jueves, 25 de febrero de 2010
Conociendo a Haití en una situación especial
“En tiempos difíciles es cuando conocemos a nuestros amigos”
Por Dayanara Reyes
Luego de un mes de acontecido el terremoto en nuestro hermano país de Haití, un grupo de amigos y compañeros de trabajo, de la mano de Productores Bananeros de Comercio Justo en República Dominicana, acordamos llevar raciones alimenticias a un grupo específico afectado allí.
Días previos a nuestro viaje, las fechas no encajaban, había demora en las compras y en el viaje, una de las gomas delanteras del furgón que llevaba la donación estalló… En esos días y durante el trayecto me preguntaba: ¿Será que debemos cancelar este viaje?, ¿Si todo esto ha acontecido aquí, qué nos esperará allá?
De camino, muchos teníamos la expectativa de que la entrada a dicho país iba a ser difícil, traumática… Justo a unos pocos kilómetros de haber entrado a Haití, nos detuvimos a comer algunas picaderas que llevábamos para poder tener energía para lo que nos esperaba y Carlos, quien nos acompañó y además fue nuestro conductor durante todo el trayecto, se sorprendió al ver a un grupo de haitianos que se detuvo al vernos, pues pensaban que teníamos alguna dificultad con el vehículo y venían a socorrernos… En ese momento hicimos una pequeña reflexión: “Siempre se piensa que los haitianos son personas sin sentimientos, que piensan para sí mismos”. Esa primera acción nos demostraba que existe una mala imagen de su país y de sus personas.
Cuando finalmente llegamos a nuestro punto para descargar las donaciones, un haitiano, notablemente emocionado y al que se le percibía que pertenecía a una clase social alta (En Haití solo hay dos clases sociales: muy alta y muy baja) se detuvo al ver el furgón y dijo: “Gracias por toda la ayuda que han traído desde República Dominicana; eso nos demuestra que somos hermanos”. Una segunda lección que nos demostraba y reconfirmaba que existe un mal concepto de los hijos de esa nación.
Mientras se descargaba la mercancía, procedimos a realizar un “tour” por la ciudad con la finalidad de ver cómo realmente había quedado ésta y el impacto que había producido el terremoto entre sus habitantes… Las imágenes fueron devastadoras: oficinas públicas totalmente disfuncionales, destruidas; los sobrevivientes ubicados en los distintos parques, en las áreas verdes con baños públicos, donde se ven las ropas, las casas de campañas, las pocas donaciones que han recibido… En ese instante se veía cómo niños, adultos y ancianos se entremezclaban y nosotros pensábamos en todas las enfermedades que podrían brotar y contagiar a todos, pero ni nosotros, ni ellos en este instante podíamos hacer nada. Observar esto nos causaba cierta impotencia.
Seguimos nuestro recorrido y nos encontramos con un señor ciego, frente a la Catedral, la cual quedó parcialmente afectada, pero impresionaba el Cristo en la cruz intacto… ese señor, nos conmovió, pues sin ver, narraba en su canción y con su guitarra lo acontecido allí, como si hubiese visto todo… las muertes, las destrucciones, los niños llorando…
De todo lo vivido durante esos tres días, el gran mensaje que nos dejó uno de nuestros hermanos haitianos fue: “Muchos haitianos se han ido de nuestro país, sin embargo necesitamos haitianos que tomen la firme decisión de quedarse aquí para reconstruir nuestro país”. Su entrega, patriotismo, fortaleza y amor a los suyos para levantarse, a pesar de esta gran caída, me contagió y al regresar, cuando me preguntaban cómo había regresado, y todos suponían que iba a decir deprimida, mi respuesta era: “Con mucha fortaleza”.
Durante el recorrido, con las emociones de aquel 12 de enero aún intactas, Jean Marc, quien fungió como guía nuestro nos contó cómo sobrevivió junto a sus dos hijos de 6 y 3 años: “Estábamos en casa de mi hermana, anteriormente había estado en otros temblores de tierra, pero cuando vi que el temblor seguía, que no se detenía y era con mucha más intensidad, veía la casa agrietarse, entonces salí con mis hijos corriendo, hasta llegar a mi casa. Durante ese trayecto vimos, tantos mis pequeños hijos como yo, cómo casas caían, cómo personas morían, cómo caían piedras encima de las personas y sus tripas salían. Lo más traumático y conmovedor de ese trayecto fue cuando mi hijo de seis años me dijo: -Papi, ya sé cuando la gente dice que el mundo se está acabando-”.
A nuestro regreso redefinimos nuestro viaje como: “Amistad, solidaridad y Comercio Justo”.
Por Dayanara Reyes
Luego de un mes de acontecido el terremoto en nuestro hermano país de Haití, un grupo de amigos y compañeros de trabajo, de la mano de Productores Bananeros de Comercio Justo en República Dominicana, acordamos llevar raciones alimenticias a un grupo específico afectado allí.
Días previos a nuestro viaje, las fechas no encajaban, había demora en las compras y en el viaje, una de las gomas delanteras del furgón que llevaba la donación estalló… En esos días y durante el trayecto me preguntaba: ¿Será que debemos cancelar este viaje?, ¿Si todo esto ha acontecido aquí, qué nos esperará allá?
De camino, muchos teníamos la expectativa de que la entrada a dicho país iba a ser difícil, traumática… Justo a unos pocos kilómetros de haber entrado a Haití, nos detuvimos a comer algunas picaderas que llevábamos para poder tener energía para lo que nos esperaba y Carlos, quien nos acompañó y además fue nuestro conductor durante todo el trayecto, se sorprendió al ver a un grupo de haitianos que se detuvo al vernos, pues pensaban que teníamos alguna dificultad con el vehículo y venían a socorrernos… En ese momento hicimos una pequeña reflexión: “Siempre se piensa que los haitianos son personas sin sentimientos, que piensan para sí mismos”. Esa primera acción nos demostraba que existe una mala imagen de su país y de sus personas.
Cuando finalmente llegamos a nuestro punto para descargar las donaciones, un haitiano, notablemente emocionado y al que se le percibía que pertenecía a una clase social alta (En Haití solo hay dos clases sociales: muy alta y muy baja) se detuvo al ver el furgón y dijo: “Gracias por toda la ayuda que han traído desde República Dominicana; eso nos demuestra que somos hermanos”. Una segunda lección que nos demostraba y reconfirmaba que existe un mal concepto de los hijos de esa nación.
Mientras se descargaba la mercancía, procedimos a realizar un “tour” por la ciudad con la finalidad de ver cómo realmente había quedado ésta y el impacto que había producido el terremoto entre sus habitantes… Las imágenes fueron devastadoras: oficinas públicas totalmente disfuncionales, destruidas; los sobrevivientes ubicados en los distintos parques, en las áreas verdes con baños públicos, donde se ven las ropas, las casas de campañas, las pocas donaciones que han recibido… En ese instante se veía cómo niños, adultos y ancianos se entremezclaban y nosotros pensábamos en todas las enfermedades que podrían brotar y contagiar a todos, pero ni nosotros, ni ellos en este instante podíamos hacer nada. Observar esto nos causaba cierta impotencia.
Seguimos nuestro recorrido y nos encontramos con un señor ciego, frente a la Catedral, la cual quedó parcialmente afectada, pero impresionaba el Cristo en la cruz intacto… ese señor, nos conmovió, pues sin ver, narraba en su canción y con su guitarra lo acontecido allí, como si hubiese visto todo… las muertes, las destrucciones, los niños llorando…
De todo lo vivido durante esos tres días, el gran mensaje que nos dejó uno de nuestros hermanos haitianos fue: “Muchos haitianos se han ido de nuestro país, sin embargo necesitamos haitianos que tomen la firme decisión de quedarse aquí para reconstruir nuestro país”. Su entrega, patriotismo, fortaleza y amor a los suyos para levantarse, a pesar de esta gran caída, me contagió y al regresar, cuando me preguntaban cómo había regresado, y todos suponían que iba a decir deprimida, mi respuesta era: “Con mucha fortaleza”.
Durante el recorrido, con las emociones de aquel 12 de enero aún intactas, Jean Marc, quien fungió como guía nuestro nos contó cómo sobrevivió junto a sus dos hijos de 6 y 3 años: “Estábamos en casa de mi hermana, anteriormente había estado en otros temblores de tierra, pero cuando vi que el temblor seguía, que no se detenía y era con mucha más intensidad, veía la casa agrietarse, entonces salí con mis hijos corriendo, hasta llegar a mi casa. Durante ese trayecto vimos, tantos mis pequeños hijos como yo, cómo casas caían, cómo personas morían, cómo caían piedras encima de las personas y sus tripas salían. Lo más traumático y conmovedor de ese trayecto fue cuando mi hijo de seis años me dijo: -Papi, ya sé cuando la gente dice que el mundo se está acabando-”.
A nuestro regreso redefinimos nuestro viaje como: “Amistad, solidaridad y Comercio Justo”.
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Cuando veo, leo, escucho a nuestra gente joven involucrada en estas acciones caritativas, de entrega total, de vocación de servicio sin límites, y con el entusiasmo que lo hacen, llego a la conclusión de que NO TODO ESTÁ PERDIDO.
ResponderBorrarMis felicitaciones a Dayanara y todos los componentes del grupo que realizó el viaje "Amistad, Solidaridad y Comercio Justo".
Fernan Ferreira.
Muchas gracias Fernan!!!
ResponderBorrarMe motivas a seguir escribiendo, a continuar expresándome y a compartirlo con ustedes.
Pronto veras más artículos míos, pues he descubierto que es una de mis grandes pasiones.
Abrazos y mantenemos el contacto...!
De acuerdo con Fernan....es un motivo de orgullo ver nuestra juventud al frente de tan angustiante situación solo por amor a su prójimo. Veo en Dayanara a la cabeza un equipo de grandes guerreros donde sus ambiciones no soy la riqueza ni las posiciones. Solo el amor y dedicación por su apostolado los mueve. Felicidades Dayanara y todo tu equipo de bravos jóvenes.
ResponderBorrarJuan Colon
Gracias Juan por su comentario!!
ResponderBorrarPor alguna razón no había visto su nota...
Me energizan sus palabras, gracias por ellas!!!