miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Sapo Bogaert

Vivencias
Por Pablo Mustonen

Apreciado hoy por sus ancas sabrosísimas, fue introducido al país como comedor de alimañas. Como para esa época no se conocían los insecticidas, fue necesario importarlos desde Trinidad-Tobago, para que a medida que se reprodujeran, sirvieran como control biológico y así evitar que la gran variedad de insectos y alimañas dañaran las cosechas.

Su nocturno y eterno croar era un agradable sonido a nuestros oídos. Era prohibido tocarlos y estos se multiplicaron en tal magnitud que llegaron a extenderse por todo el país. Hoy hay que criarlos en lagunas artificiales y su precio es enorme; los amantes de sus ancas se los disputan entre sí y cada día son mejores cotizados.


Recuerdo una vez que llegó uno de los tantos primos de los que estudiaban en los E.U.A y entró a la casa con una docena de estos los que traía bien amarrados, con un cordel. Los introdujo en una lata llena de agua y al don Eduardo Bogaert verlos, preguntó: "¿para qué son esos animales?"; el primo le contestó: "para comerlos". Echando pestes casi lo saca a patadas de la casa. Luego, un poco más controlado, enciende el "Jeep" y le ordena que traiga los "sapos" y pide que le indique la dirección de dónde había obtenido la preciosa carga. Al llegar al lugar le sugirió devolverlos a su hábitat natural, no sin antes obligarle a comprometerse a que nunca más tocaría aquellos valiosos anfibios. Desde ese instante supimos que estos batracios eran casi "sagrados" y que desde ese entonces su peso se cotizaba en oro.

La verdad que estos horribles seres hacían cada noche una labor extraordinaria y dejaban los arrozales limpios de gusanos, mariposas, larvas dañinas, etc. Eran expertos cazadores y ágiles nadadores. Su reproducción es ovípara y la hembra pone sus miles de huevos en una especie de cinta blanca gelatinosa, que al tocarla produce una rara sensación en las manos. Cada vez que encontrábamos una de estas "cintas" en estado de peligro, tratábamos de moverla a un sitio más conveniente.

Hoy sus ancas son un plato gourmet y se le ha cambiado el nombre; unos les llaman "maco pepén" y otros "macos toros", su precio y demanda, es comparable a los cangrejos y langostas de Nueva Inglaterra, en el nordeste de Estados Unidos.

A pesar de los recuerdos que me traen, me encantan sus ancas fritas al "ajillo" acompañadas de un buen vino tinto. Su sutil carne es muy agradable al paladar, ojalá no desaparezcan.

1 comentario:

  1. Don Pablo, en realidad desconocía que en Mao hubiera tradición de comer batracios. Hago el comentario a propósito de los sapos que su primo capturó con intención de engullirlos. Grcias por deleiterme con sus vivencias. Reciba un saludo que trascienda el tiempo y la distancia. Niño Almonte.

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