sábado, 5 de junio de 2010
Malabaristas del volante
Por Isaías Ferreira
Casi nunca infringen las leyes pues sus cinturones están debidamente abrochados, y por lo general no se “comen” las luces rojas, ni manejan a exceso de velocidad. Es decir, son ciudadanos comunes que a su manera cumplen con las más elementales obligaciones cívicas.
Estos personajes son un prodigio de la “eficiencia”, la diligencia y la multiplicidad, y su capacidad de accionar “miles de manos” a un tiempo pondrían verde de envidia a un pulpo. Estos entes superdotados exudan autoconfianza por cada poro y verlos accionar es una lección inolvidable. ¿Cómo pueden ser tan diestros y precisos?, nos preguntamos los simples mortales.
Es un espectáculo fascinante ver cómo doblan y colocan el periódico sobre el guía, lo presionan con el pulgar de la mano izquierda, un ojo atendiendo su contenido y el otro a la carretera, mientras con el hombro aprietan el celular al oído —filtro procesador que debe relegar la música o la noticia procedentes del radio, televisor o CD a un segundo plano mientras se las arreglan para entender al interlocutor al otro lado de la línea—, y con la otra mano llevan a la boca el café “Dunkin”, o “StarBucks”, o “Honey Dew”, o cualesquiera otras de esas mezclas cafetaleras “exóticas”, con sabores de nombres imposible de pronunciar; o se maquillan o se afeitan, mano que a veces es preciso desocupar para tomar notas en la libretita abierta la cual se monta al tablero con la gomita redonda succionadora que al presionarse sobre el mismo, crea una especie de vacío; o para pasar la hoja del periódico, mientras el auto rueda lenta y silenciosamente por el pavimento, como burro que conoce el camino y no necesita que el amo agarre las bridas para avanzar derecho a su destino.
Son los “Malabaristas del volante”, una especie nacida en los últimos años, esclavos de la demanda de tiempo que la época nos impone y que va en consonancia con la breve y superficial atención a que obliga la montaña de información que nos bombardea a cada segundo. A estos seres se les puede encontrar en los tapones descomunales de cualquier metrópoli norteamericana, donde la capacidad de las carreteras construidas para el tránsito existente en 1930, resulta insuficiente para acomodar el florecimiento extraordinario y el rodaje sin control de vehículos de este siglo 21.
Yonluí es una de esas criaturas “privilegiadas”, provisto de múltiples “canales mentales”, los cuales es capaz de sintonizar simultáneamente a diferentes “ondas”, lo que posibilita que aproveche cada segundo de viaje al trabajo y a su regreso, para realizar las más dispares tareas mientras su vehículo avanza lento en la congestionada carretera.
El auto de Yonluí es una verdadera “nave rodante” —rica galería de cuantos botones y dispositivos “espaciales” existen—, el cual cuenta con computador, PDA, “posicionador global” y televisor miniatura con pantalla de LCD, siempre sintonizando a CNN o a ESPN.
El de Butrina es un coche más modesto, pero con el consabido aparato de CD — generalmente tocando música con tanta estridencia que el “bajo” sobresaliente mueve hasta el tuétano de sus huesos—, y sobre todo un espejo que se ilumina al desprenderse de la visera, ideal para aplicar el maquillaje. Raras veces se ve a Butrina tomar café mientras maneja —aunque sí hablar por teléfono sin parar— y si toma café, lo sorbe de un vaso-thermo cerrado. Aparte de una que otra línea de Maybelline o Revlon, que por alguna irregularidad de la carretera se desvió de su blanco y fue a parar a la mejilla o a la frente, en lugar de las cejas o los labios, el trayecto de Butrina hasta ahora ha estado libre de accidentes.
Yonluí no ha sido tan “dichoso”. Cuentan los diarios que está en el hospital recuperándose, con una pierna rota y otras dolencias no muy serias, producto de haber perdido control de su vehículo cuando su café caliente derramado alcanzó sus asentaderas y otras partes sensibles de su cuerpo, lo que hizo que acelerara el auto sin querer. El conductor del vehículo que embistió por detrás salió ileso, pero la desafortunada señora que esperaba el autobús en la esquina de la calle Principal, quien fuera embestida por el auto fuera de control de Yonluí, está en coma.
Si la señora muriese, Yonluí podría ir a la cárcel. Si ello ocurriera, Yonluí tendría tiempo demás, ¿qué haría entonces con los 86,400 segundos de cada día?
Casi nunca infringen las leyes pues sus cinturones están debidamente abrochados, y por lo general no se “comen” las luces rojas, ni manejan a exceso de velocidad. Es decir, son ciudadanos comunes que a su manera cumplen con las más elementales obligaciones cívicas.
Estos personajes son un prodigio de la “eficiencia”, la diligencia y la multiplicidad, y su capacidad de accionar “miles de manos” a un tiempo pondrían verde de envidia a un pulpo. Estos entes superdotados exudan autoconfianza por cada poro y verlos accionar es una lección inolvidable. ¿Cómo pueden ser tan diestros y precisos?, nos preguntamos los simples mortales.
Es un espectáculo fascinante ver cómo doblan y colocan el periódico sobre el guía, lo presionan con el pulgar de la mano izquierda, un ojo atendiendo su contenido y el otro a la carretera, mientras con el hombro aprietan el celular al oído —filtro procesador que debe relegar la música o la noticia procedentes del radio, televisor o CD a un segundo plano mientras se las arreglan para entender al interlocutor al otro lado de la línea—, y con la otra mano llevan a la boca el café “Dunkin”, o “StarBucks”, o “Honey Dew”, o cualesquiera otras de esas mezclas cafetaleras “exóticas”, con sabores de nombres imposible de pronunciar; o se maquillan o se afeitan, mano que a veces es preciso desocupar para tomar notas en la libretita abierta la cual se monta al tablero con la gomita redonda succionadora que al presionarse sobre el mismo, crea una especie de vacío; o para pasar la hoja del periódico, mientras el auto rueda lenta y silenciosamente por el pavimento, como burro que conoce el camino y no necesita que el amo agarre las bridas para avanzar derecho a su destino.
Son los “Malabaristas del volante”, una especie nacida en los últimos años, esclavos de la demanda de tiempo que la época nos impone y que va en consonancia con la breve y superficial atención a que obliga la montaña de información que nos bombardea a cada segundo. A estos seres se les puede encontrar en los tapones descomunales de cualquier metrópoli norteamericana, donde la capacidad de las carreteras construidas para el tránsito existente en 1930, resulta insuficiente para acomodar el florecimiento extraordinario y el rodaje sin control de vehículos de este siglo 21.
Yonluí es una de esas criaturas “privilegiadas”, provisto de múltiples “canales mentales”, los cuales es capaz de sintonizar simultáneamente a diferentes “ondas”, lo que posibilita que aproveche cada segundo de viaje al trabajo y a su regreso, para realizar las más dispares tareas mientras su vehículo avanza lento en la congestionada carretera.
El auto de Yonluí es una verdadera “nave rodante” —rica galería de cuantos botones y dispositivos “espaciales” existen—, el cual cuenta con computador, PDA, “posicionador global” y televisor miniatura con pantalla de LCD, siempre sintonizando a CNN o a ESPN.
El de Butrina es un coche más modesto, pero con el consabido aparato de CD — generalmente tocando música con tanta estridencia que el “bajo” sobresaliente mueve hasta el tuétano de sus huesos—, y sobre todo un espejo que se ilumina al desprenderse de la visera, ideal para aplicar el maquillaje. Raras veces se ve a Butrina tomar café mientras maneja —aunque sí hablar por teléfono sin parar— y si toma café, lo sorbe de un vaso-thermo cerrado. Aparte de una que otra línea de Maybelline o Revlon, que por alguna irregularidad de la carretera se desvió de su blanco y fue a parar a la mejilla o a la frente, en lugar de las cejas o los labios, el trayecto de Butrina hasta ahora ha estado libre de accidentes.
Yonluí no ha sido tan “dichoso”. Cuentan los diarios que está en el hospital recuperándose, con una pierna rota y otras dolencias no muy serias, producto de haber perdido control de su vehículo cuando su café caliente derramado alcanzó sus asentaderas y otras partes sensibles de su cuerpo, lo que hizo que acelerara el auto sin querer. El conductor del vehículo que embistió por detrás salió ileso, pero la desafortunada señora que esperaba el autobús en la esquina de la calle Principal, quien fuera embestida por el auto fuera de control de Yonluí, está en coma.
Si la señora muriese, Yonluí podría ir a la cárcel. Si ello ocurriera, Yonluí tendría tiempo demás, ¿qué haría entonces con los 86,400 segundos de cada día?
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Muy bueno, Mano. Esos malabaristas, además "te mientan la madre" si como consecuencia de sus imprudencias, "te le atraviesas" en su agitado trayecto, ya que ellos manejan de manera impecable...
ResponderBorrarEn la capital estamos llenos de ellos(as), quienes son además,especialistas en cruzarse el semáforo en rojo y meterse en via contraria por calles y avenidas.
Un abrazo,
Fernan Ferreira
arapf@codetel.net.do