lunes, 10 de septiembre de 2012

HIMNO NACIONAL DOMINICANO TOCÓ FIBRAS PROFUNDAS EN LAS OLIMPIADAS

CÓMO ENCONTRÉ EN SANTO DOMINGO EL ESPÍRITU OLÍMPICO
Por Gordon Darroch
Escritor y periodista británico

GORDON DARROCH BLOG

10 de agosto de 2012

He disfrutado los Juegos Olímpicos de Londres mucho más de lo que esperaba. Antes de que estos empezaran temía, como mucha gente, que la comercialización del deporte los ahogaría, que el tráfico sería una pesadilla, que a menos que uno tuviese una tarjeta Visa no podría comprar, o que las cortes Olímpicas iban a atiborrar nuestras cárceles con personas vistiendo el tipo incorrecto de pantalones cortos. Pero, desde la extraña ceremonia de apertura mágico-modernista de Danny Boyle (coronada por el trompe l'oeil –algo así como truco visual- de la Reina descendiendo en paracaídas desde un helicóptero), cesó mi incredulidad. Cuando vamos al fondo, los Juegos Olímpicos, a pesar de los mejores esfuerzos de los hombres y mujeres de la mercadotecnia, siguen siendo totalmente acerca del deporte.

Y el deporte, como todos sabemos, es competencia. Este crea un espacio en el que las reglas están bien definidas y arbitradas e invita a los atletas a demostrar su valía en igualdad de condiciones. Para vencer a tu oponente debes ser más rápido, más fuerte y más hábil (sí, los países desarrollados tienen una ventaja en los deportes más técnicos que involucran bicicletas, botes y caballos, pero el estadio de atletismo sigue siendo una de las pocas arenas en el mundo donde los atletas de cada continente compiten como iguales). El significado de la competencia en este sentido, no es meramente ganar. Los 100 metros para hombres, uno de los eventos que atrae el mayor número de atletas a todos los Juegos Olímpicos, tenía no más de cuatro atletas que realmente tenían la oportunidad de ganar medalla de oro. Bajo la mentalidad de ganar lo es todo que está ganando terreno, los otros (sin esperanza) no debieron haberse molestado en presentarse. Sin embargo, se presentaron. La final fue memorable, no sólo por las hazañas de Usain Bolt, sino porque este tuvo que superar siete atletas, quienes a su vez se habían impuesto a miles de otros velocistas aspirantes en todos los países del mundo, todos ellos esforzándose hasta el límite.

Los Juegos Olímpicos son un mundo de historias. Para un escritor al que le gusta el deporte, es como pasar dos semanas en Disneylandia. En los primeros días me gustó la variedad de eventos y la posibilidad de ver deportes que de otra manera nunca son el centro de atención. La desventaja del éxito del equipo británico fue la disminución de la cobertura en televisión de otros aspectos dando paso a un desfile incesante del éxito de los nativos, eclipsando todo lo demás. No me parece ofensivo, simplemente inadecuado. Por mucho que he disfrutado las hazañas de Jessica Ennis, Bradley Wiggins, Sir Chris Hoy y todos los demás, enfocarse solo en ellos pasa por alto algo esencial acerca de la complejidad del deporte. Los otros competidores se convirtieron de manera creciente en incidentales, hasta el punto que a veces era difícil recordar que había otros en la competencia. Cuando el equipo masculino de remos británico perdió por estrecho margen una batalla sin cuartel del equipo danés, no hubo ni una palabra de reconocimiento a los logros del otro equipo, sólo una disculpa fuera de lugar a los espectadores en casa que habían sido privados de su dosis de oro británico. Más y más empecé a alejarme de la restricta cobertura de la BBC a buscar otras vertientes de la narración. Allí encontré la notable semi-final del fútbol femenino en el que Canadá se fue adelante tres veces, concedió un penal tarde en el juego y entonces vio a los Estados Unidos arrebatarle una victoria en los últimos segundos en tiempo extra. El poder tipo turbina del nadador de estilo libre danés Ranomi Kromowidjojo, quien solo dos años atrás había estado en el hospital luchando contra la meningitis. La asombrosa carrera, prácticamente solo, del keniano David Rudisha, quien rompió el récord mundial en los 800 metros con la facilidad graciosa de una bandada de gansos en vuelo. Y el toque brillante en la final de los 400 metros con vallas, en la que el ex campeón Félix Sánchez revivió una carrera que parecía estar en declive permanente con un despliegue de fluidez deslumbrante.

Sánchez tendría una influencia mucho mayor sobre mi experiencia de los Juegos Olímpicos de lo que pude haber imaginado. Yo sabía que él había sido intocable durante unos años en la pista de atletismo, ganando la corona Olímpica en 2004, antes que las lesiones y la falta de forma lo derribaran. Era ampliamente aceptado que él nunca alcanzaría esas alturas otra vez y simplemente estaba terminando su carrera. Sin embargo, como cualquier competidor olímpico, él estaba impulsado aún por el deseo de mejorar - quizás más, puesto que tenía en la memoria lo que era ser el mejor. Y en la noche del lunes él reivindicó todos esos esfuerzos, cronometrando exactamente el mismo tiempo que había logrado ocho años antes. Los atletas de pista están en el negocio de correr en círculos, pero durar ocho años para regresar al mismo punto debe ser una marca por sí misma.

En general, a mi no me importan mucho los himnos nacionales. Lo peor del éxito británico ha sido la interpretación interminable de God Save The Queen (Dios salve a la reina), un canto fúnebre laborioso cuyas letras equiparan la felicidad con la conquista imperial. Ha habido un debate en el Reino Unido sobre si los atletas deben cantar cuando reciben sus medallas, como si esto fuera de algún modo la verdadera medida del logro. Cuando Félix Sánchez estaba en el podio del vencedor y reflexionó en los últimos ocho años de dolor y frustración, él tampoco cantaba. En cambio, lloraba, lágrimas de alegría mezclada con alivio, mientras el sonido del himno de su país resonaba a través del estadio. Y la misma melodía fue una agradable sorpresa, como una flor en el desierto, fuerte y delicada a la vez, una belleza rara e inesperada. En el fragor del momento tuitié un mensaje de apreciación:

El Himno de la República Dominicana es una canción preciosa. Gran Bretaña debería pedirlo prestado para el resto de las Olimpiadas.

Hasta ese momento yo no pensaba que las ceremonias de medallas fueran mucho más que una cortesía para los ganadores, un epílogo, una oportunidad para dejarse acariciar por el foco de luz bajo la cual se habían esforzado. Como empecé a entender en los próximos días, no podía estar más equivocado. Las palabras que había escrito tañeron con la sensación de orgullo resonando alrededor de una nación que rara vez había probado éxito en la arena olímpica y estaba decidida a saborearlo. Un hilo de mensajes se convirtió en una inundación, y en tres días obtuve 600 seguidores de una nación del Caribe de 10 millones de personas. Se me ocurrió que, no por primera vez, había desestimado la resistencia del espíritu olímpico.

Es fácil hacerlo. Nos animan a pensar que el deporte es sólo cuestión de ganar: quedar en segundo no significa nada. Que los verdaderos deportistas, hombres y mujeres, están poseídos por el deseo implacable, casi sádico de dominar y humillar a sus rivales. En su mayor parte ese es un mito venenoso. Una de mis historias olímpicas favoritas es la de Jesse Owens, en 1936. No la de él perturbando a Hitler, aunque esa es importante. Se trata del saltador de longitud alemán, Lutz Long, quien viendo el forcejeo del estadounidense en las rondas de clasificación, se acercó a ayudarle con su fase de aceleración. Owens calificó con su salto final y ganó la medalla de oro. Según la mentalidad de ganar a toda costa, la acción de Long es imperdonable, más o menos un acto de sabotaje. Sin embargo, el alemán simplemente se adhirió al código básico del espíritu deportivo. Él quería ganar, pero ganar con propiedad, demostrando su temple contra la competencia más fuerte. Ganar a un Owens mediocre, habría disminuido el triunfo. En su lugar, él ganó (o "se conformó con", como se dice en estos días) plata honorable.

Sport verbroedert, como dicen los holandeses: el deporte forja hermandad. El verdadero espíritu deportivo implica respeto por el adversario. Me resulta revelador que el tenis, uno de los deportes más marcadamente individualistas, genera entre sus jugadores algunas de las amistades más duraderas. Cuando Novak Djokovic visitó Escocia recientemente, se salió de la A9 para visitar Dunblane, la ciudad natal de Andy Murray, y luego envió a su acérrimo rival una foto para probar que él había estado allí. Es alentador saber, cuando Djokovic y Murray están estallando cada capilar para imponerse uno al otro en la cancha, que debajo de esa rivalidad hay un sincero reconocimiento por la habilidad del otro. Es porque tu rival es tan bueno que quieres ganarle. El deporte no es una guerra sin el tiroteo: es la civilización del instinto guerrero. Reúne a las personas a través de las fronteras y los conflictos y las hace competir de acuerdo a un conjunto de normas acordadas, sobre la base del respeto mutuo. Para ganar hay que conocer a tu oponente íntimamente, y una vez que hayas aprendido a apreciar las cualidades de un oponente es mucho más difícil deshumanizarlo.

Yo descubrí en los próximos días, que Quisqueyanos Valientes, el himno nacional de la República Dominicana es más que una melodía maravillosa. Las letras, del abogado, maestro, político y poeta Emilio Prud'Homme, transmiten el dolor, así como el orgullo de un país cuya historia contiene una larga y amarga lucha por liberarse de la esclavitud. Para elevarse, de la misma manera que Félix Sánchez volvió a subir a la cima de su evento después de años de lucha. Era sumamente apropiado, en el mismo sentido, que el triunfo de Usain Bolt coincidía con el 50 aniversario de la independencia de Jamaica. Nadie quiere volver a la época del régimen colonial, cuando las naciones agresoras creían que era su mandato, dado por Dios, de humillar al resto de la humanidad. El espíritu olímpico es la antítesis de eso. En un contexto apropiado es la pelea limpia en la que el ganador es el primero entre iguales. La gloria de la victoria viene del drama de la contienda, a partir de la superación de oponentes de la mejor talla, del respeto y la afinidad que la verdadera competencia engendra.

Cuando empezaron los Juegos temía que los valores olímpicos estaban siendo corroídos: que la explotación comercial y el enfoque estrecho en los resultados estaban aplastando lo que quedaba de nobleza en el deporte. Pero, al accidentalmente conectarme con el estado de ánimo nacional que se extendió por toda la República Dominicana a raíz de la victoria de Félix Sánchez, descubrí que el espíritu olímpico aun existe donde importa: en los corazones de las personas que participan, ya sean atletas o espectadores. Una medalla de oro, una vuelta rápida alrededor de la pista, hizo que diez millones de personas en el otro lado del mundo se regocijaran. Y cuando esa joya de himno nacional, rara vez escuchado, llenó el estadio, todo el país pudo participar en el triunfo de Sánchez, y todo el mundo pudo participar en la historia del país. Ese resultó ser el momento de inspiración de los Juegos Olímpicos para mí, porque tuve la suerte de tomar parte en el mismo. Un momento en el que cientos de dominicanos me ayudaron a descubrir la verdad del lema holandés, sport verbroedert.

Traducido por Isaias Medina, Metransol Services (metransol@yahoo.com)

Lo que escribió la prensa dominicana sobre Gordon Darroch: Diario Libre

4 comentarios:

  1. Sí, nuestro himno es la expresión profunda de un espíritu liberto y dispuesto a nunca dejarse vencer por el servilismo.

    ¡Viva nuestro hermoso himno que es un llamado a morir antes que vivir de rodillas!

    Isaías

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  2. Hola, Sr. Isaías. Espero que su salud siga mejorando y que pronto esté completamente sano.

    Sí, he escuchado las notas del himno dominicano, he leído las líricas y me parece fabuloso.

    Gracias por esa excelente traducción; aunque no me sorprende pues los mejicanos que trabajamos con usted en Gillette sabemos de sus tremendas habilidades como traductor/intérprete, no importa la dificultad del tema (todavía recuerdo en las clases de rayos laser con qué facilidad usted traducía, incluso corrigiendo al maestro).

    Cuídese Sr. Medina y espero que nos volvamos a juntar.

    Afectuosamente, Juan Flores, MX.

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  3. Hey, Ingeniero Flores, ¡qué grata sorpresa! Espero que usted y los cuates estén todos bien. Gracias por sus palabras.
    Cuídese de las malas lenguas. Jajajaja.
    Isaías

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  4. Siempre leo sus blogs, especialmente El Indagador Tecnológico, que tiene el material que más me interesa. Excelente.

    Los compañeros recibirán sus saludos. Cuidese.

    Ing. Juan Flores, MX

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