martes, 26 de noviembre de 2013
ASÍ, ¿QUIÉN NO SE DAÑA?
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar
“Todo extremo es vicioso, la virtud está en medio”. Aristóteles
Los dominicanos estamos, desde la dictadura de Trujillo, acostumbrados a alabar, resaltar y magnificar, los desempeños de nuestros jefes de estado. Exaltamos, elevamos y hasta glorificamos las acciones que un mandatario está supuesto a hacer como parte de su obligación o compromiso con el pueblo que lo eligió. No sé si en realidad es porque nos habituamos a que nos defrauden, porque nos encontramos extraño que un gobierno haga real su juramento, o porque ya es cultura alabar y volver a alabar.
Ponderar el buen trabajo del Jefe de Estado ya se está convirtiendo en frase obligada en todos los discursos, no importa cuál sea la convocatoria del partido del gobierno; y no es que sea erróneo resaltar los méritos y agradecer los esfuerzos, pero a veces el exceso enferma, y dicen que lo demasiado hasta Dios lo ve...
Hay que ser muy humilde, poseer un crecimiento emocional del tamaño de Goliat, o tener un asesor que te hale hacia abajo cada vez que te quieras elevar demasiado, para mantenerte con los pies en la tierra y la mente sana ante una continua lluvia de halagos.
Pero, ¿por qué nos extraña tanto que un presidente sea humilde, que se preocupe por el necesitado y que quiera mejorar su país? Debemos agradecer a todo el que nos sirve, no importa que sea por dinero: el que corta la grama, nos echa la gasolina, nos cura las heridas, nos asiste legalmente… en fin, todo aquel que honradamente nos favorece con su trabajo. Dar gracias por todo es estar cerca de Dios. Pero, el ego es aprovechado, y por humildes que creamos ser, las constantes alabanzas nos elevan y nos afectan negativamente.
Permitamos que nuestros representantes realicen los trabajos para los que fueron escogidos, y agradezcamos tener un mandatario que se codea con los más desfavorecidos de nuestra sociedad, pero no los endiosemos, porque así, ¿quién no se daña?
Por Lavinia del Villar
“Todo extremo es vicioso, la virtud está en medio”. Aristóteles
Los dominicanos estamos, desde la dictadura de Trujillo, acostumbrados a alabar, resaltar y magnificar, los desempeños de nuestros jefes de estado. Exaltamos, elevamos y hasta glorificamos las acciones que un mandatario está supuesto a hacer como parte de su obligación o compromiso con el pueblo que lo eligió. No sé si en realidad es porque nos habituamos a que nos defrauden, porque nos encontramos extraño que un gobierno haga real su juramento, o porque ya es cultura alabar y volver a alabar.
Ponderar el buen trabajo del Jefe de Estado ya se está convirtiendo en frase obligada en todos los discursos, no importa cuál sea la convocatoria del partido del gobierno; y no es que sea erróneo resaltar los méritos y agradecer los esfuerzos, pero a veces el exceso enferma, y dicen que lo demasiado hasta Dios lo ve...
Hay que ser muy humilde, poseer un crecimiento emocional del tamaño de Goliat, o tener un asesor que te hale hacia abajo cada vez que te quieras elevar demasiado, para mantenerte con los pies en la tierra y la mente sana ante una continua lluvia de halagos.
Pero, ¿por qué nos extraña tanto que un presidente sea humilde, que se preocupe por el necesitado y que quiera mejorar su país? Debemos agradecer a todo el que nos sirve, no importa que sea por dinero: el que corta la grama, nos echa la gasolina, nos cura las heridas, nos asiste legalmente… en fin, todo aquel que honradamente nos favorece con su trabajo. Dar gracias por todo es estar cerca de Dios. Pero, el ego es aprovechado, y por humildes que creamos ser, las constantes alabanzas nos elevan y nos afectan negativamente.
Permitamos que nuestros representantes realicen los trabajos para los que fueron escogidos, y agradezcamos tener un mandatario que se codea con los más desfavorecidos de nuestra sociedad, pero no los endiosemos, porque así, ¿quién no se daña?
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La vanidad está presente en todos los seres humanos y no importa cuanto neguemos ser vanos, el mucho encumbrar el ego de un individuo acaba por hacer perder la cabeza al más balanceado. Y es que la necesidad de sentirnos útiles e importantes es tal, que al fin y al cabo terminamos creyéndonos todos los disparates que se digan de nosotros, no importa lo descabellado que parezcan.
ResponderBorrarIsaias
El presidente en nuestro país, (que todo lo relacionamos con la pelota), es como un jugador. Cuando hace buenas jugadas se le aplaude y se le resalta como a un Dios, pero con una diferencia con los políticos que son permanentemente beneficiados con buenas jugadas. Ese tipo de fanático le aplaude al presidente hasta los errores. Son pagos y estan para eso.
ResponderBorrarAfectos, Ley S.