sábado, 20 de julio de 2013
ESTAMPAS DE MAO
CRECIENDO EN LAS 300
Por Dileccio Guzmán
Nota aclaratoria: Es posible que este artículo resulte muy localista o encerrado en unas doscientas sesenta familias compartiendo unas 60 hectáreas de extensión. Gracias a los habitantes de otros sectores de Mao que tienen la paciencia de leernos y conocer vivencias de este barrio en sus 54 años de existencia.
En las 300 vivimos los primeros años completamente a oscuras. No teníamos tendido eléctrico en las calles y por consiguiente, no contábamos con energía en nuestras casas. Pero me atrevo a decir que nunca extrañamos esa carencia, quizás porque al estar acostumbrado a su ausencia, no nos hacía falta; hacíamos nuestra vida normal. Las calles eran nuestro gran salón de juegos. Nos reuníamos en grupos y disfrutábamos a plenitud aquellos juegos que hoy solo nos toca recordar con nostalgia. La noche terminaba no más allá de las ocho.
Como carecíamos del fluido eléctrico, estábamos obligados a estudiar con la luz diurna y si no nos daba el tiempo, entonces nos auxiliábamos de una lámpara jumiadora, que funcionaba con gas kerosene como combustible, y que en muchas ocasiones, el humo que despedía dejaba una señal indeleble en el techo.
Cuando llovía, celebrábamos entusiasmados, la lluvia nos permitía un rico baño recorriendo las calles del barrio y calificándolo desde la perspectiva actual diríamos que, con una extraordinaria sensación de libertad. Pasada la lluvia, construíamos nuestros propios barcos para navegar en las corrientes de agua resultante.
Aunque en las nuevas casas se había sustituido el piso de tierra por un flamante piso de madera, las carencias seguían siendo la nota distintiva. Teníamos un solo par de zapatos para todas las actividades, incluida la escuela. Por eso tan rápido regresábamos de clases, había que quitárselos para que se prolongara su existencia. Con el tiempo la suela se gastaba hasta formársele hoyos y teníamos que tener cuidado en no pisar un charquito de agua porque nos pasaba directamente a los pies. Por supuesto que eso no significaba unos zapatos nuevos; una visita al zapatero y los zapatos regresaban como nuevos. Aunque este arreglo significaba una reducción de tamaño y durábamos varios días caminando con mucha molestia, hasta que se aflojaran y recuperaran su tamaño normal, de nada nos hubiera servido quejarnos por la incomodidad, no había nada más hasta dentro de mucho tiempo.
A los muchachos nos correspondía la tarea de ir a la pulpería para la compra de cada día. Como carecíamos de refrigerador, se podían guardar muy pocas cosas. Todavía recuerdo que al comprar aceite el pulpero tenía un recipiente muy característico, un pequeño utensilio cónico que se media por un extremo o por el otro, un lado pequeño cuando se compraba 3 centavos y el otro extremo, más grande para medir 5 centavos. La carne solo aparecía los domingos y días feriados, y en una proporción sumamente exigua. Cuando se cocinaba pollo a los muchachos les tocaban las partes inferiores, patas, alas, cocotes… y aun esas partes resultaban una exquisitez. El buque insignia en lo que a comida se refiere, era arroz, habichuela y espagueti, de lunes a viernes no había variación, y el sustituto natural era el arenque, que delataba su existencia a la distancia.
Aprendimos desde siempre a consumir arroz integral. Aunque en esa época le llamábamos arroz de pilón. Los muchachos estábamos obligados a procesar el arroz que se consumiría ese día en unos enormes pilones, auxiliado por unos maderos con forma cilíndrica llamados manos. Este trabajo se hacía entre dos personas que lograban una perfecta sincronización. Aunque sentíamos envidia por el arroz blanco que se vendía en las pulperías, ese producto hoy es buscado y comprado a un precio más alto por ser arroz integral, muy de moda en estos tiempos.
A mediados del año 1961 se excavaron unos hoyos en todo el barrio y posteriormente se colocaron unos elevados postes de madera con un penetrante olor a creolina; por fin se iba a instalar el servicio eléctrico en el barrio y esto fue un motivo de júbilo para todos sus moradores. Vivimos día por día ese proceso que se extendió por unos cuantos meses. Primero las excavaciones, luego el suministro de los postes y por último el alambrado, hasta que por fin nos fue instalado el servicio tanto en las calles como en las casas. Tengo que afirmar en honor a la verdad que la luz que se nos servía era tan pobre que las descartadas lámparas no tenían nada que envidiarle a los nuevos bombillos. Pero de todas formas fue un gran paso de avance.
Con cierta periodicidad pasaba una guagüita anunciadora ofertando una pomada milagrosa, la pomada cromocilina, el anunciador la ofertaba como un curador de todos las enfermedades que pudiera uno imaginarse, daba la impresión de que el anunciador memorizaba el nombre de todas las enfermedades y las recitaba sin ningún reparo, como si se tratara de un trabalenguas, la verdad es que no sé si la dichosa pomada servía para algo, lo que sí sé es que el tipo tenía una habilidad extraordinaria en ofertarla. Nunca había oído de medicamento alguno que sirviera para tanto.
El servicio energético trajo consigo la aparición de aparatos de radios en muchas de las casas del barrio. Por supuesto que todavía en el pueblo no teníamos estaciones de radio por lo que escuchábamos las de Santiago, y las de la capital, una de ellas en especial, radio comercial, jugaría un papel de primer orden en acontecimientos que viviría el país posteriormente.
Si los muchachos de hoy se han convertidos en asiduos de la computadora y los de la generación anterior, de la televisión, nosotros, aunque en menor medida, lo fuimos de la radio. Escuchábamos radionovelas. ¡Qué maeño de esa época no recuerda a Los tres Villalobos, tres hermanos, Macho, Miguelón y Rodolfo, defensores de la justicia!, pero entre todas las radionovelas, sobresalió una que nos cautivó a todos, Kazán el cazador….amo de la selva, con un kazán que vivía de peligro en peligro, el simpático Otto von Dixon, su chofer, quien con su acento alemán concluía siempre en que…esto es intolerable, absolutamente intolerable. Tanto como quisimos a Otto, al pequeño Roberto y a Kasan, despreciamos a doña Úrsula, una vieja malvada hasta con su propia nieta Raquel. Como mozalbetes estábamos seguros de que esta novela se desarrollaba allá en las lejanas montañas de Uganda, en el continente africano, oíamos claro el rugir de los leones, de los gorilas y el ambiente propio de las lejanas y misteriosas selvas africanas. Salíamos de la escuela a las doce y nos apresurábamos a llegar temprano a casa porque a la una de la tarde estábamos indefectiblemente reunidos en torno al viejo aparato de radio esperando al locutor de Radio Santa María, porque en el capítulo anterior kasan y su equipo habían quedado en una situación de grave peligro.
Además de estas radionovelas, la radio nos trajo, a los amantes del beisbol, la inolvidable Cabalgata Deportiva Gillete con el argentino Buck Canel, el cubano Felo Ramirez, Rene Cañizares, Cuco Conde, Pancho Pepe, y Marco Antonio de la Cavalerié (el musiú), dándole un sabor muy especial a aquellas series mundiales de beisbol, que en aquellos años se jugaban a partir de las 2 de la tarde. Recuerdo en la serie mundial de 1968 la superba actuación de Bob Gibson y sus 17 ponches en el primer juego del clásico entre los Cardenales de San Luis y los Tigres de Detroit. ¡Qué tiempos aquellos!
En el pueblo, el viejo cine Jaragua había desaparecido, y en su lugar nació el cine Elda. Aquí recordamos las series del Capitán Maravilla y su implacable enemigo el Escorpión. El fantasma que se había popularizado en los periódicos y paquitos de la época. A la entrada del matinee era frecuente el intercambio de paquitos, de los que algunos se convirtieron en verdaderos coleccionistas. El Llanero Solitario con su caballo Plata, y su inseparable compañero Toro, Supermán, el hombre de acero, Red Ryder y Castorcito, Tarzán el hombre mono, y una infinidad de personajes que llegaron a ser como parte de la familia…tengo que recordar aquellos de México como el caso de Alma grande, Juan sin miedo, Chanoc con el viejito sinvergüenza de Tsekub Baloyán, fueron tantos los personajes que llenaríamos un montón de cuartillas hablando de ellos. No me cabe duda de que en este momento cada lector trae a la memoria un sinnúmero de personajes que llenaron de magia la adolescencia y juventud da cada uno.
A pesar de que, como dijéramos antes, el barrio fue prolijo en bares y establecimientos similares, no es menos cierto que tuvimos personajes que por su contribución, viven permanentemente en la historia del barrio.
De las trescientas de aquella época recuerdo entre otros lugareños, a Polito, que fue un propulsor natural del beisbol. Lo recuerdo como un personaje menudo, con un machete en mano, limpiando el terreno de lo que serviría de play para para la práctica de ese popular deporte, al que bautizamos como el play de Polito. En ese play llegué a ver practicar a Franklin Taveras quien posteriormente llegaría a brillar con las Águilas Cibaeñas y con los Piratas del Pittsburgh. Cuanto de nuestros jóvenes aprendieron de este hombre de apariencia menuda pero con una dedicación extraordinaria por los muchachos del barrio.
El play de Polito fue también el lugar adecuado para volar chichiguas en la cuaresma, ¡cuán emocionante resultaba esta diversión!, algunas competían en tamaño hasta llegar a ser enormes. Recuerdo un señor al que llamaban Bututa cuyas chichiguas, por el tamaño se volaban con sogas en lugar de hilos.
Neno Ortiz fue otro de esos personajes para recordar. Neno reparaba acordeones, pero la verdad es que no sé si alguna vez tuvo la suficiente lucidez para reparar alguno, porque desde temprano en la mañana, cada día, veíamos a Neno con un jumo que parecía no abandonarlo nunca. Otro personaje que recuerdo con admiración es a don Pedro Perdomo, un señor corpulento, de andar pausado y de mucha corrección tanto en su hablar como en su modo de vida. Recuerdo a don Pedro como un maestro dedicado a enseñar a los muchachos del barrio que por cualquier razón no asistían a clases de manera regular. Yo llegué a trabajar con él como su ayudante, siendo yo un mozalbete, aunque cuando digo trabajar tengo que aclarar que ni el señor Perdomo ni por supuesto su ayudante, cobramos nunca por ese servicio voluntario. Aunque no sé si alguna vez tuvo un nombramiento formal en el estado, si sé que muchos muchachos les deben a este hombre su introducción al saber.
Los muchachos, si queríamos juegos, teníamos que crearlos. Y nos convertimos en inventores. Construíamos grúas usando latas de sardinas cortándolas de forma dentada y los cables eran hilos atados a un madero con los que hacíamos excavaciones y tiro de material. También fabricamos camiones con camas de madera y gomas hechas de fruto o semillas de javilla, con los que transportábamos pesadas cargas. En otras ocasiones los reyes nos dejaban pistolitas de mito y otros juegos parecidos. Es verdad que carecíamos de muchísimas cosas, pero no teníamos mayores preocupaciones, ni estrés, en fin….puedo afirmar que, éramos felices.
Pronto vendría el ingreso a la secundaria lo que constituía un nuevo motivo de emoción. Pero será tema de otra entrega.
Por Dileccio Guzmán
Nota aclaratoria: Es posible que este artículo resulte muy localista o encerrado en unas doscientas sesenta familias compartiendo unas 60 hectáreas de extensión. Gracias a los habitantes de otros sectores de Mao que tienen la paciencia de leernos y conocer vivencias de este barrio en sus 54 años de existencia.
En las 300 vivimos los primeros años completamente a oscuras. No teníamos tendido eléctrico en las calles y por consiguiente, no contábamos con energía en nuestras casas. Pero me atrevo a decir que nunca extrañamos esa carencia, quizás porque al estar acostumbrado a su ausencia, no nos hacía falta; hacíamos nuestra vida normal. Las calles eran nuestro gran salón de juegos. Nos reuníamos en grupos y disfrutábamos a plenitud aquellos juegos que hoy solo nos toca recordar con nostalgia. La noche terminaba no más allá de las ocho.
Como carecíamos del fluido eléctrico, estábamos obligados a estudiar con la luz diurna y si no nos daba el tiempo, entonces nos auxiliábamos de una lámpara jumiadora, que funcionaba con gas kerosene como combustible, y que en muchas ocasiones, el humo que despedía dejaba una señal indeleble en el techo.
Cuando llovía, celebrábamos entusiasmados, la lluvia nos permitía un rico baño recorriendo las calles del barrio y calificándolo desde la perspectiva actual diríamos que, con una extraordinaria sensación de libertad. Pasada la lluvia, construíamos nuestros propios barcos para navegar en las corrientes de agua resultante.
Aunque en las nuevas casas se había sustituido el piso de tierra por un flamante piso de madera, las carencias seguían siendo la nota distintiva. Teníamos un solo par de zapatos para todas las actividades, incluida la escuela. Por eso tan rápido regresábamos de clases, había que quitárselos para que se prolongara su existencia. Con el tiempo la suela se gastaba hasta formársele hoyos y teníamos que tener cuidado en no pisar un charquito de agua porque nos pasaba directamente a los pies. Por supuesto que eso no significaba unos zapatos nuevos; una visita al zapatero y los zapatos regresaban como nuevos. Aunque este arreglo significaba una reducción de tamaño y durábamos varios días caminando con mucha molestia, hasta que se aflojaran y recuperaran su tamaño normal, de nada nos hubiera servido quejarnos por la incomodidad, no había nada más hasta dentro de mucho tiempo.
A los muchachos nos correspondía la tarea de ir a la pulpería para la compra de cada día. Como carecíamos de refrigerador, se podían guardar muy pocas cosas. Todavía recuerdo que al comprar aceite el pulpero tenía un recipiente muy característico, un pequeño utensilio cónico que se media por un extremo o por el otro, un lado pequeño cuando se compraba 3 centavos y el otro extremo, más grande para medir 5 centavos. La carne solo aparecía los domingos y días feriados, y en una proporción sumamente exigua. Cuando se cocinaba pollo a los muchachos les tocaban las partes inferiores, patas, alas, cocotes… y aun esas partes resultaban una exquisitez. El buque insignia en lo que a comida se refiere, era arroz, habichuela y espagueti, de lunes a viernes no había variación, y el sustituto natural era el arenque, que delataba su existencia a la distancia.
Aprendimos desde siempre a consumir arroz integral. Aunque en esa época le llamábamos arroz de pilón. Los muchachos estábamos obligados a procesar el arroz que se consumiría ese día en unos enormes pilones, auxiliado por unos maderos con forma cilíndrica llamados manos. Este trabajo se hacía entre dos personas que lograban una perfecta sincronización. Aunque sentíamos envidia por el arroz blanco que se vendía en las pulperías, ese producto hoy es buscado y comprado a un precio más alto por ser arroz integral, muy de moda en estos tiempos.
A mediados del año 1961 se excavaron unos hoyos en todo el barrio y posteriormente se colocaron unos elevados postes de madera con un penetrante olor a creolina; por fin se iba a instalar el servicio eléctrico en el barrio y esto fue un motivo de júbilo para todos sus moradores. Vivimos día por día ese proceso que se extendió por unos cuantos meses. Primero las excavaciones, luego el suministro de los postes y por último el alambrado, hasta que por fin nos fue instalado el servicio tanto en las calles como en las casas. Tengo que afirmar en honor a la verdad que la luz que se nos servía era tan pobre que las descartadas lámparas no tenían nada que envidiarle a los nuevos bombillos. Pero de todas formas fue un gran paso de avance.
Con cierta periodicidad pasaba una guagüita anunciadora ofertando una pomada milagrosa, la pomada cromocilina, el anunciador la ofertaba como un curador de todos las enfermedades que pudiera uno imaginarse, daba la impresión de que el anunciador memorizaba el nombre de todas las enfermedades y las recitaba sin ningún reparo, como si se tratara de un trabalenguas, la verdad es que no sé si la dichosa pomada servía para algo, lo que sí sé es que el tipo tenía una habilidad extraordinaria en ofertarla. Nunca había oído de medicamento alguno que sirviera para tanto.
El servicio energético trajo consigo la aparición de aparatos de radios en muchas de las casas del barrio. Por supuesto que todavía en el pueblo no teníamos estaciones de radio por lo que escuchábamos las de Santiago, y las de la capital, una de ellas en especial, radio comercial, jugaría un papel de primer orden en acontecimientos que viviría el país posteriormente.
Si los muchachos de hoy se han convertidos en asiduos de la computadora y los de la generación anterior, de la televisión, nosotros, aunque en menor medida, lo fuimos de la radio. Escuchábamos radionovelas. ¡Qué maeño de esa época no recuerda a Los tres Villalobos, tres hermanos, Macho, Miguelón y Rodolfo, defensores de la justicia!, pero entre todas las radionovelas, sobresalió una que nos cautivó a todos, Kazán el cazador….amo de la selva, con un kazán que vivía de peligro en peligro, el simpático Otto von Dixon, su chofer, quien con su acento alemán concluía siempre en que…esto es intolerable, absolutamente intolerable. Tanto como quisimos a Otto, al pequeño Roberto y a Kasan, despreciamos a doña Úrsula, una vieja malvada hasta con su propia nieta Raquel. Como mozalbetes estábamos seguros de que esta novela se desarrollaba allá en las lejanas montañas de Uganda, en el continente africano, oíamos claro el rugir de los leones, de los gorilas y el ambiente propio de las lejanas y misteriosas selvas africanas. Salíamos de la escuela a las doce y nos apresurábamos a llegar temprano a casa porque a la una de la tarde estábamos indefectiblemente reunidos en torno al viejo aparato de radio esperando al locutor de Radio Santa María, porque en el capítulo anterior kasan y su equipo habían quedado en una situación de grave peligro.
Además de estas radionovelas, la radio nos trajo, a los amantes del beisbol, la inolvidable Cabalgata Deportiva Gillete con el argentino Buck Canel, el cubano Felo Ramirez, Rene Cañizares, Cuco Conde, Pancho Pepe, y Marco Antonio de la Cavalerié (el musiú), dándole un sabor muy especial a aquellas series mundiales de beisbol, que en aquellos años se jugaban a partir de las 2 de la tarde. Recuerdo en la serie mundial de 1968 la superba actuación de Bob Gibson y sus 17 ponches en el primer juego del clásico entre los Cardenales de San Luis y los Tigres de Detroit. ¡Qué tiempos aquellos!
En el pueblo, el viejo cine Jaragua había desaparecido, y en su lugar nació el cine Elda. Aquí recordamos las series del Capitán Maravilla y su implacable enemigo el Escorpión. El fantasma que se había popularizado en los periódicos y paquitos de la época. A la entrada del matinee era frecuente el intercambio de paquitos, de los que algunos se convirtieron en verdaderos coleccionistas. El Llanero Solitario con su caballo Plata, y su inseparable compañero Toro, Supermán, el hombre de acero, Red Ryder y Castorcito, Tarzán el hombre mono, y una infinidad de personajes que llegaron a ser como parte de la familia…tengo que recordar aquellos de México como el caso de Alma grande, Juan sin miedo, Chanoc con el viejito sinvergüenza de Tsekub Baloyán, fueron tantos los personajes que llenaríamos un montón de cuartillas hablando de ellos. No me cabe duda de que en este momento cada lector trae a la memoria un sinnúmero de personajes que llenaron de magia la adolescencia y juventud da cada uno.
A pesar de que, como dijéramos antes, el barrio fue prolijo en bares y establecimientos similares, no es menos cierto que tuvimos personajes que por su contribución, viven permanentemente en la historia del barrio.
De las trescientas de aquella época recuerdo entre otros lugareños, a Polito, que fue un propulsor natural del beisbol. Lo recuerdo como un personaje menudo, con un machete en mano, limpiando el terreno de lo que serviría de play para para la práctica de ese popular deporte, al que bautizamos como el play de Polito. En ese play llegué a ver practicar a Franklin Taveras quien posteriormente llegaría a brillar con las Águilas Cibaeñas y con los Piratas del Pittsburgh. Cuanto de nuestros jóvenes aprendieron de este hombre de apariencia menuda pero con una dedicación extraordinaria por los muchachos del barrio.
El play de Polito fue también el lugar adecuado para volar chichiguas en la cuaresma, ¡cuán emocionante resultaba esta diversión!, algunas competían en tamaño hasta llegar a ser enormes. Recuerdo un señor al que llamaban Bututa cuyas chichiguas, por el tamaño se volaban con sogas en lugar de hilos.
Neno Ortiz fue otro de esos personajes para recordar. Neno reparaba acordeones, pero la verdad es que no sé si alguna vez tuvo la suficiente lucidez para reparar alguno, porque desde temprano en la mañana, cada día, veíamos a Neno con un jumo que parecía no abandonarlo nunca. Otro personaje que recuerdo con admiración es a don Pedro Perdomo, un señor corpulento, de andar pausado y de mucha corrección tanto en su hablar como en su modo de vida. Recuerdo a don Pedro como un maestro dedicado a enseñar a los muchachos del barrio que por cualquier razón no asistían a clases de manera regular. Yo llegué a trabajar con él como su ayudante, siendo yo un mozalbete, aunque cuando digo trabajar tengo que aclarar que ni el señor Perdomo ni por supuesto su ayudante, cobramos nunca por ese servicio voluntario. Aunque no sé si alguna vez tuvo un nombramiento formal en el estado, si sé que muchos muchachos les deben a este hombre su introducción al saber.
Los muchachos, si queríamos juegos, teníamos que crearlos. Y nos convertimos en inventores. Construíamos grúas usando latas de sardinas cortándolas de forma dentada y los cables eran hilos atados a un madero con los que hacíamos excavaciones y tiro de material. También fabricamos camiones con camas de madera y gomas hechas de fruto o semillas de javilla, con los que transportábamos pesadas cargas. En otras ocasiones los reyes nos dejaban pistolitas de mito y otros juegos parecidos. Es verdad que carecíamos de muchísimas cosas, pero no teníamos mayores preocupaciones, ni estrés, en fin….puedo afirmar que, éramos felices.
Pronto vendría el ingreso a la secundaria lo que constituía un nuevo motivo de emoción. Pero será tema de otra entrega.
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Nuestro genial amigo Dileccio, nos mantiene centrados con sus magníficas prosas fluidas y recurrente que esbozan, con meridiana claridad, aconteceres remembrantes del grato y sano convivir en Las 300, por allá de los inicios de la década del 1960.
ResponderBorrarRealmente, nos ha traído otra joya para recrearnos con exquisitas y enriquecedoras vivencias que nos tocaron vadear ineludiblemente en el diáfano transcurrir de esos tiempos pasados de enternecedores accionar y placenteros quehaceres.
Me resta solicitar a Dileccio de su anuencia, para que nos siga deleitando con sus peculiares narrativas costumbristas a favor de enriquecer nuestro acervo cultural y folclórico, y, a su vez, lo felicito por estos atinados aciertos de feliz recordación de su diario discurrir, los cuales ingeniosamente nos ha traídos a MEEC.
Con gran deferencia,... Nelson Rodríguez Martínez.
Una de las cosas buenas que tiene esta página es el reencuentro con personas que uno tiene añales que no sabe de ella, es el caso del autor de este trabajo. Pero cuanto me alegraría ver aunque sea una foto del sr. Guzmán.
ResponderBorrarSaludos
Ángel Berto Almonte
Repito el mismo comentario que hizo Ángel Berto Almonte con todas sus palabras. Me gustaría saber si Dilecio Guzmán es el mismo que yo supongo es, primo de mis primas Guzmán Tineo que residen en la Toño Brea, que asistía a la Iglesia Evangélica en la calle Gregorio Aracena que estaba dirigida por Don Julio y Doña Ángela, padres de Angelita y July.
ResponderBorrarMis saludos.
Rosa Torres Tineo
rosatorrestineo@aol.com
La verdad es que Dileccio, además de un prosa fluida, tiene una memoria privilegiada. Acordarse de todos esos personajes de las novelas radiales que nos matenían cautivos y de aquellos de los muñequitos... wao! Ya Tsekub Baloyan había "muerto" en mi memoria. Felicitaciones!
ResponderBorrarPor otra parte, lo invito a que envíe una foto suya al Administrador de MECC. De esta manera, sus lectores más jovenes, como Manito, Rosa, Angel Berto, Diómedes, Cuqui, y por qué no, yo también, saciamos la curiosidad de ver si nos acordamos de él.
Un abrazo,
Fernan Ferreira.
Dileccio...un fuerte abrazo.... solo la foto me llevó a mi niñéz, a mis dias sobre las calles de polvo de las trescientas, sibilia y nuestras calles....asi mismo. Nuestros grandes salones de juego. Maravillosoooo... hermoso recuerdo.
ResponderBorrarAbrazos mi querido y viejo amigo,
Juan Colon
Dileccio, a ver cuando te animas a enviar una foto tuya a MEEC; pues realmente nos tienes a todos ansiosos por saber cual de todos los "Dileccio Guzman" que tenemos en Mao eres tu. Pero, yo personalmente, estoy 99% segura que tu eres mi querido amigo "El Dandy"; pues siempre supe que tenias esos dotes de escritor,narrador etc. Pero la pregunta del millon es esta: porque no has enviado una foto tuya a MEEC para que todos salgamos de la duda, incluyendome a mi. Incluso te envie un e-mail y nunca recibi respuesta. Por eso el 1% de mi duda! Felicitaciones por ese fantastico relato que hiciste acerca de esos tiempos maravillosos; los mismos que disfrutamos juntos(contigo?) tantas veces. Dileccio, por favor, deja el misterio ya! o es que esta jugando el juego de "adivina adivinador"?. Ja,Ja,Ja Recibe todo el carino de una Maena, que seas tu quien seas,se siente muy orgullosa de tener como compueblano a una persona de tanta valia como tu!
ResponderBorrarRosa Maria Rodriguez
rsrodriguez02@aol.com