domingo, 10 de julio de 2011
PITÍN AMARO Y ARISMENDIS BONILLA
Este dueto sí que llegó a afinar
LEYSIMELOCUENTA
Por Ley Simé
Pitín era un jovial negociante maeño, afable y bonachón y muy querido en la sociedad por su desprendimiento y por mezclarse con los miembros de todos los niveles sociales de su época. Activo, entusiasta y vigoroso, empeñado en su proyecto de instalar una ferretería, siempre se paseaba en su camioneta GMC con guarda fangos abultados y contextura de hierro que le daban peso para su estabilidad. Esa camioneta, Pitín la arrumbó a un lado de su casa en la calle Hermanas Mirabal esquina Gregorio Aracena, frente al cuartel de la policía, donde vivía con su despampanante rubia, hija de un General.
Esa camioneta permanecía ahí, mientras Pitín hacía los aprestos para instalar su ferretería en la calle Sánchez, donde más tarde funcionaría El Colonial. Hoy en ese mismo lugar funciona una ferretería.
En un fin de Semana Santa, cuando Pitín andaba vacacionando con su familia, llega Arismendis al parque y convida a todos los muchachos que limpiaban zapatos, para que le dieran una empujadita, con la promesa de que les iba a dar una vuelta por la ciudad. Imagínense, esa camioneta estaba varada ahí porque ni le servía el motor de arranque ni los frenos. Mucho menos había pedido permiso para usarla. Llegaron al aparato, Arismendis a la cabeza con ocho o diez muchachos, incluyendo a Porfirio Colón (el Borracho), quien era el capataz del grupo. El jefe del grupo, Arismendis, se las arregla y abre la puerta ante los ojos sospechosos de los policías. Entra y saca el cambio y ordena que empujen la camioneta; al coger esta un poco de velocidad, suelta el cloche; la camioneta brinca y tira un estornudo. Se repite la acción dos o tres veces más y sucede lo mismo. Al llegar a la estación de gasolina Texaco de la parada, chequea y se da cuenta que la guagua no tiene gasolina. Fue un lío para juntar 28 centavos que costaba el galón de gasolina. Una vez echada la gasolina en el tanque y también un poquito al carburador, empieza de nuevo la empujadera. Del primer empujón a la vetusta camioneta le salen dos o tres estornudos seguidos y luego la suave marcha del motor. Algarabía. Subieron todos los muchachos, que se convertirían en el motor de arranque de ese artefacto. Borracho iba afuera subido en el estribo derecho y servía para cuando la camioneta se acercaba a una esquina, se tiraba en la marcha y llegaba a la esquina para asegurarse que no hubiera peligro y dar la señal de proseguir. Luego, con el vehículo en marcha subía de un brinco al estribo y repetía esa acción en cada esquina. Al llegar a la esquina donde termina la pared del cementerio, doblaron a la izquierda dirigiéndose al matadero, hoy los bomberos; cruzaron las 40 y luego las 300, para salir al estadio Daniel Marte, ahora Pucho Marrero.
Iban por el lateral derecho del estadio y Arismendis decide regresar. Pega la camioneta cerca de una empalizada de alambres de púas, para tener espacio para dar la vuelta. Fue tanto lo que se pegó que rozó con los alambres y Borracho que iba en el estribo derecho se sobó un buen espacio. Cuando dio el giro completo, Borracho tenía cuatro líneas de arañazos en el costado derecho y en el brazo que sangraban y empapaban la raída camisa. Arismendis decide regresar la camioneta al lugar donde la encontró, para llevar a Borracho a recibir sus curas. Esta acción de llevarse la camioneta se repetía en cada descuido de Pitín que se mantenía muy activo en la instalación de su ferretería. Ya lo habían enterado, pero parecía que no le importaba.
Un domingo de verano, muy caluroso, llega Arismendis al parque, porque quería sudar su fiebre de conducir, recoge la trulla de muchachos, esta vez informándoles que era para el balneario que los iba a llevar, y rápidamente todos se ofrecieron; eran el motor de arranque de la camioneta. Rápido la encendieron y tomaron rumbo al balneario. Arismendis parece que tenía un plan preconcebido, porque antes de bajar la pendiente que hay para llegar al balneario, detuvo la camioneta e hizo que todos los muchachos se apearan de la misma. Todos lo hicieron sin objeción, porque conocían el asunto de los frenos. El balneario estaba repleto de personas.
Cuando observan a esa camioneta que viene bajando como las hondas del diablo por esos hoyos que había en ese trayecto, se quedan estupefactos al ver que la camioneta se dirigía a un matorral que había en el lateral derecho de la enramada del balneario, para luego observar el giro en U que hizo, levantando las dos gomas derechas que daba la impresión de un vuelco seguro. Muchos de los que estaban en la línea de peligro salieron huyendo por la orilla del río y los otros, de lejos simplemente observaban boquiabiertos cómo retomaba la camioneta milagrosamente el equilibrio y daba la vuelta exitosamente. Al parar la camioneta, se oyó una algarabía de aplausos. Sale Arismendis y lo reciben como a un héroe que había conquistado el campeonato mundial de acrobacia, mientras que los que habían salido huyendo regresaban para conocer al loco que tuvo a punto de llevarse el balneario por delante.
Cuando a Pitín lo informaron de eso, solo se rió y llamó a Arismendis para contratarlo para que fuera el chofer de un volteo que había adquirido para los servicios de la ferretería. Blocks, cemento, varillas, arena y todos los materiales pesados eran servicios bajo la responsabilidad de Arismendis. Cuando había que hacer una entrega de bloques rápido, buscaba sus “tígueres” en el parque y les decía: Muchachos vamos a dar una vuelta y los usaba para subir los blocks al camión y luego a desmontarlos en el lugar de entrega. Ahí murió el palé. No volvieron jamás a seguir a su líder.
Manito Santana, sí, ese hermano que tanto nos deleita con sus historias y sus cosas, era el delivery de las entregas más livianas y de poca cuantía en el peso. Para ello tenía a su disposición una bicicleta de canasto; sí, aquella bicicleta que tenía debajo del canasto una rueda pequeña, pero fuerte. Se presentó una situación en que había que llevar dos fundas de cemento a la calle 27 de Febrero. Manito sale por la calle Duarte con sus dos fundas de cemento en el canasto de su bicicleta, porque las subidas no eran tan pronunciadas, como las de la 27 de Febrero. Al llegar a la esquina con la calle Juan Minaya, dobla a la izquierda, que también tenía una subidita y cuando iba por mitad, Manito llevaba la lengua afuera por el esfuerzo, lo que aprovechó una avispa para picarle en la mismísima lengua. Los que estaban por ahí solo vieron cuando Manito tiró la bicicleta al contén con cemento y todo y salió huyendo como una gacela. Llega este a la ferretería hablando como un gago, mostrando la hinchazón, por lo que tuvieron que llevarlo al centro médico donde lo atendió el Dr. Rodríguez. ¿Y la bicicleta y el cemento? Que lo diga él.
LEYSIMELOCUENTA
Por Ley Simé
Pitín era un jovial negociante maeño, afable y bonachón y muy querido en la sociedad por su desprendimiento y por mezclarse con los miembros de todos los niveles sociales de su época. Activo, entusiasta y vigoroso, empeñado en su proyecto de instalar una ferretería, siempre se paseaba en su camioneta GMC con guarda fangos abultados y contextura de hierro que le daban peso para su estabilidad. Esa camioneta, Pitín la arrumbó a un lado de su casa en la calle Hermanas Mirabal esquina Gregorio Aracena, frente al cuartel de la policía, donde vivía con su despampanante rubia, hija de un General.
Esa camioneta permanecía ahí, mientras Pitín hacía los aprestos para instalar su ferretería en la calle Sánchez, donde más tarde funcionaría El Colonial. Hoy en ese mismo lugar funciona una ferretería.
En un fin de Semana Santa, cuando Pitín andaba vacacionando con su familia, llega Arismendis al parque y convida a todos los muchachos que limpiaban zapatos, para que le dieran una empujadita, con la promesa de que les iba a dar una vuelta por la ciudad. Imagínense, esa camioneta estaba varada ahí porque ni le servía el motor de arranque ni los frenos. Mucho menos había pedido permiso para usarla. Llegaron al aparato, Arismendis a la cabeza con ocho o diez muchachos, incluyendo a Porfirio Colón (el Borracho), quien era el capataz del grupo. El jefe del grupo, Arismendis, se las arregla y abre la puerta ante los ojos sospechosos de los policías. Entra y saca el cambio y ordena que empujen la camioneta; al coger esta un poco de velocidad, suelta el cloche; la camioneta brinca y tira un estornudo. Se repite la acción dos o tres veces más y sucede lo mismo. Al llegar a la estación de gasolina Texaco de la parada, chequea y se da cuenta que la guagua no tiene gasolina. Fue un lío para juntar 28 centavos que costaba el galón de gasolina. Una vez echada la gasolina en el tanque y también un poquito al carburador, empieza de nuevo la empujadera. Del primer empujón a la vetusta camioneta le salen dos o tres estornudos seguidos y luego la suave marcha del motor. Algarabía. Subieron todos los muchachos, que se convertirían en el motor de arranque de ese artefacto. Borracho iba afuera subido en el estribo derecho y servía para cuando la camioneta se acercaba a una esquina, se tiraba en la marcha y llegaba a la esquina para asegurarse que no hubiera peligro y dar la señal de proseguir. Luego, con el vehículo en marcha subía de un brinco al estribo y repetía esa acción en cada esquina. Al llegar a la esquina donde termina la pared del cementerio, doblaron a la izquierda dirigiéndose al matadero, hoy los bomberos; cruzaron las 40 y luego las 300, para salir al estadio Daniel Marte, ahora Pucho Marrero.
Iban por el lateral derecho del estadio y Arismendis decide regresar. Pega la camioneta cerca de una empalizada de alambres de púas, para tener espacio para dar la vuelta. Fue tanto lo que se pegó que rozó con los alambres y Borracho que iba en el estribo derecho se sobó un buen espacio. Cuando dio el giro completo, Borracho tenía cuatro líneas de arañazos en el costado derecho y en el brazo que sangraban y empapaban la raída camisa. Arismendis decide regresar la camioneta al lugar donde la encontró, para llevar a Borracho a recibir sus curas. Esta acción de llevarse la camioneta se repetía en cada descuido de Pitín que se mantenía muy activo en la instalación de su ferretería. Ya lo habían enterado, pero parecía que no le importaba.
Un domingo de verano, muy caluroso, llega Arismendis al parque, porque quería sudar su fiebre de conducir, recoge la trulla de muchachos, esta vez informándoles que era para el balneario que los iba a llevar, y rápidamente todos se ofrecieron; eran el motor de arranque de la camioneta. Rápido la encendieron y tomaron rumbo al balneario. Arismendis parece que tenía un plan preconcebido, porque antes de bajar la pendiente que hay para llegar al balneario, detuvo la camioneta e hizo que todos los muchachos se apearan de la misma. Todos lo hicieron sin objeción, porque conocían el asunto de los frenos. El balneario estaba repleto de personas.
Cuando observan a esa camioneta que viene bajando como las hondas del diablo por esos hoyos que había en ese trayecto, se quedan estupefactos al ver que la camioneta se dirigía a un matorral que había en el lateral derecho de la enramada del balneario, para luego observar el giro en U que hizo, levantando las dos gomas derechas que daba la impresión de un vuelco seguro. Muchos de los que estaban en la línea de peligro salieron huyendo por la orilla del río y los otros, de lejos simplemente observaban boquiabiertos cómo retomaba la camioneta milagrosamente el equilibrio y daba la vuelta exitosamente. Al parar la camioneta, se oyó una algarabía de aplausos. Sale Arismendis y lo reciben como a un héroe que había conquistado el campeonato mundial de acrobacia, mientras que los que habían salido huyendo regresaban para conocer al loco que tuvo a punto de llevarse el balneario por delante.
Cuando a Pitín lo informaron de eso, solo se rió y llamó a Arismendis para contratarlo para que fuera el chofer de un volteo que había adquirido para los servicios de la ferretería. Blocks, cemento, varillas, arena y todos los materiales pesados eran servicios bajo la responsabilidad de Arismendis. Cuando había que hacer una entrega de bloques rápido, buscaba sus “tígueres” en el parque y les decía: Muchachos vamos a dar una vuelta y los usaba para subir los blocks al camión y luego a desmontarlos en el lugar de entrega. Ahí murió el palé. No volvieron jamás a seguir a su líder.
Manito Santana, sí, ese hermano que tanto nos deleita con sus historias y sus cosas, era el delivery de las entregas más livianas y de poca cuantía en el peso. Para ello tenía a su disposición una bicicleta de canasto; sí, aquella bicicleta que tenía debajo del canasto una rueda pequeña, pero fuerte. Se presentó una situación en que había que llevar dos fundas de cemento a la calle 27 de Febrero. Manito sale por la calle Duarte con sus dos fundas de cemento en el canasto de su bicicleta, porque las subidas no eran tan pronunciadas, como las de la 27 de Febrero. Al llegar a la esquina con la calle Juan Minaya, dobla a la izquierda, que también tenía una subidita y cuando iba por mitad, Manito llevaba la lengua afuera por el esfuerzo, lo que aprovechó una avispa para picarle en la mismísima lengua. Los que estaban por ahí solo vieron cuando Manito tiró la bicicleta al contén con cemento y todo y salió huyendo como una gacela. Llega este a la ferretería hablando como un gago, mostrando la hinchazón, por lo que tuvieron que llevarlo al centro médico donde lo atendió el Dr. Rodríguez. ¿Y la bicicleta y el cemento? Que lo diga él.
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Muy bueno, Ley. Me duele la barriga de tanto reirme!
ResponderBorrarLa verdad es que a nuestra generación, "la cuidaba un santo", como dice el refrán. Todos esos malabares y peripecias, y no resultó nadie muerto, ni herido de gravedad. Sólo el Borracho con unos arañazos, por estar de "trascendío".
Recuerdo a mi querido amigo y hermano, Arismendy Bonilla; en aquel camión de volteo que mencionas, y todas las imprudencias propias de la juventud, que en éste cometía. La menos arriesgada de todas, era la velocidad excesiva con que conducía dicho camión, por aquellos caminos vecinales que llamábamos carreteras, con tres peones encima, cuando iba al río a cargarlo de arena o cascajo.
Te felicito, Ley. Excelente narrativa.
Un abrazo,
Fernan Ferreira.
Ley,cuanto me rei con esa historia. Arismendis, en verdad, es un personaje que va a pasar a la historia de Mao, como uno de los muchachos mas travieso y osado de esos tiempos. Personalmente, tengo muy buenos recuerdos de el, pues tuve la oportunidad de compartir con el agradables momentos.
ResponderBorrarRecibe todo mi carino,
Memela
¡Excelente, Ley! Muy bien contado.
ResponderBorrarEsperemos que Expedto Mella nos diga lo que pasó con la bicicleta de canasto y el cemento... jajajajajaja
Isaías
Genial!!
ResponderBorrarEs la descripción del relato de Ley Simé. Cuando disfrutamos esa espectacularidad de personajes de pueblo pequeño, nos damos cuenta de dónde sacan material para escribir gente como García Márquez.
guarionexf@gmail.com
Muy Bueno Ley
ResponderBorrarArismendis Bonilla, aquel travieso joven, el mismo que prendió el Hombre Obejo, tiene su historia, tengo que agradecerle que en aquellos años en que me divertía tirando anzuelo en el río Mao, específicamente en el paso del mamón siempre a mi regreso a la casa, con los labios cenizos del hambre, aparecía Arismendis en el volteo (creo que era color amarillo, nuevecito) y me daba una bola hasta el saman.
Siempre que le hacia la señal para que me empujara hasta la ciudad, se paraba. Después que fui creciendo, Arismendi se va a Santo Domingo, no logré establecer ningún vínculo con él, claro había una diferencia de edad. Sin embargo, el destino nos tenía asegurado un enlace familiar, conocí a su padre Don Félix María, a quien quise como si fuese mi padre.
Cuando la cosa estaba difícil en la sastrería de Juancito (QEPD) donde yo laboraba, iba donde Félix María en busca de trabajo, él me entregaba el o los pantalones ya cortados y yo lo cerraba por $ 0.50 centavos cada uno.
Nunca se me olvida, cuando entraba a su casa, siempre me decía: “ Berto qué hay de nuevo “
Hace aproximadamente año y medio hablé por teléfono con Arismendi, planificaba llevar un carro a dominicana, me le presenté y le di referencia de mi persona, como una forma táctica de buscar consideración en el precio, le hice un relato a Mendi en torno a mi persona, en conclusión, recuerdo que me dijo, NO, YA NO ME DIGA MAS, SOMOS HERMANOS.
Salud Arismendi.
Angel Berto Almonte
Bueno Ley, si tú nunca sacastes la bola, con esta narración la acaba de sacar por el msimo centro y esta cayo en la calle 18, buena narración jocosa y muy divetida, me la gocé.
ResponderBorrarPapito Mármol
Jajajajaja Con las cosas de Arismendy hay que reirse obligado; porque el muchachito era polifacético.Recuerdo que él y quien escribe, formábamos el dueto Bonilla-Espinal, y nos presentábamos en el show buscando estrellas que presentaba Rico Luna en el teatro jaragua todos los martes por la noche;recuerdo que cantamos el número musical "venga guano caballero" del dúo los compadres, y obtuvimos el primer lugar ganando un premio de dos tablas de chocolate para cada uno. Pero recuerden que Arismendy tambien era boxeador con el nombre de"kid colorao", cuyas peleas, siempre las protaginizaba con otro pajarito que no era fácil que respondía al nombre de Lilí Santana cuyo mote era "kid Lilí".
ResponderBorrarRolando Espinal
Me recuerda el comentario del Dr. Guarionex aque pasaje en el escenario de nuestro amigo Garcia Márquez, Macondo, el sacristán preso juntos a los opositores al Gobierno, muerto de miedo decía: "Hablen, sigan hablando, que el silencio me da miedo, pienso que una mano ganzúa me va a agarrar por el pescuezo y me va a estrangular".
ResponderBorrarGracias Dr. Afectos de Ley S.
Ley S.
ResponderBorrarNo te equivocaste en todo lo sucedido,solamente en la velocidad que solté la bendita bicicleta y llegar huyendo a la ferreteria,unos 200 mts en 22 segundos,un record, pues tenía el hocico tapándome la nariz de tan hinchado. Lo bueno de este aparato sucedía cuando al tratar de pedalear no sentado ,muchas veces se zafaba la cadena provocándome al caer sentado en el sillin, un majón que no era de lengua.
Fueron muchas las veces que me tocó cargar 100 blocks dando 10 viajes a Sibila más i qq. de varillas,arrastrándolas por el sueldazo de $3,oo (tres)semanal.
Ahh tiempos aquellos ,que dentro de la miseria había una sanidad deseada hoy.
gracias Ley, estoy creyendo lo que me dice Rolando Espinal,que tú eres mas viejo que yo.
Abrazos
Manito
Ley....excelente...excelente me rei muchisimo. Gran genialidad como describes a perfección estos dos grandes personajes nuestros. Mis sinceras Felicitaciones....Abrazos hermano.
ResponderBorrarJuan Colon
¡Qué buena historia! Mi pobre Manito estaba en todas. Qué muchachito más trabajador. La verdad es que debiéramos hacerle un homenaje por "presentao', como dicen los boricuas.
ResponderBorrarMuy bueno Ley, te felicito.
Lavinia Del Villar.
Una avispa callejera/ cual prostituta parecía/Vio un encanto en la lengua/ que Manito le exhibía/Aceleró el vuelo hacia él/jamás esa oportunidad perdería/ de darle un beso aquel/ que hasta la lengua afuera traía/con encanto y emoción se lanzo/sobre esa larga y ancha tentación/y darle un beso atroz/ aunque provocara tremenda hinchazón/ fue un beso provocón que recibió ese bufón/Para que no le sacara la lengua/ como queriéndose burlar/ a una avispa que sale de su hogar/ a buscar a un lindo macho/y así poderlo besar.
ResponderBorrarBarbarazo mi amigazo Ley Simé!!!
ResponderBorrarExcelente remembranza.... me la gocé un paquetón. La verdad que con personajes como Arismendy, Papito Rincón, Manito Santana, entre otros, se puede escribir un libro de jocosidades, ocurrencias y anécdotas.
Bien contao y bien gozao Valito!!!
Con afecto,
Diómedes Rodríguez.
Sí, Ley, recuerdo perfectamente la época cuando Pitín tenía la ferretería en la calle Sánchez y que Arismendi era el chauffeur del volteo. "Al rafie on rae cilfa", jajaja. Buena estampa, Ley. Recibe mis felicitaciones. Niño Almonte.
ResponderBorrar