viernes, 30 de septiembre de 2011

EL MUNDIALITO DE BÉISBOL

Por el Dr. Guarionex A. Flores Liranzo

Cuando nuestro país obtiene algún galardón en certámenes internacionales de cualquier tipo, a todos nos llena de orgullo, pues es indudable que, cuando nos lo proponemos, podemos triunfar, sea en competencias individuales como en equipos. Tal es el caso del triunfo del equipo de pelota juvenil criollo, que obtuvo el título de campeón en un torneo, frente a competidores de la talla de Puerto Rico, Estados Unidos, Venezuela, Panamá y México. La competencia se llevó a cabo en Santiago de los Caballeros, finalizando el domingo 3 de julio del 2011.

Cuando vi en el periódico matutino el titular que anunciaba el triunfo dominicano, me hizo recordar lo que me fue narrado cuando viajé en el año 2010 a Córdoba, Argentina, para asistir a un congreso de mi especialidad.

En la cena inaugural compartí la mesa con varios especialistas cardiólogos y cirujanos. Conversando con un cirujano cordobés que estaba sentado a mi izquierda, al decirle que yo procedía de la República Dominicana, me dijo que estuvo en mi país, junto con algunos padres, acompañando el equipo de béisbol infantil en el que jugaba su hijo, entonces de unos nueve años. Se trataba de una competencia entre equipos de todo el continente americano.

Yo sabía que en Argentina había terrenos de juego y equipos de softball, porque los había visto cuando hice mi especialidad allí. Pero le manifesté mi sorpresa de que en su país se interesaran en el deporte que es pasión de los dominicanos, más aún cuando es sabido que los argentinos son una potencia en fútbol, en el continente y en el mundo.

Aquel hombre, de unos cuarenta y tantos años, me contó lo mucho que disfrutaron de aquel viaje, de las atenciones, etc., (a pesar de que el equipo argentino quedó en un cuarto o quinto lugar); pero lo que más valoró fue que el comité organizador, al finalizar el campeonato, invitó a la delegación argentina a un encuentro con un equipo de niños en una comunidad del interior del país. Allí fueron trasladados en un autobús, donde las gentes sencillas tenían dispuesto alojar cada niño extranjero en la casa de uno de los jugadores locales. En la tarde se efectuó un partido amistoso en un terreno bastante bien acondicionado, que incluso tenía alumbrado que funcionaba, y que fue ganado por los locales.

Cuando se despidieron, al día siguiente, en el autobús de regreso a Santo Domingo, iban todos felices por la experiencia de la visita, y sobre todo por el calor humano de las familias de los niños que les acogieron.

Cuando el médico le preguntó a su hijo qué impresión se llevaba, este le describió la humildad del hogar de su anfitrión, que se bañó con agua de una lata, pero que todo eso era divertido. Sin embargo, una cosa lo apenó, y fue que al compartir el almuerzo de aquella familia notó que en su plato de arroz con frijoles había una pieza de pollo, pero no en el de los demás niños. A su interrogación, la madre le dijo que él era un invitado de honor y que, por tanto, se le servía lo mejor que tenían. Ambos, padre e hijo, asimilaron la experiencia como lo mejor de su estadía en nuestra nación, donde estuvieron en contacto con la gente del pueblo y su realidad. El niño argentino aprendió a ver alegría en los rostros de aquellos que le ofrecían lo mejor que tenían, sobre todo, cuando él estaba acostumbrado a ver en su tierra tantos asados abundantes.

Mi interlocutor no recordaba el nombre del pueblito donde tuvieron aquel encuentro que no olvidarán, y que cito como una experiencia digna de compartir.

1 comentario:

  1. Esos son los centros por lo que deben pasar los niños, amigo Guarionex. Esas experiencias por las que pasan esos niños son verdaderos cursillos de vida. Es muy penoso que una persona llegue a adulto si conocer esas realidades. Mucho de nosotros, en especial yo viví esas maravillosas realidades. Dormir en una angosta cama con el amiguito que jugábamos en contra. En uno de esos actos aprendí lo sabrosa que era la yuca asada con manteca de puerco en un desayuno que jamás olvido. Isaías y yo llegamos a comer mucho locrio y moro cuando salíamos para los campos a jugar y se comía su loma debajo de una mata, con mucha dignidad.

    Afectos de, Ley S.

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