sábado, 20 de febrero de 2010

ENERO DEL 2010: Los 100 Años del Poeta Azuano Héctor J. Díaz

Por Juan Carlos Espinal
Cortesía de Con Punto y Coma

Héctor José Díaz nació en la ciudad de Azua de Compostela el 21 de Enero del año 1910. Locutor, escritor, declamador, trovador y poeta. Estrella que brilló con luz propia en el difícil y escabroso sendero del arte en la República Dominicana.

Desde su infancia en Azua, sus compueblanos oían con deleite, esa oratoria fácil y brillante que brotaba a raudales cual si fuera el Dios Apolo inspirado en el Olimpo.

Aún recuerdan los azuanos octogenarios, a este singular decidor de versos enseñoreado en las ventanas de beldades de su tierra, en la compañía de insignes trovadores hijos de Compostela, entre los cuales puedo citar al inolvidable Armando Pérez Hardy, al que tuve honor de conocer y tratar, al casarse con mi pariente Iluminada Caamaño con quien procreó una hermosa y ejemplar familia.

Héctor J. Díaz durante años, ha sido subestimado por quienes a base de falacias transforman los medios periodísticos, no en las fuentes para obtener informaciones fidedignas y enriquecedoras, sino en vulgares páginas alienantes al servicio de espurios intereses.

El bardo azuano con toda su grandeza, no figura en esas antologías contaminadas ex profeso por manejadores de opinión pública en los asuntos literarios y poéticos.

Apóstatas carentes de principios, claudicantes de vergüenzas que se postran cual lacayos, bajo el manto putrefacto de esa burguesía que reniega aceptar que Héctor J. Díaz no fue poeta por voluntad de las élites, ni se arrastró pedigüeño en busca de limosna.

Fue poeta por elección y voluntad de un pueblo identificado con esa elocuencia viril, con ese arte genuino que generoso regaba por doquier, memorizando sus poemas y cantando sus canciones.

Por encima de las mezquindades de la llamada aristocracia, las figuras de más renombre en el parnaso nacional fueron pródigas al emitir sus consideraciones sobre este genial sureño, romántico y bohemio.

Para Don Héctor Incháustegui y Cabral, fue un poeta fuerte y perdurable, que en parte tenía tinturas de poesía negroide y un ritmo inmejorable, donde prevalecía un estilo limpio, repleto de imágenes claras y llenas de vida.

Don Franklin Mieses Burgos decía de él lo siguiente: “Poseía una personalidad única e inconfundible. La de no imitar a nadie. Razón por la cual, en su verso ágil y sonoro, jamás podremos encontrar el grillete mohoso del esclavo, ni mucho menos la humillante librea de un lacayismo bochornoso. Él era él en él mismo.

Por su parte Don Juan Lockward, el impertérrito Mago de la Media Voz, se pronunciaba de esta forma: Fue antes que nada poeta. Espontáneo, natural y de fácil estro; jovial e ingenioso a quien recuerdo siempre como ente inolvidable y un amigo insustituible.

El Periodista Miguel Ángel Peguero Hijo, fue la excepción al hablar Héctor J. Díaz, fue el último juglar dominicano, un juglar que arropó de amargura sus últimas canciones. Es de entonces que su verso, sencillo o desconsolado, apasionado o candoroso, irónico o tierno, deja escapar sin quererlo un acre aroma fúnebre, como esas rosas solitarias abiertas junto a una tumba.

Parte de su vida, la dedicó a la ingente tarea de impulsar la presentación de artistas en el interior del país, en una nueva faceta de su profunda sensibilidad.

Valiente y osado, amigo sincero a carta cabal. Decía lo que pensaba de frente, no sabía fingir ni mentir. Era cual fenómeno en una sociedad veleidosa.

Falleció en la Ciudad de New York el 30 de Julio del 1950. Sus restos mortales descansan en el Panteón de los artistas en el Cementerio de la Avenida Máximo Gómez de la ciudad capital.

El amigo de siempre, compañero en orgiásticas serenatas; el locutor Alfonso Martínez, realizó la recopilación de sus mejores poesías y las publicó como homenaje póstumo.

LO QUE QUIERO
Héctor J. Díaz

Que nadie me conozca y que nadie me quiera
Que nadie se preocupe de mi triste destino
Quiero ser incansable y eterno peregrino
Que camina sin rumbo porque nada lo espera.

Que no sepan mi vida
Ni yo sepa la ajena
Que ignore todo el mundo
Si soy triste o dichoso.

Quiero ser una gota
En un mar tempestuoso
O en inmenso desierto
Un granito de arena.

Caminar mundo adentro, solo con mis dolores,
Nómada, sin amigos, sin amor, sin anhelos,
Que mi hogar sea el camino y mi techo sea el cielo,
Y mi lecho las hojas de algún árbol sin flor.

Cuando ya tenga polvo de todos los caminos,
Cuando ya esté cansado de luchar con mi suerte,
Me lanzaré en la noche sin lunas de la muerte
De donde no regresan jamás los peregrinos.

Y morir una tarde,
Cuando el sol triste alumbre
Descendiendo un camino
O ascendiendo una cumbre
Pero donde no haya quien me pueda enterrar.

Que mis restos ya polvo los disipen los vientos,
Para que cuando ella sienta remordimientos
No se encuentre mi tumba,
Ni me pueda rezar.

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