viernes, 15 de junio de 2012

PRÓLOGO A LIBRO DE HÉCTOR BREA TIÓ

LOS ENIGMAS DE BALAGUER Y HÉCTOR BREA TIÓ
Por Manuel Mora Serrano

Cuando mi viejo y querido amigo el doctor Héctor Brea Tió me dijo que tenía el proyecto de escribir un libro sobre Joaquín Balaguer, en principio pensé que era un capricho pasajero, porque precisamente se trataba más que de una persona, de un personaje con prosapia nacional, con un nicho permanente en nuestra historia y que, más o menos, de una manera o de otra, todos los dominicanos de mi generación para acá, conocíamos su vida y sus avatares.

Eso pasó hace mucho tiempo. Pero como ha ocurrido con las canciones populares, especialmente con La magia del bolero, del cual nuestro autor es un apasionado, al extremo de publicar un libro con ese título, que se ha convertido en un clásico en nuestro medio con las letras de esos ya legendarios poemas musicalizados y con fotos de cantantes y compositores que fue a buscar a México y a Cuba en una peregrinación cultural digna de admiración, él persistió en su idea.

Antes de todo esto, como es natural, Héctor se detuvo cariñosamente sobre su lar nativo, ese Mao legendario, y hasta en la genealogía de su familia, en textos que son citados necesariamente, como hemos visto en su currículo. Empero, este prefacio no tiene que ver con esas preocupaciones suyas sino con el polifacético y realmente enigmático intelectual de Navarrete.

Sin embargo, luego de observar originalmente la profusión del material que había acumulado y su perseverancia en el tema y sus indagaciones y requerimientos, terminamos dándonos cuenta de que el hombre iba en serio.

Personas como quien escribe, que fue amigo personal de su escogido y muchas veces contradictor público, como consta en las hemerotecas del país, quien, en sus últimos mandatos, lo nombrara Asesor Cultural y que fuera, no sólo profesor de Derecho Civil sino padrino de tesis, habíamos creído conocer muchas de las facetas del ilustre personaje.

Ahora cuando al fin tenemos el material completo, ya con el formato de libro, nos damos cuenta de todo lo que revela, no sólo a través de los escritores, periodistas e historiadores que cita, sino por sus propios aportes como médico especialista en la conducta y en el subconsciente humano enriqueciendo nuestro conocimiento del personaje.

Un libro es un todo. Es decir, que para tener una idea cabal de lo que el autor ha querido expresar, hay que leerlo entero, y luego, concluida la lectura, hacer un resumen mental. En este caso, El enigma de Balaguer, como él bien dice en sus Palabras de autor, persiste, porque nunca, nunca, nadie podrá descifrar totalmente aquel ser, extraordinario como gobernante, pero solitario y triste como persona, a pesar de todos sus éxitos y de sus grandes logros.

Los que le conocimos recordamos al profesor que humildemente llegaba con suma puntualidad, a pesar de todas sus obligaciones burocráticas, con su inseparable sombrero de fieltro, su traje cruzado de colores severos, regularmente gris o azul marino, que ponía su Borsalino boca arriba bajo la silla (no quizás por la creencia popular de que se ponen así para que nos entre dinero, sino porque es más fácil limpiar la copa cuando uno se lo va a poner), y sin detener su mirada sobre ninguna de las hermosas mujeres en particular, a pesar de que las había muy interesantes, y muchas veces Minerva Mirabal, que estudiaba un curso menor, venía a escucharlo, y echando a un lado el programa que había estudiado evidentemente, comenzaba a desarrollar los temas citando los textos franceses y los artículos del Código sin que olvidara ni una simple coma, como escuché decir a uno de mis compañeros que seguía el texto francés mientras lo escuchaba cuando hacía las citas.

Se iba solo y venía solo por los pasillos, impasible y silencioso. Como lectores que éramos de Enrique Jardiel Poncela lo veíamos como aquel personaje del genial humorista español en la Tournée de Dios que mostraba al Señor como un burgués cualquiera y nadie le hizo caso. Por la cuestión de la tesis le visitaba para entrevistarlo en su casa de la César Nicolás Penson que no tenía verjas, por lo que se entraba por atrás por la Bolívar. Una sola vez me dejó pasar y pude ver el salón lleno de libros bien encuadernados. Otras veces, aunque me invitaba, luego me despedía cuando alguna fémina interesante le llamaba la atención de un buen grupo de aspirantes a profesoras que cada tarde rodeaban el lugar.

Por una sola vez estuvimos completamente solos en su biblioteca de la Máximo Gómez 25, para hablar de su novela Los Carpinteros que quería que yo le presentara. Esa vez hablamos largo rato, especialmente de literatura y de Haití. Me preguntó qué opinaba del problema domínico-haitiano y le dije lo que siempre he pensado: Que la única solución era que tanto nosotros como Haití nos desarrolláramos, porque ambos países se estaban quedando sin juventudes porque estas emigraban; las nuestras a muchas partes y las haitianas en su mayoría para acá.

Sin embargo, la figura indeleble que tengo de él, es muy otra. Fue durante el trujillato. Balaguer sería, como siempre, el único orador en el Parque Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos. Acudí lleno de admiración juvenil. No recuerdo de qué habló, lo que sí recuerdo es la impresión de desvalido que había en torno a él cuando después de los calurosos aplausos de la multitud lo vi solitario y cabizbajo, como si fuera abrumado de vergüenza por su triunfo como orador. Era la imagen más acabada de un hombre triste lleno de soledad. Nadie más estaba junto a mí; recuerdo que detrás del proscenio había unos árboles, quizás bambúes que me parecieron fantasmas que le echaban los brazos fatigados sobre sus hombros vencidos. Quise felicitarlo. Hablarle. Pero él iba como en medio de una nube. Nunca en mi vida he visto una escena tan conmovedora de soledad. Podría resumir diciendo que Balaguer fue sencillamente, un solitario.

De modo que ese hombre que pasó ya a la historia, que es un habitante de ella para bien o para mal, que dejó huellas perennes en su tierra que nadie podrá disputarles, sigue siendo todavía un gran misterio. Misógino lo llamé en un artículo airado y su respuesta fue nombrar gobernadoras en todo el país; otra vez inicié una campaña diciendo y demostrando que él no hacía nada por la cultura, y su respuesta fue la Plaza de la Cultura. De ese modo contestaba los ataques; atacaba respondiendo materialmente.

Cuando se construía el edificio del Banco Central, alguien le dijo que lo hicieran en otro lugar, pero él se negó. Quería que fuera ahí, para que la gente comparara lo que hizo El Otro y lo que hacía Él.

De mis días en el Palacio Nacional, y de la vez que me llamó a su despacho y departimos, nunca he escrito ni escribiré nada. Y como yo, muchos se han ido al más allá con sus secretos íntimos, y muchos más callarán por respeto a su memoria. De ahí, que con el paso del tiempo, aún con libros como el presente, que desnudan parte de ese secreto, el enigma de Balaguer no hará más que crecer con los años.

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