viernes, 27 de noviembre de 2009
El "Cachucito"
Cosas de Mao
Por Isaías Medina Ferreira
No sé si era porque en muchos de esos sitios de trabajo existían atracciones que para nosotros eran prohibidas, lo cierto es que mis hermanos y yo, y nuestros amigos, veíamos a los mecánicos, a los zapateros, a los sastres y a los barberos, sobre todo, casi como leyendas.
En las zapaterías, las barberías y las sastrerías casi siempre se jugaba damas, dómino o parché, juegos que nos gustaban mucho a nosotros. Por eso sabíamos los nombres de todos esos artesanos y no era raro que nos desviáramos de un "mandado" y fuéramos a parar a uno de esos establecimientos para ver a los "expertos" jugar.
Quizá por su actitud de “qué-me-importa-a-mi”, creo que ninguno de esos grupos ejercía más atractivo para nosotros que los mecánicos. Estos andaban en vehículos sin capotas, generalmente “jeeps” o camionetas que a veces no tenían puertas o bonetes, y hacían muchísimo ruido. Los mecánicos bebían como pejes, peleaban, andaban sucios y eso como que nos atraía.
Como en Mao había operado la Grenada Company, había muchos mecánicos calificados; algunos habían aprendido su oficio en dicha compañía, pero la mayoría eran empíricos. Nombres como los de Andrés Liranzo, Viejito, Cory, Cotty, y Joselito, eran legendarios en el pueblo.
Ser aprendiz de uno de esos talleres era casi un privilegio, si el muchacho tenía el estómago para aguantar los relajos y los abusos que provenían de los miembros más experimentados del grupo. El aprendiz era un"muchacho 'e mandao", pero estaba en buen camino si el maestro lo invitaba a que fuera con él a alguna diligencia fuera de Mao.
Una vez uno de esos aprendices fue llevado por uno de los maestros a la capital y se pararon en Bonao a comer. El maestro pide plátanos fritos con carnes y así hace también el aprendiz. Cuando le traen la comida, lo primero que hace el maestro es rociar los tostones con “cachú”, con tanta abundancia que acabó el contenido de la botella. El maestro, al ver que no quedaba cachú para el aprendiz, le pasa el Tabasco y le dice que le eche del “cachucito” ese, a lo cual accedió con abundancia el subordinado. Una mordida a uno de los tostones bastó para que le salieran los lagrimones y se le hinchara el hocico al pobre muchacho, mientras el maestro se meaba de la risa… ¡qué gracia!
Por Isaías Medina Ferreira
No sé si era porque en muchos de esos sitios de trabajo existían atracciones que para nosotros eran prohibidas, lo cierto es que mis hermanos y yo, y nuestros amigos, veíamos a los mecánicos, a los zapateros, a los sastres y a los barberos, sobre todo, casi como leyendas.
En las zapaterías, las barberías y las sastrerías casi siempre se jugaba damas, dómino o parché, juegos que nos gustaban mucho a nosotros. Por eso sabíamos los nombres de todos esos artesanos y no era raro que nos desviáramos de un "mandado" y fuéramos a parar a uno de esos establecimientos para ver a los "expertos" jugar.
Quizá por su actitud de “qué-me-importa-a-mi”, creo que ninguno de esos grupos ejercía más atractivo para nosotros que los mecánicos. Estos andaban en vehículos sin capotas, generalmente “jeeps” o camionetas que a veces no tenían puertas o bonetes, y hacían muchísimo ruido. Los mecánicos bebían como pejes, peleaban, andaban sucios y eso como que nos atraía.
Como en Mao había operado la Grenada Company, había muchos mecánicos calificados; algunos habían aprendido su oficio en dicha compañía, pero la mayoría eran empíricos. Nombres como los de Andrés Liranzo, Viejito, Cory, Cotty, y Joselito, eran legendarios en el pueblo.
Ser aprendiz de uno de esos talleres era casi un privilegio, si el muchacho tenía el estómago para aguantar los relajos y los abusos que provenían de los miembros más experimentados del grupo. El aprendiz era un"muchacho 'e mandao", pero estaba en buen camino si el maestro lo invitaba a que fuera con él a alguna diligencia fuera de Mao.
Una vez uno de esos aprendices fue llevado por uno de los maestros a la capital y se pararon en Bonao a comer. El maestro pide plátanos fritos con carnes y así hace también el aprendiz. Cuando le traen la comida, lo primero que hace el maestro es rociar los tostones con “cachú”, con tanta abundancia que acabó el contenido de la botella. El maestro, al ver que no quedaba cachú para el aprendiz, le pasa el Tabasco y le dice que le eche del “cachucito” ese, a lo cual accedió con abundancia el subordinado. Una mordida a uno de los tostones bastó para que le salieran los lagrimones y se le hinchara el hocico al pobre muchacho, mientras el maestro se meaba de la risa… ¡qué gracia!
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el articulo de los tiempo de los mecanico de esa era en mi pueblo realmente al ser yo nino pues no entendia la diferencia,pero ahopra que tengo uso de razon me has dado mucha tristeza el escudrinarlo esas cosas de esos tiempo pero si comprendo que el relato historial fue realmente asi ni mas ni menos tremenda gracia hu?
ResponderBorrarcon pena en el alma Domingo Domingo