miércoles, 7 de abril de 2010

Dominguito Reyes: Un genio sin presunción

Cosas de Mao
Por Isaías Ferreira
(CONTIENE LENGUAJE ADULTO)

Seguido lo veía, percibía usted a un ser humano diferente: sus manierismos nerviosos, el fumar en cadena; el andar apresurado, de caminar agachado, y su hablar gangoso (más de las veces consigo mismo) a velocidad de rayo; su divagar en un mundo propio y sus ocurrencias temporizadas, lo hacían un imán para quienes nos gustaba disfrutar de su compañía, privilegio sólo abierto a unos cuantos.

Aquel señor de pocas carnes, de pelo canoso y de estatura no muy alta, siempre estaba arreglando algo; una máquina de escribir o de sumar o uno de esos artefactos raros que sólo él entendía y podía descomponer y volver a componer. Por eso, por lo bajo, de cariño le apodábamos Ciro Peraloca, como el personaje de los paquitos cómicos, un genio que tenía cabeza de bombillo y pensaba en toda clase de teorías e invenciones.

Su curiosidad era insaciable y a veces nos deslumbraba con su instinto que parecía sobrenatural. Un día soleado, en medio de uno de esos calores de Mao en que las hojas de los árboles se ponen cenizas y el tiempo parece estancarse ahogado por la humedad, estábamos escuchando atentos a Dominguito, como a eso de las once y media de la mañana; de repente, mira al cielo, que no presentaba ni siquiera una nube, y dice “aquí, aquí va a llover” y cruza la calle y se mete a su casa que quedaba en la Hnas. Mirabal frente al parque Amado Franco Bidó. Los 6 ó 7 jóvenes que componíamos el grupo, no hicimos caso y nos quedamos charlando y murmurando, “qué loco ei diablo, ¡dique llover!”. No tardaron tres minutos antes de que se desatara un aguacero torrencial que nos empapó a todos de pies a cabeza, para gozo y satisfacción de Dominguito quien no paraba de reír desde la galería de su casa.

Dominguito era amistoso con quien se sentía en confianza y tenía un gran sentido del humor, lo cual atestiguamos todos quienes nos reuníamos a su alrededor en el parque de recreo para oírle declamar poesías o contar sus ocurrencias de infancia y adolescencia.

Una de sus historias favoritas era decir que los alemanes le habían robado la invención del paracaídas. “Yo, yo, fui el primero que se lanzó en paracaída”, y señalaba hacia la esquina opuesta del parque, donde había estado la iglesia… “Yo, yo me tiré con una sombrilla del campanario de la iglesia, y si a la bendita sombrilla no se le abren la varillas hacia arriba, tuviera yo volando todavía, caramba. Eso sí, caí entre una guazábaras, por donde Carpín, que se dieron guto conmigo. Te-tenía espinas por dondequiera".

Otra de sus favoritas era decirnos que él fue la primera persona que subió el Santo Cerro (en La Vega) en un Ford de palito. “La primera ve le di duro como un condenao, y como a la mitad el motorcito se murió y cogió ese carro pa’trá como la jon del demonio. Cuando llegué abajo me puse a pensar. Entonces, cambié de estrategia y lo puse en reversa. Todo el que me veía creía que yo estaba loco, hasta que llegué allá arriba”.

Dominguito, “¿y por qué se le ocurrió subir de riveisa?”, preguntaba alguien. “Ah, ah, ¿qué crees? El motor del carro estaba alante… subiendo de reversa la gasolina bajaba al motor por efecto de la gravedad”.
La mayoría de las historias que contaba, ya las sabíamos, pero nos gustaba pedírselas por la gracia y gusto con que las narraba.

“Dominguito, diga lo que le pasó con su tío José”. Y reía con picardía, pasando la mano por su cabellera blanca en canas, mientras se lamía los labios. “Mi, mi, mi tío era ciego, y para ir a hacer su necesidades tenía un cordel del que se agarraba y seguía hasta llegar a la letrina. Un día, le mudé el cordel y puse el cajón de la letrina en medio de la cocina. Cuando llegó la cocinera y encontró al viejo haciendo aquello en medio de la cocina, eso fue un escándalo extraordinario. Eso sí que-que me dieron una paliza, que hubo que untarme sebo”.

“Pero en la casa había también una gata ciega, ¿no es así?”, decía alguien. “Yo lo que hacía era que cuando tío andaba por la casa con el batón, le ponía la gata entre los pies y la gata lo aruñaba. Un día el viejo le mandó un batonazo a la gata y se-se me pegó a mi en la nariz… estaba el griterío y la sangre al pecho”. Las carcajadas disminuían sólo cuando alguien le hacía otra pregunta. “¿Y no dique usted tuvo al matar al viejo con un rastrillo?”. En seguida contestaba, “son unos exagerados. Cuando él me dio el batonazo, a mi se me-me ocurrió la idea de ponerle un rastrillo acorado en una silla, con la parte de metal hacia arriba, para cuando lo pisara el rastrillo lo golpeara con el palo. El nunca lo pisó porque con el batón se dio cuenta que algo estaba enfrente”. “¿Y le dieron una pela por eso?”. “¡Muchacho!”, contestaba, y se levantaba la camisa para enseñarnos una cicatriz que le había dejado la hebilla de la correa en la espalda.

“Dominguito, cuente cuando usted agarró el zumbador”. Este era siempre un momento en que Dominguito reía a más no poder, como si la sinvergüencería le retozara en el cuerpo. “A mí se me ocurrió agarrar un zumbador y me-me pegué flores por todo el cuerpo y me puse entre las sangre de Cristo calladito, esperándolo. La primera vez que se me acercó el condenao comenzó a volar en frente de mi nariz, y, y, estornudé. La segunda vez estoy ahí aguantando la repiración, pero-pero cuando ya iba a tirar la mano, el bendito me ensució la cara. La tercera vez lo agarré, pero le dí tan duro con las dos manos, que lo maté”.

Dominguito fue quizás lo más cercano a un genio que muchos de nosotros hayamos conocido. Fue un hombre excepcional, caballeroso, educado... dicen que gran bailarín, en su juventud. Hace ya tanto tiempo que se fue de esta tierra, pero donde esté seguro estará ingeniándoselas para saciar su curiosidad y sacar una sonrisa a su prójimo.

Hombre de buen hablar. Según sus familiares era enemigo de las malas palabras y las criticaba cada vez que las oía de otros. No obstante, nos regaló esta joya de la sabiduría popular: “La vida es como una escalera de gallinero: corta, cagada, resbalosa, y llena de picotazos”; y esta otra: “la vida es un pantalón, sostenido por los breteles de la esperanza”.

Tú, con tus ocurrencias y personalidad única, trajiste alegría y sonrisas a todo el que disfrutó de tu compañía. Hoy me dio por recordarte y quise hacerte este pequeño homenaje; ojalá lo apruebes. Gracias, Dominguito.

2 comentarios:

  1. Isaías, Dominguito, quien era mi tío-abuelo, tocaba el piano de una manera maravillosa. Me narró doña Tontón que no había oído tocar de manera tan armoniosa y con notas tan claras, a ningún otro pianista como lo hacía Dominguito.

    Cuando llegaba al famoso Club llamado Centro de Recreo de Santiago en un Ford de Palitos, propiedad de su padre, Don Domingo Antonio Reyes Richard, y que fue el primer carro que llego a Mao, los concurrentes lo invitaban a que tocara el piano pues lo hacía de manera maravillosa y de igual modo cuando lo veían bailar, todas las muchas de la época querían bailar con él, era todo un espectáculo.

    Pronto te enviaré una foto de Dominguito cuando era joven, esta foto la tengo en mi libro sobre la familia Reyes cuyo título es: La Familia Reyes, entre las alas del arte y la historia.

    Monchy Mateo Reyes

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  2. Unicio Valerio Zacarias9 de abril de 2010, 12:04 a.m.

    Gracias senor Isaias, por traernos esas anecdotas de Don Dominguito a quien recuerdo de mis primeros anos de infancia ,y el en el ocaso de su prodigiosa y larga estancia terrenal.

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