domingo, 31 de enero de 2010
Motivos para seguir viviendo y el poema En decadencia
Por Augusto Bueno
Los hospitales son bellezas sufridas, monstruosidades. En cada encuentro me han esperado los sueños. En la calle la velocidad de los autos y la prisa de las transeúntes. En aquella oficina la secretaria de pechos salientes y su jefe. También un doctor graduado en Harvard y la consulta del día. En aquel edificio el desplome de columnas vertebrales y un peón destrozado. En esta morada el ladrido de un perro hambriento y su ama. En la sangre de aquellos enfermos la levedad irritable de la compasión. En los mares la desesperación del naufragio.
En la vida el crepitar dudoso de la esperanza. En la muerte la misma muerte danzando única en los pasillos, mientras las enfermeras Pronostican la prolongación.
Conozco la soberbia pobreza. ¿Por qué sufriré? ¿Por qué deberé sufrirlos y lamentarme en mis sombras? Este lamento emerge y la humana presencia de los seres. Debería deshacerme en esta agonía. Reencontrarme en el Ave.
Debería ser todo de sosiego en los sueños, en el atropello, en la secretaria y su jefe, el doctor, el edificio y el obrero, en el perro y su ama, en los enfermos y la compasión, en esos mares y sus ahogados, en la vida y la esperanza.
En decadencia
Siempre nos llaman a reflexionar en la escritura del entretiempo,
en el santo día de la herida y el vinagre.
Si reflexionara no estaría mintiéndome
en el amarillo al pastar los manuscritos.
Descubro cada sueño en cada diente cariado, en fisuras y traspases
y la psicología pertenece a los monjes
o a la santa inquisición de las vírgenes rastreras.
Dudo del sustantivo,
de los pronombres alargándose al comer los restos.
Esta semana nos pensaremos Uno
mientras fumo el terrorismo y Palestina,
por quien dio la vida por la vida,
por un puñado de gentes como tú y yo:
bárbaros Alejandro y temibles Safo
quedándose en la acera a ver si pasa lo perdido.
Los hospitales son bellezas sufridas, monstruosidades. En cada encuentro me han esperado los sueños. En la calle la velocidad de los autos y la prisa de las transeúntes. En aquella oficina la secretaria de pechos salientes y su jefe. También un doctor graduado en Harvard y la consulta del día. En aquel edificio el desplome de columnas vertebrales y un peón destrozado. En esta morada el ladrido de un perro hambriento y su ama. En la sangre de aquellos enfermos la levedad irritable de la compasión. En los mares la desesperación del naufragio.
En la vida el crepitar dudoso de la esperanza. En la muerte la misma muerte danzando única en los pasillos, mientras las enfermeras Pronostican la prolongación.
Conozco la soberbia pobreza. ¿Por qué sufriré? ¿Por qué deberé sufrirlos y lamentarme en mis sombras? Este lamento emerge y la humana presencia de los seres. Debería deshacerme en esta agonía. Reencontrarme en el Ave.
Debería ser todo de sosiego en los sueños, en el atropello, en la secretaria y su jefe, el doctor, el edificio y el obrero, en el perro y su ama, en los enfermos y la compasión, en esos mares y sus ahogados, en la vida y la esperanza.
En decadencia
Siempre nos llaman a reflexionar en la escritura del entretiempo,
en el santo día de la herida y el vinagre.
Si reflexionara no estaría mintiéndome
en el amarillo al pastar los manuscritos.
Descubro cada sueño en cada diente cariado, en fisuras y traspases
y la psicología pertenece a los monjes
o a la santa inquisición de las vírgenes rastreras.
Dudo del sustantivo,
de los pronombres alargándose al comer los restos.
Esta semana nos pensaremos Uno
mientras fumo el terrorismo y Palestina,
por quien dio la vida por la vida,
por un puñado de gentes como tú y yo:
bárbaros Alejandro y temibles Safo
quedándose en la acera a ver si pasa lo perdido.
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