miércoles, 6 de abril de 2011

PERDÓN, SEÑOR

Por Fernando Ferreira Azcona

La primera parte de estas vivencias se la he contado a nuestros hijos en innúmeras ocasiones, con el título “Una Bofetada Sin Manos”. Tantas veces se la he narrado, que hasta he escuchado a Fernando, nuestro hijo mayor, contársela a sus amigos…

Recién graduado de Agrónomo de El Zamorano, regresé a nuestro país en las Navidades de 1967. El mes siguiente, empecé a trabajar en la División de Investigaciones Agrícolas, del Instituto Superior de Agricultura (ISA), en Santiago. Allí me asignaron una camioneta para el desempeño de mis labores profesionales. Tenía 21 años de edad y como es de suponerse, todo el brío, todo el ímpetu y la prisa que caracterizaba a la juventud de esa época.

Una tarde, alrededor de la 1:30 PM, venía subiendo por la calle Restauración, entre la avenida Valerio y la calle General López, tramo que corresponde a una larga y empinada cuesta. El carril de la derecha estaba ocupado por una hilera de carros estacionados (todavía en Santiago se dormía la siesta), lo cual, sólo dejaba el carril de la izquierda para la circulación vehicular.

Delante de mí, un pobre hombre, empapado en sudor, con ropa raída, cuyos pantalones apenas cubrían hasta sus rodillas, avanzaba penosamente empujando una pesada carga en su carretilla de tres ruedas, de fabricación artesanal. No me detuve a considerar el enorme esfuerzo que hacía este humilde ciudadano, a pesar de que se les podían contar las fibras musculares de sus pantorrillas.

Desesperado y con rabia le toqué la bocina de la camioneta, pues no me dejaba avanzar a la velocidad que mi prisa me imponía. El protagonista de esta historia se detuvo, y como pudo, se las arregló para evitar que la carretilla, con su pesada carga, se le devolviera cuesta abajo. Se volvió hacia mí, y me dio la MÁS AMPLIA SONRISA QUE HE VISTO EN MI VIDA.

Me avergoncé de mi actitud irracional y me sentí el ser humano más miserable de la faz de la tierra. Hubiese preferido que el caballero de la carretilla me mentara la madre o me insultara de la manera más soez que él supiera o pudiera hacerlo… La lección fue tan severa y tan bien aprendida, que inmediatamente, me prometí a mi mismo jamás apurar o presionar a una persona que estuviese dando lo mejor de sí para desarrollar una labor productiva. A pesar de mi temperamento, he sido capaz de cumplir mi promesa durante más de cuatro décadas.

¿A qué viene todo lo anterior? ¿Es que acaso estoy chochando? No. Aun no he alcanzado la demencia senil, gracias a Dios, a pesar de que “el alemán” (Alzheimer) me visita de vez en cuando… Se debe a que este viernes pasado, como a las 6:00 PM, iba de regreso a casa, cansado y abrumado después de una “larga semana de trabajo”.

Estaba atrapado en un interminable “tapón” vehicular, causado por el desorden del tráfico capitalino, el cual alcanza el clímax los viernes por la tarde, pues los chóferes y conductores de la capital dominicana creemos que todos los viernes se acaba el mundo y todos queremos llegar a casa antes de que esto suceda.

Cuando la desesperación y el mal humor empezaban a apoderarse de mí, me di cuenta que justo en frente, detrás de un carro que había detenido su marcha, tratando de avanzar en la selva vehicular sin rayar los carros estacionados y los que apenas se movían, un humilde vendedor de cocos de agua empujaba su triciclo. A juzgar por la carga, su venta no había sido abundante. Me imagino que él también iba de regreso a su hogar.

Con toda la cortesía de que soy capaz, le hice señas para que entrara a la vorágine que nos envolvía a todos, y avanzara. Se volvió hacia mí, asintió con su cabeza y con una amplia sonrisa, mostrando su blanca y contrastante dentadura, me agradeció que le permitiera seguir adelante.

Sin reponerme aun del gesto del vendedor de cocos, llegué a la intersección de las avenidas Winston Churchill y 27 de Febrero, dos de las más importantes vías de Santo Domingo. Al detener mi vehículo, un joven alto, delgado y de tez oscura, cuya labor consiste en limpiar los cristales de los vehículos que allí se detienen, a cambio de una propina, se paró frente a mí, me hizo el saludo militar, y de nuevo, me brindó una amplia y hermosa sonrisa.

Fue en este momento que me dije a mí mismo, pero en voz alta: “Si tú trabajas sentado, en aire acondicionado y con buena paga. Si te desplazas en un vehículo cómodo, también con aire acondicionado, ¿De qué te quejas? ¿Por qué no puedes sonreír igual que esta gente humilde?”.

Sentí que me estaba comportando como una persona que no sabía apreciar lo generoso que el Creador ha sido conmigo, que no estaba siendo agradecido, y entonces exclamé: ¡Perdón, Señor!

4 comentarios:

  1. ¡Qué belleza! Gracias por compartir esas experiencias tan maravillosas. Ojalá este artículo sirva para que nuestros corazones se ablanden y no maldigamos tanto a los que se buscan el sustento aunque sea incomodando a los demás. En estos días Andrés mi hermano me dijo que tú eres una estrella de hombre. Honesto, sencillo, sensible e integro. Yo lo contesté: ¿Tú crees? Mentira, me sentí tan orgullosa como si fueras mi hijo, hey, no son tantos...
    Be carefull. Te quiero.
    Lavinia.

    ResponderBorrar
  2. Fernan: No me habia decidido a leer esta columna tuya hasta hoy, y realmente es una gran lección que todos debemos aprender, lo tenemos todo y nos quejamos con demasiada frecuencia. Realmente no hemos sabido agradecer al creador las grandes bonanzas que hos ha dado. Gracias por este interesante articulo. Viniendo de ti no me sorprende. Eres admirable.
    Abrazos.

    Juan colon

    ResponderBorrar
  3. Dios Amigo?que relato tan emotibo, y a la vez aleccionador.Un saludos desde Noruega.
    NOTA.Saludos a ISAIAS que espero que saliera bien.

    ResponderBorrar
  4. Gracias Profe. Lavinia, Juan y Ángela por sus comentarios. Los aprecio en todo su valor y me motivan a seguir escribiendo.

    Profe: Yo sé que vamos "caco a caco" en lo que a edad se refiere. Lo que pasa es que usted fue una niña muy adelantada y por eso nos dio clases a algunos "tajalanes" que no éramos tan brillantes como usted. Un beso.

    Fernan.

    ResponderBorrar

Haga su comentario bajo la etiqueta de Anónimo, pero ponga su nombre y su dirección de email al final del mismo: NO SE PUBLICARÁN COMENTARIOS SIN NOMBRE Y SIN DIRECCIÓN DE EMAIL. Los comentarios ofensivos y que se consideren inapropiados, tampoco serán publicados.
El administrador