jueves, 28 de febrero de 2013
CARTA ABIERTA A YENI BERENICE REYNOSO, PROCURADORA FISCAL DEL DISTRITO NACIONAL
¿QUIÉN ES MÁS CULPABLE?
Por Argelia Tejada Yangüela
Doctora en sociología cuantitativa (PhD) y maestría en teología
gelin33@gmail.com
Apreciada Yenice Berenice Reynoso:
Aunque no he tenido el placer de conocerla le escribo por la decisión sin retorno que tendrá que asumir frente a la querella del Dr. Guillermo Moreno para que se investiguen las cuentas del ex -presidente Leonel Fernández y su Fundación Global (FUNGLODE). Si cumple con las investigaciones necesarias para llevar a los corruptos a los tribunales, hará historia. Espero que la oportunidad que la vida le brinda no la deje pasar, por el bien de la nación y por su propio bien. De no hacerlo, le será difícil vivir con la vergüenza de la cobardía y la dignidad en entredicho.
Permítame comunicarle algunas vivencias del ejercicio del poder durante la dictadura Trujillista. Pueden serle útiles ante las presiones políticas y quizás amenazas que recibirá. El contexto Trujillista es apropiado porque el escenario actual nunca había sido tan parecido a la época de control totalitario que hundió a la nación por 31 años.
De hecho, solamente se le pide que cumpla lo que se espera de cada juez o jueza en cualquier país del mundo. La dificultad estriba en que en República Dominicana para cumplir con el deber es necesario nadar contra la corriente. El ¡Basta Ya! de Guillermo Moreno, nos recuerda aquel ¡Basta Ya! al finalizar la tiranía que convirtió la nación en la finca privada de una familia. En el presente, el fantasma de Trujillo resucita para convertirla en propiedad de una élite política.
No sé si tiene hijos, pero piense en el legado que les dejará y el ejemplo que quiere ser para ellos. Los momentos en que confrontamos situaciones extremas y no actuamos íntegramente, permanecen fijos en la memoria y se convierten en torturadores capaces de llevar a algunos a la locura y a otros a las drogas. Pero esos momentos pueden ser joyas que nos moldean si sabemos actuar con honorabilidad.
Yo no he olvidado jamás la actitud de mi padre cuando miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) incendiaron nuestra vivienda mientras dormíamos. Taladraron un agujero entre las dos paredes de madera del frente de nuestra residencia en San Francisco de Macorís, rociaron el interior con gasolina y le prendieron fuego. Las llamas subían por dentro de las dos paredes, y el calor sofocante despertó a mi hermano Miguel en cuya habitación se inició el fuego. Tenía poco tiempo de haber sido liberado de las torturas en las cárceles de Trujillo.
Su grito me despertó y pude ver las llamas rugiendo entre las ranuras de la pared del techo. En seguida escuché la voz de mi padre que nos alertaba: ¡Vístanse rápido y salgan! ¡No saquen NADA de la casa! ¡No les vamos a dar el gusto de vernos correr por salvar nuestras cosas! A pesar de que nunca vi a mi padre con una palabra descompuesta y siempre nos trató con amor y respeto, nunca estuve tan orgullosa de él como en ese momento. Entendí su mensaje en mi cerebro de niña: mantenernos dignos, no importa la situación.
Salimos vestidos, con las manos vacías, ante un concurrido vecindario que nos esperaba en la calzada de enfrente en ropa de cama.
En otras dos ocasiones fui testigo de lo que sucede cuando se pierde la dignidad y cuando se arriesga la vida para no perderla. En ambos casos, al interior de un Palacio de Justicia.
En 1960, Trujillo decidió abrir juicios para condenar a prisión a los hombres del Movimiento Revolucionario 14 de Junio [1]; en situación de cautiverio en La Victoria después de ser torturados en la Cuarenta. En ese momento, las mujeres encarceladas habían sido liberadas, entre ellas mi hermana Dulce. El día del juicio, los familiares llenamos el estrecho espacio al interior del Palacio de Justicia. Entre los sentenciados estaban Manolo Tavárez Justo y Leandro Guzmán, los esposos de Minerva y María Teresa Mirabal; mi cuñado Luis (Niño) Álvarez, mi hermano Miguel Tejada, y creo que nuestro querido amigo Abel Fernández Sumó; entre otros que no recuerdo bien.
Nos encontrábamos de pie, apiñados en el estrecho recinto, y con la ansiedad creada por la incertidumbre de las sentencias. Con la vista seguíamos los gestos de los jueces vestidos con togas negras y de cuyos labios salían palabras que nadie oía, conscientes de la falsedad del teatro que representaban. Solo esperábamos la sentencia, que nos llegaba pre-fabricada del Palacio Nacional.
Reconocí por lo menos uno de los jueces, oriundo de mi pueblo. Aún recuerdo mi sorpresa al verlo y mis pensamientos. Intentaba comprender como una persona que yo creía decente se prestaba a mentir y ejecutar la sentencia emitida por un vulgar asesino que había capturado la nación. En eso distinguí y escuché la sentencia, ¡condenados a 20 años de prisión! De inmediato, la voz de Minerva Mirabal llenó el espacio, quien apretujada a mi lado, no perdió un segundo para entonar a todo pulmón y de manera irreverente y sin disculpas las palabras del Himno Nacional.
Todos la seguimos, vocalizando las palabras que nos unían y nos saturaban de energía en ese momento de impotencia; sin dejar de observar las figuras de los jueces frente a nosotros, de pie, cabizbajos, y avergonzados. Salimos de la sala con la cabeza erguida, orgullosas de nuestra causa, mientras los jueces se escudriñaban en silencio, evitando mirarnos a la cara.
En mayo de 1961, unos días antes del ajusticiamiento del tirano y días después del incendio de nuestra vivienda, mi padre, el cirujano Antonio Tejada Guzmán, fue encarcelado en la Fortaleza de San Francisco de Macorís, acusado de ser el autor del incendio con el cual el SIM intentó quemarnos vivos. No recuerdo el tiempo exacto de su cautiverio pero de forma inesperada, personas llegaron a la casa para avisarnos que lo habían sacado de la Fortaleza y guardias armados lo llevaban al Palacio de Justicia para ser juzgado.
A pesar de nuestro esfuerzo llegamos al Palacio de Justicia al finalizar el Juicio. Esta vez no hubo teatro y el juicio fue breve, extremadamente breve. Su acción no necesitaba ser escondida con montañas de palabras. El Juez Antonio de Jesús Pichardo recibió órdenes de sentenciar a mi padre a 20 años de prisión. De manera ejemplar, este juez trazó un camino no trillado y ¡DESOBEDECIÓ LA ORDEN! Halló a mi padre ¡NO CULPABLE!
Le había salvado la vida y arriesgó la suya para actuar con integridad. ¡Cuánta alegría! ¡Cuánto heroísmo! ¡Cuánta gratitud al pueblo que días antes buscó el camión de bomberos y apagó el incendio antes de que la casa se derrumbara! ¡Estos son los jueces que necesitamos promover! ¡Estos son los ejemplos que deben de elevarse en nuestras escuelas! ¡Estos son la clase de jueces que deben estar al frente de nuestras Altas Cortes!
Señora Yenice Berenice, me despido con el deseo de que los sufrimientos, la impotencia y la heroicidad del pasado la animen a continuar forjando este proyecto de nación que llamamos República Dominicana, y a evitar que Leonel Fernández tenga impunidad y siga avanzando su proyecto dictatorial. En sus manos está el poder de la justicia. No deje que desde FUNGLODE le dicten qué decir y qué hacer. No deje que ninguna familia, ninguna corporación, ninguna banda de delincuentes, y ningún ex presidente sean los que por su boca dicten las sentencias. Quiero dejarla con una pregunta: ¿quién es más culpable, el juez que por miedo condena a un inocente, o el que pudiendo parar el despotismo no lo hace y se confabula con la impunidad?
Atentamente,
Argelia Tejada Yangüela
Por Argelia Tejada Yangüela
Doctora en sociología cuantitativa (PhD) y maestría en teología
gelin33@gmail.com
Apreciada Yenice Berenice Reynoso:
Aunque no he tenido el placer de conocerla le escribo por la decisión sin retorno que tendrá que asumir frente a la querella del Dr. Guillermo Moreno para que se investiguen las cuentas del ex -presidente Leonel Fernández y su Fundación Global (FUNGLODE). Si cumple con las investigaciones necesarias para llevar a los corruptos a los tribunales, hará historia. Espero que la oportunidad que la vida le brinda no la deje pasar, por el bien de la nación y por su propio bien. De no hacerlo, le será difícil vivir con la vergüenza de la cobardía y la dignidad en entredicho.
Permítame comunicarle algunas vivencias del ejercicio del poder durante la dictadura Trujillista. Pueden serle útiles ante las presiones políticas y quizás amenazas que recibirá. El contexto Trujillista es apropiado porque el escenario actual nunca había sido tan parecido a la época de control totalitario que hundió a la nación por 31 años.
De hecho, solamente se le pide que cumpla lo que se espera de cada juez o jueza en cualquier país del mundo. La dificultad estriba en que en República Dominicana para cumplir con el deber es necesario nadar contra la corriente. El ¡Basta Ya! de Guillermo Moreno, nos recuerda aquel ¡Basta Ya! al finalizar la tiranía que convirtió la nación en la finca privada de una familia. En el presente, el fantasma de Trujillo resucita para convertirla en propiedad de una élite política.
No sé si tiene hijos, pero piense en el legado que les dejará y el ejemplo que quiere ser para ellos. Los momentos en que confrontamos situaciones extremas y no actuamos íntegramente, permanecen fijos en la memoria y se convierten en torturadores capaces de llevar a algunos a la locura y a otros a las drogas. Pero esos momentos pueden ser joyas que nos moldean si sabemos actuar con honorabilidad.
Yo no he olvidado jamás la actitud de mi padre cuando miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) incendiaron nuestra vivienda mientras dormíamos. Taladraron un agujero entre las dos paredes de madera del frente de nuestra residencia en San Francisco de Macorís, rociaron el interior con gasolina y le prendieron fuego. Las llamas subían por dentro de las dos paredes, y el calor sofocante despertó a mi hermano Miguel en cuya habitación se inició el fuego. Tenía poco tiempo de haber sido liberado de las torturas en las cárceles de Trujillo.
Su grito me despertó y pude ver las llamas rugiendo entre las ranuras de la pared del techo. En seguida escuché la voz de mi padre que nos alertaba: ¡Vístanse rápido y salgan! ¡No saquen NADA de la casa! ¡No les vamos a dar el gusto de vernos correr por salvar nuestras cosas! A pesar de que nunca vi a mi padre con una palabra descompuesta y siempre nos trató con amor y respeto, nunca estuve tan orgullosa de él como en ese momento. Entendí su mensaje en mi cerebro de niña: mantenernos dignos, no importa la situación.
Salimos vestidos, con las manos vacías, ante un concurrido vecindario que nos esperaba en la calzada de enfrente en ropa de cama.
En otras dos ocasiones fui testigo de lo que sucede cuando se pierde la dignidad y cuando se arriesga la vida para no perderla. En ambos casos, al interior de un Palacio de Justicia.
En 1960, Trujillo decidió abrir juicios para condenar a prisión a los hombres del Movimiento Revolucionario 14 de Junio [1]; en situación de cautiverio en La Victoria después de ser torturados en la Cuarenta. En ese momento, las mujeres encarceladas habían sido liberadas, entre ellas mi hermana Dulce. El día del juicio, los familiares llenamos el estrecho espacio al interior del Palacio de Justicia. Entre los sentenciados estaban Manolo Tavárez Justo y Leandro Guzmán, los esposos de Minerva y María Teresa Mirabal; mi cuñado Luis (Niño) Álvarez, mi hermano Miguel Tejada, y creo que nuestro querido amigo Abel Fernández Sumó; entre otros que no recuerdo bien.
Nos encontrábamos de pie, apiñados en el estrecho recinto, y con la ansiedad creada por la incertidumbre de las sentencias. Con la vista seguíamos los gestos de los jueces vestidos con togas negras y de cuyos labios salían palabras que nadie oía, conscientes de la falsedad del teatro que representaban. Solo esperábamos la sentencia, que nos llegaba pre-fabricada del Palacio Nacional.
Reconocí por lo menos uno de los jueces, oriundo de mi pueblo. Aún recuerdo mi sorpresa al verlo y mis pensamientos. Intentaba comprender como una persona que yo creía decente se prestaba a mentir y ejecutar la sentencia emitida por un vulgar asesino que había capturado la nación. En eso distinguí y escuché la sentencia, ¡condenados a 20 años de prisión! De inmediato, la voz de Minerva Mirabal llenó el espacio, quien apretujada a mi lado, no perdió un segundo para entonar a todo pulmón y de manera irreverente y sin disculpas las palabras del Himno Nacional.
Todos la seguimos, vocalizando las palabras que nos unían y nos saturaban de energía en ese momento de impotencia; sin dejar de observar las figuras de los jueces frente a nosotros, de pie, cabizbajos, y avergonzados. Salimos de la sala con la cabeza erguida, orgullosas de nuestra causa, mientras los jueces se escudriñaban en silencio, evitando mirarnos a la cara.
En mayo de 1961, unos días antes del ajusticiamiento del tirano y días después del incendio de nuestra vivienda, mi padre, el cirujano Antonio Tejada Guzmán, fue encarcelado en la Fortaleza de San Francisco de Macorís, acusado de ser el autor del incendio con el cual el SIM intentó quemarnos vivos. No recuerdo el tiempo exacto de su cautiverio pero de forma inesperada, personas llegaron a la casa para avisarnos que lo habían sacado de la Fortaleza y guardias armados lo llevaban al Palacio de Justicia para ser juzgado.
A pesar de nuestro esfuerzo llegamos al Palacio de Justicia al finalizar el Juicio. Esta vez no hubo teatro y el juicio fue breve, extremadamente breve. Su acción no necesitaba ser escondida con montañas de palabras. El Juez Antonio de Jesús Pichardo recibió órdenes de sentenciar a mi padre a 20 años de prisión. De manera ejemplar, este juez trazó un camino no trillado y ¡DESOBEDECIÓ LA ORDEN! Halló a mi padre ¡NO CULPABLE!
Le había salvado la vida y arriesgó la suya para actuar con integridad. ¡Cuánta alegría! ¡Cuánto heroísmo! ¡Cuánta gratitud al pueblo que días antes buscó el camión de bomberos y apagó el incendio antes de que la casa se derrumbara! ¡Estos son los jueces que necesitamos promover! ¡Estos son los ejemplos que deben de elevarse en nuestras escuelas! ¡Estos son la clase de jueces que deben estar al frente de nuestras Altas Cortes!
Señora Yenice Berenice, me despido con el deseo de que los sufrimientos, la impotencia y la heroicidad del pasado la animen a continuar forjando este proyecto de nación que llamamos República Dominicana, y a evitar que Leonel Fernández tenga impunidad y siga avanzando su proyecto dictatorial. En sus manos está el poder de la justicia. No deje que desde FUNGLODE le dicten qué decir y qué hacer. No deje que ninguna familia, ninguna corporación, ninguna banda de delincuentes, y ningún ex presidente sean los que por su boca dicten las sentencias. Quiero dejarla con una pregunta: ¿quién es más culpable, el juez que por miedo condena a un inocente, o el que pudiendo parar el despotismo no lo hace y se confabula con la impunidad?
Atentamente,
Argelia Tejada Yangüela
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Desearía que esta carta fuera leida por todo aquel que use la toga sean o no cómplices de maquinaciones prejuiciadas.
ResponderBorrarY no solo en la corte ,sino en los distintos Departamentos solventados por el pueblo.
Manito
dios son mujers como estas que nos hacen llorar por nuestra cobardia de no decir las cosas como son a estos personaje de mal aguero que si los dejamos seguiran combirtiendo nuestra patria en lo que tanto costo a los imortales del 14 de junio y otros que cumplieron la tarea de terminal con el tirano sra majistrada pongase del lado correcto johnny cepeda cepeda_juan@hotmail.com
ResponderBorrarVaya, Johnny Cepeda. Bienvenido a MEEC.
ResponderBorrarAbrazos.
Isaías