martes, 13 de octubre de 2009

Vinazo "El Pirata"

Vivencias
Por Pablo Mustonen

Para las navidades del '60 y luego de que a Carrión se le daña una enorme producción de ron Siboney, a uno de los dueños se le ocurre la idea de recuperar la gran pérdida y valiéndose de sus bien preparados químicos logran sacar un vino especie moscatel, al cual bautizan "Vinazo el Pirata".

Con una "casi prohibitiva" graduación alcohólica, y como debían salir rápidamente de esos toneles para evitar la fermentación, envían a todos sus vendedores a recorrer el país. Lo colocan en todas partes: colmados, pulperías, etc.

El "vino" tiene una aceptación increíble y se vende en vasos desechables de 10 onzas, por el módico precio de diez centavos el vaso con hielo.

Recuerdo que a los cuatro vasos ya teníamos tremenda borrachera y como decíamos en ese entonces "empezábamos a ver a los policías chiquiticos y sin revólver ni macanas". Si no, ¡qué le pregunten a Pechugú!

Mi mezcla preferida era: "Pirata", hielo y limón. ¡Qué resaca, mi hermano! A la mañana siguiente debíamos luchar cuerpo a cuerpo contra nuestro estómago y cabeza; el malestar era insoportable, pero en la tarde recaíamos de nuevo y al terminar el trabajo de oficina, cruzábamos la calle con destino a la barra en donde los "compinches y politiqueros" nos esperaban.

Pedíamos nuestro primer vaso y luego del segundo, entrábamos a tumbar el gobierno; íbamos cayendo uno a uno y pasadas las nueve de la noche, la barra quedaba solitaria y le tocaba el turno a los policías y guardias en "libertad".

Las “vineras” se multiplicaron por miles y la competencia era tal que después del cuarto vaso, el quinto corría por la casa. La producción se agotó rápidamente. Más tarde apareció otra de baja calidad, que no gustaba mucho, ya que habían bajado la graduación alcohólica y no caló como la anterior.

Después de estas libaciones, no fueron pocos los que dormían en las aceras o sobre un banco del parque, tirados al descuido y que por la mañana, eran levantados por los perros realengos que con sus lenguas nos lavaban la cara y la boca en busca de lo poco que quedaba de nuestra cena, la que habíamos "arrojado" en la madrugada.

A los que se les había zafado la lengua contra el gobierno los invitaban a dormir en la cárcel del cuartel y luego eran perdonados, porque los militares conocían el efecto desastroso que producía la tan extraña bebida.

Después de saturarnos de "vinazo" usualmente salíamos en grupos y dormíamos en la primera casa que encontrábamos, así evitábamos los malos momentos, pero sin dejar de causar estragos enormes a los propietarios de la casa donde se nos daba alojamiento. Para eliminar toda la "porquería" desparramada por doquier, debíamos acarrear grandes cubetas atiborradas de agua, usar mucho jabón y desinfectantes.

De madrugada, cuando teníamos que hacer alguna necesidad fisiológica, normalmente resbalábamos sobre nuestros "propios desechos" y amanecíamos con una peste insoportable. Al llegar a nuestra casa éramos obligados a bañarnos con todo y ropa. Cuando salíamos para el trabajo, era casi imposible ver el sol de frente, parecía como si el astro rey hubiese multiplicado su cegadora luz y comentábamos que la naturaleza le había puesto "pilas nuevas".

La verdad es que casi adivinábamos por donde caminábamos. Contra esta resaca no valían las aspirinas, el café negro o las sopas de ajo; y si se nos ocurría tomar algo sólido, al momento debíamos correr raudos al patio exterior o al baño desocupado más cercano; pasábamos todo el día con sudores fríos que como ríos surcaban todo nuestro cuerpo y con un temblor incontrolable.

El malestar terminaba por la tarde, cuando sacábamos "el clavo con otro clavo".

¡Eso era vivir!

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