jueves, 29 de octubre de 2009
Identidad musical dominicana en crisis. Conclusión
DO-RE-MI
Por Juan Colón
Primera parte
Segunda parte
En el primer artículo de esta serie, el autor se refería al origen de la crisis de nuestra música. En el segundo señalaba la incidencia del factor humano en la misma. En este tercero, y último artículo, el autor enumera lo que conllevaría cambiar de curso y salvar ese ritmo que nos identifica llamado merengue. ¿Podremos lograrlo?
En el mundo hispano de la música hemos perdido un gran terreno. Gracias a Juan Luis Guerra, nuestra música todavía tiene vigencia a nivel internacional.
El merengue de mambo o de calle (como quieran llamarlo) sólo es consumido por una subcultura nuestra, ni siquiera el dominicano promedio lo acepta ni mucho menos compra un disco. Jamás estos exponentes podrán ser tomados en cuenta por ningún otro pueblo con cierto nivel de conciencia ni por las premiaciones internacionales ya que estas toman en cuenta letras, arreglos, expresiones, e interpretaciones.
Los amantes y defensores del merengue de calle, jamás van a aceptar eso ni a entenderlo. Sólo el merengue producido por Juan Luis puede ser bailado y escuchado. El de la mayoría de los grupos de merengue, sólo puede ser bailado, pues no tienen letras. Es ahí la enorme ventaja de este inmenso artista nuestro. Sé que esto no caerá bien en un amplio sector de lectores que defienden lo que ahora tenemos como representantes de nuestra música.
Caminé alrededor de unos treinta países al lado de JLG y puedo hablar y mostrar a cualquiera la gran diferencia de un combo de baile y de un artista mega estrella que se respeta a sí mismo y al público, al que se debe y debe dar lo mejor de sí.
La evolución de todo ritmo musical trae cambios, los cuales suponemos son favorables. Por ejemplo, buenos arreglos, buenas grabaciones, buenos cantantes, buenas letras. Sólo tome un poco de su tiempo y juzgue por usted mismo y dígame si lo que oyen hoy merece ser aceptado como identidad nuestra.
En vez de evolucionar hemos retrocedido en todos los aspectos y eso es grave porque vamos perdiendo la noción de qué significa ser identificados ante el mundo. Mientras algunos tiraban toda clase de improperios en contra de los que dan los premios por haber premiado a Juan Luis Guerras tantas veces, Chile, México, Argentina, España, Estados Unidos, le abrían los brazos y lo premiaban por su inmensa trayectoria.
¿Qué significa todo eso? El nivel de conciencia nuestra ha disminuido a tal grado que no queremos ser identificados por algo tan sagrado como nuestra música, sino que los modismos musicales sean los que nos den la identidad.
Cuando musicalmente se piensa en Brasil, se piensa en Samba, Bossa Nova; cuando pensamos en Argentina, pensamos en el tango, y así sucesivamente. Y a pesar de todas las influencias musicales a que han sido sometidos esos ritmos, sus exponentes mantienen un alto nivel de conciencia para preservar su identidad.
La autoridad folklórica de un pueblo es fundamentada por sus gentes laboriosas, las cuales expresan su sentir, sus miedos, sus penas, sus alegrías y eso es sagrado. No debe cambiarse por un grito depravado como queriendo decir con esto que así es nuestro pueblo. ¡No, no somos eso!
Somos un pueblo noble, han querido cambiar nuestra forma de expresar nuestro sentir y eso ha traído como consecuencia un deterioro en nuestra identidad. La transculturación (traer otras expresiones) ha hecho mucho daño porque ha sido impuesta por personas sin la menor preparación, dando como resultado este enorme desastre que tenemos con nuestra música.
Lo peor es que no tenemos defensores en el medio. Unas contadas voces han elevado su grito de desesperación. Al dejar morir nuestra identidad morimos como pueblo ante los ojos del mundo.
Si bien tuvimos una hermosa época del merengue en los años 80, el mismo artista por su ego se encargó de destruir aquel mundo que pudo haber tenido las mismas repercusiones internacionales que tuvo la Fania, la cual agrupaba los salseros por excelencia de toda Latinoamérica y tuvo una duración de más de veinte años.
En cambio, en la época del merengue romántico, la fama no pudo ser asimilada por la mayoría de los intérpretes y en poco tiempo todo se derrumbó, quedando sólo un bonito recuerdo de lo que pudo haber sido.
Esa época no se trabajó con el criterio profesional para hacer las cosas, todo fue un gran boom dominado por un gran desorden que irremediablemente tuvo por ley universal que caerse y no volver a sacar la cabeza jamás. Nuestra forma de pensar ha sido nuestro mayor obstáculo para lograr mantener un lugar prominente en el mercado. Sólo si surge una serie de nuevos intérpretes, con buenos niveles de educación, preparación, conciencia, se podría lograr un repunte, algo que probablemente no podrá ser visto por una o dos generaciones venideras.
Las generaciones van poniendo nuevos ingredientes en la cultura de los pueblos, las mezclas se hacen inevitables, pero si dejamos que el grado de depravación que todos tenemos nos dirija, caemos a un abismo del que es difícil salir.
Todavía estamos a tiempo si cada uno toma la decisión de preservar nuestra identidad. Sólo tomando una decisión como ciudadanos primero y luego como artistas, lograremos erradicar la música mala y de hecho los malos intérpretes.
Una mujer dominicana no necesita usar receta para hacer un buen sancocho, un buen moro, un buen pollo guisado, porque eso es parte de su cultura. De esa misma manera corre el merengue por nuestras venas, y todos sabemos cuál es nuestra verdadera expresión. Es responsabilidad de todos defender nuestra moribunda identidad musical.
Nuestra música es nuestro estandarte. Desde el más educado al más ignorante, somos representados por el merengue, expresión propia de un pueblo llamado República Dominicana. Defendamos ese bastión de nuestra cultura.
El autor, hijo de Lucero Colón, es un destacado saxofonista maeño, quien ha formado parte de las orquestas de Millie y los Vecinos, Rafael Solano y Juan Luis Guerra, entre otros grandes. Reside en Nueva York y hoy día se dedica a interpretar jazz con su grupo Sonido Latino.
Por Juan Colón
Primera parte
Segunda parte
En el primer artículo de esta serie, el autor se refería al origen de la crisis de nuestra música. En el segundo señalaba la incidencia del factor humano en la misma. En este tercero, y último artículo, el autor enumera lo que conllevaría cambiar de curso y salvar ese ritmo que nos identifica llamado merengue. ¿Podremos lograrlo?
En el mundo hispano de la música hemos perdido un gran terreno. Gracias a Juan Luis Guerra, nuestra música todavía tiene vigencia a nivel internacional.
El merengue de mambo o de calle (como quieran llamarlo) sólo es consumido por una subcultura nuestra, ni siquiera el dominicano promedio lo acepta ni mucho menos compra un disco. Jamás estos exponentes podrán ser tomados en cuenta por ningún otro pueblo con cierto nivel de conciencia ni por las premiaciones internacionales ya que estas toman en cuenta letras, arreglos, expresiones, e interpretaciones.
Los amantes y defensores del merengue de calle, jamás van a aceptar eso ni a entenderlo. Sólo el merengue producido por Juan Luis puede ser bailado y escuchado. El de la mayoría de los grupos de merengue, sólo puede ser bailado, pues no tienen letras. Es ahí la enorme ventaja de este inmenso artista nuestro. Sé que esto no caerá bien en un amplio sector de lectores que defienden lo que ahora tenemos como representantes de nuestra música.
Caminé alrededor de unos treinta países al lado de JLG y puedo hablar y mostrar a cualquiera la gran diferencia de un combo de baile y de un artista mega estrella que se respeta a sí mismo y al público, al que se debe y debe dar lo mejor de sí.
La evolución de todo ritmo musical trae cambios, los cuales suponemos son favorables. Por ejemplo, buenos arreglos, buenas grabaciones, buenos cantantes, buenas letras. Sólo tome un poco de su tiempo y juzgue por usted mismo y dígame si lo que oyen hoy merece ser aceptado como identidad nuestra.
En vez de evolucionar hemos retrocedido en todos los aspectos y eso es grave porque vamos perdiendo la noción de qué significa ser identificados ante el mundo. Mientras algunos tiraban toda clase de improperios en contra de los que dan los premios por haber premiado a Juan Luis Guerras tantas veces, Chile, México, Argentina, España, Estados Unidos, le abrían los brazos y lo premiaban por su inmensa trayectoria.
¿Qué significa todo eso? El nivel de conciencia nuestra ha disminuido a tal grado que no queremos ser identificados por algo tan sagrado como nuestra música, sino que los modismos musicales sean los que nos den la identidad.
Cuando musicalmente se piensa en Brasil, se piensa en Samba, Bossa Nova; cuando pensamos en Argentina, pensamos en el tango, y así sucesivamente. Y a pesar de todas las influencias musicales a que han sido sometidos esos ritmos, sus exponentes mantienen un alto nivel de conciencia para preservar su identidad.
La autoridad folklórica de un pueblo es fundamentada por sus gentes laboriosas, las cuales expresan su sentir, sus miedos, sus penas, sus alegrías y eso es sagrado. No debe cambiarse por un grito depravado como queriendo decir con esto que así es nuestro pueblo. ¡No, no somos eso!
Somos un pueblo noble, han querido cambiar nuestra forma de expresar nuestro sentir y eso ha traído como consecuencia un deterioro en nuestra identidad. La transculturación (traer otras expresiones) ha hecho mucho daño porque ha sido impuesta por personas sin la menor preparación, dando como resultado este enorme desastre que tenemos con nuestra música.
Lo peor es que no tenemos defensores en el medio. Unas contadas voces han elevado su grito de desesperación. Al dejar morir nuestra identidad morimos como pueblo ante los ojos del mundo.
Si bien tuvimos una hermosa época del merengue en los años 80, el mismo artista por su ego se encargó de destruir aquel mundo que pudo haber tenido las mismas repercusiones internacionales que tuvo la Fania, la cual agrupaba los salseros por excelencia de toda Latinoamérica y tuvo una duración de más de veinte años.
En cambio, en la época del merengue romántico, la fama no pudo ser asimilada por la mayoría de los intérpretes y en poco tiempo todo se derrumbó, quedando sólo un bonito recuerdo de lo que pudo haber sido.
Esa época no se trabajó con el criterio profesional para hacer las cosas, todo fue un gran boom dominado por un gran desorden que irremediablemente tuvo por ley universal que caerse y no volver a sacar la cabeza jamás. Nuestra forma de pensar ha sido nuestro mayor obstáculo para lograr mantener un lugar prominente en el mercado. Sólo si surge una serie de nuevos intérpretes, con buenos niveles de educación, preparación, conciencia, se podría lograr un repunte, algo que probablemente no podrá ser visto por una o dos generaciones venideras.
Las generaciones van poniendo nuevos ingredientes en la cultura de los pueblos, las mezclas se hacen inevitables, pero si dejamos que el grado de depravación que todos tenemos nos dirija, caemos a un abismo del que es difícil salir.
Todavía estamos a tiempo si cada uno toma la decisión de preservar nuestra identidad. Sólo tomando una decisión como ciudadanos primero y luego como artistas, lograremos erradicar la música mala y de hecho los malos intérpretes.
Una mujer dominicana no necesita usar receta para hacer un buen sancocho, un buen moro, un buen pollo guisado, porque eso es parte de su cultura. De esa misma manera corre el merengue por nuestras venas, y todos sabemos cuál es nuestra verdadera expresión. Es responsabilidad de todos defender nuestra moribunda identidad musical.
Nuestra música es nuestro estandarte. Desde el más educado al más ignorante, somos representados por el merengue, expresión propia de un pueblo llamado República Dominicana. Defendamos ese bastión de nuestra cultura.
El autor, hijo de Lucero Colón, es un destacado saxofonista maeño, quien ha formado parte de las orquestas de Millie y los Vecinos, Rafael Solano y Juan Luis Guerra, entre otros grandes. Reside en Nueva York y hoy día se dedica a interpretar jazz con su grupo Sonido Latino.
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Bravo Juan. No ganarás muchos amigos con estas verdades, pero hay que decirlas. Aplaudo tu coraje.
ResponderBorrarMauricio
Correctísimo estimado Juan, Corroboro completamente contigo, ilustre Maeño.
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