sábado, 19 de septiembre de 2009
Cuando Sísifo escribe en verso
Por Amelia de Querol Orozco
Prólogo a la obra Juego de espantos del joven poeta maeño, Carlos Reyes.
El poeta expresa así su propósito en Las babas del purgatorio que da apertura a la obra: “Sí, yo lo puedo decir. Soy dueño absoluto de mis demonios y de ellos deriva la expresión delirante del verbo. Me habita la agonía de las palabras, las que nunca han sido dichas, las que hierven en el tintero mortal de los amaneceres. Estoy aquí en un punto del universo y ninguna circunstancia me escamotea la libertad para extenderme sobre el papel como lo que soy: el sueño más absurdo que habita la casa de Asterión”.
A continuación el prólogo de Amelia de Querol Orozco:
Pensamos, con demasiada frecuencia, que no hay nada nuevo bajo el sol, que no somos más que Sísifos que cumplen el penoso castigo de vivir día a día, arrastrando el absurdo de una existencia vacua hacia la cima de ninguna parte, conscientes de que el despertar de un nuevo día sólo traerá una nueva noche. Ese mito del absurdo, que Camus reflejaría con la maestría que caracterizaba sus obras, nos enfrenta a nosotros mismos. El eterno retorno se hace dolor consciente, y en la propia consciencia hallamos la victoria sobre el hecho inalterable e inalterado de vivir que, desafiando al libre albedrío, nos ha sido dado sin nuestro concierto. Sólo la consciencia da sentido al sinsentido que nos atormenta y nos hace actores de una obra impuesta. Porque incluso Sísifo sonríe cuando su pesada roca llega a la cima y, durante unos segundos apenas, se siente dueño de su existencia, aunque, por lo mismo, terriblemente esclavo de ella. La paradoja, en este punto, está servida.
Paradoja que, de forma magistral, encontramos reflejada en la obra poética de Carlos Reyes. En su ascenso hacia la cima de la colina, olvida la piedra que le ata al destino ineludible y llena sus sudores de íntima reflexión, de profunda introspección, de una búsqueda apasionada del sentido último de su existencia. Y halla en la literatura, y de forma especial en la poesía, esa consciencia que le devuelve su propio yo al que dota de personalidad cognoscitiva.
Son sus versos una vía de escape, una migración, una huida. Pero, vuelve a ser paradójico, podríamos decir que una huída hacia dentro. Decide no escapar de la piedra sino ser, él mismo, piedra. Y es entonces cuando la clarividencia que debía constituir su tormento consuma, al mismo tiempo, su victoria.
Artista del intimismo, éste se hace tan patente en las figuras con las que recrea su obra poética, sobre todo en ésta que hoy nos ofrece, “Juego de espantos”, que motivan en el lector sentimientos encontrados. Tan desnudo y, a la vez, tan oculto, se nos muestra verso a verso. La retórica elegida por el autor no son más que retazos de sí mismo. Fogonazos que nos ciegan apenas unos segundos y que muestran luego, descarnadamente, toda la realidad existencial del artista. No hay sol sin sombra y Carlos Reyes nos recuerda, en cada predicado, que es necesario conocer la noche.
Repito, asumiendo el riesgo de ser redundante, que hallo en su obra ese profundo ejercicio de búsqueda cognoscitiva y solitaria que sitúa al propio autor frente al mundo y frente a sí mismo. Nada es dejado al azar en su camino poético, y cada palabra adquiere un valor único, alzándose como luz y como sombra. Sus versos abren las ventanas a los ricos, pero duros, paisajes interiores con que se adorna y decora el joven poeta maeño, a la vez que levantan muros tras los que ocultar la tremenda soledad del individuo ante la propia aceptación de su existencia y su eterno castigo. Es entonces cuando sus metáforas se perfuman de miel y, atentando al propio dictado del autor, escapan por los resquicios de esos mismos muros, derramando sus esencias. Nihilismo y ternura se entremezclan de forma manifiesta con la dura consciencia de la soledad y el vacío que pregonan. Paradoja, pura paradoja, el versar de este poeta que no deja, no puede dejar, indiferente al lector. Paradoja que inunda de sensaciones yuxtapuestas la mirada atenta del espectador.
Empecé este homenaje al poeta con una aseveración condicionada; aquello de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Tras la lectura de la obra poética de Carlos Reyes uno se replantea la sentencia y formula un nuevo postulado: “Hoy, bajo el sol, al menos, hay letras nuevas y versos de renovado espíritu”. La piedra de Sísifo se convierte, ahora, en cristal de luz.
En Narón (Galicia, España), 13 de octubre de 2008.
Prólogo a la obra Juego de espantos del joven poeta maeño, Carlos Reyes.
El poeta expresa así su propósito en Las babas del purgatorio que da apertura a la obra: “Sí, yo lo puedo decir. Soy dueño absoluto de mis demonios y de ellos deriva la expresión delirante del verbo. Me habita la agonía de las palabras, las que nunca han sido dichas, las que hierven en el tintero mortal de los amaneceres. Estoy aquí en un punto del universo y ninguna circunstancia me escamotea la libertad para extenderme sobre el papel como lo que soy: el sueño más absurdo que habita la casa de Asterión”.
A continuación el prólogo de Amelia de Querol Orozco:
Pensamos, con demasiada frecuencia, que no hay nada nuevo bajo el sol, que no somos más que Sísifos que cumplen el penoso castigo de vivir día a día, arrastrando el absurdo de una existencia vacua hacia la cima de ninguna parte, conscientes de que el despertar de un nuevo día sólo traerá una nueva noche. Ese mito del absurdo, que Camus reflejaría con la maestría que caracterizaba sus obras, nos enfrenta a nosotros mismos. El eterno retorno se hace dolor consciente, y en la propia consciencia hallamos la victoria sobre el hecho inalterable e inalterado de vivir que, desafiando al libre albedrío, nos ha sido dado sin nuestro concierto. Sólo la consciencia da sentido al sinsentido que nos atormenta y nos hace actores de una obra impuesta. Porque incluso Sísifo sonríe cuando su pesada roca llega a la cima y, durante unos segundos apenas, se siente dueño de su existencia, aunque, por lo mismo, terriblemente esclavo de ella. La paradoja, en este punto, está servida.
Paradoja que, de forma magistral, encontramos reflejada en la obra poética de Carlos Reyes. En su ascenso hacia la cima de la colina, olvida la piedra que le ata al destino ineludible y llena sus sudores de íntima reflexión, de profunda introspección, de una búsqueda apasionada del sentido último de su existencia. Y halla en la literatura, y de forma especial en la poesía, esa consciencia que le devuelve su propio yo al que dota de personalidad cognoscitiva.
Son sus versos una vía de escape, una migración, una huida. Pero, vuelve a ser paradójico, podríamos decir que una huída hacia dentro. Decide no escapar de la piedra sino ser, él mismo, piedra. Y es entonces cuando la clarividencia que debía constituir su tormento consuma, al mismo tiempo, su victoria.
Artista del intimismo, éste se hace tan patente en las figuras con las que recrea su obra poética, sobre todo en ésta que hoy nos ofrece, “Juego de espantos”, que motivan en el lector sentimientos encontrados. Tan desnudo y, a la vez, tan oculto, se nos muestra verso a verso. La retórica elegida por el autor no son más que retazos de sí mismo. Fogonazos que nos ciegan apenas unos segundos y que muestran luego, descarnadamente, toda la realidad existencial del artista. No hay sol sin sombra y Carlos Reyes nos recuerda, en cada predicado, que es necesario conocer la noche.
Repito, asumiendo el riesgo de ser redundante, que hallo en su obra ese profundo ejercicio de búsqueda cognoscitiva y solitaria que sitúa al propio autor frente al mundo y frente a sí mismo. Nada es dejado al azar en su camino poético, y cada palabra adquiere un valor único, alzándose como luz y como sombra. Sus versos abren las ventanas a los ricos, pero duros, paisajes interiores con que se adorna y decora el joven poeta maeño, a la vez que levantan muros tras los que ocultar la tremenda soledad del individuo ante la propia aceptación de su existencia y su eterno castigo. Es entonces cuando sus metáforas se perfuman de miel y, atentando al propio dictado del autor, escapan por los resquicios de esos mismos muros, derramando sus esencias. Nihilismo y ternura se entremezclan de forma manifiesta con la dura consciencia de la soledad y el vacío que pregonan. Paradoja, pura paradoja, el versar de este poeta que no deja, no puede dejar, indiferente al lector. Paradoja que inunda de sensaciones yuxtapuestas la mirada atenta del espectador.
Empecé este homenaje al poeta con una aseveración condicionada; aquello de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Tras la lectura de la obra poética de Carlos Reyes uno se replantea la sentencia y formula un nuevo postulado: “Hoy, bajo el sol, al menos, hay letras nuevas y versos de renovado espíritu”. La piedra de Sísifo se convierte, ahora, en cristal de luz.
En Narón (Galicia, España), 13 de octubre de 2008.
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POETA... ME ESTOY NUTRIENDO CON TANTA INFORMACION VALIOSA EN SU PAGINA... LO FELICITO Y SIGA HACIA ADELANTE.... ME ENCANTO EL ARTICULO DEL BOOM LITERARIO DE LOS 60 " s.... SU HERMANO DE SIEMPRE JOHNNY VARGAS...
ResponderBorrarEste joven poeta avanza... y su avance nos incumbe a todos... es como si el Sol y él dialogaran a diario el diálogo de la vida... Me honro en ser su amigo y su mentor... que siga... más adelante, a escasas curvas le espera el triunfo eterno. su diálogo es un devenir dialéctico... Adelante...
ResponderBorrarBergson Rosario
Gracias por publicar el prólogo que, con gran satisfacción, le dediqué al extraordinario poeta Carlos Reyes.
ResponderBorrarLa peculiaridad de sus letras lo hace un grande de la poesía. Original interiorismo que brota como lava del volcán de su privilegiado intelecto para fundir, incluso, las piedras, Su poesía no puede dejar indiferente.
Un saludo a toda la comunidad hermana de la República Dominicana, desde España. Y un beso a Carlos.
Amelia