lunes, 22 de julio de 2013
SE HACE CAMINO AL ANDAR
EL ASESINO (Cuento)
Por Miriam Mejía
El asesino llegó a su casa, avanzada la noche, luego de llevar a cabo la misión de ese día. Se quitó su uniforme militar y lo lanzó en una esquina hecho un ovillo. Buscó ropas limpias y se vistió de nuevo. Fue a la cocina, abrió la llave del fregadero y se lavó las manos con parsimonia. Ya sintiendo hambre, se preparó algo de comer. Abrió la nevera y extrajo una cerveza. Miró satisfecho el color cenizo que comenzaba a cubrir la botella. Se relamió los labios y goloso la destapó. Caminó hasta su sillón favorito ubicado frente a un televisor de pantalla gigante, uno de sus tantos regalos recibidos por llevar a cabo trabajos categorizados como «sucios». Se acomodó y de forma atropellada, comió y bebió. Al terminar de engullir el último bocado, se limpió el ralo bigote con el dorso de su mano derecha. Encendió el televisor y sintonizó su programa de sexo favorito. Se recostó y descorrió la cremallera del pantalón. Mientras manipulaba sus orígenes, llamó por teléfono a su superior, y en una cortísima conversación le comunicó que había cumplido la misión acorde con las instrucciones recibidas. Cerró el teléfono y sus ojos se centraron lujuriosos en las imágenes televisadas. Durante un tiempo impreciso se manipuló desaforado la flacidez de su entrepierna. Rabioso por los inútiles resultados, apagó el televisor y buscó sus bebidas más fuertes. Tomó hasta la inconsciencia.
Como guiñapo deforme, se durmió en el sillón. Soñó que disparaba a quemarropa en el pecho de un joven de rostro cándido y sonriente. Las balas rebotaron y lentas, muy lentas, apuntaron hacia él. Trató de correr, pero sus piernas ahora muy pesadas, se hundían en la tierra. El joven riendo a carcajadas y coronado por las ingrávidas balas, llegó hasta él y fuertemente le aprisionó el cuello, hasta dejarlo sin respiración. Cuando ya sólo había oscuridad y un miedo visceral pugnaba por salir en violentas nauseas, se despertó empapado de un sudor copioso y frío.
A partir de esa madrugada, el insomnio y las pesadillas acompañaron por siempre al asesino.
Por Miriam Mejía
El asesino llegó a su casa, avanzada la noche, luego de llevar a cabo la misión de ese día. Se quitó su uniforme militar y lo lanzó en una esquina hecho un ovillo. Buscó ropas limpias y se vistió de nuevo. Fue a la cocina, abrió la llave del fregadero y se lavó las manos con parsimonia. Ya sintiendo hambre, se preparó algo de comer. Abrió la nevera y extrajo una cerveza. Miró satisfecho el color cenizo que comenzaba a cubrir la botella. Se relamió los labios y goloso la destapó. Caminó hasta su sillón favorito ubicado frente a un televisor de pantalla gigante, uno de sus tantos regalos recibidos por llevar a cabo trabajos categorizados como «sucios». Se acomodó y de forma atropellada, comió y bebió. Al terminar de engullir el último bocado, se limpió el ralo bigote con el dorso de su mano derecha. Encendió el televisor y sintonizó su programa de sexo favorito. Se recostó y descorrió la cremallera del pantalón. Mientras manipulaba sus orígenes, llamó por teléfono a su superior, y en una cortísima conversación le comunicó que había cumplido la misión acorde con las instrucciones recibidas. Cerró el teléfono y sus ojos se centraron lujuriosos en las imágenes televisadas. Durante un tiempo impreciso se manipuló desaforado la flacidez de su entrepierna. Rabioso por los inútiles resultados, apagó el televisor y buscó sus bebidas más fuertes. Tomó hasta la inconsciencia.
Como guiñapo deforme, se durmió en el sillón. Soñó que disparaba a quemarropa en el pecho de un joven de rostro cándido y sonriente. Las balas rebotaron y lentas, muy lentas, apuntaron hacia él. Trató de correr, pero sus piernas ahora muy pesadas, se hundían en la tierra. El joven riendo a carcajadas y coronado por las ingrávidas balas, llegó hasta él y fuertemente le aprisionó el cuello, hasta dejarlo sin respiración. Cuando ya sólo había oscuridad y un miedo visceral pugnaba por salir en violentas nauseas, se despertó empapado de un sudor copioso y frío.
A partir de esa madrugada, el insomnio y las pesadillas acompañaron por siempre al asesino.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Una recompensa hecha a la medida para el Asesino. A eso le llaman Poetic Justice (Castigo merecido o apropiado a la acción). Muy bueno, Miriam. Muy bien logrado. Sigue escribiendo. Gracias.
ResponderBorrarIsaías
Doña Miriam nos ilustra con un hermoso cuento que nos deja la gran sabiduria de porque debemos hacerle caso a nuestro juez interno. Porque debemos ser honestos con nosotros mismos y no pretender engañarnos, tarde o temprando el juez de la conciencia habla.
ResponderBorrarAbrazos doña,,,,