Cosas de Mao
Por Isaías Medina Ferreira
En mi niñez y adolescencia, por los años sesenta, las campanas de la iglesia Santa Cruz consistían de dos cilindros de los que se utilizan para envasar gas, los cuales guindaban lado a lado de un palo atravesado de la parte superior de una especie de caseta alta de madera, sin techo. Aquellos cilindros eran menos gruesos que los de ahora y al no tener pintura tenían un aspecto granoso y, sin ser negros, tenían el color oscuro característico del hierro oxidado.
Al ser golpeados con dos mazos de hierro, de distintos tamaños y formas, los cilindros dejaban escapar sonidos metálicos únicos y distintos que se podían escuchar en casi todo Mao. El encargado de tocar la “campana” era Joselito Marrero, quien era un artista sacándole música a aquellos “jierros”.
Por medio de esos toques de campana, que eran variados, dados a distinta velocidad, y a intervalos regulares, sabíamos si se trataba del “primero, segundo, o tercero de misa”. Después de las tres series de toques, casi inmediatamente comenzaba ésta. Sabíamos también que era el mediodía, por los doce campanazos solemnes que nos regalaba Joselito, quien a propósito no se apeaba unos lentes oscuros y una gorra negra en forma de boina.
Para señalar el final de la misa, cuando el padre decía Ite Missa Est, y los mocitos ya habíamos traspasado el umbral de la puerta de salida, el toque era rápido e insistente, como sonido de galope de caballo desbocado. Eran aquellos toques de alegría. “Tan-tan, si no me dan, café con pan, le saco la lengua al sacristán”, imaginábamos que decían. ¡Ah, Mao! ¡Cuántos recuerdos!... Insubstanciales quizás, pero ¡cuánta vida encierran!
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Joselito el campanero
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Vivencias
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