domingo, 20 de noviembre de 2011
A PROPÓSITO...
RECUERDOS EN MI VIDA - II
Fernando Ferreira Azcona
Lea la Primera parte
Como todo dominicano nacido y criado durante la Era de Trujillo (gracias a Dios que esa Era, ya no es), tuve que esperar a cumplir los siete años de edad para ingresar al sistema educativo formal de la época. Debido a que mi cumpleaños es a finales Mayo, debí esperar a que pasaran las vacaciones de verano, y a que se reabrieran las escuelas en Septiembre para ingresar, ya alfabetizado en una escuela-hogar, al primer año, en la entonces Escuela Pública Primaria e Intermedia Presidente Trujillo (hoy Juan Isidro Pérez). Mi primera maestra fue la señorita Josefa (Chefa) Peña, quien posteriormente se casó y formó un precioso hogar (ver “A Mis Maestros con Cariño” ).
De mi segundo año escolar tengo varios recuerdos, pero los limitaré a dos. Ese año, mi maestro fue el gran educador Ramón García (el Sr. García), hombre de una disciplina cuasi-militar y muy exigente. Pero, también un tomador de café y fumador empedernido. Así que lo recuerdo en su aula de clases, la cual quedaba al terminar la escalera en el segundo piso, inmediatamente a la derecha, con su famosa varita de bambú, su botellita de jugo de uvas llena de café, en el bolsillo derecho trasero y después de cada sorbo, encendía un cigarrillo ¿Hollywood?, el cual colocaba previamente en su pitillo o boquilla.
De mi segundo año también recuerdo el día que mataron a los hermanos Maldonado Díaz, quienes habían participado en el asalto al Royal Bank of Canada, en Santiago. Un hermano de ellos, contemporáneo mío, era mi compañero de curso y nos sentábamos uno al lado del otro. Esa tarde, mi compañero no paraba de llorar, y por más que el Señor García le preguntaba qué le pasaba, él se negaba a responder y su lloro arreciaba. La escena continuó hasta que otro compañero de clase dijo saber qué atormentaba a nuestro amigo, pero no lo diría en voz alta. Como yo “oía más que un tísico”, escuché el secreto que le dijo el tercer compañero de clases al Sr. García. Éste, conmovido, le dio permiso a nuestro acongojado amigo para que se marchara a su casa.
¿Cómo no recordar a la MAESTRA de maestros? Doña Altagracia Camelia Disla Rodríguez fue mi maestra en el cuarto grado de la primaria. Tengo tantos gratos recuerdos y vivencias de ella que tendría que llenar varias cuartillas para describirlos. A mis sesenta y cinco años de edad (si es que no me declararon tardíamente), cada día aprendo algo nuevo de su ética de trabajo, de su entrega, de su vocación de servicio y de tantas características positivas que adornan a Doña Camelia. Doy gracias a Dios por haber sido su alumno y por darme al menos dos oportunidades de decirle públicamente, cuanto la quiero, cuanto le agradezco y cuanto le debemos generaciones de maeños y de linieros que “pasamos por sus manos”, y en las cuales dejó huellas imborrables.
También recuerdo aquella niñita que durante un recreo subió al segundo piso de la Escuela Primaria. Ésta se ofuscó, perdió completamente la orientación, y por tanto, no sabía dónde quedaban las escaleras para bajar de nuevo. Estaba a punto de lanzarse al patio de la escuela, desde el segundo piso, cuando Danilo Disla, en un acto heroico, subió las escaleras como una tromba, llegó hasta donde estaba la niña, la tomó por uno de sus brazos y le salvó la vida.
Recuerdo vívidamente aquel pobre hombre cuyo cadáver apareció “ahorcado con su propia correa”, sentado en el suelo, al pie de la mata de granada que quedaba en el frente del plantel escolar. Este señor fue una víctima inocente de la tiranía trujillista, y pagó las consecuencias del embadurnamiento con heces humanas a que fue sometido el busto de Rafael Leónidas Trujillo Molina, ubicado en dicha escuela, al cual se le puso además, un letrero que decía: “Come ahí papá”. Recuerdo, también perfectamente, quienes lo hicieron (aunque ahora, otros se adjudican la autoría de este arriesgado acto), pero uno de los verdaderos autores ya se marchó a la morada eterna, razón por la cual me reservo sus nombres.
Recuerdo con mucho cariño a mi Maestra de octavo curso. En ese entonces, ella era una bella jovencita (más joven que muchos de sus alumnos). Aun sigue siendo una mujer preciosa, elegante, trabajadora incansable y muy inteligente. Muchos de los articulistas y comentaristas de MEEC fueron posteriormente sus alumnos, pues tuve el privilegio de pertenecer a su primer grupo de discípulos. Su nombre: Lavinia Del Villar Jorge (hoy de Fernández, esposa de mi buen amigo Mauricio, mejor conocido como Ticuí).
Imposible no recordar el terror que me metieron los alumnos que iban delante de mí con el álgebra y a mi primo que “se comía ei áigebra”, pero siempre se quemaba. Como en el Mao aldeano de entonces, todos nos conocíamos y sabíamos “de qué pata cojeaba” cada quien, se corrió la voz de que yo era buen estudiante y descollaba, principalmente en matemáticas. “Deja que tú llegues a primer teórico y te encuentres con el álgebra”, me decían. “Ahí no es con números del 1 al 10, es con letras que tú vas a bregar. Te vas a encontrar que en un caso, la “A” vale 5, en otro, su valor es 7 y en otro puede valer 17 ó 20. Lo peor es que uno nunca sabe cuánto vale la fuñía letra”. Casi entro en pánico antes de conocer al brillante profesor Andrés Ramos Bonilla (Pequeño). Me parece verlo y escucharlo decir: (A + B) al cuadrado es igual a A al cuadrado + 2 AB + B al cuadrado… Total, el álgebra resultó ser una de mis materias favoritas (como todas las matemáticas), y por tanto, obtuve una excelente nota.
No podría omitir entre mis grandes y más placenteros recuerdos, a uno de los mejores equipos de beisbol juvenil que haya tenido Mao en toda su historia. Me refiero a “Los Yankees Maeños”. Posteriormente surgieron otros equipos juveniles muy buenos, formados por los muchachos que nos sucedieron, como “Las Estrellas Maeñas”, a los que no vi jugar, pero he leído lo que sobre ellos han escrito Ley Simé y Manito Santana. No quiero poner en duda su indiscutible calidad, pero no creo que fueran mejores que “Los Yankees Maeños”. Con la excepción del autor de este artículo, nuestro equipo era una constelación de estrellas. Una de mis anécdotas favoritas es cuando fuimos a Pueblo Nuevo a jugar con el equipo amateur de allí. Fuimos en camión de recoger la basura, jugamos dos juegos de nueve entradas cada uno y… regresamos en el “carro de Don Fernando”: un rato a pie, y el otro… caminando.
Otro episodio que vivirá por siempre en mi mente es la mañana que los estudiantes decidimos tomar el edificio del antiguo Partido Dominicano (hoy Recinto de la Universidad Tecnológica de Santiago, en Mao) y convertirlo en nuestro Liceo Secundario Eugenio Deschamps. En ese entonces, en el liceo había dos agrupaciones de estudiantes, la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER) y la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Entre ambos grupos hubo comunión de objetivos, motivamos al estudiantado, nos echamos los pupitres y los pizarrones al hombro y marchamos por la calle Duarte en pos de nuestra meta. Aquello había que verlo, cientos de jóvenes vestidos de kaki, con los maltrechos pupitres en el “caco”. Cuando la policía vino a llegar, ya habíamos tomado el local y no hubo forma de que nos sacaran del mismo. Allí funcionó el Liceo Secundario Eugenio Deschamps, hasta que se construyó el Don Juan de Jesús Reyes.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuánto idealismo y cuántos sueños! ¡Muchos de ellos… frustrados!
Fernando Ferreira Azcona
Lea la Primera parte
Como todo dominicano nacido y criado durante la Era de Trujillo (gracias a Dios que esa Era, ya no es), tuve que esperar a cumplir los siete años de edad para ingresar al sistema educativo formal de la época. Debido a que mi cumpleaños es a finales Mayo, debí esperar a que pasaran las vacaciones de verano, y a que se reabrieran las escuelas en Septiembre para ingresar, ya alfabetizado en una escuela-hogar, al primer año, en la entonces Escuela Pública Primaria e Intermedia Presidente Trujillo (hoy Juan Isidro Pérez). Mi primera maestra fue la señorita Josefa (Chefa) Peña, quien posteriormente se casó y formó un precioso hogar (ver “A Mis Maestros con Cariño” ).
De mi segundo año escolar tengo varios recuerdos, pero los limitaré a dos. Ese año, mi maestro fue el gran educador Ramón García (el Sr. García), hombre de una disciplina cuasi-militar y muy exigente. Pero, también un tomador de café y fumador empedernido. Así que lo recuerdo en su aula de clases, la cual quedaba al terminar la escalera en el segundo piso, inmediatamente a la derecha, con su famosa varita de bambú, su botellita de jugo de uvas llena de café, en el bolsillo derecho trasero y después de cada sorbo, encendía un cigarrillo ¿Hollywood?, el cual colocaba previamente en su pitillo o boquilla.
De mi segundo año también recuerdo el día que mataron a los hermanos Maldonado Díaz, quienes habían participado en el asalto al Royal Bank of Canada, en Santiago. Un hermano de ellos, contemporáneo mío, era mi compañero de curso y nos sentábamos uno al lado del otro. Esa tarde, mi compañero no paraba de llorar, y por más que el Señor García le preguntaba qué le pasaba, él se negaba a responder y su lloro arreciaba. La escena continuó hasta que otro compañero de clase dijo saber qué atormentaba a nuestro amigo, pero no lo diría en voz alta. Como yo “oía más que un tísico”, escuché el secreto que le dijo el tercer compañero de clases al Sr. García. Éste, conmovido, le dio permiso a nuestro acongojado amigo para que se marchara a su casa.
¿Cómo no recordar a la MAESTRA de maestros? Doña Altagracia Camelia Disla Rodríguez fue mi maestra en el cuarto grado de la primaria. Tengo tantos gratos recuerdos y vivencias de ella que tendría que llenar varias cuartillas para describirlos. A mis sesenta y cinco años de edad (si es que no me declararon tardíamente), cada día aprendo algo nuevo de su ética de trabajo, de su entrega, de su vocación de servicio y de tantas características positivas que adornan a Doña Camelia. Doy gracias a Dios por haber sido su alumno y por darme al menos dos oportunidades de decirle públicamente, cuanto la quiero, cuanto le agradezco y cuanto le debemos generaciones de maeños y de linieros que “pasamos por sus manos”, y en las cuales dejó huellas imborrables.
También recuerdo aquella niñita que durante un recreo subió al segundo piso de la Escuela Primaria. Ésta se ofuscó, perdió completamente la orientación, y por tanto, no sabía dónde quedaban las escaleras para bajar de nuevo. Estaba a punto de lanzarse al patio de la escuela, desde el segundo piso, cuando Danilo Disla, en un acto heroico, subió las escaleras como una tromba, llegó hasta donde estaba la niña, la tomó por uno de sus brazos y le salvó la vida.
Recuerdo vívidamente aquel pobre hombre cuyo cadáver apareció “ahorcado con su propia correa”, sentado en el suelo, al pie de la mata de granada que quedaba en el frente del plantel escolar. Este señor fue una víctima inocente de la tiranía trujillista, y pagó las consecuencias del embadurnamiento con heces humanas a que fue sometido el busto de Rafael Leónidas Trujillo Molina, ubicado en dicha escuela, al cual se le puso además, un letrero que decía: “Come ahí papá”. Recuerdo, también perfectamente, quienes lo hicieron (aunque ahora, otros se adjudican la autoría de este arriesgado acto), pero uno de los verdaderos autores ya se marchó a la morada eterna, razón por la cual me reservo sus nombres.
Recuerdo con mucho cariño a mi Maestra de octavo curso. En ese entonces, ella era una bella jovencita (más joven que muchos de sus alumnos). Aun sigue siendo una mujer preciosa, elegante, trabajadora incansable y muy inteligente. Muchos de los articulistas y comentaristas de MEEC fueron posteriormente sus alumnos, pues tuve el privilegio de pertenecer a su primer grupo de discípulos. Su nombre: Lavinia Del Villar Jorge (hoy de Fernández, esposa de mi buen amigo Mauricio, mejor conocido como Ticuí).
Imposible no recordar el terror que me metieron los alumnos que iban delante de mí con el álgebra y a mi primo que “se comía ei áigebra”, pero siempre se quemaba. Como en el Mao aldeano de entonces, todos nos conocíamos y sabíamos “de qué pata cojeaba” cada quien, se corrió la voz de que yo era buen estudiante y descollaba, principalmente en matemáticas. “Deja que tú llegues a primer teórico y te encuentres con el álgebra”, me decían. “Ahí no es con números del 1 al 10, es con letras que tú vas a bregar. Te vas a encontrar que en un caso, la “A” vale 5, en otro, su valor es 7 y en otro puede valer 17 ó 20. Lo peor es que uno nunca sabe cuánto vale la fuñía letra”. Casi entro en pánico antes de conocer al brillante profesor Andrés Ramos Bonilla (Pequeño). Me parece verlo y escucharlo decir: (A + B) al cuadrado es igual a A al cuadrado + 2 AB + B al cuadrado… Total, el álgebra resultó ser una de mis materias favoritas (como todas las matemáticas), y por tanto, obtuve una excelente nota.
No podría omitir entre mis grandes y más placenteros recuerdos, a uno de los mejores equipos de beisbol juvenil que haya tenido Mao en toda su historia. Me refiero a “Los Yankees Maeños”. Posteriormente surgieron otros equipos juveniles muy buenos, formados por los muchachos que nos sucedieron, como “Las Estrellas Maeñas”, a los que no vi jugar, pero he leído lo que sobre ellos han escrito Ley Simé y Manito Santana. No quiero poner en duda su indiscutible calidad, pero no creo que fueran mejores que “Los Yankees Maeños”. Con la excepción del autor de este artículo, nuestro equipo era una constelación de estrellas. Una de mis anécdotas favoritas es cuando fuimos a Pueblo Nuevo a jugar con el equipo amateur de allí. Fuimos en camión de recoger la basura, jugamos dos juegos de nueve entradas cada uno y… regresamos en el “carro de Don Fernando”: un rato a pie, y el otro… caminando.
Otro episodio que vivirá por siempre en mi mente es la mañana que los estudiantes decidimos tomar el edificio del antiguo Partido Dominicano (hoy Recinto de la Universidad Tecnológica de Santiago, en Mao) y convertirlo en nuestro Liceo Secundario Eugenio Deschamps. En ese entonces, en el liceo había dos agrupaciones de estudiantes, la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER) y la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Entre ambos grupos hubo comunión de objetivos, motivamos al estudiantado, nos echamos los pupitres y los pizarrones al hombro y marchamos por la calle Duarte en pos de nuestra meta. Aquello había que verlo, cientos de jóvenes vestidos de kaki, con los maltrechos pupitres en el “caco”. Cuando la policía vino a llegar, ya habíamos tomado el local y no hubo forma de que nos sacaran del mismo. Allí funcionó el Liceo Secundario Eugenio Deschamps, hasta que se construyó el Don Juan de Jesús Reyes.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuánto idealismo y cuántos sueños! ¡Muchos de ellos… frustrados!
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Apreciado Fernan:
ResponderBorrarComo siempre, tus remembranzas tienen el sabor del recuerdo de una comunidad que atesoró personajes extraordinarios en la docencia y en el ejemplo patrio llevado al riesgo y sacrificio de la vida.
Guarionex Flores Liranzo
guarionexf@gmail.com
Nosotros fuimos la generación siguiente a todas esas remembranzas que hace el amigo Fernan, con la diferencia de que el Señor García ya no estaba y Doña Camelia para entonces, era la directora de la Esc. Primaria Juan Isidro Pérez. Iniciamos el bachillerato en local del fenecido Partido Dominicano y dos años mas tarde fuimos al actual liceo Prof. Juan de Js. Reyes en 1968. muy nostálgica tu narrativa, amigo. Años juveniles que brillaban por la ausencia de la maldad y la delincuencia. Tiempo en que la amistad era tan limpia, que todavía hoy son conservadas con el mismo tesón de antes.
ResponderBorrarUn abrazo Hermano con mucho afectos, Ley S.