triple misión de guardar el hogar y los hijos, atender los predios y posesiones que pudieron conservar y, por encima de todo y de todos, alimentar y apertrechar con armas y municiones a los hombres que mantenían viva la llama de la revolución, en una acción valiente, arriesgada y sigilosa, que podía costarles la vida, tanto a ellas como a sus hijos.
Algunas páginas dispersas de la historia, llevadas de la mano de autores con cierto nivel de credibilidad –Luis F. Mejía, por ejemplo-, reseñan el hecho y las constantes persecuciones y encarcelamientos padecidos por esas valerosas mujeres de la Línea.
También recogen el dato algunos medios noticiosos de la época, gobiernistas por demás. Y lo hacen con palabras denostadoras con las que buscaban denigrar la moral y la reputación de esas mujeres, sin darse cuenta, que con esto elevaron hasta el pináculo la importancia de la heroica acción encaminada por ellas.
Una de esas valientes y abnegadas mujeres lo fue Ceferina Calderón de Chávez.
Su ejemplo perdurará por siempre en la memoria de los habitantes de la Línea Noroeste. La historia completa de esa gran mujer y otras linieras de igual estirpe debe ser conocida de todos. Y es un reto que debemos asumir, sin más demora.
Por Sergio Reyes II.
-I-
La guerra restauradora había dado inicio con el izamiento de la bandera tricolor en el punto más alto del Cerro Capotillo y sus efectos multiplicadores se diseminaban como reguero de pólvora por los encrespados cerros y las llanuras pobladas de cayucos y guasábaras de la Línea Noroeste. El arrogante Brigadier español Manuel Buceta, quien con sus perversas acciones en territorio dominicano aportó un superlativo al concepto de maldad, se batía desesperadamente en retirada, procurando llegar hasta Santiago, en donde las fuerzas hispanas mantenían, aún, el control de la situación. En una sucesión de escaramuzas, esporádicos combates y abruptas retiradas, en las que los triunfos y derrotas corrían parejos en ambos bandos, el malazo de Buceta pudo llegar a duras penas, alicaído, con menguadas energías y con penoso semblante, hasta la zona de Guayacanes, a los predios conocidos como la Sabana de Los Chávez, regenteados por una insigne familia que ostentaba ese apellido y que, a la postre, gozaba de mucho respeto y estima en la región.
Entre los enconados perseguidores se contaban Benito Monción –quien había sido malamente herido en la trifulca-, Pedro A. Pimentel y Gaspar Polanco, quien acababa de abrazar la causa liberadora de los dominicanos y con su bravura de leyenda mostraba, tempranamente, su energía y don de mando, en desmedro de las huestes españolas, en cuyo ejército había militado hasta entonces.
Casi arrastrándose y a hurtadillas, el otrora abusivo e inhumano brigadier de las huestes anexionistas hispanas penetró en los linderos territoriales de Los Chávez, en procura de reposo, cambio de montura, saciar la sed y el hambre y, también, agenciarse algún sombrero para cubrirse del inclemente sol liniero, porque el suyo, en la aparatosa huída, había volado sabe Dios dónde.
El uno delante y los otros detrás, penetraron intempestivamente a la finca de Pedro Chávez y Ceferina Calderón y todo indicaba que el desenlace estaba cifrado a favor de los insignes guerreros de la causa restauradora de la Republica Dominicana, para quienes la captura del petulante brigadier constituía un valioso trofeo de guerra, que podría inclinar la balanza a su favor, dada la preeminencia de éste en el seno del gobierno anexionista que dirigía los destinos del país.
A pesar de constituir la causa de la redención de la Patria un asunto de interés nacional, que competía a todos los ciudadanos, en el momento a que nos referimos (22 de Agosto de 1863) muchas personas aún no habían fijado postura frente a la lucha resuelta en procura de la recuperación de la independencia política; Mas aún, puede decirse que algunos hasta desconocían que en Capotillo, Dajabón, Guayubín, Sabaneta y gran parte del resto de la Línea Noroeste ya se peleaba a brazo partido, enfrentando machetes y rústicas lanzas contra el bien apertrechado ejército hispano, en procura de borrar la mancha infame de la anexión.
El caso es que, sin necesariamente asumir una actitud indigna que pudiese calificarse de traición a su patria, la figura enérgica de Ceferina se irguió en medio de la refriega e impidió la casi segura captura o muerte del militar español. Colocada de frente a la historia y contrariando los ímpetus belicosos de Gaspar Polanco, Pedro A. Pimentel y demás patriotas que ansiaban doblegar al altanero y malsano personero anexionista, aquella altiva mujer impuso su voluntad, apelando el sagrado derecho de que en sus predios no habría de cometerse un desacato o un crimen, por encima de su autoridad.
Y para ello, además de invocar cuestiones de jurisdicción o humanidad, exhibía, ostensiblemente, la fuerza que le daba el pequeño ejército de familiares, jornaleros y empleados a su cargo, fuertemente armados, quienes obedecían ciegamente sus órdenes.
Así las cosas, con el descanso logrado gracias a la oportuna intervención de Doña Ceferina, Buceta pudo escabullirse del escenario del conflicto y con ánimos renovados y sin más percances, pudo llegar, casi a rastros, hasta Santiago, en donde habría de unirse a sus connacionales para continuar dirigiendo una cruenta guerra en la que, poco tiempo después, en 1865, el ejército español habría de salir totalmente derrotado y los dominicanos habrían de ver brillar, nueva vez, la luz de la libertad.
-II-
Andaba, el Apóstol José Martí, en labores proselitistas, en procura de apoyo y solidaridad para encaminar la ‘guerra necesaria’, la de la redención del pueblo de Cuba. Andaba, Martí, en Febrero de 1895, bajo el inclemente sol, por los polvosos campos y veredas de la Línea Noroeste, en busca de Máximo Gómez, para que éste encabezara el ejército que tendría la encomienda de luchar por “… la creación de un archipiélago libre, donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo “ -Manifiesto de Monte Cristi-.
Y en esa enjundiosa faena recala en Guayacanes, donde es recibido por Doña Ceferina y su familia, quienes le brindan calurosa hospitalidad y sobradas muestras de solidaridad para con la causa revolucionaria cubana.
Dentro de su agitada encomienda, Martí no pudo resistir la tentación de plasmar en el papel las muestras de aprecio prodigádales por Ceferina y sus hijas, la correcta educación familiar y escolar de éstas y su finura y cortesía al hablar. Y junto a otros detalles resaltados por alguien con la fina agudeza que da la conciencia social, en Apuntes de un viaje –mi visita a Santo Domingo-, el apóstol cubano retrata de cuerpo entero la calidad humana, el coraje y la templanza de Ceferina Calderón de Chávez y otras tantas mujeres de la línea con quienes pudo compartir en esa gloriosa cruzada de la libertad en tierras dominicanas, que fue, a la vez, la última etapa de su vida.
-III-
La tiranía de Ulises Heureaux –Lilís- había sucumbido ante los ímpetus revolucionarios de un grupo de jóvenes mocanos y de otros puntos del país, que con su ejemplo sintetizaban las urgentes aspiraciones de cambios reclamados por toda la Nación. Una sucesión interminable de guerras y conflictos intestinos sobrevino a continuación del tiranicidio y en varios puntos del Cibao y la Línea Noroeste se alzaban voces disidentes que hacían peligrar la estabilidad de los diferentes gobiernos que tuvo la República a lo largo de los primeros quince años del siglo XX. En una atroz medida de corte genocida e inhumano, el gobierno de Ramón Cáceres dispuso una forzosa desocupación de toda la zona rural de la región noroeste, el incendio de las plantaciones agrícolas y viviendas y la concentración de la población civil, el ganado y otras crianzas en el perímetro de los principales poblados de entonces.
Con ello, se buscaba aislar a los guerrilleros que hostilizaban a las fuerzas gobiernistas e impedir que estos mantuviesen comunicación con la población y recibiesen suministro de alimentos y pertrechos, contrariando así la tradicional simpatía y hospitalidad ofrecida por el campesinado a las causas revolucionarias y a sus propiciadores.
La pobreza y desolación que sobrevino en toda la región fue de catastróficas consecuencias. La agricultura colapsó casi en su totalidad y solo con el paso de los años y el beneficio del trabajo concienzudo y científico ha podido lograrse la recuperación en la calidad de las tierras y el aumento en su productividad. Este hecho, además, acrecentó la actitud levantisca y beligerante de la Línea Noroeste y sus pobladores, hacia los gobiernos de corte represivo y dictatorial, lo que mantuvo en jaque los gobiernos de Mon Cáceres, Eladio Victoria y otros de parecida estampa que les continuaron.
Una gran cantidad de los cabecillas de los grupos insurrectos fueron encarcelados, fusilados o expulsados del país. Algunos tomaron el camino del exilo voluntario a fin de preservar sus vidas y mantenerse a la expectativa del momento oportuno para entrar en acción. Otros, se refugiaron en la manigua, en la espesura de las serranías y desde allí se mantuvieron dando golpes sorpresivos -esporádicos, pero contundentes-, al enemigo representado en la odiada ‘guardia de Mon’ u otros nombres con los que se denominó después el cuerpo militar.
Y en todos esos años, la mujer liniera, valiente y abnegada tuvo que asumir la triple misión de guardar el hogar y los hijos, atender los predios y posesiones que pudieron conservar y, por encima de todo y de todos, alimentar y apertrechar con armas y municiones a los hombres que mantenían viva la llama de la revolución, en una acción valiente, arriesgada y sigilosa, que podía costarles la vida, tanto a ellas como a sus hijos.
Algunas páginas dispersas de la historia, llevadas de la mano de autores con cierto nivel de credibilidad –Luis F. Mejía, por ejemplo-, reseñan el hecho y las constantes persecuciones y encarcelamientos padecidos por esas valerosas mujeres de la Línea.
También recogen el dato algunos medios noticiosos de la época, gobiernistas por demás. Y lo hacen con palabras denostadoras con las que buscaban denigrar la moral y la reputación de esas mujeres, sin darse cuenta, que con esto elevaron hasta el pináculo la importancia de la heroica acción encaminada por ellas.
Una de esas valientes y abnegadas mujeres lo fue Ceferina Calderón de Chávez.
Su ejemplo perdurará por siempre en la memoria de los habitantes de la Línea Noroeste. La historia completa de esa gran mujer y otras linieras de igual estirpe debe ser conocida de todos. Y es un reto que debemos asumir, sin más demora.
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No creo que desde el punto de vista de la patria la conducta de Dña. Ceferina en la primera parte de su narración, Sr. Reyes, sea encomiable. Es muy posible que dado el tipo de rata que era Buceta, esa acción haya costado muertos a nuestros patriotas. Me parece indefensible y condenable el accionar de Dña. Ceferina, si entiendo su narración.
ResponderBorrarA ver que dicen nuestros otros historiadores.
Isaías
Sr. Isaías Medina Ferreira
ResponderBorrarDistinguido amigo:
Leyendo al escritor Sergio Reyes II, me he percatado de que en sus artículos hay un trabajo enjundioso de investigación, así fue el anterior sobre carnaval.
Pasando al tema que me concierne sobre la prestante dama noroestana Ceferina Calderón de Chávez, estoy de acuerdo con la mayoría de sus pareceres. Dada la investigación también laboriosa que he hecho, de unos 20 años hasta la fecha, sobre la dama aludida, he tenido que apelar a diferentes métodos de pesquisaje, lecturas, entrevistas, incluso viajes a los lugares que fueron escenario de su vida, lo que me faculta poseer criterios sobre la misma.
Esto así porque cuando escribí el libro de "Mao y su gente", en 1997, incluí un capítulo dedicado al aporte de la mujer al desarrollo de nuestra región noroeste, no podía soslayar su nombre y el rol protagónico que jugó. Leyendo el libro la República Dominicana, de Ramón Marrero Aristy, Tomo II, Pág. 19-20, encontré los siguientes datos:
El Brigadier Buceta, comandando las fuerzas españolas en las guerras restauradoras, cuando se encontraban en desbandada por las derrotas infringidas por el frente dominicano en Macabón, provincia Dajabón, comandadas por los Generales Pimentel, Benito Monción y mas tarde incorporándose en Las Peñuelas y Pontón, hoy provincia Valverde, el General Gaspar Polanco, fue protegido en la residencia de los esposos Juan Chávez y Ceferina Calderón, de ascendencia española, quienes gozaban de sumo prestigio por los beneficios que le prestaron a la mayoría de los gobernantes de fines del siglo XIX e inicio del XX, entre ellos al Arzobispo Fernando Arturo de Meriño, Juan Isidro Jimenes Pereira, Carlos Morales Languasco, Alejandro Woss y Gil y otros. La actitud de proteger a Buceta y sus huestes fue meramente humanitaria, filantrópica, pues en ningún momento eran traidores a la causa nacional. Eso también lo hicieron con Eugenio Deschámps, tribuno y Vicepresidente de la República en los año 1899-2001, siendo Presidente Juan Isidro Jimenes, cuando era perseguido por las hordas lilisistas. Deschámps casó con Ana Balbina Chávez Calderón, quien bajo órdenes de su madre, y guantes en las manos, brindó vino al apóstol de la libertad de Cuba, José Martí y al Generalísimo Máximo Gómez, cuando pernoctaron en su eglógica casa de Guayacanes, hoy provincia Valverde, bajo la fronda de un hermoso tamarindo y samanes que aun existen. Ellos iban rumbo a Santiago después de firmar el Manifiesto de Montecristi, en 1895, donde Martí daría una conferencia en el Ateneo Amantes de la Luz. El mismo obsequió una antología de sus versos a la familia anfitriona, en reciprocidad al fino trato recibido.
Continuación de comentario de Héctor Brea Tió:
ResponderBorrarLos Chávez Calderón perdieron a su hijo Juan Bautista, en las lides intestinas y montoneras que se escenificaban en todo el noroeste del país, producto de las leyes arbitrarias de los Gobernantes de turno, y en 1903, Ceferina pidió al párroco de Mao, presbítero Manuel de Js. González, que permitiera inhumar sus restos en la iglesia Santa Cruz de Mao, lo cual fue aprobado.
Post-data: Ceferina de Chávez, era comadre de Pedro Tió Llovet, comerciante catalán residente en Mao, quien bautizó su hija Josefa Antonia Tió Báez quien nació el 1ro de mayo de 1882, siendo el padrino Román de Peña (maestro), dicho bautizo fue el 14 de mayo del mismo año según registra el libro II- Folio 340, Pág 116, Parroquia Santa Cruz de Mao. El autor entrevistó en dos ocasiones a su profesora en la UASD, Josefina Padilla Deschamps, viuda Sánchez, cuyo esposo fue vilmente asesinado al otro día del magnicidio de Trujillo, Rafael Augusto Sánchez Sanlley, junto a Segundo Imbert, por Ramfis Trujillo y sus sicarios.
Además me hice acompañar de Parmenio Reyes, para entrevistar en Guayacanes, a Santiago Chávez y otras personas, en el escenario de dicha familia, él era esposo de Dolores Gómez Brea (Loló), prima hermana doble de mi abuelo paterno Toño Brea Gómez y cuñada del Gral. Pedrito Chávez Calderón, quien siguiendo la conducta altruista de sus padres, salvó la vida a los esposos Dr. Leovigildo Cuello y Carolina Mainardi Reyna, quienes iban al exilio a Puerto Rico, contra la tiranía trujillista, en barco que zarpó desde Puerto Plata.
Agradezco, de todo corazón, los oportunos, ecuánimes y desapasionados comentarios aclaratorios emitidos por el acucioso investigador historico y eminente profesional maeño Héctor Brea Tió, de quien guardo profundo respeto desde mis tiempos de servidor en la UASD. En verdad, para analizar la vida y hechos de personajes como Doña Ceferina hay que ponerse a la altura de las circunstancias y evaluar las cosas acorde a la mentalidad y cultura que primaba en personas de respeto y autoridad indoblegable, como las que adornaban a esa prestante dama. De todas formas, aunque ese hecho pudiese restarle méritos, en el resto de su vida la matrona liniera tuvo infinidad de destellos luminosos que la engrandecen. Esa ha sido mi intención con el presente escrito: presentar los hechos de una forma desapasionada y sin retoques, a fin de que el lector pueda formarse su propio criterio.
ResponderBorrarQue viva la Linea Noroeste y nuestros personajes ilustres!!
Sergio Reyes II. sergioreyII@hotmail.com
Marzo, 2011.
Mi querido Héctor,
ResponderBorrarNo me referí al trabajo del Sr. Reyes, que es encomiable, sino al hecho de Dña. Ceferina y familia; y lo hice desde el punto de vista de la patria, sin quitarle los méritos que haya atesorado la Sra. en su ilustre vida. El hecho de proteger a un fugitivo de la justicia es censurable.
Isaias