viernes, 1 de julio de 2011

DOÑA TEÓFILA GÓMEZ DE REYES

Por: Dr. Guarionex Flores Liranzo

Yo me considero un miembro de la tribu de doña Teófila Gómez, porque el suyo era el clan más numeroso del segmento de la calle Agustín Cabral donde nací, comprendido entre las calles Duarte (antes Presidente Trujillo) y 27 de Febrero, en la década de los 1950s. Doña Teófila era el tronco de una poderosa familia que procreó con don Rafael Reyes, un laborioso agricultor. No tengo amplios recuerdos de don Rafael porque nunca lo veía, ya que trabajaba fuera de Mao en una finca que cultivaba, en las cercanías de Ámina. Era un hombre de baja estatura, de tez oscura y pelo lacio. Don Rafael, fiel a su extracción campesina, tenía una hamaca en una de las habitaciones de la casa, donde descansaba sus fatigas. Mis últimos recuerdos de él se remontan a los días en que, ya enfermo terminal de fallo cardíaco, daba unos cortos paseos vestido con su pijama en una limitada extensión de la acera del frente de su casa. Me luce que era un hombre reservado y severo (como eran los hombres de entonces), características que capté en mi alma infantil.

Cuando murió, yo tendría unos seis años, y recuerdo el aparataje de los cuatro cirios en sus candelabros, las flores blancas de un olor penetrante, y las vestimentas negras en las paredes y en torno al féretro instalado en la sala. Ni qué hablar del duelo de la esposa y sus numerosos hijos y nietos. En aquellos años no existían las funerarias, y los muertos eran “velados” en las casas.

Doña Teófila crió a sus hijos Casilda, Félix, Antonia, Anulfo, Frank, Rafael (Pitifia), Dalva y Jochy, aparte de tutelar con absoluta autoridad sobre los nietos de las dos hijas mayores, y los demás que luego se fueron incorporando.

El hijo más pequeño de doña Teófila era Jochy (José) quien comandaba la tropa de sobrinos y muchachitos de la cuadra. Como nos llevaba unos cinco o seis años, tenía en su bagaje muchísimos conocimientos y mañas que admirábamos. Cuando cometía alguna falta importante, doña Teófila le castigaba quitándole el pantalón, decretando forzosamente el arresto domiciliario. En una de estas confinaciones en calzoncillo, se divirtió trepando al ático de la casa y manipulando, para mostrar desde esa atalaya (escandalizando y atemorizando a una masoquista audiencia) los huesos humanos con los que había estudiado su hermano Anulfo en la Universidad de Santo Domingo, hoy U.A.S.D.

Doña Teófila, junto a doña Belisa Morel (la esposa de don Otoniel Acevedo), constituyeron una sabia y amorosa guía para mi madre en la crianza y cuidados de sus cuatro hijos.

No podría extenderme mucho en describir la personalidad de doña Teófila Gómez, porque abandoné el pueblo cuando tenía nueve años de edad, en agosto del 1961, pero quiero recalcar su amor infinito por sus hijos y nietos. La vitalidad de ese clan giraba en torno a ella, y así se mantuvo siempre. Aunque la manutención provenía del trabajo extenuante de su marido, ella era la encargada de poner en la boca de cada uno el diario alimento. Puedo ver en mi mente una paila llena de plátanos o de “cachirulas” (traídos por Félix, cuando manejaba un camión de la Grenada Company), cuyo contenido era repartido cada mañana, junto con un jarro de chocolate “de agua”, a la abigarrada tropa de cinco nietos hijos de Casilda con un militar apellidado Fernández. El otro grupo que completaba el tumulto infantil era integrado por los hijos de Antonia con Millet Haddad, y que tenían su centro de operaciones convergiendo diariamente a la casa de la abuela.

Cuando Anulfo y Rafael se unieron a la guerrilla de Manuel Aurelio Tavárez Justo, a fines del año 1963, doña Teófila y sus otros hijos se trasladaron a la capital, haciendo diligencias por el paradero y la seguridad de aquellos. Una parada del grupo fue mi casa paterna. Conservo en mi memoria que, en medio de aquella incertidumbre y fatalidad (al saberse la infausta suerte de Manolo y los otros mártires), doña Teófila mantenía en su silencio una serenidad pasmosa. Ahora puedo razonar que, aparte de un temple extraordinario, esta matrona tenía una información superior, de donde emana la única y grande VERDAD, y era, que sus hijos saldrían vivos de aquella acción suicida. Doña Teófila nunca perdió la compostura ni su característica apacible sonrisa en ese trance.

Aunque sus descendientes emigraron hacia Santo Domingo y el extranjero, el vínculo con el terruño no se disipó en el tiempo. Al contrario, se fortaleció, y muestra de ello ha sido la participación de su prole en actividades relacionadas con el bienestar social maeño, por medio a la Asociación de Maeños Ausentes, y en el cuidado amoroso de mantener la propiedad de la casona donde vivieron, luego de fallecida la madre.

Con emoción, ratifico orgullosamente, que espiritualmente pertenezco a la tribu de esta extraordinaria dama maeña, por cuyos descendientes yo y mi familia guardamos un profundo cariño, y que pueden mencionarse como prototipos del maeño auténtico, de esa estirpe laboriosa, que cuando la ocasión demanda, acude al llamado de la patria que precisa que sus hijos saquen la cara por ella.

3 comentarios:

  1. Gracias a Guarionex por activar nuestra memoria de tantas gentes queridas de nuestro Mao. A doña Teófila la conocí siendo un infante cuando íbamos a buscar a Mone, el hijo de Milet, a su casa y cuando no lo encontrábamos en la Duarte Esq, Independencia, sabíamos donde encontrarlo, donde doña Teófila. Pase, pase con mucha amabilidad nos decía. Allí conocí a Felichín, Frank, Pitifia y a Jochy, (Mecoromo) como le decíamos en tiempo de pelota, término que entendí después, (Come moro), con quienes nos ganamos el cariño y todos gozan de nuestro afectos y admiración. Recuerdo a Felichín, activo y solidario. muchas veces un grupo de jugadores de pelota, un domingo, estaban varado en el parque y tenían que ir a una comunidad a jugar y no tenían transporte, Felichín buscaba su camión y los llevaba desinteresadamente. Todos ellos daban, lo que aprendieron de doña Teófila.

    Afectos de, Ley S.

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  2. Que bonito articulo!. Cuanto lo he gozado. Cuantos recuerdos pasados que nos devuelven hacia la gente maravillosa que poblaba nuestra infancia. Que gran alma humana la de Doña Teófila. Que importante la familia que crío. Cuanto nos honran todos y nos enorgullecen. Son gente que ganaron para siempre un lugar en el alma y el corazón de nuestro pueblo.

    Cesar Brea

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  3. Comparto con Guarionex lo expresado y doy estimonio de que Doña Teófila siempre tenia una sonrisa en sus labios para todo aquel que la visitaba. Siempre la he de recordar porque fue la persona que me enseñó a jugar Solitaria, entretenimiento que aun disfruto, además de saborear las refrescantes limonadas que nos brindaba. Gracias Doña Teòfila porque por usted cultivé una buena amistad con todos sus hijos,

    Un fuerte abrazo a los Reyes Gomez,

    Andres R. Del Villar

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