lunes, 10 de enero de 2011
EL PRIVILEGIO DE CARECER
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar
Cuando yo era pequeña las manzanas existían sólo en las navidades, específicamente los días de Nochebuena. Mi papá las traía la mañana del 24 de diciembre, y mi mamá las encerraba en la vitrina y se echaba la llave en el bolsillo. Y no era porque nos atreviéramos a tocar las cosas sin permiso, sino por si las moscas… No me explico cómo las manzanas de esa época olían tanto. Su aroma inundaba la casa entera, y ese olor nos traía locos el día entero esperando que llegara la noche, para recibir la ración que nos tocaba. Porque no nos tocaba una entera…, no. Éramos seis hijos verdaderos, dos que mis papás estaban criando, una tía que vivía con nosotros, papá y mamá, y uno que otro primo que se descolgaba de la capital a pasar las Pascuas. Así que, no era posible una manzana para cada uno, sino que debíamos compartir una para dos. No puedo dejar de comparar esos tiempos con los actuales, donde las manzanas imagino se sienten inapreciadas, cuando son abandonadas por ahí con un solo mordisco, y donde sobra más de todo lo que comemos.
La Nochebuena era una noche especial, era la noche esperada durante todo un año, era una noche buena, la mejor noche del año.
Platos de cena llegaban de cada uno de nuestros vecinos, e igual número de ellos eran enviados por mamá, en ese maravilloso ritual de intercambio que se realizaba en ese entonces, y que hacía realidad la frase, ya en desuso, de que “tu familiar más cercano es tu vecino.” Siempre nos llamaban la atención los platos de los vecinos, porque regularmente traían alguna cosa que no teníamos en nuestra cena, y que compartíamos equitativamente y con frugalidad, porque mamá odiaba la gula.
Hoy doy gracias a Dios porque me concedió el privilegio de carecer, que me enseñó a respetar, a compartir, a ser humilde, a ser feliz con poca cosa, a agradecer, a disfrutar en familia, y sobre todo, a valorar. Gracias Señor porque en esos tiempos felices, llenos de recuerdos hermosos, no estuvo presente la abundancia, responsable muchas veces de la inflación del ego, que a menudo nos impide saborear las cosas simples de la vida.
Por Lavinia del Villar
Cuando yo era pequeña las manzanas existían sólo en las navidades, específicamente los días de Nochebuena. Mi papá las traía la mañana del 24 de diciembre, y mi mamá las encerraba en la vitrina y se echaba la llave en el bolsillo. Y no era porque nos atreviéramos a tocar las cosas sin permiso, sino por si las moscas… No me explico cómo las manzanas de esa época olían tanto. Su aroma inundaba la casa entera, y ese olor nos traía locos el día entero esperando que llegara la noche, para recibir la ración que nos tocaba. Porque no nos tocaba una entera…, no. Éramos seis hijos verdaderos, dos que mis papás estaban criando, una tía que vivía con nosotros, papá y mamá, y uno que otro primo que se descolgaba de la capital a pasar las Pascuas. Así que, no era posible una manzana para cada uno, sino que debíamos compartir una para dos. No puedo dejar de comparar esos tiempos con los actuales, donde las manzanas imagino se sienten inapreciadas, cuando son abandonadas por ahí con un solo mordisco, y donde sobra más de todo lo que comemos.
La Nochebuena era una noche especial, era la noche esperada durante todo un año, era una noche buena, la mejor noche del año.
Platos de cena llegaban de cada uno de nuestros vecinos, e igual número de ellos eran enviados por mamá, en ese maravilloso ritual de intercambio que se realizaba en ese entonces, y que hacía realidad la frase, ya en desuso, de que “tu familiar más cercano es tu vecino.” Siempre nos llamaban la atención los platos de los vecinos, porque regularmente traían alguna cosa que no teníamos en nuestra cena, y que compartíamos equitativamente y con frugalidad, porque mamá odiaba la gula.
Hoy doy gracias a Dios porque me concedió el privilegio de carecer, que me enseñó a respetar, a compartir, a ser humilde, a ser feliz con poca cosa, a agradecer, a disfrutar en familia, y sobre todo, a valorar. Gracias Señor porque en esos tiempos felices, llenos de recuerdos hermosos, no estuvo presente la abundancia, responsable muchas veces de la inflación del ego, que a menudo nos impide saborear las cosas simples de la vida.
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Como siempre es un banquete del recuerdo lo que nos dan, y en esta oportunidad no fue diferente, y es que Lavinia me recordó con el rito de la manzana, algo que veo pasaba en todas nuestras casas, y hoy en día después de tantos años que vivimos aquíi y que tenemos las manzanas todo el año, ni nos llaman la atención y mucho menos sentimos su aroma (no sé si es que ya no tienen olor). También me encantó el tema de César Brea, y el de Evelio Martínez y nuestros personajes, bueno para que enumerártelos si como yo no te puede quedar duda de que compartimos nuestro pueblo con un paquete de soñadores.
ResponderBorrarBesos para todos y mis respetos para cada uno de los que llevamos a Mao en el Corazón.
Susana Jáquez