domingo, 7 de febrero de 2010
Luis... ¡tú pitarás!
Cosas de Mao
Por Isaías Ferreira
Desde que conozco a Luis Disla, ha sido con un pito colgado al cuello... el hombre es un verdadero apasionado de la educación física; y así como los jugadores de pelota hablábamos de guantes McGregor o Wilson y bates Adirondack, y los basketbolistas hablaban de tenis Converse, Luis hablaba de marcas de pitos…
Pitín Amaro era uno de los jóvenes campechanos del pueblo. Trabajaba en la ferretería Amaro-Peña, donde hoy está el Supermercado Morel, y era muy querido y popular.
Viajar al extranjero a principio de los años de 1960, no era común. Si podía usted darse ese lujo, seguro que sus amigos y familiares lo celebrarían.
Se riega la voz entre sus conocidos que Pitín va para Miami. Y comienzan estos a acercarse a éste para hacerle encargos, los que él anotaba minuciosamente en una libreta. Muchos encargos para Pitín, pero nada de dinero, excepto Luis que por supuesto le encargó un pito y le dio los 75 centavos que costaba.
En la víspera del viaje se juntaron sus amigos a hacerle una despedida y Pitín sacó su lista de encargos y la leyó con sus respectivos nombres, sin expresar si traería la mercancía o no. Cuando tocó referirse a Luis, lo miró fijamente Pitín y, como sermoneando, se expresó así: “Luis Disla, mi hijo; tu noble corazón y tu alma pura, te hacen merecedor de toda mi estima; gente como tú va al cielo… Amigo Luis, ¡tú pitarás!”.
Por Isaías Ferreira
Desde que conozco a Luis Disla, ha sido con un pito colgado al cuello... el hombre es un verdadero apasionado de la educación física; y así como los jugadores de pelota hablábamos de guantes McGregor o Wilson y bates Adirondack, y los basketbolistas hablaban de tenis Converse, Luis hablaba de marcas de pitos…
Pitín Amaro era uno de los jóvenes campechanos del pueblo. Trabajaba en la ferretería Amaro-Peña, donde hoy está el Supermercado Morel, y era muy querido y popular.
Viajar al extranjero a principio de los años de 1960, no era común. Si podía usted darse ese lujo, seguro que sus amigos y familiares lo celebrarían.
Se riega la voz entre sus conocidos que Pitín va para Miami. Y comienzan estos a acercarse a éste para hacerle encargos, los que él anotaba minuciosamente en una libreta. Muchos encargos para Pitín, pero nada de dinero, excepto Luis que por supuesto le encargó un pito y le dio los 75 centavos que costaba.
En la víspera del viaje se juntaron sus amigos a hacerle una despedida y Pitín sacó su lista de encargos y la leyó con sus respectivos nombres, sin expresar si traería la mercancía o no. Cuando tocó referirse a Luis, lo miró fijamente Pitín y, como sermoneando, se expresó así: “Luis Disla, mi hijo; tu noble corazón y tu alma pura, te hacen merecedor de toda mi estima; gente como tú va al cielo… Amigo Luis, ¡tú pitarás!”.
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