jueves, 20 de septiembre de 2012
A PROPÓSITO DE...
LA DIGNIDAD HECHA HOMBRE
Por Fernando Ferreira Azcona
Mi personaje de hoy, es un humilde obrero a quien tuve la dicha de conocer y tratar por allá, a inicios de la década de los años 80, y que por mi manera de ser, y por mi formación de hogar, logré alcanzar el grado de “persona personal” de él.
Víctor Manuel Fermín era un “todólogo”, que valga la redundancia, todo lo hacía bien. Si usted necesitaba pintar una casa, nadie más indicado que Víctor Manuel para realizar un trabajo de primerísima calidad. ¿Un pozo séptico? Él lo excavaba hasta que “rompiera fondo”. ¿Cuidar su casa para que usted disfrutara un fin de semana largo con su familia? Déjela al cuidado de nuestro protagonista… y váyase tranquilo.
Además, nuestro amigo era un experto cocinando comidas típicas. ¿Un locrio de arenques? ¡Mortal! ¿Un “patimongo”? ¡Pa’ chuparse los dedos! ¿Un chivo “chilindrón” con moro? ¡Apártese, compai!
De carácter sumamente afable. Tenía una de las carcajadas más sonoras y espontáneas que he escuchado en mi vida. No recuerdo haberlo visto enojado y uno tenía que esforzarse para entender lo que decía, cuando contaba un cuento o hacía un chiste, porque él lo disfrutaba más que nadie.
Pero, no se confunda dilecto amigo… Víctor Manuel no era un servil, un “lambón”, ni nada que se le parezca. Por el contrario, ¡él era la dignidad hecha hombre! Y como resultado de esta valiosísima característica, no trabajaba “con todo el mundo”, ni se acercaba a todo el que conocía, buscando hacerse amigo.
En la época en que se origina esta historia, mi familia construyó una casa en las afueras de Santiago. Fue esta experiencia la que me llevó a conocer a Víctor Manuel, porque él era “cómpita” del Ing. Pedro Rafael Estrella Sahdalá (nuestro querido Tío Fafa), quien dirigió la construcción, y por tanto, trabajó en varias vertientes de la obra, incluyendo la pintura.
Una tarde, Tío Fafa me llamó y me dijo: “Dile a Víctor Manuel que tú vas a pintar la casa con pintura Tropical”. Le pregunté el por qué, pero sólo me respondió: “Dile eso para que tú veas…”
Es oportuno recordarle al amable lector, que en esos años, PIDOCA y Popular eran las marcas que dominaban el mercado de las pinturas en nuestro país, y disfrutaban de extraordinaria fama local. La marca Tropical “hacía pininos” por introducirse en el mercado.
Picado por la curiosidad, llamé a Víctor Manuel, y le dije: “Mire Víctor, yo voy a pintar la casa con pintura Tropical”. Cuando escuchó esta frase, su eterna sonrisa desapareció de su rostro e inmediatamente me dijo: “Discúlpeme, Don Fernando, pero yo soy un pintor que se respeta. Si usted no va a pintar con PIDOCA o Popular, búsquese otro que le pinte su casa”. Entonces, fui yo quien “explotó la risa” y él comprendió que era una chanza y añadió: “Apuesto a que fue Don Fafa por joder”.
Cierto tiempo después, Víctor Manuel, viajando en la cola de un motor se accidentó de gravedad. Cuando las esposas de vecindario se enteraron, corrieron al Hospital Jose María Cabral y Báez, como si fuera un hijo suyo quien se había accidentado y se convirtieron en las madrinas de Víctor. Afortunadamente para él, en ese entonces, el Director del Hospital Cabral y Báez era el prestigioso médico maeño Rafael Augusto Estévez Reyes, vecino y amigo de toda la vida, quien instruyó al personal del hospital para que se le prestaran las mejores atenciones.
Dos años más tarde, yo recibí una oferta laboral, que como diría Don Corleone, en la película El Padrino, “no se podía rechazar” y decidimos regresar a la ciudad de Santo Domingo. Ya viviendo en la capital dominicana, una noche recibimos una llamada telefónica desde Santiago. Era Víctor Manuel, que llamaba para decirnos que tenía muchos deseos de vernos y pedirnos la dirección de nuestra casa. “Nada más dígame cómo se llama el barrio donde ustedes viven que yo los encuentro”, nos dijo. Efectivamente, un sábado por la tarde, alrededor de la 1:30 PM, sonó el timbre de la casa y ¡oh sorpresa! Era Víctor Manuel, bañado en sudor, que había llegado a visitarnos.
Tuvimos que rogarle para que se sentara y mucho más, casi implorarle para que aceptara almorzar con nosotros. Uno de nuestros argumentos para convencerlo, fue preguntarle si ya no éramos “personas personal” de él, lo cual fue muy efectivo para nuestro propósito.
Desde entonces, no he vuelto a ver a Víctor Manuel Fermín. No sé si aun está con nosotros en este mundo, o si ya se marchó a la morada eterna. Pero, dos cosas son seguras. Primera: cada vez que vamos a Mao y pasamos por Villa González, su ciudad natal, una pregunta se escucha en el interior de nuestro carro: ¿Qué será de Víctor Manuel? Y segunda: Víctor Manuel vivirá por siempre en nuestro recuerdo. ¡Es imposible olvidar un personaje tan peculiar como él!
Por Fernando Ferreira Azcona
Mi personaje de hoy, es un humilde obrero a quien tuve la dicha de conocer y tratar por allá, a inicios de la década de los años 80, y que por mi manera de ser, y por mi formación de hogar, logré alcanzar el grado de “persona personal” de él.
Víctor Manuel Fermín era un “todólogo”, que valga la redundancia, todo lo hacía bien. Si usted necesitaba pintar una casa, nadie más indicado que Víctor Manuel para realizar un trabajo de primerísima calidad. ¿Un pozo séptico? Él lo excavaba hasta que “rompiera fondo”. ¿Cuidar su casa para que usted disfrutara un fin de semana largo con su familia? Déjela al cuidado de nuestro protagonista… y váyase tranquilo.
Además, nuestro amigo era un experto cocinando comidas típicas. ¿Un locrio de arenques? ¡Mortal! ¿Un “patimongo”? ¡Pa’ chuparse los dedos! ¿Un chivo “chilindrón” con moro? ¡Apártese, compai!
De carácter sumamente afable. Tenía una de las carcajadas más sonoras y espontáneas que he escuchado en mi vida. No recuerdo haberlo visto enojado y uno tenía que esforzarse para entender lo que decía, cuando contaba un cuento o hacía un chiste, porque él lo disfrutaba más que nadie.
Pero, no se confunda dilecto amigo… Víctor Manuel no era un servil, un “lambón”, ni nada que se le parezca. Por el contrario, ¡él era la dignidad hecha hombre! Y como resultado de esta valiosísima característica, no trabajaba “con todo el mundo”, ni se acercaba a todo el que conocía, buscando hacerse amigo.
En la época en que se origina esta historia, mi familia construyó una casa en las afueras de Santiago. Fue esta experiencia la que me llevó a conocer a Víctor Manuel, porque él era “cómpita” del Ing. Pedro Rafael Estrella Sahdalá (nuestro querido Tío Fafa), quien dirigió la construcción, y por tanto, trabajó en varias vertientes de la obra, incluyendo la pintura.
Una tarde, Tío Fafa me llamó y me dijo: “Dile a Víctor Manuel que tú vas a pintar la casa con pintura Tropical”. Le pregunté el por qué, pero sólo me respondió: “Dile eso para que tú veas…”
Es oportuno recordarle al amable lector, que en esos años, PIDOCA y Popular eran las marcas que dominaban el mercado de las pinturas en nuestro país, y disfrutaban de extraordinaria fama local. La marca Tropical “hacía pininos” por introducirse en el mercado.
Picado por la curiosidad, llamé a Víctor Manuel, y le dije: “Mire Víctor, yo voy a pintar la casa con pintura Tropical”. Cuando escuchó esta frase, su eterna sonrisa desapareció de su rostro e inmediatamente me dijo: “Discúlpeme, Don Fernando, pero yo soy un pintor que se respeta. Si usted no va a pintar con PIDOCA o Popular, búsquese otro que le pinte su casa”. Entonces, fui yo quien “explotó la risa” y él comprendió que era una chanza y añadió: “Apuesto a que fue Don Fafa por joder”.
Cierto tiempo después, Víctor Manuel, viajando en la cola de un motor se accidentó de gravedad. Cuando las esposas de vecindario se enteraron, corrieron al Hospital Jose María Cabral y Báez, como si fuera un hijo suyo quien se había accidentado y se convirtieron en las madrinas de Víctor. Afortunadamente para él, en ese entonces, el Director del Hospital Cabral y Báez era el prestigioso médico maeño Rafael Augusto Estévez Reyes, vecino y amigo de toda la vida, quien instruyó al personal del hospital para que se le prestaran las mejores atenciones.
Dos años más tarde, yo recibí una oferta laboral, que como diría Don Corleone, en la película El Padrino, “no se podía rechazar” y decidimos regresar a la ciudad de Santo Domingo. Ya viviendo en la capital dominicana, una noche recibimos una llamada telefónica desde Santiago. Era Víctor Manuel, que llamaba para decirnos que tenía muchos deseos de vernos y pedirnos la dirección de nuestra casa. “Nada más dígame cómo se llama el barrio donde ustedes viven que yo los encuentro”, nos dijo. Efectivamente, un sábado por la tarde, alrededor de la 1:30 PM, sonó el timbre de la casa y ¡oh sorpresa! Era Víctor Manuel, bañado en sudor, que había llegado a visitarnos.
Tuvimos que rogarle para que se sentara y mucho más, casi implorarle para que aceptara almorzar con nosotros. Uno de nuestros argumentos para convencerlo, fue preguntarle si ya no éramos “personas personal” de él, lo cual fue muy efectivo para nuestro propósito.
Desde entonces, no he vuelto a ver a Víctor Manuel Fermín. No sé si aun está con nosotros en este mundo, o si ya se marchó a la morada eterna. Pero, dos cosas son seguras. Primera: cada vez que vamos a Mao y pasamos por Villa González, su ciudad natal, una pregunta se escucha en el interior de nuestro carro: ¿Qué será de Víctor Manuel? Y segunda: Víctor Manuel vivirá por siempre en nuestro recuerdo. ¡Es imposible olvidar un personaje tan peculiar como él!
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Apreciado Fernan, con esta narrativa vivencial que nos presenta, relacionada al Señor Víctor Fermín, me retrotrae otros memorables momentos de grata recordación, compartidas entre variados personajes folclóricos de nuestro acontecer, anteriormente referidos por distinguidos colaboradores de este idóneo foro de información.
ResponderBorrarLa mera verdad, existen valiosas figuras de connotadas virtudes y atributos, que a pesar de su trascendencia, muchas veces pasan desapercibidas ante nuestra sociedad por numerosas circunstancias que sería prolijo mencionarlas.
Aprovecho para agradecerte tu particular interés sobre alguna(s) de mi(s) obra(s) de reciente edición; espero ser favorecido con el correr de tu voz al respecto, entre amigos y relacionados; asimismo, deseo que con su ávida lectura puedas recibir respuestas en algunas de tus inquietudes sobre la salud y bienestar natural en el decursar de los tiempos.
Con las gracias anticipadas por tus buenas intenciones, réstame desearte mucha salud y éxitos promisorios en tu diario discurrir.
Cuqui Rodríguez Martínez.