viernes, 15 de julio de 2011
VIVENCIA
LUIS RODOLFO LARA
Ese muchacho flaco, largo como el mes de mayo y de movimientos un poco torpes, de voz cantante dulce como la de Roberto Yanés, pero más parecido físicamente a Manolo Muñoz, el de Me da la calambrina, que tenía espejuelos como fondos de botellas, fue mi compañero de estudios en el Politécnico Loyola y nos tocó no solo compartir dormitorio por 6 años, sino también oficio (Electrónica), para después de graduados trabajar juntos en la misma compañía y vivir en la misma pensión, en la capital. Claro, juntos también hicimos un sinnúmero de travesuras; algunas de ellas arrestadas y estúpidas.
Luis Lara era (o es) de Santiago, de buena familia, y tenía un gran sentido del humor y entre mozalbetes ignorantes, se las daba de más adelantado, hablándonos de mesa fina, viajes a lugares exóticos y vinos exquisitos; o exhibiendo su colección de discos de Richard Harris, The Beatles y Blood, Sweat and Tears, entre otros, los cuales tocaba a volumen extremadamente alto en un tocadiscos portable, mientras cantaba unas letras en un güiri-güiri que estaba vedado para la mayoría de nosotros, simples campesinos atrasados y menguados, olvidados por el buen gusto, como decía con desdén y altanería, lo que no pasaba de ser un "show", de su parte. De esa época recuerdo a MacArthur Park, esa hermosa canción-metáfora de Richard Harris, la que me trae recuerdos del amigo con quien en más de una ocasión tuve que hacer "serruchos" y trampas para enfrentar la prángana del internado.
Entre las ocurrencias de Luis está la de robarseuna sotana de uno de los sacerdotes del Politécnico Loyola y disfrazarse de noche con ella para dar castigos a los muchachos que encontrara en el pasillo después de las 10 de la noche, que era la hora de apagar la luz y observada con estricta disciplina por los jesuitas, que eran más inflexibles que un clavo de acero. Los castigos de Lara, que se hacía llamar en la noche hermano Martín, duraron hasta que el farsante se encontró en los corredores con un verdadero cura. La bromita le costó al amigo un mes sin poder salir a la ciudad (San Cristóbal) los sábados y los domingos, salida que esperábamos con ansias los internos como una forma de escape a la rigurosidad del internado. Estábamos a dos o tres cuadras del parque central de la ciudad, pero era como si viviéramos a varios kilómetros: en el internado cada minuto estaba fríamente calculado; como en el Esclesiastés, había un tiempo para cada cosa; y si no había cosas, nos las inventaban.
Otra broma, más pesada, pero nunca descubierta, fue la de regar una botella de agua con jabón a la entrada de uno de los sanitarios, lo que ocasionó la caída de varios de los compañeros de estudios que se levantaron a orinar esa noche. ¡Ah, Luis Lara!
Pero la más atrevida de todas las travesuras de Luis —por supuesto, con un cómplice, cuya identidad conozco pero no develaré— fue explotar a distancia, con un tirapiedras, un montante en la puerta del cura encargado del pabellón donde dormíamos. Imagínese el caos ocasionado entre unos 100 internos por una explosión magnificada tres o cuatro veces por el silencio sepulcral del recinto y el eco producido dentro de la cámara de esos pabellones. Eso tampoco nadie nunca lo supo… hasta hoy que he abierto mi boca. Pero total, Pedraz, Constantino y el hermano mujeriego aquel no creo que se enterarán.
De nuestro tiempo de trabajo en la IBM recuerdo sus "cruces" (sobregiros) constantes con el banco, el Chase Manhattan Bank, que utilizaba el slogan "usted tiene un amigo en el Chase", lo cual interpretaba Lara como una invitación a "cogerle prestado" al banco sin la autorización de sus oficiales. Cuando el banco le cobraba por el sobregiro, solía exclamar, "envenenado" y jurando “sacar mis cuartos” de esa cueva de "coleópteros; nido de sanguijuelas obscenas": "¡qué clase de amigos son estos malditos!", una y otra vez.
Lara es uno de esos personajes que pasan por tu vida, difíciles de olvidar, y que uno se alegra haber conocido. Lo último que supe de él hace varios años era que trabajaba en uno de los laboratorios de la Madre y Maestra, en Santiago, contratado por el profesor maeño, Ing. Isidro Ventura Medina, quien estaba a cargo del departamento de Electrónica.
Dondequiera que estés, ¡Salud, flaco! (¿Te acuerdas una vez que tuvimos que beber ron La Altagracia, hecho en San Cristóbal, el único al alcance de nuestros magros bolsillos entonces? Creo que costaba como 35 centavos la botellita, pero ni eso teníamos. ¡Qué metralla! Pero los peores jumos fueron los que nos dimos con Moscatel Caballo Blanco, ¿no? Todavía me da tiriquitossolo el pensar en la resaca. Tremendos tiempos aquellos, flaco… los guardo como una parte valiosísima de mi vida.)
Ah, Lara, debo confesarte que después de todos estos años, ya puedo entender las canciones que cantabas y apreciarlas. Todavía escucho a Spinning Wheel, MacArthur Park y Yesterday. ¡Son hermosas, y tantas maldiciones que proferí hacia ti entonces; exceptuando quizás a Yestrday, que sí me gustaba e intentaba cantar! (¿Sabes una cosa?, solo me llevó 43 años aprenderlas… ¡y tú que te llenabas la boca de decirme yo tengo un amigo genio/que anda un poco ebrio/que siempre será un menguado/por su falta de brújula e indisciplinado! Jajajajajajaja).
Decía Harris en MacArthur Park:
There will be another song for me
For I will sing it
There will be another dream for me
Someone will bring it.
Me llena de satisfacción decirte que espués de todo, hubo una canción para mí, y la realización de algunos sueños. Espero que para ti también, entrañable amigo. ¡Salud, flaco!
Con afecto, tu amigo de siempre,
Medina Ferreira
Ese muchacho flaco, largo como el mes de mayo y de movimientos un poco torpes, de voz cantante dulce como la de Roberto Yanés, pero más parecido físicamente a Manolo Muñoz, el de Me da la calambrina, que tenía espejuelos como fondos de botellas, fue mi compañero de estudios en el Politécnico Loyola y nos tocó no solo compartir dormitorio por 6 años, sino también oficio (Electrónica), para después de graduados trabajar juntos en la misma compañía y vivir en la misma pensión, en la capital. Claro, juntos también hicimos un sinnúmero de travesuras; algunas de ellas arrestadas y estúpidas.
Luis Lara era (o es) de Santiago, de buena familia, y tenía un gran sentido del humor y entre mozalbetes ignorantes, se las daba de más adelantado, hablándonos de mesa fina, viajes a lugares exóticos y vinos exquisitos; o exhibiendo su colección de discos de Richard Harris, The Beatles y Blood, Sweat and Tears, entre otros, los cuales tocaba a volumen extremadamente alto en un tocadiscos portable, mientras cantaba unas letras en un güiri-güiri que estaba vedado para la mayoría de nosotros, simples campesinos atrasados y menguados, olvidados por el buen gusto, como decía con desdén y altanería, lo que no pasaba de ser un "show", de su parte. De esa época recuerdo a MacArthur Park, esa hermosa canción-metáfora de Richard Harris, la que me trae recuerdos del amigo con quien en más de una ocasión tuve que hacer "serruchos" y trampas para enfrentar la prángana del internado.
Entre las ocurrencias de Luis está la de robarseuna sotana de uno de los sacerdotes del Politécnico Loyola y disfrazarse de noche con ella para dar castigos a los muchachos que encontrara en el pasillo después de las 10 de la noche, que era la hora de apagar la luz y observada con estricta disciplina por los jesuitas, que eran más inflexibles que un clavo de acero. Los castigos de Lara, que se hacía llamar en la noche hermano Martín, duraron hasta que el farsante se encontró en los corredores con un verdadero cura. La bromita le costó al amigo un mes sin poder salir a la ciudad (San Cristóbal) los sábados y los domingos, salida que esperábamos con ansias los internos como una forma de escape a la rigurosidad del internado. Estábamos a dos o tres cuadras del parque central de la ciudad, pero era como si viviéramos a varios kilómetros: en el internado cada minuto estaba fríamente calculado; como en el Esclesiastés, había un tiempo para cada cosa; y si no había cosas, nos las inventaban.
Otra broma, más pesada, pero nunca descubierta, fue la de regar una botella de agua con jabón a la entrada de uno de los sanitarios, lo que ocasionó la caída de varios de los compañeros de estudios que se levantaron a orinar esa noche. ¡Ah, Luis Lara!
Pero la más atrevida de todas las travesuras de Luis —por supuesto, con un cómplice, cuya identidad conozco pero no develaré— fue explotar a distancia, con un tirapiedras, un montante en la puerta del cura encargado del pabellón donde dormíamos. Imagínese el caos ocasionado entre unos 100 internos por una explosión magnificada tres o cuatro veces por el silencio sepulcral del recinto y el eco producido dentro de la cámara de esos pabellones. Eso tampoco nadie nunca lo supo… hasta hoy que he abierto mi boca. Pero total, Pedraz, Constantino y el hermano mujeriego aquel no creo que se enterarán.
De nuestro tiempo de trabajo en la IBM recuerdo sus "cruces" (sobregiros) constantes con el banco, el Chase Manhattan Bank, que utilizaba el slogan "usted tiene un amigo en el Chase", lo cual interpretaba Lara como una invitación a "cogerle prestado" al banco sin la autorización de sus oficiales. Cuando el banco le cobraba por el sobregiro, solía exclamar, "envenenado" y jurando “sacar mis cuartos” de esa cueva de "coleópteros; nido de sanguijuelas obscenas": "¡qué clase de amigos son estos malditos!", una y otra vez.
Lara es uno de esos personajes que pasan por tu vida, difíciles de olvidar, y que uno se alegra haber conocido. Lo último que supe de él hace varios años era que trabajaba en uno de los laboratorios de la Madre y Maestra, en Santiago, contratado por el profesor maeño, Ing. Isidro Ventura Medina, quien estaba a cargo del departamento de Electrónica.
Dondequiera que estés, ¡Salud, flaco! (¿Te acuerdas una vez que tuvimos que beber ron La Altagracia, hecho en San Cristóbal, el único al alcance de nuestros magros bolsillos entonces? Creo que costaba como 35 centavos la botellita, pero ni eso teníamos. ¡Qué metralla! Pero los peores jumos fueron los que nos dimos con Moscatel Caballo Blanco, ¿no? Todavía me da tiriquitossolo el pensar en la resaca. Tremendos tiempos aquellos, flaco… los guardo como una parte valiosísima de mi vida.)
Ah, Lara, debo confesarte que después de todos estos años, ya puedo entender las canciones que cantabas y apreciarlas. Todavía escucho a Spinning Wheel, MacArthur Park y Yesterday. ¡Son hermosas, y tantas maldiciones que proferí hacia ti entonces; exceptuando quizás a Yestrday, que sí me gustaba e intentaba cantar! (¿Sabes una cosa?, solo me llevó 43 años aprenderlas… ¡y tú que te llenabas la boca de decirme yo tengo un amigo genio/que anda un poco ebrio/que siempre será un menguado/por su falta de brújula e indisciplinado! Jajajajajajaja).
Decía Harris en MacArthur Park:
There will be another song for me
For I will sing it
There will be another dream for me
Someone will bring it.
Me llena de satisfacción decirte que espués de todo, hubo una canción para mí, y la realización de algunos sueños. Espero que para ti también, entrañable amigo. ¡Salud, flaco!
Con afecto, tu amigo de siempre,
Medina Ferreira
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Mano:
ResponderBorrarCon frecuencia me junto con el Sr. Edilio de Jesús Suárez, compañero tuyo de infortunios, en el Instituto Politécnico Loyola. Siempre me pregunta por tí, y me encomienda que cuado tú vengas al país, no deje de avisarle, pues quiere verte de nuevo, después de cuchimil años.
Apunta el nombre, pues yo tuve que llamar a su cuñado para que me "refrescara" el mismo.
¡Excelente relato! Ojalá te animes a escribir otras de tus andanzas juveniles, ¡que son muchas!
Un abrazo. Te quiero entrañablemente,
Fernan Ferreira.
Vaya, Medina Ferreira. ¡Qué bueno saber de ti! Esa anécdota está buenísima. Recordamos a Lara con su altanería, pero siempre cruzao; vendiendo una lata de uno de los productos enlatados que llevaba por centavos. Tú como siempre, con tu facilidad de escreibir y expresarte.
ResponderBorrarMe gustaría que nos juntáramos nuestra promoción para recordar esos buenos momentos que momentos que pasamos.
Como dice Fernan Ferreira, tienes muchas anécdotas que contar, incluyendo varias con Lara, como la fogata que hicieron con sus mosquiteros o las vainas que les hacían al "cabo Paniagua", que lo pusieron al borde o del suicidio o del homicidio, pues te recuerdo inteligente, pero lo más jodón e indisciplinado que he conocido. Eso sí, siempre fuiste querido y por eso creo que no te botaron del internado.
He visitado tus tres páginas. Visité esta por casualidad y después fui a las otras dos. Muy buenas. Quiero hacer una, a lo mejor me das un empujón.
Espero que nos veamos cuando vengas al país.
Campos Guzmán
Mano,
ResponderBorrarGracias por tus elogios. Sé que salen del alma.
Isaías
Bárbaro, Campos... ¡cuánto tiempo! La magia de la Internet, ¿eh?
ResponderBorrarEspero verte cuando vaya al país.
Ya me había olvidado de todas las cosas que le hicimos al "Cabo Paniagua"... ahí hay para hacer un libro. No sé cómo ese hombre no nos dio una aturdía; o peor, nos mató, porque era fuerte y nosotros alfeñiques.
Mantén el contacto.
Un abrazo.
Isaías