viernes, 9 de abril de 2010
Brindo por la amistad, aunque no sea San Valentín
Por Dayanara Reyes Pujols
La autora es comunicadora
Lo más grato de la amistad es que siempre hay un buen momento para compartir, ya sea por las alegrías o para contarnos las penas, para aconsejarnos, para simplemente sentarnos y estar a solas, para aprender nuevas cosas, para crear…
En mi infancia fui criada con ciertas limitaciones y creencias sobre el compartir. Mi madre, quien por su crianza no podía reunirse con varones, no aprendió a montar bicicletas, ni mucho menos montar a caballo, mulo o burro, a pesar de haberse criado en el campo. Afortunadamente, mi padre era más liberal, aunque siempre con el machismo característico de los hombres de este país.
Pero como suele suceder siempre, lo que no te conviene, lo deseas, lo que te prohíben lo quieres; a mí me encanta montar bicicleta, mis amigos y mis grupos del colegio estaban integrados por varones y me gustaban los juegos de chicos, donde tenía que correr, y en los cuales muchas veces me vi rasgada, aruñada, golpeada por mis inventos, aunque muchos me digan que me veo muy femenina.
¡Qué tiempos aquellos! Crecí en una finca de mi abuelo, donde podía montar toda la bicicleta del mundo, entre árboles frutales, con tanto verdor, frescura y rodeada de animales, aunque rara vez he tenido un contacto con éstos últimos. Las reuniones familiares, especialmente las del lado de mi padre eran constantes, llenas de alegría, de compartir entre primos, a pesar de que todos mis primos/as eran más adultos que yo, excepto uno, quien usualmente la gente piensa que es mi hermano.
Entre ese compartir nunca faltó el comentario de mami: “Las niñas no juegan con los varones”; “las niñas juegan otros juegos”,… Mientras más insistía, más disfrutaba. Ella se frustraba, pues soy su única hembra; iba emocionada y me compraba juegos de cocina, a los cuales nunca les hice caso y le preguntaba: “¿Para quién es?”, con mis pocos años de edad. Solo recuerdo haberme aferrado a un muñeco (mi nene), al cual le llamé Ricardo José, nunca supe porqué decidí llamarle así; con él pude superar la ausencia de mi abuelo paterno, un fuerte golpe para mí el enterarme de su muerte, de la cual supe luego de varios días, pues nadie quería darme una noticia como esa.
Con el pasar del tiempo, fui siendo exactamente como mi madre me pedía y me encerré un poco, quizás producto del sufrimiento de la muerte de mi abuelo querido. Dice Walter Dresel en su libro: Entre tú y yo: “Al enfrentar una crisis, hacemos el esfuerzo por encontrar no solo el mensaje, sino el espacio de crecimiento que nos permitirá ser mejores para nosotros mismos y a la vez ser mejores en nuestro vínculo afectivo”. Quizás, por tal razón me distancié de la gente en el sentido de que no comentaba mis cosas y salía estrictamente a asuntos específicos, temas generales…
“Entonces llegó la hora de revisar nuestros modelos o paradigmas, aquellos que guiaron quizás nuestra existencia y que hoy sentimos que ya no eran eficientes o eficaces para responder a nuestras necesidades. Los patrones de conducta se van construyendo a lo largo de la vida y, más allá de que comprendamos que tenemos que cambiarlos, eso no resulta fácil. Aceptar que ya somos adultos y que ahora debemos diseñar nuestros propios modelos de comportamiento implica aceptar también nuestra responsabilidad respecto de cómo nos va en la vida”.
Hasta que he encontrado personas maravillosas a mi lado y en otros casos el reencuentro de amigos/as de la infancia que me han demostrado una verdadera y original manera de vivir el amor hacia los demás. De cada una he aprendido cada cosa que ha ido moldeando mi vida de manera específica, llena de bendiciones y particularidades. De Leydi: a divertirme mucho más; de Manuelito: a reconfirmar mi amor por la lectura; de Michael y María: el confiar y ser discreto; de Sumaya y Francis: a conocer más del amor de y por Dios; de Emilio: a ser más divertida… Eso sin contar como veo la vida, luego de estar en mi comunidad de Emaús.
Lo más grato de la amistad es que siempre hay un buen momento para compartir, ya sea por las alegrías o para contarnos las penas, para aconsejarnos, para simplemente sentarnos y estar a solas, para aprender nuevas cosas, para crear… Definitivamente: ¡Hoy brindo por la amistad, aunque no sea San Valentín!
La autora es comunicadora
Lo más grato de la amistad es que siempre hay un buen momento para compartir, ya sea por las alegrías o para contarnos las penas, para aconsejarnos, para simplemente sentarnos y estar a solas, para aprender nuevas cosas, para crear…
En mi infancia fui criada con ciertas limitaciones y creencias sobre el compartir. Mi madre, quien por su crianza no podía reunirse con varones, no aprendió a montar bicicletas, ni mucho menos montar a caballo, mulo o burro, a pesar de haberse criado en el campo. Afortunadamente, mi padre era más liberal, aunque siempre con el machismo característico de los hombres de este país.
Pero como suele suceder siempre, lo que no te conviene, lo deseas, lo que te prohíben lo quieres; a mí me encanta montar bicicleta, mis amigos y mis grupos del colegio estaban integrados por varones y me gustaban los juegos de chicos, donde tenía que correr, y en los cuales muchas veces me vi rasgada, aruñada, golpeada por mis inventos, aunque muchos me digan que me veo muy femenina.
¡Qué tiempos aquellos! Crecí en una finca de mi abuelo, donde podía montar toda la bicicleta del mundo, entre árboles frutales, con tanto verdor, frescura y rodeada de animales, aunque rara vez he tenido un contacto con éstos últimos. Las reuniones familiares, especialmente las del lado de mi padre eran constantes, llenas de alegría, de compartir entre primos, a pesar de que todos mis primos/as eran más adultos que yo, excepto uno, quien usualmente la gente piensa que es mi hermano.
Entre ese compartir nunca faltó el comentario de mami: “Las niñas no juegan con los varones”; “las niñas juegan otros juegos”,… Mientras más insistía, más disfrutaba. Ella se frustraba, pues soy su única hembra; iba emocionada y me compraba juegos de cocina, a los cuales nunca les hice caso y le preguntaba: “¿Para quién es?”, con mis pocos años de edad. Solo recuerdo haberme aferrado a un muñeco (mi nene), al cual le llamé Ricardo José, nunca supe porqué decidí llamarle así; con él pude superar la ausencia de mi abuelo paterno, un fuerte golpe para mí el enterarme de su muerte, de la cual supe luego de varios días, pues nadie quería darme una noticia como esa.
Con el pasar del tiempo, fui siendo exactamente como mi madre me pedía y me encerré un poco, quizás producto del sufrimiento de la muerte de mi abuelo querido. Dice Walter Dresel en su libro: Entre tú y yo: “Al enfrentar una crisis, hacemos el esfuerzo por encontrar no solo el mensaje, sino el espacio de crecimiento que nos permitirá ser mejores para nosotros mismos y a la vez ser mejores en nuestro vínculo afectivo”. Quizás, por tal razón me distancié de la gente en el sentido de que no comentaba mis cosas y salía estrictamente a asuntos específicos, temas generales…
“Entonces llegó la hora de revisar nuestros modelos o paradigmas, aquellos que guiaron quizás nuestra existencia y que hoy sentimos que ya no eran eficientes o eficaces para responder a nuestras necesidades. Los patrones de conducta se van construyendo a lo largo de la vida y, más allá de que comprendamos que tenemos que cambiarlos, eso no resulta fácil. Aceptar que ya somos adultos y que ahora debemos diseñar nuestros propios modelos de comportamiento implica aceptar también nuestra responsabilidad respecto de cómo nos va en la vida”.
Hasta que he encontrado personas maravillosas a mi lado y en otros casos el reencuentro de amigos/as de la infancia que me han demostrado una verdadera y original manera de vivir el amor hacia los demás. De cada una he aprendido cada cosa que ha ido moldeando mi vida de manera específica, llena de bendiciones y particularidades. De Leydi: a divertirme mucho más; de Manuelito: a reconfirmar mi amor por la lectura; de Michael y María: el confiar y ser discreto; de Sumaya y Francis: a conocer más del amor de y por Dios; de Emilio: a ser más divertida… Eso sin contar como veo la vida, luego de estar en mi comunidad de Emaús.
Lo más grato de la amistad es que siempre hay un buen momento para compartir, ya sea por las alegrías o para contarnos las penas, para aconsejarnos, para simplemente sentarnos y estar a solas, para aprender nuevas cosas, para crear… Definitivamente: ¡Hoy brindo por la amistad, aunque no sea San Valentín!
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