lunes, 22 de febrero de 2010

La independencia dominicana (¿ ?)

Por Isaías Ferreira Medina

Este 27 de febrero, como otros anteriores, muchos dominicanos, dondequiera que estemos, elevaremos con respeto nuestras frentes a las alturas, henchido el pecho por el orgullo patrio, para conmemorar un aniversario más de nuestra independencia, gestada en 1844.

Las ofrendas florales a los padres de la patria abundarán a lo largo y ancho de la República y dondequiera que haya una estatua o busto de los héroes de la lucha independentista; se izará nuestra bandera tricolor y se entonará el Himno Nacional Dominicano en miles de salas alrededor del mundo y se escucharán las voces emocionadas que discurso tras discurso expondrán las virtudes de los prohombres que sacrificaron todo para legarnos a nosotros la patria.

Y habrá satisfacción en los rostros de los organizadores. Lo cual está bien y es loable.

Lo irónico es que la mayoría de nosotros, incluyendo a los organizadores, acabado el acto, guardaremos nuestro patriotismo en el closet, como si fuera un traje que nos ponemos y quitamos según lo exija la ocasión, hasta la próxima vez que debamos exhibirlo en público. Y nos contentaremos con ser “orgullosamente dominicano” y con citar algunas “frases hechas” de por qué ese orgullo. Mientras, volveremos a la rutina diaria y muchos de nosotros a practicar una vida que en esencia podría ser la antítesis, la negación, de la de nuestros ilustres patricios; volveremos a vivir una vida en consonancia con los vicios y lacras que en su tiempo ellos, o quienes después enarbolaran su bandera de lucha, combatieron. Lo cual, si ellos vivieran, de seguro que también combatirían.

En ese sentido, de enemigos de Duarte está llena la República Dominicana.

Y he ahí nuestra gran falta y lo que todo dominicano consciente debe rechazar. Mientras que en nuestras conciencias las luchas independentistas y restauradoras sean una cosa del pasado, algo muerto, patriotismo “rancio” y “romántico”, como dicen muchos, y no un ideal viviente, que necesita ser atizado constantemente no sólo con ideas, sino con hechos, la celebración de nuestra independencia será un simple ejercicio en el vacío, inconsecuente, que hacemos mecánicamente para calmar nuestras conciencias, y para darnos una falsa satisfacción de legitimidad.

De ninguna manera me opongo ni miro con desdén los homenajes a nuestros héroes. ¡No! Lo que propongo es que no sea éste sólo un evento anual, de un día, en el que se dicen discursos bonitos, sino labor diaria en que nos esforcemos por comprender y difundir el gesto de los Trinitarios, en que analicemos el verdadero significado de sus sacrificios y nos dediquemos a imitarlos, para actuar en consonancia.

Es escoger no ser corruptos, aun se nos presente la oportunidad; es no vender nuestras conciencias; es verdaderamente servir a la patria antes que a sí mismo; es escoger la justicia social por encima de todo; es denunciar con valentía todo lo que sea contrario al desarrollo de la patria como la concibiera Juan Pablo Duarte y los que como él lucharon para preservarla, dispuestos a morir en el intento.

Ser Duartiano, es imitarlo; no es menos que esforzarnos por ser mejores seres humanos, a la altura de la enseñanza y el ejemplo que nos diera Duarte al sacrificar todo en nombre de la causa en la que creyó con firmeza. Muchos de nosotros somos una contradicción andante que trafica con influencias mientras recita las frases filosóficas de Duarte. ¿Hay coherencia?

Reconozco que son otros tiempos, pero como República no hemos superado aún las causas que dieron lugar a las inmolaciones de nuestros héroes llámese éste Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Tavárez Justo, Caamaño, o lleve uno de los nombres de tantos otros que creyeron en una República mejor. Sólo miremos a nuestro derredor para comprobar que están ahí vigentes, entre otras, la miseria, la falta de instituciones confiables, la falta de justicia, las tremendas desigualdades sociales, la corrupción burlona y criminal, el rampante clientelismo político y la tiranía solapada del pudiente. Ni siquiera soberanos somos.

Además, la integridad, ser justos, honrados y abrazar la ética en todos nuestros intercambios sociales, nunca pasa de moda. Lo demás es pura bazofia injustificable.

Aspirar a algo menos que a mejorar la patria, si es posible con fuego, como la soñaron los hombres y mujeres que se sacrificaron en aras de nuestra libertad, es un simple ejercicio en futilidad e hipocresía. Mientras el día de la patria no sea un continuo acontecimiento de superación social que nos acerque a lo que soñaron nuestros patricios, nos seguiremos engañando en creer que con un acto anual honramos sus memorias.

Saludamos con orgullo, y endeudados, el sacrificio de nuestros héroes. Pero es preciso comprender que Duarte, Sánchez y Mella no son seres mitológicos y de leyenda, sino que fueron hombres de carne y hueso, y que más que plasmar simbólicamente su nombre en una calle, un municipio, un puente, o el retrato en el billete monetario devaluado, debemos honrarlos siendo combativos e imitarlos como lo que fueron: conspiradores conscientes, sin temor a ser perseguidos y expatriados, siendo enemigos del status quo, al cual procedieron a cambiar con sinceridad, sacrificando por ello sus vidas.

Debemos la condición de dominicanos a Duarte, Sánchez, Mella y Luperón. Ojalá y en esta oportunidad y las que sigan escudriñemos con profundidad nuestras conciencias y sea el resultado una decisión firme de cambiar el status quo como ellos lo hicieron. Sería la mejor manera de honrar a quienes tanto nos han legado. Presentarles algo de menor valía, es pagarles con moneda falsa.

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