martes, 19 de julio de 2011

UN VIAJE INOLVIDABLE A LA LÍNEA NOROESTE

Manuel Mora Serrano

En la foto, el autor junto a Luis Menieur

Creo que por querer tanto algunos pueblos y algunas gentes, en vez de estar flaco, estoy gordito. Mi compañero de estudios, el poeta, narrador y crítico de arte Judet Hasbún Espinal, que reside en Miami, quería ir a Mao y a Montecristi.

Nadie escuchará un no de mis labios si me invitan a ir por esa ruta amada, sin importar que sea un verano ardiente y casi nos derrita los sesos ese sol calcinante de la Línea, que también parece ser el culpable de sus ardorosas mujeres expertas en el amor.

Esta vez en el año de gracia de 2009, el 4 de diciembre para ser precisos, medio siglo después que llegara por primera vez a la ciudad que estrenaba sus galas provinciales, que era entonces una especie de gran aldea gótica con sus casonas señoriales, sus extensos arrozales, sus altos queneperos, sus regolas cantantes y sus grandes ríos próximos donde aliviar la sed y el ardor, que no conformes con los soles, llenábamos de ron y de cervezas.

Fue, lo he dicho otras veces, amor a primera vista. La impresión, antes de llegar al Hatico de los Bogaert, fueron los cardosantos. Amarillos solecitos que alfombraban las veras de la carretera como heraldos luminosos que me saludaban y me decían que en este nuevo destino sería feliz. Augurio cierto en muchos sentidos.

He relatado en otras ocasiones que al preguntarle a mi viejo amigo y compañero de estudios Darío Tió Brea, mi jefe inmediato, ya que era el primer Procurador Fiscal de la flamante provincia de Valverde, y yo el Fiscalizador, trasladado con ascenso desde Villa Altagracia, quizás como un castigo que resultó un premio mayor, al preguntarle lo que más me interesaba, quién era el poeta principal del pueblo, me dijo que “el laureado poeta Juan de Js. Reyes”. No me gustó como joven revolucionario en las artes, que entonces me creía, eso de “laureado poeta”. Pensé en un poeta de esos que abundaban en los pueblos que mal rimaban algunas estrofas y no tenían “poesía”. Y no me preocupé para nada de conocerlo. Grave error que regularmente cometemos los jóvenes inexpertos.

Un hijo del poeta, Clemente Damico Reyes Báez, propietario de un Instituto Comercial y sobreviviente del famoso accidente del viaje al Mamey, me regaló dos plaquettes de don Juan que todavía conservo dedicados por él.

Abrir sus libros y lamentar los meses que habían pasado desde mi llegada, fue todo uno.

Resulta que vivíamos donde Mamá Linda y Ligia Moya, madre y hermana del doctor Samuel de Moya Inoa, frente al Hospital Bogaert, a media esquina de la casa del poeta.

Don Juan se convirtió, por su modestia que rayaba en la humildad, en mi segundo padre literario. El primero había sido su amigo Domingo Moreno Jimenes. Amaba al hombre sencillo y jovial, pero adoraba su poesía viril y sus hermosas imágenes impactantes y modernas, frescas como el agua cantarina y clara de su río Mao.

De ahí que cuando su nieto, el Dr. Rafael Augusto Estévez Reyes, a quien recordaba de niño porque vivíamos casi en frente, me habló de que tenía los poemas inéditos y los publicados de su ilustre abuelo, quedamos en que me los mostraría, pero el encuentro no se daba. Entonces, Niño Almonte, ese estudioso maeño, experto en desentrañarle a los versos sus esencias y sus técnicas, me habló de que trabajaba en ese proyecto. Gracias a las facilidades modernas del Internet, tuve en mis manos los versos editados del maestro.

La aventura editorial contó con la colaboración del nieto del poeta clásico maeño (clásico por su corrección gramatical y por la altura de su poesía), Antonio Mateo Reyes, y el acucioso investigador, el Ing. Francisco Almonte, con el respaldo y la colaboración constante del Dr. Estévez, Mecenas del proyecto, al invitarme por haber escrito el prólogo de “La atesorada luz poética de Juan de Jesús Reyes”, a la presentación, invité a mi también compañero de estudios Judet Hasbún Espinal, para que concluyéramos la tourné por el interior del país en la zona que quería visitar, para viajar a esa amada urbe tan diferente a la de ayer, donde aparte del poeta y su hijo Parmenio dejé un reguerete de amigos entrañables. A Judet, ausente del país por muchos años, le impresionaban los extensos arrozales desde antes de llegar al cruce de Esperanza porque le dio la sensación de que no tendríamos, al fin, que importar ese cereal cotidiano.

Él tenía muchos años que no andaba por estas tierras y notó el cambio: excelente asfaltado hasta Mao. Esperanza había sustituido el ingenio azucarero y los antiguos cañaverales eran ahora arrozales, platanares o fincas de ganado. Mao, sobre todo, se había convertido en la capital Noroestana. Su pujanza económica es tal, que quisimos entrar a una farmacia y no encontramos dónde aparcar, y después de muchas vueltas, al fin tuvimos que llegar adonde nuestro compañero de estudios Darío Tió Brea. Él y su esposa Gladys fueron nuestros anfitriones. Darío me ofreció de su cava familiar un riquísimo Muga 2004 que compensó el cansancio del viaje. Fuimos al Club de Damas lleno a capacidad. Los miembros del Comité de Historia de Mao encabezados por Manuel A. Rodríguez Bonilla y Francisco Bonilla prepararon material iconográfico, improvisé algunas palabras y después de las gracias del Dr. Estévez y del autor, dos damas distinguidas, Lucía Tavera de Ferreira y Aleja Bonilla de Amaro leyeron bellos poemas de don Juan. Un músico moderno, Jorge Ferreira, amenizó el acto con piezas musicales de su saxofón. Asistieron distinguidas personalidades, además de miembros del Club y amigos y familiares del poeta y del autor del libro, personalidades como Monseñor Jerónimo Tomás Abreu, Obispo Emérito de la Diócesis Mao-Montecristi; el gobernador Manuel Güichardo, la benémerita profesora doña Camelia Disla, el Dr. Samuel de Moya Inoa, Emilio Arté, el Dr. Darío Tió Brea.

La noche concluyó en la casa de Darío, terminando la empresa comenzada de acabar con los Mugas. Al otro día, con las atenciones suyas y de doña Gladys en la mañana, luego del desayuno, antes de tomar la carretera quise dar unas vueltas, así fue como visitamos al Dr. Moya y a doña Jeannette y pude ir a despedirme de la doctora Juana Peralta cuyo estado de salud empañó bastante mi alegría de andar por las calles amadas de ese Mao inolvidable atiborrándome de recuerdos hermosos e irrepetibles.

II

Atardecer en Montecristi

El destino final era Montecristi. Intentamos irnos por Cana Chapetón a Guayubín, porque Sócrates Olivo, mi compañero en los Bibliófilos, me había dicho que la carretera estaba buena; pero nos disuadieron. Para otra ocasión quedaron Monción, Sabaneta, Partido, Los Almácigos y La Mata de Santa Cruz, y también la ruta interior por Juan Gómez donde “las muchachas son bonitas y bailan bien, pero tienen el defecto que se ríen de to’el que ven”, según el rítmico merengue dedicado al legendario Biencito Gómez, rústico tenorio de la Línea.

La carretera ampliada. Judet recordaba la antigua polvorienta y estrecha totalmente desolada. Le asombraron los tantos árboles de nin desde el Cruce de Guayacanes, pasando por Laguna Salada donde vivió la hermosa Josefina Fermín, que vi una vez, y jamás pude olvidar. Seguía aquella antes desolada y aburrida carretera de rectas, curvas, subidas y bajadas llenas de polvo, ahora asfaltada y bastante poblada y arbolada, con mucho verdor, atenuando el antiguo panorama de guasábaras, cactus y cambronales.

Negocios florecientes donde sólo hubo antes ventorrillos tristes; bombas de gasolina modernas encontrábamos a medida que pasábamos las Villas, y el “por’ai, por’ai por Hatillo Paima”, tema de otro merengue famoso, hasta que entramos a Guayubín, carretera descuidada, reguíos del Yaque, calles asfaltadas en el pueblo, la estación de bomberos con el nombre del Gral. Leandro Lozada Grullón, hermano de Lépido, un compañero nuestro. Tuve la nostalgia de los Olivos famosos, de mi admirado Diómedes y su hermano Chichí; pregunté por Pantaleón, pero había muerto también.

Villa Vázquez, pujante, bella como una novia con su parque azul y su avenida. Sin embargo, recordaba la antigua Villa Isabel con su Mogambo Bar y al español que hacía chorizos cerca del arco triunfal que todavía recuerda a Trujillo.

De ahí, sólo entramos a Castañuelas, en reconstrucción en medio de los arrozales. Aquí se respira otra cosa, pero no vimos el parque tradicional de cada pueblo. ¿Dónde se reunirá la gente? Hermosas casas. Pujanza comercial.

No hubo paradas hasta Montecristi, la patria de Andrés Avelino el rebelde poeta liniero, donde el farmacéutico y poeta Luis Menieur, nuestro anfitrión desesperaba junto al también poeta Vidal Cabrera, mientras el humeante chivo liniero se cocinaba. Todo estaba listo en la Farmacia Pueblo, pero queríamos algo más bohemio: Un campito, un patio para oír canciones y leer poemas, y Luis nos complació, nos llevó a un resort al pie del Morro donde fuimos reyes por unas horas a la vera de la piscina. Ya casi al atardecer saboreamos el exquisito chivo picante, ebrios del hermoso paisaje y del delicioso vino de Castilla la Mancha, evocando la Haitianita Divariosa de Chery Jimenes Rivera y las ocurrencias de aquel maravilloso ser humano, otro de los poetas que fuera para mí más que un hermano; ya caía la noche, aunque el crepúsculo del atardecer al pie del Morro competía con éxito con los tan cantados y bellos atardeceres maeños.

En la madrugada, tomamos la ruta de regreso para observar el crepúsculo del alba entre las silentes aldeas y el áspero paisaje liniero.

2 comentarios:

  1. ¡Qué viaje tan hermoso! Y qué apasionada la narración de las experiencias vividas. Estuve presente ese día en el Centro de Damas, de ahí me transporté al mismísimo escenario de tu relato..., y hasta el vino lo disfruté. Eres genial Mora Serrano, simplemente un orgullo para nuestro país.
    Felicidades!!!!!
    Lavinia Del Villar.

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  2. Gracias, Manolito Mora, por el respaldo que he recibido de ti desde el inicio de mis publicaciones. Agradezco con mucha deferencia tu asistencia a la puesta en circulación de la Atesorada luz... y el histórico prólogo que escribiste para agigantar la obra. Por lo que cuentas, es muy notorio que disfrutaste con fruición la travesía desde Santo Domingo- Mao- Montecristi. Eres un monumento viviente a la cultura. Saludos de Niño Almonte

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