martes, 13 de agosto de 2013

TERCER CAMINO

EL PODER DE UNA MADRE
Por Lavinia del Villar de Fernández


Cuando tuve uso de razón me descubrí una protuberancia en mi antebrazo izquierdo, que tenía en el centro una fea cicatriz.

Mi mamá me contaba que nací con un lunar rojo que fue creciendo y se convirtió en una bolita que parecía una cereza, aunque luego se puso más grande. Según ella, los médicos decían que operarla resultaba peligroso, porque estaba llena de muchos vasos sanguíneos. Entonces, seguía contándome, me subí a un árbol, me clavé una astilla, se me infectó y se operó sola, por lo que me quedó el área abultada y con una gran marca. Supongo ahora que la famosa bolita roja no era más que un “hemangioma en fresa”.

Lo interesante de toda esta historia es cómo mi madre cambió en mi mente algo feo por algo especial. Me repetía que ese era el distintivo que me hacía diferente, y que por eso si me perdía, ella podía encontrarme fácilmente diciendo: “La mía es la que tiene una marca en el antebrazo izquierdo.”

Así terminé convencida que esa rareza era el sello de calidad que me distinguía de los demás, y por eso nunca me molestó mi fea cicatriz.

Ha pasado el tiempo y todavía prevalece, pero solo me acuerdo que la tengo cuando alguien me pregunta qué me pasó ahí, y recuerdo entonces con alegría a mi mamá y su relato mágico, que permitió que me sintiera única, y querida.

El poder de una madre no tiene límites. Con tan solo una palabra, un gesto, una mirada, puede llenar de luz nuestro camino, o con un beso convertirnos de sapos en príncipes.

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