domingo, 12 de septiembre de 2010
SIETE AÑOS Y UN DOMINGO PARA ANIQUILAR LAS HORAS
Por Augusto Bueno
Tomado de En respuesta a la ausencia
I
Gritaste los números sobre los goznes. Augusto. Hombre de estiércol en los accidentes, nadie inmortaliza las piedras, hierro, puro reciclaje de babas: un pecho ladra botellas de vino, alza el vuelo, susurra he quebrado rumbos, rabias de cruces, bermejos síndromes usurpando las estatuas amándose en el aire. Escribiste el parque, quisiste los tejidos de los campanarios para fijar el enema a través de picotazos de las aves una vez madura la brisa en tus manos. Certificaste los dibujos en tus piadosas uñas de lagarto azul. ¿Qué eclosión bate los quiebres y los sonidos en los bestiarios, la vida y la muerte? Te irás hacia donde los dinosaurios eran imágenes fósiles. Augusto, te acabas de ir por la vista de los comejenes amando salivas; vas así, torpe, cubriéndote el rostro con espejos.
II
Tú armabas las rupturas de las iglesias en tiempo del cólera,
dijiste de los patricios la fantasía de las modas y otros especímenes.
Inventaste los alcaloides, asumiste presencia en los semáforos
de la tarde sin importarte las caras que miraban tu desnudez de ella
en oficinas y pasillos de hospitales cuando se perdía la confianza
del poema en el asfalto y las ventanas. Ella y tú dejaron de creer
en los astros, en la economía de Ares y las lenguas de los reptiles.
Ven Augusto, escucha el llamado, parte hacia fronteras a encontrar
tus muertos. Apenas mirará tus ojos en el café y el postre,
en el obsequio del amor maldito, en aquellas sombras del arte.
Aquí el amarillo y el rojo existen en transacciones de sonámbulos,
en espacios minimalistas por aparatos y estaciones de guagua.
Augusto, hijo del homicidio. Las parteras acunan los planetas
que hoy se desprenden incalculables y tú sueñas por el agua.
III
Te duelen las retinas al nadar por el viento. Una hendidura en la voz aclara. Debes por necesidad contrarrestar los astronautas que tientan y al platonismo que te deja yagas vivas. Existo en tus profundas córneas. Ha habido ruptura, desconciertos, reír por las pérdidas. Es domingo y llueve bocarriba. Jamás entendiste la tristeza del domingo bajo el quiosco y las almendras; nunca supiste ir, llegar desde Leda, siempre te esperaba con sus senos encogidos, tanto temor, tanta soberbia. Va tu figura de hombre a desintegrarse en el cisne, en sus utopías de mujer. Era un domingo, llovía bocabajo. Tampoco comprendiste la apatía por encima de tus miradas; poco a poco las acrobacias de tus dedos dejaron el sexo semicerrado; dormiste en resaca de óvulos, en el olor de la luz oscura. Te duelen los huesos de tanto ser lagarto, de tanto ser dios.
Tomado de En respuesta a la ausencia
I
Gritaste los números sobre los goznes. Augusto. Hombre de estiércol en los accidentes, nadie inmortaliza las piedras, hierro, puro reciclaje de babas: un pecho ladra botellas de vino, alza el vuelo, susurra he quebrado rumbos, rabias de cruces, bermejos síndromes usurpando las estatuas amándose en el aire. Escribiste el parque, quisiste los tejidos de los campanarios para fijar el enema a través de picotazos de las aves una vez madura la brisa en tus manos. Certificaste los dibujos en tus piadosas uñas de lagarto azul. ¿Qué eclosión bate los quiebres y los sonidos en los bestiarios, la vida y la muerte? Te irás hacia donde los dinosaurios eran imágenes fósiles. Augusto, te acabas de ir por la vista de los comejenes amando salivas; vas así, torpe, cubriéndote el rostro con espejos.
II
Tú armabas las rupturas de las iglesias en tiempo del cólera,
dijiste de los patricios la fantasía de las modas y otros especímenes.
Inventaste los alcaloides, asumiste presencia en los semáforos
de la tarde sin importarte las caras que miraban tu desnudez de ella
en oficinas y pasillos de hospitales cuando se perdía la confianza
del poema en el asfalto y las ventanas. Ella y tú dejaron de creer
en los astros, en la economía de Ares y las lenguas de los reptiles.
Ven Augusto, escucha el llamado, parte hacia fronteras a encontrar
tus muertos. Apenas mirará tus ojos en el café y el postre,
en el obsequio del amor maldito, en aquellas sombras del arte.
Aquí el amarillo y el rojo existen en transacciones de sonámbulos,
en espacios minimalistas por aparatos y estaciones de guagua.
Augusto, hijo del homicidio. Las parteras acunan los planetas
que hoy se desprenden incalculables y tú sueñas por el agua.
III
Te duelen las retinas al nadar por el viento. Una hendidura en la voz aclara. Debes por necesidad contrarrestar los astronautas que tientan y al platonismo que te deja yagas vivas. Existo en tus profundas córneas. Ha habido ruptura, desconciertos, reír por las pérdidas. Es domingo y llueve bocarriba. Jamás entendiste la tristeza del domingo bajo el quiosco y las almendras; nunca supiste ir, llegar desde Leda, siempre te esperaba con sus senos encogidos, tanto temor, tanta soberbia. Va tu figura de hombre a desintegrarse en el cisne, en sus utopías de mujer. Era un domingo, llovía bocabajo. Tampoco comprendiste la apatía por encima de tus miradas; poco a poco las acrobacias de tus dedos dejaron el sexo semicerrado; dormiste en resaca de óvulos, en el olor de la luz oscura. Te duelen los huesos de tanto ser lagarto, de tanto ser dios.
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