lunes, 7 de septiembre de 2009
Vale Toño y María
Cosas de Mao
Por Isaías Medina-Ferreira
Aparte de ser “dos almas de Dios”, de haber nacido desafortunadamente con cierta deficiencia mental y vivir una vida hasta cierto punto desventurada, poco tenían en común estas dos personas. No existían temperamentos más dispares.
Ah, sí, tuvieron algo más en común: ambos sufrieron un final trágico, víctimas de la crueldad y la saña de hombres siniestros que pulularon nuestra sociedad durante dos épocas sombrías, de recuerdos dolorosos para nuestro pueblo dominicano.
María, llamado “el loquito", vivía en las cercanías del hoy llamado barrio “Los Bonilla” y Vale Toño vivía en Sibila, como a una cuadra del “canal Mayor”, en los alrededores de la calle Máximo Cabral.
Es posible que por una de esas “promesas” que otros acostumbran a hacer por uno, o por lo económico que resultaba, María vistiera siempre de blanco. Su traje, hecho de material de sacos de harina de 100 libras, incluía una chaqueta manga larga y unos pantalones “brinca-charcos”, semejantes a los “pescadores” que en ciertas épocas usan las mujeres, y hasta un sombrerito tipo “Nehru”, semejante al de los guardias. Está demás decir que ese vestuario, que cuando nuevo hasta conservaba el sello grande en colores de los Molinos Dominicanos, era llamativo y por ende causa de burlas perversas de parte de la chiquillada y hasta de algunos mayorcitos. La forma de defensa de María contra esas crueldades era simular que tiraba una piedra la cual se le pegaba en la cabeza al intruso, al tiempo que voceaba en su voz aguda “¡va lavao, degraciao!”.
Vale Toño era limpiabotas y siendo buen “soidao”, como decían los viejos, hacía otras cositas para levantar sus boronas, las cuales le daban hasta para beber romo. Toño era ñato y si no estaba bebiendo, era buen conversador.
Cuando se emborrachaba, lo cual no era difícil, pues bastaba “una tercia” para verlo cambiar, al Toño le daba con cantar y echar discursos, los que casi siempre eran anti-gobierno. Cuando estaba borracho, al Vale le seguía una recua de tigueritos que le servían de audiencia y le hacían coro. “Yo tengo una bolita que me sube y me baja, ay, ay, que me sube y me baja”, cantaba Toño en su voz ñata y profunda, y se tiraba boca arriba, meneando piernas y manos, como pescado en tierra acabado de coger, mientras seguía cantando “me sube y me baja y me vueive a subí…ay, ay, que me sube y me baja”.
Cuando acababa su espectáculo, acto seguido se subía a un banco del parque, o a cualquier caja o silla que le permitiera ampliar su escasa estatura, a tirar sus discursos: “Yo, Vale Toño, suidadano de la republiquita de Mao, digo y repito reponsablemente, que ei dotói malaguéi sólo gobiejna pa lo rico y por eso no ej má que un asesino lambe sebo y mai nacío… he dicho”. Eso, viniendo de un hombre que aun sobrio no estaba en sus cabales, en un país democrático podría haber pasado como algo menor y a lo sumo costarle al intruso que se lo llevaran al cuartel policial a dormir “el jumo”, por causar “desorden en la vía pública”; pero nosotros sufríamos los fatídicos “12 años”, caracterizados por los crímenes bestiales y sin sentido que en esa época se cometieron.
Poco tiempo después desaparecería Vale Toño. A los pocos días lo encontraron en el fondo de la “caída” del canal Mayor: le habían cortado el pene y se lo habían puesto en la boca, como si fuera un cigarro.
Unos cuantos años antes, cuando moría físicamente la dictadura de Trujillo, María había sufrido una muerte similar por lo irracional y repugnante. Según cuentan, éste andaba por el Cerro Melón (detrás de la fortaleza Benito Monción, donde está hoy el Centro Olímpico) y al ver que unos guardias torturaban a un preso, María voceó “ese si se jodió” en su tono peculiar al tiempo que pasaba su dedo índice por el pescuezo en señal de degollación. Su cadáver apareció guindando de una mata del cerro, hasta donde fueron dirigidos sus familiares por el mal olor que despedía el cuerpo del occiso en descomposición.
Fueron dos muertes absurdas que consternaron a un pueblo por lo general tranquilo.
Por Isaías Medina-Ferreira
Aparte de ser “dos almas de Dios”, de haber nacido desafortunadamente con cierta deficiencia mental y vivir una vida hasta cierto punto desventurada, poco tenían en común estas dos personas. No existían temperamentos más dispares.
Ah, sí, tuvieron algo más en común: ambos sufrieron un final trágico, víctimas de la crueldad y la saña de hombres siniestros que pulularon nuestra sociedad durante dos épocas sombrías, de recuerdos dolorosos para nuestro pueblo dominicano.
María, llamado “el loquito", vivía en las cercanías del hoy llamado barrio “Los Bonilla” y Vale Toño vivía en Sibila, como a una cuadra del “canal Mayor”, en los alrededores de la calle Máximo Cabral.
Es posible que por una de esas “promesas” que otros acostumbran a hacer por uno, o por lo económico que resultaba, María vistiera siempre de blanco. Su traje, hecho de material de sacos de harina de 100 libras, incluía una chaqueta manga larga y unos pantalones “brinca-charcos”, semejantes a los “pescadores” que en ciertas épocas usan las mujeres, y hasta un sombrerito tipo “Nehru”, semejante al de los guardias. Está demás decir que ese vestuario, que cuando nuevo hasta conservaba el sello grande en colores de los Molinos Dominicanos, era llamativo y por ende causa de burlas perversas de parte de la chiquillada y hasta de algunos mayorcitos. La forma de defensa de María contra esas crueldades era simular que tiraba una piedra la cual se le pegaba en la cabeza al intruso, al tiempo que voceaba en su voz aguda “¡va lavao, degraciao!”.
Vale Toño era limpiabotas y siendo buen “soidao”, como decían los viejos, hacía otras cositas para levantar sus boronas, las cuales le daban hasta para beber romo. Toño era ñato y si no estaba bebiendo, era buen conversador.
Cuando se emborrachaba, lo cual no era difícil, pues bastaba “una tercia” para verlo cambiar, al Toño le daba con cantar y echar discursos, los que casi siempre eran anti-gobierno. Cuando estaba borracho, al Vale le seguía una recua de tigueritos que le servían de audiencia y le hacían coro. “Yo tengo una bolita que me sube y me baja, ay, ay, que me sube y me baja”, cantaba Toño en su voz ñata y profunda, y se tiraba boca arriba, meneando piernas y manos, como pescado en tierra acabado de coger, mientras seguía cantando “me sube y me baja y me vueive a subí…ay, ay, que me sube y me baja”.
Cuando acababa su espectáculo, acto seguido se subía a un banco del parque, o a cualquier caja o silla que le permitiera ampliar su escasa estatura, a tirar sus discursos: “Yo, Vale Toño, suidadano de la republiquita de Mao, digo y repito reponsablemente, que ei dotói malaguéi sólo gobiejna pa lo rico y por eso no ej má que un asesino lambe sebo y mai nacío… he dicho”. Eso, viniendo de un hombre que aun sobrio no estaba en sus cabales, en un país democrático podría haber pasado como algo menor y a lo sumo costarle al intruso que se lo llevaran al cuartel policial a dormir “el jumo”, por causar “desorden en la vía pública”; pero nosotros sufríamos los fatídicos “12 años”, caracterizados por los crímenes bestiales y sin sentido que en esa época se cometieron.
Poco tiempo después desaparecería Vale Toño. A los pocos días lo encontraron en el fondo de la “caída” del canal Mayor: le habían cortado el pene y se lo habían puesto en la boca, como si fuera un cigarro.
Unos cuantos años antes, cuando moría físicamente la dictadura de Trujillo, María había sufrido una muerte similar por lo irracional y repugnante. Según cuentan, éste andaba por el Cerro Melón (detrás de la fortaleza Benito Monción, donde está hoy el Centro Olímpico) y al ver que unos guardias torturaban a un preso, María voceó “ese si se jodió” en su tono peculiar al tiempo que pasaba su dedo índice por el pescuezo en señal de degollación. Su cadáver apareció guindando de una mata del cerro, hasta donde fueron dirigidos sus familiares por el mal olor que despedía el cuerpo del occiso en descomposición.
Fueron dos muertes absurdas que consternaron a un pueblo por lo general tranquilo.
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