martes, 29 de marzo de 2011

YO ME ACUERDO… ¡Y YO TAMBIÉN!

JOSELITO EL SACRISTÁN Y CAMPANERO
Por Evelio Martínez y Rolando Espinal

Si usted oye repicar las campanas de mi pueblo desde hace casi 60 años, le dirán que es José Ramón Bonilla el que le saca ese toque acompasado y armónico, pero no Ramón Bonilla nuestro personaje ilustre del Mao del ayer, el Galilea de finas manos, es “Joselito el Sacristán” que lleva casi 60 años dándole golpes sonoros a todas las campanas que han habido desde que la iglesia estaba al lado sur del parque Amado Franco Bidó.

Él se llama José Ramón Bonilla Marrero, nació un 5 de febrero de 1941, y es hijo de José Marrero y Alicia Bonilla.

Cuando tenía 10 años, Manolo que era catequista del pueblo, llevó a Joselito a la iglesia para presentárselo al Reverendo Padre Franco, y recomendarlo para que aprendiera a ayudar en las misas. El Reverendo Padre Franco acogió con mucho gusto al niño Joselito y le encomendó al mayor de los clérigos, que era Niño Rodríguez (El rezador) y también a Isidro que era el secretario de la Parroquia, para que le enseñaran (En Latín) las respuestas al oficio de la misa. Cuenta Joselito que ya había un grupo de jovencitos que ayudaban a las misas y al culto; eran: Niño Rodríguez, Isidro Peña, Restituto Gómez, Cocolo Taveras y Evelio Martínez.

Aprendí a tocar las campanas primero-dice Joselito. Era un campanario vetusto y alto al que se llegaba por una escalera empinada que en una explanada final coronaban 4 ventanales y 2 campanas antiguas y de un bronce casi dorado, al que su badajo le sacaban aquel armónico, sonoro y estridente sonido. Yo me asusté al tocarlas por primera vez y ya en mi casa cuando me acosté, oía repicar en mis oídos aquel sonido, dice Joselito.

Cuenta nuestro sacristán-campanero, que él hacia también de ayudante de bomberos, pues cuando en el pueblo se producían fuegos, algunas veces de proporciones alarmantes, los bomberos le buscaban para que con un repique especial, anunciara el fuego. Una vez una falsa alarma hizo que Joselito se levantara en horas de la noche a repicar las campanas y hubo que mandarlo a parar, pues se había dado una falsa alarma.

“No debieron derrumbar esa iglesia, era tan grande y sus campanas eran de bronce puro y sonaban que se oía en todo el pueblo, luego nos mudamos al lado de la casa de Don José Espinal, donde hoy está el Teatro Elda, al no poder llevar las campanas, guindamos dos cilindros de Gas debajo de una mata de limoncillo que había en el patio, y que hacían las veces de campanas; luego nos fuimos al salón parroquial, al lado donde está la catedral hoy, ahí yo tocaba los cilindros también”.

Desde el reverendo Padre Franco, un Santo dice el sacristán, han pasado por la parroquia muchos sacerdotes, incluyendo extranjeros y Joselito recuerda con mucho cariño a un cura español (de las Islas Canarias) que llegó a Mao y revolucionó la iglesia, pues andaba por las parroquias de esperanza, Gurabo, Navarrete y otras, con un grupo de asistentes, hombres y mujeres, que le ayudaban en los cultos, ese padre se llamaba Evelio Pérez. Recuerda al Padre Disla que integró a la juventud a las actividades de la iglesia y le acompañaba en los actos juveniles, también a otros tantos curas.

Camina por el pueblo, cruzando calles y enderezando esquinas, como diría el vulgo, pero cual campana milenaria, la cual aún toca, con sus repiques especiales, no se dobla y erecto espera que la santa iglesia le conceda una merecida pensión a sus 60 años siendo el sacristán campanero del pueblo y tañendo las viejas campanas.

Relacionado: Joselito, el campanero de la iglesia.

2 comentarios:

  1. Tuve el placer de conocer a Joselito cuando a mediados de los años 80 leia en misa.
    Muy bien merecido es cualquier reconocimiento que se le haga a nuestro querido Joselito.
    Que Dios lo bendiga!

    Janio Perez Estevez

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  2. Uno de los primeros que conocí, cuando empecé a rodar por Mao, fue a Joselito. Jamás pensé que iba a ser mi vecino por mucho tiempo. Nunca le oí pronunciar mi nombre y hasta ahora me dice "muchachito". En los tiempos del Padre Disla, iba a la sacristía a ayudar. Llegábamos temprano, antes que el Padre. Una vez entramos a la sacristía, Joselito se quitó la gorra, primera vez que le vi la cabeza, y puso la gorra sobre una silla, yo la tomé y se la puse a San Antonio. El Padre llegó de repente y vio al santo con su gorra, y sonrió al quitársela, diciendo: Eso es una Leysada. Afectos y cariño para mi muchachito.

    Ley S.

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